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Grandes mentirosos

Muchos habrán acudido llamados por el título y deseando averiguar a quién llamo mentiroso. Siento decepcionarles, pero el calificativo, que no insulto, empieza por mí y de ahí puede derivarse hasta donde alcance la humanidad.
Yo miento, tú mientes, él miente…todos mentimos. Y lo que es peor, nos pasamos el día haciéndolo. No es necesario mentirle a alguien. No. Nos mentimos. Cuando lo hacemos, quizá lo hagamos buscando esa “mentira noble” a la que nos acercaba Platón, siendo nosotros mismos a la vez, gobernantes y gobernados. Los primeros, autorizados a mentir “por nuestro bien”; los segundos, castigados por hacerlo.
Con esa mentira noble, queremos eludir las frustraciones que nos causa nuestra realidad. Nos preguntamos y entre las posibles respuestas, elegimos aquella que nos evite enfrentarnos a la verdad que nos contraría. Como gobernantes de nuestra propia vida, nos mentimos constantemente en ese intento de que nuestro “mundo” sea como esa “ciudad buena” de Platón. Podemos jugar a ser tramoyistas y por un instante, que a veces hacemos eterno, bajar las tramoyas que más nos convienen para decorar nuestra mentira, y como decía Ibsen, no quitarnos la ilusión que nos privaría de la felicidad.
Quizá no seamos tan mentirosos y solo seamos astutos, como la zorra de Fredo, que al intentar coger un racimo de uvas saltando con todas sus fuerzas y no lograr alcanzarlo, decidió marcharse porque, en realidad, las uvas estaban demasiado verdes.

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