Karasu. Los cuervos tokiotas.

Entre los millones de japoneses que pueblan la ciudad de Tokio se encuentran otros habitantes más pequeños, pero no por ello menos numerosos. Unos han tomado el cielo y otros el suelo y subsuelo de la ciudad: cuervos, ratones y cucarachas. A estas alturas alguno ya habrá puesto cara de susto. Y no es para menos. Al principio, como estás tan sorprendido con todo lo que ves a tu alrededor, casi no te das cuenta de esos pájaros gigantes, negros azabache, que te miran desafiantes apoyados en una barandilla, a tu lado en el suelo o desde una farola dispuestos a caer en picado no sobre todo lo que brille, como suele decirse, sino sobre todo lo que sea susceptible de llevarse a la boca.
Y un día, mientras caminas maravillado ante todo lo desconocido y bombardeado por los flashes de las luces de Neón (ahora Leds), caes en la cuenta de que estás siendo observado y de que, como abras mucho más los ojos, quizás pierdas alguno de un picotazo. Y los ves. Suelen aparecer temprano, cuando las basuras esperan a ser recogidas. En Tokio no hay contenedores. Las basuras se depositan en puntos fijos en unas bolsas blancas que colocas debajo de unas redes azules, en un intento de que no puedan ser picoteadas. Pero nada les detiene. Consiguen desayunar copiosamente para luego sobrevolar la ciudad graznando a todo trapo, haciendo que a nuestra mente lleguen las imágenes de «Los pájaros» de Hitchcock. Y lo que al principio te causa cierto temor se vuelve, poco a poco, en parte de tu día a día tokiota: desayuno en el Starbucks, metro hasta el trabajo, tropiezo con cuervos, comida rápida, vuelta al metro, algún que otro ratoncillo corriendo por las vías, parada en el combini ( compra de yogures y agua) y regreso a casa, esperando que ningún ratoncillo te esté esperando o que, como mucho, sea alguna cucaracha despistada la que corretee por el tatami. Pero no siempre tienes la misma suerte…

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