«Hace demasiado tiempo que nada se vive con sosiego, que la existencia cotidiana está contaminada de desquiciamiento, que casi todo es objeto de desmesura y exageración. Francamente, no creo que sea la mejor manera de pasar de un día a otro, y eso, nos guste o no, es lo que nos toca a los vivos, pasar serena y modestamente de un día a otro y atravesar las noches sin angustias extremas.» Javier Marías.
Releía esta mañana un artículo de Javier Marías, del que he de decir que siempre disfruto leyéndolo y con el que suelo estar, en líneas generales, muy de acuerdo, y lo leía después de haber leído una entrevista a Steven Pinker, catedrático de psicología cognitiva en la Universidad de Harvard y los dos, con sus diferencias, hablaban básicamente de lo mismo: optimismo. Aunque Pinker prefiere llamarse posibilista.
Y hago mío el párrafo extractado más arriba. También estoy cansada del desquiciamiento, la desmesura y la exageración. Aunque confieso que yo también he caído, alguna que otra vez, en ese enfado colectivo, más bien, mi enfado era particular, a contracorriente del enfado colectivo pero que me llevaba a la misma respuesta. Desmedida. Contaminada.
Y nos estamos confundiendo echando toda la culpa a las redes sociales, como si nuestra vida no fuese más que ese reducto virtual. Es cierto que ocupa un lugar muy destacado y para unos más que para otros. Pero la «existencia cotidiana», la que tampoco debemos contaminar, es mucho más que eso. Es nuestro despertares. Nuestro camino al trabajo, lo tengas o no porque, incluso, el que no lo tiene camina todos los días hacia ėl. Es nuestro café con amigos. Es un baño en el mar. Es el sol entrando por la ventana. Es vivir la vida disfrutando de lo que tenemos. Es la noche, sin estridencias. Porque a veces olvidamos qué es lo que nos da serenidad. Lo que nos permite pasar, como dice Marías, modestamente de un día a otro.
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