Plutarco sobre Cleopatra
«Se pretende que su belleza, considerada en sí misma, no era tan incomparable como para causar asombro y admiración, pero su trato era tal, que resultaba imposible resistirse. Los encantos de su figura, secundados por las gentilezas de su conversación y por todas las gracias que se desprenden de una feliz personalidad, dejaban en la mente un aguijón que penetraba hasta lo más vivo. Poseía una voluptuosidad infinita al hablar, y tanta dulzura y armonía en el son de su voz que su lengua era como un instrumento de varias cuerdas que manejaba fácilmente y del que extraía, como bien le convenía, los más delicados matices del lenguaje; Platón reconoce cuatro tipos de halagos, pero ella tenía mil.»
Me preguntaste hace 21 años, quién era mi personaje histórico favorito. También mi película, mi personaje de ficción, mi libro, mi color, mi música. Si me preguntaras ahora, algunas respuestas serían diferentes, pero no así mi personaje histórico que sigue y seguirá invariable en el tiempo desde muy niña. Desde que vi por primera vez «Cleopatra». Como niña rebosante de imaginación que era, no fue de extrañar que esa película impactase en mí con toda la fuerza que lo hacía cualquier historia que me alejase del mundo real y que me hiciese viajar en el tiempo, a otro país, a otra cultura, a enseñarme algo que no sabía, a mostrarme también el amor, las pirámides, el Nilo y a ella…no, no fue de extrañar. Y me impactó. Y soñé con ella. Quería ser Cleopatra. No, quería ser como Cleopatra. Quería ser como esa mujer hermosa; hermosa e inteligente. No quería ser Elizabeth Taylor. No. Quería ser Cleopatra. A pesar de ser pequeña y fantasiosa, supe ver a Cleopatra detrás de sus ojos violeta. Y esa pasión por conocerla me llevó un poco más tarde, ya adolescente y lectora empedernida, a sumergirme en la novela histórica de cualquier índole pero, especialmente, la que tenía que ver con ella y con cualquiera que me acercase a ella. Y de ahí, a los estudios sobre el Antiguo Egipto y la dinastía ptolemaica. Encontré biografías, tratados, tesis; a Plutarco, que no hablaba de ella directamente pero sí lo hacía de Marco Antonio y de César y que es gracias a él que conozcamos algunos datos sobre ella, datos que están exentos de los muchos prejuicios que sí imperaban en las descripciones de los historiadores grecorromanos, hostiles hacia la reina, y dejando patente el temor que les inspiraba aun después de muerta.
Y mientras leía, viajaba con ella una y otra vez a Alejandría, ciudad en la que nació y creció. Allí recibió una educación puramente griega como era costumbre en su dinastía (era griega no egipcia). Aprendió griego, hebreo, sirio, arameo y latín y fue la primera de su dinastía en hablar egipcio. También estudió literatura, música, ciencias políticas, matemáticas, astronomía y medicina. Su dedicación a asuntos políticos, era una magnífica política y estratega, no le impidió dedicarse al cuidado de su cuerpo y de su aspecto físico. No era particularmente hermosa, pero su inteligencia cautivó a Marco Antonio que, aunque tachado de mujeriego, bebedor, contradictorio, era un hombre de gran coraje y curiosidad intelectual y, antes que a él, a César, al que también conquistó con su carisma e inteligencia que le mostró, por primera vez, cayendo a sus pies envuelta en una alfombra.
Cleopatra VII Filopátor Nea Thea ¿la primera feminista? No, no lo creo. Una mujer valiente. Una mujer inteligente. Una mujer que gobernó un reino. Que se enfrentó, de igual a igual, a políticos y militares romanos, los hombres más poderosos de su tiempo. Una mujer que si por algo se sintió víctima fue de intentar mantener el legado de Alejandro Magno (y no conseguirlo), pero nunca de ser mujer en un mundo de hombres.
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