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La sombra de un libro

Me ha costado mucho empezar a escribir esto. Dos días después de su muerte, me levanté, cogí el Ipad e iba a escribir. Lo hacía sobre todo movida por un comentario que había leído en las redes y que me hizo daño. Me dolió. Me entristeció. Era sobre él y estaba supuestamente escrito desde el cariño. Y dejé de escribir. Decidí que quería esperar a leer lo que decían otros críticos literarios, otros escritores y otros periodistas, sobre Carlos Ruiz Safón ahora que se había ido.

Mi abuela, como casi todas las abuelas, era una mujer sabia. Y como casi todas las abuelas no había día que no hiciese referencia a un dicho popular, un refrán  o,  simplemente, una frase de su propia cosecha que, a pesar de haber escuchado cuando solo era una niña, me vienen muchas veces a la cabeza y la escucho como si fuera ayer. Intento recordar cómo decía esto, pero no me sale exactamente, aunque la idea era esta: parece que no hay muerto malo.

Y seguí leyendo. Carlos Ruiz Safón, además de haber muerto y entrar en esa categoría de la que hablaba mi abuela, era escritor  y además, de éxito. Y además, “no era de la tribu y luego el éxito ya no le dejó ingresar” (Eduardo Mendoza). Y  se mantuvo al margen de un mundo que le seguía resultando ajeno, quizá por esa altivez y distancia que marcaba a su paso entre multitudes, según alguno o, según otros muchos, escudo que adoptó  y detrás del cual se encontraba un hombre cordial, inteligente, ameno, divertido, muy humano. Y en realidad, yo no podría decir nada de Carlos Ruiz Safón porque no lo conocí. Yo solo conocí al escritor de un libro que en cuanto cayó en mis manos, no solté hasta terminarlo. Porque aun perteneciendo de alguna forma a este pequeño mundo en el que parece un pecado decir que sí, que he leído muchos bestsellers, los he leído. Muchos. Y no olvidaré nunca la emoción que sentí ante aquella puerta de madera labrada ennegrecida por el tiempo y lo que hubiera dado por tener la suerte de poder escoger un libro del cementerio de los libros olvidados. Seguiré buscando la sombra de todos los vientos, como prometí hacer hace diecinueve años, cuando te leía y me hacías seguir creyendo en la magia de los libros.

*Dibujo: Jin Taira

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Estos días

«Hace demasiado tiempo que nada se vive con sosiego, que la existencia cotidiana está contaminada de desquiciamiento, que casi todo es objeto de desmesura y exageración. Francamente, no creo que sea la mejor manera de pasar de un día a otro, y eso, nos guste o no, es lo que nos toca a los vivos, pasar serena y modestamente de un día a otro y atravesar las noches sin angustias extremas.» Javier Marías.
Releía esta mañana un artículo de Javier Marías, del que he de decir que siempre disfruto leyéndolo y con el que suelo estar, en líneas generales, muy de acuerdo, y lo leía después de haber leído una entrevista a Steven Pinker, catedrático de psicología cognitiva en la Universidad de Harvard  y los dos, con sus diferencias, hablaban básicamente de lo mismo: optimismo. Aunque Pinker prefiere llamarse posibilista.
Y hago mío el párrafo extractado más arriba. También estoy cansada del desquiciamiento, la desmesura y la exageración. Aunque confieso que yo también he caído, alguna que otra vez, en ese enfado colectivo, más bien, mi enfado era particular, a contracorriente del enfado colectivo pero que me llevaba a la misma respuesta. Desmedida. Contaminada.
Y nos estamos confundiendo echando toda la culpa a las redes sociales, como si nuestra vida no fuese más que ese reducto virtual. Es cierto que ocupa un lugar muy destacado y para unos más que para otros. Pero la «existencia cotidiana», la que tampoco debemos contaminar, es mucho más que eso. Es nuestro despertares. Nuestro camino al trabajo, lo tengas o no porque, incluso, el que no lo tiene camina todos los días hacia ėl. Es nuestro café con amigos. Es un baño en el mar. Es el sol entrando por la ventana. Es vivir la vida disfrutando de lo que tenemos. Es la noche, sin estridencias. Porque a veces olvidamos qué es lo que nos da serenidad. Lo que nos permite pasar, como dice Marías, modestamente de un día a otro.
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Corsarios

El título inicial de esta entrada iba a ser Patente de corso. Era la expresión que me llevaba rondando desde hace días, además de muchas otras, cada vez que leía o escuchaba las diatribas políticas del día. Pero como es el título del espacio que tiene Pérez-Reverte en XL-Semanal, he preferido sustituirlo para no ser acusada de aprovecharme de las búsquedas que se dirigen al escritor y no a mí.
Siempre he utilizado esta expresión como algo así: cuando te crees con derecho a hacer cualquier cosa porque tienes esa patente de corso. Pero he ido a ver cuál era el origen concreto de esa expresión, ejercicio que realizo a menudo con alumnos de español y que descubrí cuando empecé a dar clases y nos sorprenderíamos del origen de muchas de nuestras expresiones. La patente de corso, era un documento (patente) que presentaba el dueño de un navío y que le había sido otorgada por el gobierno de su nación, para perseguir (cursus- carrera), atacar y saquear, a otros barcos que se consideraban enemigos, sin ser penados por ello. Sus capitanes no eran “piratas”, ni “bucaneros”, eran “corsarios”. Imagino, que bajo ese halo protector, se hicieron muchos desmanes que han derivado en que utilicemos esa expresión como apuntaba al principio.
Y parece que, en política, estos corsarios, todos, tienen patente de corso, entendida esta como el derecho de hacer cualquier cosa, aunque no sea muy lícita, aunque no sea ética, aunque no sea para lo que supuestamente se les eligió, aunque la haga y luego me dé cuenta de mi error pero lo justifico, porque los que estaban antes, hace cuatro años, hace dieciséis, hace treinta (y además, posiblemente, de otras siglas), lo hicieron peor.
El nivel de autoexigencia de nuestros políticos, de todos, cuando el baremo es “los otros lo hicieron peor”, no les hace dignos de que les llame, ni siquiera, corsarios. En todo caso piratas o bucaneros (piratas que saqueaban posesiones españolas en tierras americanas), pero en tierras españolas.
*Imagen:portada de Sandokan (un corsario de verdad), uno de mis libros favoritos.

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