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Mamá gallina

Hace varios días que no escribo nada en mi blog. En realidad, no escribo nada en ningún sitio. Y es que no me resulta nada fácil. No es fácil para nadie.  No es un tiempo bonito. Miro alrededor buscando no la inspiración, que como sabemos o deberíamos saber todos, ésta llega trabajando. No. Miro hacia las estanterías de mi salón, mis estanterías-biblioteca, buscando una idea, un tema. Pienso en las miles de posibilidades que se esconden ahí. Cuentos de Japón, guías de viajes por hacer, una caja con un Mazinger Z de colección que solo sale de su habitáculo una vez cada tres, cuatro años y que para sacarlo tienes que ponerte guantes. Archivadores llenos de proyectos: La casa del viento, La casa del carpintero, La casa tubular, La casa Kim…Libros leídos, libros publicados y editados. Podría hablar de tantas cosas aprendidas en ellos… 

Las noticias suenan de fondo en una televisión que se ha convertido en una ventana a la desolación. En la radio se abre el debate sobre la palabra del año. Casi todos coinciden en que ésta debe ser “confinamiento”, experiencia compartida por millones de habitantes del mundo. Pero no está resultando fácil, de hecho el diccionario Oxford no puede decantarse solo por una. 

“Hoy pondré las luces de navidad en mi balcón”, pienso.

Y me llama mi amigo Alberto desde Japón. Feliz de que en Canarias “estamos mejor”. Allí también están bien a pesar de que sabe que las noticias que nos llegan aquí no nos cuentan lo mismo. Se lo confirmo. Pues no, parece que allí van bastante bien. Sí que le sorprende ver a muchos japoneses sin mascarilla. Allí no es obligatoria aunque sí debería llevarse en el metro y en lugares de aglomeración. Y yo le digo que a mí no hay día que deje de sorprenderme vernos a todos con mascarilla, “¡Que yo las compraba como souvenirs cuando me iba a visitar mi familia a Tokio y se las ponían para sacarse la foto en el metro!”. “Pues sí Guada, aquí ahora muchos no la llevan y es que aquí también hay negacionistas”. Y me cuenta que no va a poder venir a ver a su madre esta Navidad. Pero que habla con ella por FaceTime todos los días, su madre, que está cerca de los 90 y que hasta hace poco no apretaba ni un botón para nada, se había convertido durante el confinamiento en una experta en nuevas tecnologías. “Amor de madre”, me dice. Y nos reímos porque me cuenta que se emocionó al ver a través de mis publicaciones en Facebook que voy a buscar a mi hija a la salida de sus prácticas a la facultad. “Mamá gallina me llaman Alberto”. “Pues qué bonito que te llamen así”. 

“Hoy las pongo, las luces”. Y la vida sigue.

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Gambito de dama

Hace unos días, comenzaba a leer una entrevista que realizaban al escritor Yuval Noah Harari en El País. El motivo de la entrevista era el lanzamiento de “Sapiens” en cómic. A la primera pregunta del periodista casi dejo de leer. “¿Un profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén, doctorado en Oxford, en formato cómic?”. El escritor sale airoso de la pregunta aunque se le podrían haber dicho muchas cosas respecto al cómic, a la novela gráfica o al manga. También, sobre el ejercicio tan comprometido que es documentarse antes de hablar de algo que, sin duda, con esa pregunta, deja claro que desconoce. Pero no venía a hablar de eso. Hablaré de ello en otro post. Hablaré de este noveno arte aunque puede que la introducción me sirva.
Algo parecido a lo que ocurre con el cómic, que durante muchos años ha sido considerado como un subproducto cultural, le ocurre a las series televisivas. Escritores-lectores que niegan leer cómic o novela gráfica y ver series. Cinéfilos que niegan ver series. Y no saben lo que se pierden.
La casta de los Metabarones, El Incal, Maus, Watchmen, V de Vendetta, Tintín, Akira, Persépolis, Habibi, Sin City, Adolf, 300, Arrugas, La casa…son solo una mínima parte de los cómics que habitan en mi biblioteca. Series: Twin Peaks, 24, The Twilight Zone, Juego de tronos, True detective, Mad Men , The Crown, Perdidos, V, Yo Claudio, El puente…solo una muestra de mi televisión. Y las más recientes, La maldición de Bly Manor, que me encantó, y Gambito de Dama, que también me encantó.
Y hasta aquí quería llegar: Gambito de dama. Una miniserie disponible en Netflix y que me recomendó mi hija. Aunque pueda parecer que el protagonista es el ajedrez, que sin duda al terminar el cuarto capítulo ya tienes ganas de ir corriendo a coger un tablero y jugar (por lo menos fue lo que hicimos mi hija y yo), creo que para Scott Frank cocreador y director, el ajedrez le sirve como medio para contarnos el camino de crecimiento personal de la verdadera protagonista, Beth Harmon, cuya vida transcurre, al igual que en una partida de ajedrez, en un mundo de 64 casillas, con piezas en lucha constante por sobrevivir. Por no ser devorada por la soledad que muchas veces acompaña al genio pero que, en este caso, también acompaña a una niña huérfana, adicta a los drogas y al alcohol. Un personaje complejo que no se entendería sin los personajes secundarios: peones, torres, alfiles…
Una serie para disfrutar, escenografía, vestuario (especialmente el de Harmon, pura simbología para un espectador avezado), banda sonora…
Como dijo Thomas Huxley y así se recoge en la serie: “El tablero de ajedrez es el mundo, las piezas son los fenómenos del universo, las reglas del juego son lo que llamamos las leyes de la Naturaleza. El jugador en el otro lado se nos oculta”. Juguemos.