Y aquí sigo, en los Llanos de Aridane, intentando transmitirles lo que estamos viviendo. Y aunque me gustaría poder compartir todos y cada uno de los momentos vividos, no es fácil porque son muchos. Pero antes de empezar a contarles, recordarles que pueden seguir todos los actos del III Festival Hispanoamericano de Escritores, vía streaming, tanto en directo como en diferido, a través, por ejemplo, de la página de Facebook del Festival.
Ayer, por la mañana, mientras estaba sentada junto a la poeta Tina Suárez Rojas bajo uno de los gigantes laureles de Indias de la Plaza de España, se acercó a nosotros un señor mayor. Lo hizo tímidamente, casi con reverencias, llevando en la mano un bolígrafo y un folio, algo ajado, apoyado en un periódico también amarilleado por el tiempo. Intuí que se acercaba a nosotras porque llevábamos colgada del cuello la credencial que nos identificaba como participantes en el festival. Quería que en aquel papel, en el que ya estaban estampadas algunas firmas, dejásemos la nuestra también. Enseguida le aclaré que yo no era escritora, que participaba en el festival pero que no, que no era escritora. Entonces, me dijo, firme aquí por favor, señalando la parte de abajo del folio. Tina, firmó junto a otros escritores y le señalé que en otra mesa, se encontraba el poeta Bruno Mesa.
Todos los días, el señor de las firmas acude a cada acto con el mismo folio sobre el mismo periódico. Lo hizo anoche, cuando el escritor venezolano Juan Carlos Méndez Guédez, comenzaba la mesa redonda en la que escritores y editores nos hablaban de su experiencia “juntos”. Una relación que Méndez Guédez explicó de una de las formas más hermosas que he escuchado nunca. “Queréis que os cuente una historia de amor y muerte…” (Tristán e Isolda), pues así podría empezar la historia de amor de un editor con su escritor: No hay mayor idilio, mayor pasión, mayor fuerza y mayor desengaño, que el que une a escritores y editores.
Y a partir de estas palabras, los participantes, Olga Martínez, Valerie Miles (editoras) y los escritores Méndez Guédez, David Toscana y Marcelo Luján, nos hablaron de su experiencia de amor, a veces exitosa, a veces fallida, y que terminaba con esa frase tan temida por los escritores y que desearían no escuchar nunca de boca de su editor: Tenemos que hablar.
Los organizadores avisaban de que se terminaba el tiempo. El “señor de las firmas” acarició el folio como queriendo prepararlo para el siguiente nombre que quedaría allí grabado mientras todavía flotaban en el aire las palabras de Marcelo Luján recordando el proyecto editorial 451: Duró muy poco, justamente porque era hermoso y las cosas hermosas duran poco.
*En la imagen: Marcelo Luján
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