Recuerdo mi primera clase en la Facultad de Derecho. Creo que es casi la única que recuerdo vivamente. Era Derecho Político. Yo llegaba a la facultad imbuida de las series americanas de abogados. Creía firmemente en la justicia. Y creía que arreglaría el mundo con ella. Aquella clase fue como un jarro de agua fría. Era impartida por un magistrado del Tribunal Constitucional. Recuerdo flashes: la justicia será para el que se pueda pagar al mejor abogado. Pero sobre todo, recuerdo que nos habló de valores. Valores éticos, morales…y los relacionaba con las diferentes culturas. Hablaba también de civilizaciones. Y nos habló de una sauna en la que dependiendo de nuestro entorno socio-cultural, nuestra religión, etc, y atendiendo a las normas que figurasen en la entrada de la misma, unos entrarían totalmente desnudos y sería para ellos lo más normal; otros se taparían completamente, a pesar del lugar; otros se taparían la boca; otros el pelo…habló también de una cultura ancestral, no recuerdo cuál, que sin dudarlo se taparían la nariz.
Y estos días, en los que se cuestiona la justicia a raíz del juicio de «la manada» y del voto particular de uno de los magistrados, he vuelto a esa clase y también a otras más cercanas, las clases que se imparten en los colegios. Y he vuelto a aquella disertación sobre los valores.
Si nos paramos a pensar, la justicia, para ser perfecta, debería dar lugar a sentencias unánimes. Y deberían estar argumentadas exactamente de la misma forma, sin discrepancias, por todos los jueces participantes. Esta sería para mí «la justicia» (como principio inalcanzable), libre de todo valor subjetivo.
La sentencia es el punto álgido del proceso mediante el cual el tribunal compara la pretensión de las partes y el Derecho Objetivo. Durante el proceso, podríamos decir que la parte estática, aséptica, en la estructura de la decisión judicial, es la normativa pero que, junto a este elemento, existe otro, más humano y subjetivo: la convicción psicológica del juez.
Nos explicaba también mi profesor de Derecho Político, que una sentencia judicial puede ser cuestionada en principio por dos factores: un error de forma o por un error de fondo y en este último, parece comprensible incluir el «elemento psicológico». Un error de fondo podría ser que, para fundamentar una sentencia, consideremos que la Constitución de 1978 está formada, simplemente, por los 169 artículos que contiene, y no tener en cuenta el marco en el que se desenvuelve y que establece la jurisprudencia del Tribunal Constitucional. Aquí, en este ejemplo, no aprecio tanto un elemento psicológico, como una «interpretación de lo que es y no es», por eso, y en mi opinión, creo que existe o deberíamos plantearnos un tercer tipo de «error» y que englobaría otros aspectos, podríamos decir, todavía más subjetivos que determinadas interpretaciones, como es «la voluntad subjetiva del juez».
¿Y por qué decía que el recordar aquella clase de Derecho Constitucional me llevó también a recordar los colegios y, añado ahora, la tan ansiada «educación en valores»? Porque al igual que las normas que rigen en cada «sauna» dependiendo de en qué lugar nos encontremos, un proyecto educativo basado en «valores» no podrá ser asumido por un centro educativo si no tiene en cuenta el contexto sociocultural en el que actúa. Y que los profesores, directores, empresarios responsables de centros privados, y toda la comunidad educativa, está formada por personas que, al igual que los jueces, aplican no solo una normativa, objetiva, sino un elemento subjetivo: la convicción psicológica del enseñante.
¿Y cuáles deben ser esos valores que acompañen a la normativa (temarios)?¿ La definición de esos valores ha sabido adaptarse a las demandas del contexto social y productivo? ¿Es esa educación en valores una preparación para la vida entendida como la preparación del ciudadano a las circunstancias del momento? O ¿va más allá y buscamos prepararles para asumir una actividad social, no solo profesional, valiosa a través del desarrollo integral de su personalidad? ¿Puede el enseñante, enseñar unos valores determinados si carece de ellos? Y, aun contando con ellos y con el conocimiento de los métodos para aplicarlos en la enseñanza ¿está dispuesto a ponerlos en práctica, dada la sobrecarga, en muchas ocasiones, de obligaciones docentes y de gestión académica así como de un compromiso prioritario con el cumplimiento del currículo?
Y podría seguir preguntando y preguntando. Y, pensando en las respuestas, me acabo de acordar de una película que me encantó, La invasión de los ultracuerpos, aquellas vainas de semillas traídas por los extraterrestres de las que surgían copias idénticas de los humanos pero carentes de sentimientos, que solo tenían conciencia colectiva y enaltecía las excelencias de un sistema en el que las diferencias entre los individuos eran suprimidas.
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