La privatización es un mecanismo existente en economía mediante el cual una actividad deja de formar parte del ámbito público y pasa a manos de organizaciones privadas. Se trata de un proceso de conversión de activos de propiedad gubernamental a activos de propiedad privada. Teóricamente el objetivo es optimizar, en el sentido de hacer la actividad más competente, reduciendo costes y ampliando los beneficios.
El proceso de flexibilización laboral del personal empleado ha significado una precarización de la vida, reduciéndola a un servilismo próximo al de la esclavitud. La famosa “ética del trabajo” del capitalismo neoliberal, nos lo recuerda la filósofa Josefa Ros Velasco, es simplemente un eufemismo para referirse a una “amable y consentida explotación de los individuos mediante relaciones económicas en las que se intercambia un salario por fuerza de trabajo”. Aunque en estos últimos tiempos en los que vivimos, se ha producido un giro de tuerca más a la ya pervertida y totalitaria mentalidad mercantilista hasta llegar la autoexplotación. Tesis perfectamente bien desarrollada por otro filósofo contemporáneo Byung-Chul Han en su obra La sociedad del cansancio. Este filósofo coreano habla de una nueva subjetividad: “el sujeto del rendimiento”. Un emprendedor de sí mismo, preso de un infinito cansancio más conocido vulgarmente como síndrome del quemado o síndrome de desgaste ocupacional.
La privatización ha ido desregulando no solo la vida social sino también la laboral, erradicando los derechos, pero aumentando los deberes, las responsabilidades, las cuales han sido proyectadas al interior del individuo y la burocracia. La precarización de la vida laboral se ha hecho sentir en la dificultad para establecer rutinas. El trabajo puede empezar y terminar en cualquier momento. La responsabilidad de crear oportunidades laborales recae en la figura del trabajador, el cual debe estar en permanente estado de alerta. A esa sobrecarga laboral, tenemos que añadir las obligaciones materiales que nos ha traído la tecnocracia con sus numerosos imperativos, entre los cuales destacamos la exposición a estímulos continuados, unas redes sociales que hay que constantemente nutrir, una sobreexposición a la información hasta saturarnos y finalmente, un narcisismo creciente que nos aísla aún más si cabe. De toda esta situación se derivan múltiples formas de estrés, en gran parte debido al incremento masivo de la presión administrativa. El trabajo de hoy implica múltiples metatrabajos como el de la auditoria, la confección de registros, el inventario de objetivos y metas, así como la educación permanente o desarrollo profesional continuo. El teólogo inglés Philip Blond afirma que “la metodología de mercado genera una costosa y enorme burocracia de contadores, examinadores, inspectores, asesores y auditores, todos preocupados por garantizar calidad y ejercer control”. La precarización laboral se refleja en la desaparición de lugares y horarios de trabajo. En palabras del filósofo Mark Fisher “el trabajo nunca se termina y el trabajador debe estar siempre disponible”. Permanecer en una constante ocupación, y en consecuencia preocupación, se ha normalizado, imponiéndonos así además de la sobrecarga mental, la responsabilidad, por supuesto individual, de gestionarla. Efectivamente, hoy todo es culpa única y exclusivamente del individuo. Un ser lleno de positividad y potencial al servicio de un aumento infinito de la productividad, la eficacia y el rendimiento. En este contexto, la gente trabajadora trabaja más tiempo, más duramente por menos salario y en condiciones deterioradas, para rescates financieros de crisis gestionadas por una élite que está constantemente tramando el fin de lo público. Además, se nos ha persuadido para aceptar este deterioro de las condiciones laborales como un proceso natural, poniendo el foco del estrés dentro del individuo (ya sea en su química cerebral, ya sea en su historia personal y familiar). De esta forma la privatización del estrés se ha convertido en una de las dimensiones aceptadas a priori en un mundo despolitizado. Esta privatización del estrés, es decir, esta culpabilización del estrés causado por esta forma impuesta de gerencialismo, enferma a la gente que aún trabaja, necesitando así toda una panoplia de fármacos vendidos por la industria farmacéutica con la finalidad reponer. De esta forma las causas sociales y políticas del estrés generado por este sistema quedan ocultas bajo un descontento individualizado e interiorizado, aunque mitigado también por la ideología de la positividad y la tiranía de la felicidad además del consumismo.
La despolitización del estrés a través la psiquiatría y la psicología, generando toda una filosofía de autoayuda por la cual, los individuos son los amos de sus propios destinos. Ese pensamiento mágico supersticioso según el cual la pobreza, la falta de oportunidades o el desempleo son culpa de los individuos y no de las estructuras económicas, sociales y culturales desarrolladas en este siglo. Esta estrategia de manipulación conocida como responsabilización o “voluntarismo mágico”, consiste en una ideología dominante según la que cada sujeto puede ser lo que quiera: “querer es poder”. Gracias al asesoramiento (pseudo)terapéutico de gurús «influencers», las personas individualmente (creen que) pueden cambiar sus mundos y así evitar o subvertir el estrés. Puesto que es el individuo el que crea las oportunidades y las condiciones laborales. Es él quien libremente se somete al nuevo imperativo emprendedor.
El nuevo malestar en la cultura se manifiesta en patologías de corte narcisista, fruto de la competitividad, la intolerancia a la frustración y la omnipotencia de la ideología del “yes, you can” (tú puedes) tan proclamada por el positivismo psicologicista, facilitando así las descompensaciones de fragilidades egóticas. Asistimos, como lo señala la psiquiatra francesa Marie France Hirigoyen en su ensayo Les Narcisse, a un aumento de las patologías narcisistas fruto de una permisividad tanto en la educación como en los procesos de socialización, gracias a la cual se crean sujetos para obedecer, conforme a las nuevas normas sociales dominantes, cada vez más perversas y amorales. Tal y como nos lo subraya Byung-Chul Han en su ensayo La sociedad del cansancio, lo que realmente enferma es el imperativo del rendimiento “como nuevo mandato de la sociedad del trabajo tardomoderna”.
Los costes psíquicos y el deterioro de la salud mental se hacen omnipresentes. Como nos lo subraya la filósofa Velasco, existe una más que demostrada relación directa entre estrés personal y opresión social. Hablamos de padecimientos y enfermedades mentales como las depresiones, la ansiedad, el vacío existencial, las adicciones y la falta de sentido, entre otras. Son problemas auténticamente sociales que se han psicologizado, es decir, se han individualizado y la responsabilidad social ha sido colocada en el interior de cada sujeto.
Uno de los sectores en donde esta realidad se refleja con más contundencia es en el profesorado. La transformación de la educación según “los parámetros dictados por intereses económicos internacionales”, ha conducido a una “escuela-empresa”, convirtiendo la educación en un negocio. Para el profesorado, dicho cambio está significando un aumento de presión y de horas de trabajo, siguiendo así esa nueva gestión empresarial basada en el emprendimiento, en connivencia con la burda psicología positiva o el coaching. De esta manera, el éxito ahora recae sobre el profesorado quien, entre la burocracia y el espectáculo, deambula de proyecto en proyecto y de objetivo en objetivo. El resultado es una cantidad ingente de bajas por depresión, ansiedad, síndrome del quemado y otras variantes.
Otro sector altamente estresado que acude a consulta con frecuencia por “problemas laborales” tiene que ver con la banca. La desmesura de los objetivos y las tareas pone entre las cuerdas a trabajadores y trabajadoras, resultando imposible “cubrir el expediente”.
Esta nueva forma de “management” interiorizada además de generalizada perfila una nueva forma de sumisión, libremente coaccionada, de la masa trabajadora. Así, el fundamento del sujeto del rendimiento es la multitarea, generando patologías relacionadas con el déficit de atención, la hiperactividad, la depresión y la ansiedad. Podemos así concluir que la privatización del estrés es un sistema perfecto en cuanto a su eficiencia, ya que ha conseguido imponerse globalmente aunque genere el daño colateral de enfermar a la población trabajadora.
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