Llevo varios días pensando en que tengo que escribir mi entrada de blog y varios días sin saber ni cómo empezar, ni de qué hablar. Quería hablar de dos películas: Soylent Green (Cuando el destino nos alcance) y La fuga de Logan. Y lo haré, pero no ahora mismo.
Parece que nos acercamos al final del encierro. Y parece que fue hace años, cuando un día nos dijeron que había que quedarse dentro de casa. Parece que fue hace una eternidad, cuando preparaba todas las excursiones que iba a hacer a partir del 16 de marzo en Milán. Y cuando escuchaba a mi madre hablándome de un virus lejano que se extendía por China y mi respuesta, mami, no es nada importante, ni te preocupes.
Al principio de este encierro y ante todo lo que pasaba a nuestro alrededor, los artículos de opinión me salían solos. Tenía tantas cosas que decir. Y las dije. Recibí ataques que, sinceramente, no esperaba. Me han preguntado si han logrado silenciarme. Y puede ser que sí. Pero soy sincera: mejor callar que hablar sin ser capaz de hacerlo con respeto y ahora creo que soy incapaz de hacerlo como corresponde y en honor a la educación que me dieron mis padres.
Hice del balcón de mi habitación mi lugar favorito. Obligaba a Yui a sentarse diez minutos al sol. Hice una compra online en el súper que tardó más de tres semanas en llegar. Se rompió el calentador, justo en el momento más rígido del confinamiento. Conseguí uno después de horas y horas al teléfono. Me lo dejaban en la puerta de casa y teníamos que buscarnos la vida. Ningún problema: siempre me ha gustado hacer todas las tareas de fontanería, albañilería, electrónica de la casa y siempre he observado con mucha atención a los profesionales y he aprendido a hacer de todo. También se atascó el grifo de la cocina que hace las veces de desagüe de la lavadora y, también, cuando era imposible que nadie viniese a arreglarlo. Sin problema, hice lo que había visto en otras ocasiones hacer al fontanero. Disfruté de la lluvia cuando bajé a tirar la basura. Edité dos novelas y trabajo actualmente en la publicación de otras tres. Seguí en contacto a través de wasup con el club de lectura que coordino y que tuvo su primera sesión justo antes de que entráramos en la cuarentena. “Club de lectura José Luis González-Ruano”, en honor a José Luis, que se fue a principios de este año. Inventé recetas, hice tartas, postres nuevos, busqué desesperadamente mascarillas de farmacia en farmacia. Salí a ver el mar a las seis de la mañana el primer día que pude. Seguí trabajando online con los alumnos a través de la plataforma. Voy a correr todos los días y vivo ese momento con absoluta felicidad. Ya tengo mascarillas. También guantes y gel. Trabajo mano a mano con Elena del Valle Baranda, en la edición de su libro y su nuevo blog y disfruto mucho aprendiendo de ella y con ella. Admiro su profesionalidad. Escucho, de pasada, a Yui conectada con su grupo de amigos. Sus “quedadas virtuales”. He jugado al Monopoly en el salón de mi casa, que ha sido un aula más de la Universidad de Columbia, en New York, China, Italia, de la ULPGC; sala de conferencias en Chile, Tokio.
He vivido en mi cueva, con la suerte de tener una cueva. Ahora, veo la tele. “Las colas del hambre” las llaman…
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