Vuelvo a tener insomnio. Posiblemente sea provocado por un desajuste en mi horario del sueño, pero en esas horas de duermevela, frases, ideas, inquietudes, pasan sin parar por «mi frente» como si esta fuera un teleprónter.
Muchas veces, lo que se escribe en ese teleprónter sonámbulo, son las cosas que leo antes de dormir, las conversaciones que tengo o los recuerdos del día. Quizá fue, precisamente, por el recuerdo del discurso dado el pasado viernes, en el Auditorio Alfredo Kraus, por una de las nombradas Hija Predilecta de la Ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, a la que le habían otorgado la palabra en representación de todos los homenajeados y que a punto estuvo de hacer que me levantara y me fuera del acto, cosa que no hice por respeto a los demás y, especialmente, a la persona a la que acompañaba en ese día tan especial para ella y que me había invitado al acto con todo el cariño del mundo haciéndome sentir como parte de su familia. O, también, quizá fue por unas líneas leídas en el muro de una periodista, Ana Sharife.
La primera, de la que esperaba un discurso de agradecimiento, un discurso positivo, un discurso de alegría, aprovechó el momento otorgado para «su discurso» y recalco el «su», hablando de «la manada», hablando de feminismo, «su feminismo», haciendo a todos los allí representados co-autores de su alegato, para terminar hablando de ella, cuando los honorificados allí eran veintidós.
Y de la segunda, con la que casi siempre comparto formas de sentir, reproduzco aquí su pregunta lanzada a la jauría, porque eso es para mí a veces «el muro»: «¿No estaremos asistiendo a una revancha? ¿Hasta cuántas generaciones seguiremos culpando a los hombres de todos los males? El feminismo original reclamaba la igualdad legal y de oportunidades para hombres y mujeres, y no la supresión de libertades para imponer proyectos de ingeniería social. ¿A qué viene esta imposición de la emoción (a veces ciega de odio) sobre la razón? ¿A qué viene esta lapidación pública del que discrepa?»
Y se me metió anoche esta frase, este dicho popular, en el teleprónter, sé un hombre: no llores, sé un hombre; no tengas miedo, sé un hombre; atrévete, sé un hombre. Pienso en más coletillas a esa frase, corta, hecha, pero tan poderosa, sé un hombre.
– 1848 Declaración de Seneca Falls: dirigían sus quejas feministas hacia las instituciones, no hacia el individuo.
– Los 60: Los hombres no son los malvados.
– Los 70: El hombre es el enemigo.
– Tercera ola, de los 90 a la actualidad: casi todos los libros sobre los estudios de género culpan de la mayoría de los males de la sociedad a los hombres y al patriarcado.
Sé un hombre. Sé valiente. Sal a la calle sin miedo. Expresa tus opiniones sin miedo. Sonríeme sin miedo. Si quieres, déjame pasar primero. Si te parece que estoy guapa hoy, dímelo. Si crees que no voy a poder yo sola, ayúdame. Sin miedo. Si me necesitas, dímelo.
Si puedes hablar a las masas y conservar tu virtud.
O caminar junto a reyes, sin menospreciar por ello a la gente común.
Si ni amigos ni enemigos pueden herirte.
Si todos pueden contar contigo, pero ninguno demasiado.
Si puedes llenar el implacable minuto,
con sesenta segundos de diligente labor
Tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella,
y –lo que es más–: ¡serás un Hombre, hijo mío!
If– (Kipling, 1895)
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