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El teatro de la vida: la representación del pasado en el presente

 

“Hay un dicho que es tan común como falso: El pasado, pasado está, creemos. Pero el pasado no pasa nunca, si hay algo que no pasa es el pasado, el pasado está siempre, somos memoria de nosotros mismos y de los demás, somos la memoria que tenemos”. José Saramago

En la vida de los seres humanos, constatamos que se repiten en el presente algunos de los escenarios que más han marcado y que tienen origen en el pasado. Freud, en su obra Más allá del principio y del placer, intuyó perfectamente bien esta repetición inconsciente y, de hecho, la llamó “compulsión a la repetición”. Una repetición de fijaciones infantiles (o hechos traumáticos). Son repeticiones que nos devuelven a vivencias pasadas. Vivencias que interpretamos y representamos en el presente, desencadenadas por hechos o situaciones relativamente anodinas en ciertas ocasiones, y por hechos graves en otras. Como decía el filósofo renacentista Michel de Montaigne, “Nada fija una cosa con tanta intensidad en la memoria como el deseo de olvidarla”. Pero, ¿por qué esa insistencia repetitiva del inconsciente? La psicoanalista francesa Véronique Salman nos lo aclara en su obra La trilogie inconsciente. Esta autora desgrana la mecánica inconsciente del individuo, sufrir, normalizar y reproducir aquello que de pequeño lo condenó. Una trilogía infernal que se evidencia en actitudes contraproducentes, penalizando su mundo relacional. Se trata de evitar reproducir los mismos errores una y otra vez.

La autora, comienza explicando que todo parte de una renuncia inicial. Dicha renuncia conllevará a una satisfacción relativa, que hoy en el argot popular conocemos como “zona de confort”.

Renunciar a partes de sí reviste toda una lógica racional destinada a valorizar a aquellas personas con las cuales convivimos. Las protege de alguna manera. Representa todo un sacrificio. Se trata de una estrategia de supervivencia para salvaguardar a aquellas personas que deben protegernos. La renuncia desemboca en la acomodación. Así el ser humano se va habituando a vivir en un marco estrecho.

La acomodación a esta estrechez nos permite obtener una satisfacción relativa: la de adaptación, aceptación y pertenencia. Ello nos proporciona una relativa seguridad psicológica. Se trata de un estado mental que a su vez condiciona el comportamiento, por el cual la persona se impone límites o simplemente acepta un estilo de vida para evitar ansiedad, miedo, riesgo o presión.

Así pues, tenemos una primera trilogía inconsciente (renuncia, acomodación y satisfacción) que desembocará en un confort relativo para evitar así todo cambio que pueda amenazar dicha estabilidad. No obstante, va a hacer falta mucho tiempo de vida en esta renuncia para darnos cuenta del malestar que va generando a la larga y que se manifestará en forma de sufrimiento no solo psíquico sino físico. Este se enquistará, arruinando la esperanza de un futuro bienestar y creará un terreno de desesperanza. De esta manera la vida se transforma en una errancia en la cual navegamos en una búsqueda frenética para compensar este estado de insatisfacción: un bebé, una carrera, un puesto, un estatus, una riqueza, un reconocimiento social… Y por supuesto, lo queremos ya, porque ya venimos frustradas del pasado. Esperamos pasar las etapas de vida de manera ávida sin poder saborear lo acometido porque en realidad aquello que hacemos representa una huida hacia adelante. Y según conseguimos algo, pasamos a la siguiente etapa que será conseguir más. Y de esa manera inconsciente, repetimos una y otra vez los mismos errores como un sueño (pesadilla) que se repite de manera obstinada hasta ser comprendido y por supuesto, transcendido.

Ocultamos sufrimientos para evitarlos sentir. Pero cuanto más olvidamos, más recordamos. Rememorar lo olvidado, lo censurado, lo oprimido, lo disociado, la reprimido… se hace a través de la repetición de aquello a lo que hemos sido sometido. Repetimos lo mismo que nos hicieron de manera inconsciente. Lo llamaremos pauta.

Consideramos a las demás personas como fuimos nosotras consideradas. Una vez adulto, el infante condicionado por su infancia, espera pacientemente que su turno de repetición se presente por fin y así poder reparar su propia herida histórica. Es posible así tomar la revancha existencial, fundadora del ego humano.

Esta trilogía renuncia, acomodación y satisfacción relativa es el terreno abonado de otra más terrible si cabe: sufrimiento, normalización del sufrimiento y reproducción. Toda disfunción viene de una renuncia tan profunda como inconsciente. Una renuncia en favor de una adaptación y acomodación al medio. Aunque el infante sufre por esta renuncia, se acomoda por supervivencia. No puede divorciarse de su progenitura. Es dependiente de esta. Entonces normaliza una (o varias… de hecho, las que hagan falta) situación anormal. No tiene elección. Sea cual sea la situación vivida en la infancia, ha tenido que renunciar a partes de sí mismo y ha sufrido por ello. Sufrimiento que repetirá hasta entenderlo y cortocircuitarlo.

La normalización es un mecanismo de defensa trampa puesto que el individuo cree así no sufrir al adaptarse y acomodarse, ocultándose a sí mismo la renuncia. Luego ya de adulto, reproducirá sobre sí mismo o sobre los demás o sobre ambos, aquella renuncia primigenia que tanto ocultó y que tanto daño le hizo. Por supuesto de manera automática, es decir, inconsciente. Normalizar es lo que tiene; predispone a una forma de reproducción que se inscribe como una lógica, un hábito, un principio, una fatalidad. El destino… Una reproducción, sobre sí mismo de aquello que le hizo sufrir en el pasado, no parece conllevar mucha culpabilidad. Reproducir sobre otras personas aquello de lo que ha sido objeto en la infancia puede ser más preocupante. Es lo que se denomina proyección. Así podemos fácilmente acusar a otras personas de aquello que en realidad nos pertenece, pero nos resistimos a reconocerlo y a tratarlo. La proyección es un buen mecanismo de defensa que nos empuja a acusar a la otra persona y nos evita la reflexión.

De esta manera, el pasado es constantemente traído al presente y se  revive; de actualiza constantemente. Es como un teatro en el que se repiten las mismas escenas pasadas no superadas, ni mucho menos digeridas. La situación presente de alguna manera reactiva sensaciones, vivencias, sentimientos y emociones pasadas. No olvidemos que el sujeto pasa su vida bajo formas matriciales como la familia, la empresa, la iglesia, las amistades, el club deportivo… no puede sobrevivir fuera de matrices de pertenencia.

Una vez la persona acomodada, debe hacer algunas filigranas cognitivas para soportarlo como por ejemplo banalizar lo anormal y así vivirlo como una necesidad ante la cual se siente impotente. Así se trivializa lo inconfortable, lo doloroso. Lo frustrante, lo inconfortable, el sufrimiento… formarán parte ineludible e inevitable de la vida ordinaria. La inevitabilidad es de hecho uno de los argumentos estrella para fomentar la acomodación contorsionista a la que el género humano debe hacer frente desde su más tierna infancia. También se justificará y racionalizará este tipo de situaciones disfuncionales. Y finalmente se transmitirá de generación en generación. Se reproduce lo que se ha (a)normalizado. Por supuesto la no conformidad con este tipo de (a)normalidad será fuente de una profunda e incómoda angustia casi tan dolorosa como la acomodación.

El psicólogo Claude Steiner, discípulo de Eric Berne padre del análisis transaccional, en su obra Los guiones que vivimos, habla de este mismo fenómeno. Afirma que vivimos según guiones que responden a decisiones tomadas en la infancia y que nos impiden vivir libremente. Estos guiones conforman patrones de actuación. Este guión es en general condicionado por aquellas personas adultas que han influido en nuestra infancia. Así pues, vivimos acorde a un argumento preestablecido de una obra en la que las personas se sienten obligadas a representar un papel, un rol con el cual puede que lleguen a identificarse o no. Y ese argumento tendemos a repetirlo en las relaciones actuales, de manera inconsciente a veces, para evitar experimentar de nuevo necesidades insatisfechas y sentimientos reprimidos en el momento de la formación del argumento; otra veces para autoregularnos; otras, para tener un modelo predictivo de vida y de relaciones y, finalmente otras, para generalizar la experiencia inconsciente de uno mismo en relación con otras personas.

Gran parte de la labor terapéutica se basa en captar el guión, en ver la pauta oculta bajo las repeticiones que generan gran sufrimiento para posteriormente invitar a deshacer dicha pauta, desafiarla, romperla. En definitiva, para ayudar a liberar de tantos condicionantes que están generando un profundo malestar .

 

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