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“No protestes, implementa”

Hace unos días, escribiendo mi opinión sobre el último libro del escritor Nicolás Melini, El estupor de los atlantes, me propuse la inclusión en mi vida de una frase que recordaba una de sus protagonistas: No protestes, implementa. Sigo protestando ,muchas veces, sin implementar. Pero volvió la frase y decidí hacerle caso. Después de varios días intentando contactar con IBERIA para cambiar mis billetes de esta semana a Milán, protestar y protestar sin implementar ante la imposibilidad de lograrlo, con unas líneas comprensiblemente saturadas y la no entendible falta de correo electrónico para contactar con ellos, he implementado: he llamado a las cuatro de la madrugada. Me han atendido a la primera y han resuelto satisfactoriamente todas mis dudas. Que no estoy de acuerdo con que no reembolsen el importe (la ley así lo establece) de los billetes y lo sustituyan por un bono…no discutas, implementa. Voy a seguir viajando, iré a Milán o a París o a cualquier otro lugar del mundo. Y me uno a esa cadena solidaria para ayudar a trabajadores y empresas: si puedes hacerlo, no canceles, retrasa.

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El miedo a ofender es más fuerte que el miedo al dolor

“Fear of offending me is stronger than the fear of pain”
“Permíteme preguntarte algo, por qué las personas no confían en sus instintos cuando sienten que algo va mal, algo que va caminando por detrás tí. Sabías que algo iba mal pero entraste en la casa. ¿Te forcé? ¿Te drogué para entrar? No. Solo te ofrecí una copa. Creo que el miedo a ofenderme es más fuerte que el miedo al dolor. ¿Pero sabes algo? Es así.” (Los hombres que no amaban a las mujeres, Stieg Larsson)

Yo fui la primera que hablé de alarmismo y con falta de prudencia y por consiguiente, de inteligencia, me atreví a dar hasta consejos de lo que se debería hacer. Así les ocurrió a muchos italianos también, que ahora desde allí, nos avisan de que no caigamos en su mismo error. Teníamos ese ejemplo por delante. Quizá China, Corea del Sur y Japón, nos quedasen muy lejos pero Italia, país al que llamamos hermano, estaba ahí. Y no hicimos caso. Ayer y antes de ayer, Madrid, la población, siguió sin hacer caso. Y hace una semana, el Gobierno, tampoco hizo caso. Leo frases como: “bueno, han sido y hemos sido un poco inconscientes…”. Que yo, ciudadana de a pie, sea inconsciente, vale. Que miles de ciudadanos, sean inconscientes e irresponsables, una pena, pero vale. Pero que un Gobierno, unos responsables políticos, con más datos, con más conocimiento interno de la situación y sobre todo, a los que se les supone unas responsabilidades inherentes a sus cargos, no se pueden permitir ser ‘inconscientes’ y menos aún con tantos avisos y recomendaciones. Se permitió y se alentó, la salida masiva a la calle. Se permitió y se alentó un riesgo de contagio masivo.
Y vuelvo a recordar a Stieg Larsson, y las palabras que puso en boca de su personaje, el asesino de su novela. El miedo a ofender a un colectivo tan sensible, fue mayor al miedo al Covid-19.

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El estupor de los atlantes

Hacía tiempo que tenía un libro en la estantería que hace las veces de cabecero de cama y de mesilla de noche. Bueno, no es el único libro que me espera allí. Este, en concreto, me esperaba desde el 7/11/2019. Lo sé porque guardé el ticket de compra dentro del libro. No sé por qué lo hice. Pero ahí está. El ticket, además, me dice que me atendió Raúl a las 17:42, en la librería Sinopsis. Voy a volver a guardarlo dentro del libro. Pienso que si el libro viaja alguna vez a otra estantería, será bonito para alguien descubrir estos detalles.
Lo que quizá no llegue a saber esa persona, es la ilusión que puse en su compra. Casi salté al verlo: El estupor de los atlantes, de Nicolás Melini. Es bonito comprar un libro de un escritor al que tienes la suerte de conocer y al que admiras por uno u otro motivo, no solo el de escribir.
Mientras escribo pienso que al terminar, voy a enviarle un wasup. Quiero decirle que he conocido a Luz e Isabelle. Que para mí, un libro hermoso es aquel que, al terminarlo, me deja triste. No precisamente porque el libro sea triste, sino porque me despido de los personajes, de las dos mujeres a las que he conocido en la intensidad de sus 103 páginas. Dos mujeres que se aman o no, pero que en algún lugar del tiempo, sí lo hicieron. Porque para que Isabelle se sienta como esos atlantes de la entrada del Pavillon Vendome, y diga que “Luz ha acabado pesándome tanto” (pág.41), es porque la ha amado mucho. Porque lo que no se ama, no pesa. Que en su nouvelle, ha plasmado el fin del amor de una forma tan real, que todos podemos decir que nos hemos sentido como esos atlantes, al menos una vez en la vida. Que he incluido en mi vida ese lema: “No protestes, implementa” (No discutas, implementa) (pág.69). Que no sé si queriendo o sin querer, ha hecho un homenaje a todas las mujeres. A todas las Aishas que desaparecen en su camino hacia la libertad, cruzando desiertos o mares. Él, al que tanto atacan por defender su concepto de feminismo. Que al final, todos somos atlantes: los amantes, los activistas, los refugiados. Los sirios, los eritreos, los africanos…Algunos, seguimos sujetando las cornisas. Otros, como imagina Isabelle, un día dejan de sujetarlas y emprenden el camino.
Wasup. Nicolás: he terminado El estupor de los Atlantes. Me ha encantado. Y el final es realmente hermoso: “Imagino una escena hermosa…” (pág.103).
Nicolás Melini / El estupor de los atlantes / Ed. Nazarí.