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¡Gracias a la vida!

 

Se acaba este año 2020 tan rarito. Desde hace muchas décadas, siguiendo la tradición iniciada en la Compañía Misionera, dedico un rato el día 31 a mirar los acontecimientos pasados  y prepararme para lo que venga.

 

Evidentemente cuando finalicé el anterior, en la faldas de las montañas de Monserrat, no podía ni siquiera imaginar lo que este 2020 nos iba a traer, ni siquiera cuando nos reíamos desde la inconsciencia de las mascarillas que llevaban esos chinos exagerados.

 

La palabra elegida como la identificativa de este año, confinamiento, apenas la conocíamos. Sin embargo, la hemos asumido en el día a día como nuestra, aunque a veces a regañadientes.

 

A mi me cogió la pandemia en el Perellonet, en un lindo piso desde el que ya había constatado lo que suponía el elemento meteorológico de la Dana, mirando al mar, con una vecina a la que casi no conocía y alejada de todo mi entorno familiar, profesional y amistoso. Estaba en tele trabajo, esa otra gran novedad y nos fuimos a un ERTE, durante los meses complicados aunque muchos de mis compañeros y compañeras que realizaban trabajos esenciales seguían a pie de obra.

 

Acostumbrada a una vida de mucho movimiento el confinamiento me permitió parar. Y cuando paramos, sin miedo, todo cambia: cambia la vida, cambia la manera de ver las cosas, cambia el orden de los valores, cambian las relaciones, cambia… hasta lo planificado meses antes.

 

Yo descubrí una empresa solidaria, en la Red Social Koopera,  unos compañeros y compañeras que hacían frente a la situación con creatividad y generosidad; estuvimos en ERTE, pero no dejamos de cobrar el cien por cien de los salarios (y menudo lío tienen las chicas de Laboral). Es evidente que cuando pasamos por una situación de estas características con éxito fruto de la entrega, nada, nada puede ponerse por delante para conseguir todo lo que nos propongamos.

 

También descubrí esa misma experiencia en la Asociación El Cerezo, el proyecto de mis desvelos en Villena. Después de muchas vicisitudes volvimos a la orden de conciertos para el Centro de Día y la empresa de inserción, Insertadix del Mediterráneo, ha terminado su ejercicio en positivo y no precisamente por los contratos reservados que siguen sin llegar.

 

Y en mi tierra, ha surgido una nueva asociación, Incluye, con gente entregada dispuesta a que en esta isla de Gran Canaria también existan empresas de inserción.

 

Así es que no puedo decir que el año 2020 haya sido malo, malísimo. He querido escuchar los lamentos de la naturaleza, he intentado ser una buena vecina, he procurado mantener la calma, ser creativa, sembrar buen rollo y contribuir a que este año terminara lo mejor posible.

 

Y así está siendo. Puedo disfrutar de la familia, sentirme orgullosa de mis compañeros y compañeras de trabajo, esperanzada con las nuevas perspectivas y con tiempo para contemplar el mar. Ha habido momentos de tristeza también pero los comparo con toda esa gente que ha muerto sola y me parecen, sencillamente, insignificantes.

 

Así es que a todas las personas que de una forma u otra han compartido y comparten trocitos de mi vida, les deseo esa felicidad que se busca, se trabaja, se conquista y se celebra. ¡Gracias a la vida que me da tanto!

 

¡Adiós 2020!¡Bienvenido, 2021!

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Desactivar el racismo y xenofobia

 

La noticia saltaba hace unos días sin convertirse en titular: un hombre muere después de que lo tiraran en la puerta de un centro de salud en Murcia. Era un nicaragüense, Eleazar Benjamín Blandón, que trabajaba 11 horas en el campo, a cuarenta grados y sin agua. Es uno de esos inmigrantes que vienen a quitarnos el trabajo a los españoles y que se cuentan por miles en las tareas del campo.

Desconozco si el dueño, capataz, encargado o negrero que lo tiró delante del centro de salud tenía las muñecas llenas de banderitas españolas; si es una de esas personas que se les llena la boca de España, España, España. A mi este hecho me produce un enorme cabreo, me hierve la sangre y siento una profunda vergüenza  de que este tipo de comportamientos se produzcan en un país, el mío que ha vivido procesos migratorios toda la vida.

Me pongo en la piel de la familia de este nicaragüense y pienso en mi padre que emigró al Sáhara, mi tío que lo hizo a Alemania, mis vecinos que se fueron a Venezuela, mi hijo David y mi hija Esther, las nuevas generaciones que se han ido a Francia. Y como yo seguro que hay miles de personas. ¿Qué es lo que nos hace diferentes? ¿Nos gustaría que nos tratara así? Aunque solamente fuera por el más puro y elemental egoísmo, por la ley de la causa efecto: ¿no tendríamos que cuidar a la gente que trabaja para que podamos comer?

En esta xenofobia que se va instalando, gracias a quienes no van a trabajar al campo, a quienes viven generalmente del sudor de toda esta gente y no les importa intoxicar sin escrúpulos, se nos olvida que en este mundo globalizado todo está interconectado. No podemos pretender tener los mejores medios tecnológicos (ordenador, móviles, todo tipo de aparatos electrónicos) construidos con el coltán. Este mineral es arrancado de la tierra  por los niños y las niñas congoleses, sin que se cuenten sus muertes porque yacen sepultados mientras arañan ese preciado metal para que la industria tecnológica se siga desarrollando. ¿Es que el paraíso que vendemos dícese los países civilizados  solamente es para unos pocos? ¿No tienen derecho, los propietarios de las materias primas, a un poco de bienestar? ¿No les podemos darles  ni  agua? ¿No somos capaces de proporcionarles el cuidado elemental cuando vienen a realizar los trabajos que la gente de nuestro país no queremos hacer?

Esta semana he compartido, con algunos compañeros y compañeras de la Planta de Recuperación en Riba-roja que tiene la Red Social Koopera, la alegría de un premio que nos concedió la Fundación Cepaim por tener incorporada la diversidad en nuestras empresas. Y lo definíamos con una palabra: EXITO. La posibilidad de que personas de distintas culturas, religiones, orientación sexual, puedan compartir el trabajo en buenas condiciones  es la mejor manera de construir una sociedad que ya no puede ser sino intercultural: el mundo no tiene fronteras, se han roto, las hemos roto. Y esto no puede ser en una sola dirección, no debe darse solamente  cuando vamos a coger lo que nos interesa en otros países porque somos más emprendedores con el objetivo de apropiarnos,  sino que es necesario compartirlo. Tendremos que aprender a organizarnos, a establecer criterios  que garanticen la convivencia, a establecer economías más justas y sostenibles, donde los seres humanos seamos capaces de desarrollar nuestras capacidades y vivir en paz. Lo demás, la confrontación, el odio, la xenofobia y el racismo son las herramientas que utilizan algunos para seguir con sus privilegios: unos pocos que tienen mucho y muchos que tienen muy poco.

Debemos desactivar el racismo y la xenofobia como expresa la Fundación Cepaim, esa debe ser una tarea urgente a la que tenemos que hacer frente quienes nos consideramos gente de buena voluntad.

PD. La foto de Eleazar la ha cedido su hermana.

¡Ay, Nicaragüa, nicaragüita!

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Esenciales

Ha tenido que venir un decreto ministerial en plena crisis sanitaria para poner de manifiesto quienes son las personas esenciales en este país. En la prensa de estos días aparecen  como titulares el ahorro de los sueldos de dos emblemáticos futbolistas: Cristiano Ronaldo con un sueldo de 32 millones netos y Leo Messi que con la reducción, tendrá una nómina de 50 millones. Todo ello claro está, sin contar los dividendos por los derechos de imagen, algo que solamente ellos sabrán, porque dudo que ni el fisco esté al corriente.

Estos y otros muchos personajes públicos concitan el interés general, son referentes nacionales e internacionales.  Sin embargo, ahora no aparecen en el listado como esenciales. Cuando nos enfrentamos a una de las crisis más brutales de la historia de la humanidad, los esenciales no viven en grandes mansiones, no tienen aviones particulares, no les pagan grandes sumas por llevar ropa de marcas, no son influencers.

Las personas esenciales para este país no salen en los medios de comunicación, no son los grandes empresarios, banqueros, futbolistas, no son quienes poseen las grandes fortunas, muchos de ellos, dicho de paso en  paraísos fiscales.  Resulta que ahora los grandes y las grandes patriotas son quienes están en los centros sanitarios, en los supermercados, en el transporte, en las industrias textiles, en las limpiezas, en las desinfecciones, en la recogida de residuos,  en los cuerpos de seguridad al servicio de los Ayuntamientos, las Comunidades y el Estado.

Sin embargo, estas personas, a las que aplaudimos cada noche a las ocho de la tarde, una hora menos en Canarias, eran también  esenciales antes de la pandemia pero, mira por dónde  no nos habíamos dado cuenta. Ha tenido que venir a demostrarlo el BOE.

Me contaba una enfermera que ella había sido buena profesional toda la vida, que llevaba más de treinta años prestando sus servicios con idéntica vocación. Que era la misma, cuando iba detrás de la pancarta hace años, denunciando los recortes y coreando que la sanidad no se vende, se defiende. Y dice además que no es ninguna heroína, que tiene mucho miedo pero que va porque es su obligación y su vocación. También manifiesta un deseo: que ojalá cuando se acaben los aplausos, no nos olvidemos de pedir recursos para mejorar la que era la mejor sanidad del mundo pero que vendieron cuando vieron el gran negocio que hay detrás de la salud.

Y resulta que también son esenciales nuestras compañeras de la Red Social Koopera, que están gestionando los pisos de personas vulnerables.  Alcira, tiembla cuando piensa qué hacer si tiene que aislar a alguna de las personas que en algunos pisos comparte habitación y sigue buscando recursos,  mascarillas, que no llegan, Epis que siempre faltan. Y a Inés, que se le descuadra la cuadrilla de limpiezas por las bajas de personas sensibles y que no pueden trabajar en este tipo de servicios.

Otra esencial es la gente de Alavar, la lavandería de mi amiga Susana, que sufre para poder llegar a final de mes y cuadrar las cuentas, porque una parte de su servicio habitual está cerrado. Y ahí están, lavando para las personas que están en  los pisos y albergues de la Cruz Roja que acogen a personas vulnerables. Estas esenciales han podido disfrutar este año de la subida del salario mínimo, ese que mucha gente de bien, cuestiona.

Y resulta que es esencial también el chico que limpia mi edificio, un chaval majo, extranjero de esos que han venido a quitarnos el trabajo. Silencioso, sonríe y se ofrece a llevar tu bolsa de la basura para que no tengas que salir a la calle.

Y podría sacar un inmenso listado de gente esencial de acogida, las ONGs, los diferentes servicios públicos de toda índole: prisiones, centros de menores. Y qué decir de las residencias de mayores, esas que ven cómo algunas personas se les va, como el agua entre las manos, sin poder hacer nada y en muchos casos, ni hablar por miedo a las consecuencias.

Esta crisis que nos tiene confinadas, poniendo a prueba la resistencias internas y externas, nos está presentando una realidad diferente, nos está planteando seriamente dónde se encuentra lo esencial y si hemos dado mucha cancha a lo banal; cuales son los valores que nos mueven y dónde están las prioridades.

E insisto,  si este planeta nos está demandando algo es un cambio esencial.  No podemos sostener este nivel de explotación de los recursos que es la base de este sistema neoliberal  imperante, en el que unos pocos tienen grandes fortunas, mientras la gran mayoría vive en la pobreza.  Y si de esta pandemia no salimos con una clara conciencia de lo que es esencial quizás la siguiente  advertencia del planeta sea más contundente.

Por eso creo que es esencial:

-Velar por los Servicios Públicos, es decir dotarlos de medios para que estén realmente al servicio de la ciudadanía.

-Que la gente más vulnerable de este país no vuelva a sufrir como en la crisis anterior que salvamos a la banca con el dinero de toda la ciudadanía sin que les entre ningún remordimiento por no devolver lo inyectado. Que la igualdad es un valor irrenunciable ahora más que nunca.

-Que las empresas tienen la gran ocasión de aplicar la Responsabilidad Social, cuidando a las personas trabajadoras, no haciendo ERTES innecesarios y sobre todo, no aprovechando esta coyuntura para despedir sin necesidad. Esta será una oportunidad para ejercer el patriotismo diversificando las actividades productivas, disminuyendo los beneficios para que podamos revertir esta situación más pronto que tarde.

-Que seamos capaces de no distraernos con quienes utilizan esta crisis para conseguir sus intereses personales, enfrentarnos, generar odios, engordar sus egos con frases grandilocuentes y nulas propuestas. Que no olvidemos dónde está lo realmente esencial. Y esta es una pregunta que nos tendremos que hacer personalmente para responder colectivamente.

-Que sigamos cuidándonos. Yo mantendré el te a las seis de la tarde con mi vecina Inma cada una en su ventana; seguiré trabajando en casa con ilusión para proponer alternativas  que mejoren la vida de las personas en este país; mantendré  el espíritu constructivo desde mi casa y acompañaré de corazón a las familias que no pueden despedir a su gente más cercana. Y seguiré agradeciendo a esas personas esenciales su dedicación y servicio.