Las consecuencias de la infidelidad se materializan en toda una panoplia de malestares psicosomáticos y de salud mental que van desde un cuadro de ansiedad aguda hasta depresión e intentos de suicidio o asesinato, pasando por bajas laborales, absentismo laboral o bajo rendimiento. En la pareja víctima de infidelidad suelen producirse cuadros clínicos cuyos síntomas son estado de shock, negación, angustia, culpa, ansiedad, ira, rabia, resentimiento, deseos de venganza, depresión, flashbacks, baja autoestima y vergüenza. Síntomas todos estos que forman parte de un cuadro de estrés postraumático. Algunos de estos síntomas también suelen desencadenarse en la persona amante y en la persona infiel. La progenitura en muchos casos vivencia secuelas de la infidelidad, pudiendo traducirse en su comportamiento, fundamentalmente debido al distanciamiento físico, además de afectivo, de la persona infiel, así como a los cambios sobrevenidos en la persona víctima de infidelidad. Demasiadas secuelas, demasiada gente implicada en este «affair». Esta manera de actuar, por otra parte demasiado frecuente en estos tiempos en donde paradójicamente no hay ningún impedimento para el divorcio, tiene fuertes costes económicos, sociales, laborales, además de afectivos. ¿Qué sentido tiene tanto absurdo? ¿Hay que generar tanto daño, tantos perjuicios?
Las infidelidades las hay de dos tipos: con o sin implicación emocional. Impacta saber que hay infidelidades que duran incluso 30 años. Entonces ¿Para qué mantener una relación? ¿Cuál es el sentido?
¿Qué les pasa a las personas infieles? ¿Qué les retiene? Lucia Etxebarria contesta que en algún caso no se separan por miedo a perder su estabilidad económica o a sus hijos/as. Pero en la mayoría de casos, estas personas que actúan de manera infiel, no están tan mal; se aburren quizás, pero su vida era fácil y «serenamente apacible». Conjurar la soledad. Evitar esta situación parece ser uno de los avatares de la infidelidad. La separación –verse cara a cara con la soledad- parece ser aún más traumático que la infidelidad concluye Pittman.
Otro gran avatar en la infidelidad viene representado por las dificultades en las habilidades sociales tales como la empatía y la comunicación. Estilos de resolución de conflictos evitantes que consisten en ignorar «el problema» y ver si se puede resolver por sí mismo. Y mientras tanto ¿qué? Seguir en el triangulo amoroso. Una relación enraizada en la mentira tiene que ver con el secreto, el control de la información y la asimetría. Una relación infiel es todo menos igualitaria.
Otro gran punto débil viene de la mano de las crisis personales como de identidad o de «mediana edad». Muchas personas que actúan infielmente están frustradas laboralmente, sus aspiraciones se han visto truncadas; no han llegado a una autorrealización satisfactoria. En definitiva, no están satisfechas.
La infidelidad no es estrictamente una cuestión amorosa. Forma parte de las relaciones humanas en todos sus contextos: político, económico, social. La (in)fidelidad tiene que ver con el (no) respeto del pacto o acuerdo y con la (in)capacidad madurativa para negociar cambios, llegado el caso. Por lo tanto, es una cuestión que tiene que ver con la confiabilidad y el tejido social «at large». Concierne la moral, la cual como dice el psiquiatra Francisco Traver está relacionada con la confiabilidad y la cooperación. Una persona infiel es fundamentalmente una persona no confiable y por ende, una persona inmoral. Genera muchos daños y perjuicios, pero como reflejan algunos estudios, el daño moral fundamental consiste en la negación. Una negación constante y persistente que deja a muchas personas que la «vivencian indirectamente» con un profundo sentimiento de injusticia.
Entonces, ¿Para qué estar en relación? Si la infidelidad oculta problemas (inter e intra)personales, ¿no convendría resolverlos antes de embarcarse en una relación?
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