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La chica salvaje

Me gusta recomendar libros. Lo hago desde mi experiencia como lectora. Mi pasión por la lectura me ha llevado a ser editora, pero nunca he  escrito una reseña desde esa perspectiva, desde el punto de vista profesional. Lo hago desde mi posición de lectora. Creo que esta matización es importante porque de esta forma, me acerco más  a los lectores de tú a tú, de lector a lector, a veces coincidiendo en gustos y opiniones y otras, en puntos de partida muy diferentes pero siempre aprendiendo unos de otros, escritores y lectores.

Tampoco soy crítica literaria. Recomiendo solo lo que me gusta. Y por eso hablo esta vez de “La chica salvaje”, un libro que me sorprendió desde el principio y que coincide con ser mi primera lectura de verano.

Llegué a él por mi padre, mi principal asesor en cuanto a lecturas se refiere. Me lo había regalado a través de Kindle y aprovechando que iba a estar en un avión cuatro horas, comencé a leerlo. Lo explico así, porque me gustaría que los que quisiesen leerlo después de haber llegado a estas líneas, lo hagan como lo hice yo: sin saber absolutamente nada de la autora, ni del libro, ni de la trama.

Es difícil reseñar así un libro. Algunos dirán que, efectivamente, esto no es una reseña sino una recomendación.  Y tendrán razón: lean “La chica salvaje” (Delia Owens, Ed.Ático de los Libros), no les defraudará. Soy una persona incapaz de no hacer spoilers, pero creo que en esta ocasión merece la pena no desvelar absolutamente nada. Confío en que lo agradecerán. Y, la próxima vez, ya hablaremos de lo que nos hemos encontrado en sus páginas.

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Falsa seguridad

Hace unos días, mientras estaba en París, leía una noticia en el periódico. Las palabras extractadas de la misma, de uno de los miembros del gobierno francés: “algunas naciones han abierto demasiado el grifo en la desescalada del covid”, haciendo un llamamiento a sus ciudadanos a evitar viajar a España, sinceramente, me dejaron perpleja. 

Mi opinión aquí, no es más que fruto de lo que viví en primera persona. Es mi experiencia personal, lejos de “capitanes a posteriori”. Tampoco puedo hablar tomando como referencia Madrid o Barcelona. Tomo como referencia Gran Canaria. 

Era mi primer viaje a otro país desde el inicio de la pandemia. Lo hacía con ilusión y también con la “seguridad” que te da el estar vacunado. Sí, seguridad, por mucho que nos estén diciendo que podemos contagiarnos de igual forma, con menos peligro para nosotros, pero no para los que tenemos alrededor y que todavía no lo están. Existe esa “falsa seguridad” y eso, es algo de lo que debemos concienciarnos, yo la primera. 

El avión a París, de unas trescientas plazas, iba vacío. No seríamos más de 20 personas. En cambio, el vuelo de vuelta, el salto Barcelona-Gran Canaria, absolutamente lleno. Al llegar a la recogida de equipajes, existe un control de PCR y certificados de vacunación. En mi caso, puedo decir que si le enseño la lista de la compra con el QR en mi móvil, hubiese pasado igual. 

Volviendo a París. Así como aquí, aunque ya podemos ir sin mascarilla por la calle, prácticamente todos la seguimos llevando, en París algunos la llevan pero son los menos. Y en lo que se refiere a restaurantes, coctelerías…no hay ninguna medida restrictiva, ni en cuanto a aforo ni a distancia de seguridad. La atmósfera de sus bares y restaurantes, sigue siendo la misma de siempre, todas las mesas pegadas unas a otras, y aunque esta imagen característica de París es preciosa, creo que no es la que se debería mantener en las circunstancias actuales. 

La sensación que teníamos, quitando las señales en algún comercio de que se mantuviese la distancia de seguridad (que la mayoría no respetaba) y el gel hidroalcohólico en las mesas de los restaurantes, no hay ninguna medida restrictiva frente a la propagación del virus. 

Hablando con amigos franceses, nos decían que el gobierno ya tiene asumido otro confinamiento pero que van a esperar al final de la temporada de verano, septiembre u octubre. No sé si será verdad o no. Lo que sí sé es que seguimos sin hacer las cosas bien. Ni aquí, ni allí. Que ayer, a mi vuelta del viaje, no me atreví a abrazar a mi hija. Deseando que la vacunen pronto. ¿Falsa seguridad?, sí, pero “escudo” al fin y al cabo. 

Aquí les dejo una imagen de una noche cualquiera en París.

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Homenaje

Hace tres días, se iban de nuestra isla en silencio. Lo hacían con dos maletas y poco más. Hasta ahora, habían viajado de país en país, cada cuatro años, con su casa a cuestas y mientras lo escribo me viene a la cabeza su imagen como dos “katatsumuri”, que llegaban siempre sonriendo, siempre felices y abiertos a integrarse en la ciudad en las que les tocase vivir. 

Me refiero a los últimos cónsules de Japón que han estado con nosotros dos años, Ruri y Yoshihiro Miwa. Era la primera vez que los cónsules destinados a las islas tenían entre sus prioridades nada más llegar, buscarnos. El embajador de Japón en España, les había dicho que vivíamos aquí. Nos habían visto muchas veces en la televisión japonesa y querían conocernos. Desde el primer momento supimos que más allá de las relaciones diplomáticas, íbamos a tener a dos amigos para siempre. 

Llegaron con ganas de hacer muchas cosas. Yoshi y Ruri Miwa, sabían que iban a estar solo dos años. Los dos últimos años antes de su jubilación. Pero llegó la pandemia y, de golpe, todos sus planes se truncaron y poco se pudo hacer. Pero estoy segura de que, a pesar de ello, han dejado una huella muy profunda en todos los que los hemos conocido. 

Vuelven a Japón, su país, y como decía Yoshi, “voy a dedicarme a conocer mi país, que no lo conozco. Tantos años fuera de él…”. Ruri me ha prometido que iría contándome cómo se adaptan a su nueva vida en Japón. Las dos sonreímos porque sabemos que fácil, no es. 

Durante dos años, fueron los cónsules de su país en nuestras islas, pero puedo asegurarles que a partir de hoy y por muchos años, van a ser los mejores embajadores que podríamos tener en Japón.

Con estas líneas en las que no he podido expresar todo lo que me gustaría, les rindo mi más sincero homenaje. Se fueron en silencio pero haremos lo posible para que sus “voces silenciosas”, sigan resonando en cada rincón de la isla en el que que se hable de Japón.