Nunca me había pasado. Llevo casi diez años con el mismo móvil. No sé exactamente cuántos con whatsapp, algo menos, supongo.
Y hoy, por primera vez, he sentido algo. Algo por whatsapp. Mi viejo móvil ha dicho que ya no puede más y aunque sigue funcionando a duras penas y menos mal, porque el modelo que quiero está agotado, tengo que cambiarlo y con ese inminente cambio llegó el temor a perderlo todo. «Perderlo todo» como si me estuviera jugando mi futuro, mi vida, un trabajo, una seguridad…Pasé parte del día averiguando los pasos a seguir para no «perderlo todo». Para guardar notas, agenda, aplicaciones varias pero, sobre todo, guardar whatsapp. Claro que no me importaba todo, pero sí algunos `chats´ que para mí eran valiosos. Que contenían imágenes que no quería perder, conversaciones que ya formaban parte de mi vida. Comienzos y también finales. Alegrías y también tristezas. Risas y enfados. Chats de grupo y también chats individuales que aunque eran de una sola persona, parecía que también fueran de grupo, porque esas personas no parecían las mismas que hace dos años, ni que hace tres.
Y no era fácil guardar whatsapp. Para todo había limitaciones. Que si Google drive, que si iCloud, que si copia a correo. Casi todo se reducía a un problema de capacidad. A una cuestión de memoria. Empecé a borrar los que eran prescindibles. Y los que lo eran menos, empecé a reducirlos. Tantas y tantas historias. Tantas y tantas imágenes compartidas. Vividas. El valor de lo escrito. Y aunque todo era importante para mí, mientras revisaba para ir eliminando, volvía a otros momentos que por ya no existir, solo me producían melancolía. La tarea se estaba convirtiendo en titánica y, además, dolía. Y entonces fui consciente de que, en realidad, no volvía nunca atrás a leerlos. Solo, alguna vez, a una frase precisa, a una imagen que me reconfortaba. Y le di al botón. Vaciar chat. Mis whatsapp se han quedado en blanco y es verdad que ese silencio duele un poco, como si partes de mi vida se hubiesen vaciado. Algunas de forma verdaderamente liberadora. Otras, no tanto.
Y me di cuenta de que no había tal cuestión de memoria. Que lo verdaderamente importante estaba, precisamente, en mi memoria y esta está llena de nubes, de nubes sin `i´ delante, pero con un número de gigas inagotable.
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