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Historias de Tokio: La portera, tercera parte

Y por fin la conocimos. A ella. A la portera. Ella nos había enseñado el apartamento una de las veces, pero no sabíamos exactamente quién era. Ahora ya lo sabíamos. Era a ella a la que tenía que entregarle el dinero cada mes y la libretita de pagos para que me la sellara. Era a ella a la que debía consultarle cualquier cosa y era ella la que se quejaría también de cualquier cosa. Era como una espía colocada justo a la entrada del edificio. Vivía allí, en el bajo, y aunque nunca pude atisbar nada por los centímetros de puerta que dejaba abierta cuando iba a pagar, juraría que tenía cámaras espía colocadas por doquier. Era antipática con ganas pero sí que admiraba la diligencia con que mantenía limpias las escaleras, día tras día, a pesar de su edad. No le gustaban los extranjeros, se le notaba, pero el destino había hecho que trabajase en un edificio en el que estos eran bien recibidos. Intenté con todas mis fuerzas caerle bien. Cada vez que salía, y veía las cortinillas moverse, le decía adiós. Cada vez que llegaba le decía hola y le agradecía (otzukare sama deshita, costumbre japonesa), el trabajo realizado. Casi no me contestaba. Me rendí a la evidencia cuando, cada vez que me veía salir con la basura, aparecía de la nada y me decía algo. Yo me hacía la tonta y decía, sí, sí. Ella lo que intentaba era pillarme tirando la basura orgánica el día que tocaba la de recipientes de cristal o plástico. Hasta que la pillé yo a ella. Casi se muere. Y no precisamente tirando la basura… Continuar leyendo «Historias de Tokio: La portera, tercera parte»

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Historias de Tokio: La portera, segunda parte

Y ese fue el escogido. Fuimos a verlo de día, de noche y al atardecer, como si los posibles cambios de luz fueran a hacernos cambiar de idea…¡si ni siquiera la falta de ascensor me iba a disuadir de estar viviendo allí unos días después!
Y llegó el día de la mudanza. La noche antes fuimos a cenar a nuestro restaurante favorito, el del «cocinero sin nombre», para despedirnos.
Casi me muero. Y eso que yo no tuve que cargar cajas y subirlas por aquellas escaleras. A mí me tocó hacer la limpieza final del apartamento para entregarlo a la agencia y que nos devolviesen la fianza. Estaba embarazada de ocho meses y medio y me pasé. Entre el fuerte olor de los productos de limpieza, la aspiradora mini que tenía y que debía pasarla de rodillas, los cristales que dejé relucientes, etc…me bajó la tensión y tuve algunas pérdidas, pequeñas, pero que me asustaron muchísimo. Y esa tarde tenía que trabajar. No pude ir. Aproveché para despedirme de «Roland», la academia de idiomas en la que trabajaba, y empezar a cuidarme para la llegada de Yui, a la que solo le faltaban ocho días para llegar. Continuar leyendo «Historias de Tokio: La portera, segunda parte»

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Historias de Tokio: La portera

Llegó el momento de cambiar de hogar. Las carreras se seguían sucediendo en el falso techo y la llegada de Yui era inminente. Así qué comenzó la ardua tarea de buscar nueva casa. Cada vez que pasaba por la agencia me paraba en el escaparate. Estudiaba meticulosamente cada uno de los planos que exhibían. Me había hecho una experta en descifrar los símbolos: 1LDK, osiire, yokushitsu… Y los precios. Ya había controlado uno que tenía dos habitaciones y no era demasiado caro, aunque se me caía la baba viendo aquellos que pertenecían a edificaciones nuevas: lo malo es que lo único que nos podíamos permitir sería una habitación y diminuta, pero yo estaba dispuesta a sacrificar espacio(más todavía)a cambio de un baño en condiciones, un «Ofuro» nuevito en el que poder meterme dentro con ese agua ardiendo y llena de sales japonesas que eran una maravilla. Qué duro fue encontrar un nuevo apartamento. Continuar leyendo «Historias de Tokio: La portera»