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Haciendo aguas

 

 

 

 

 

Hoy es el día internacional del agua. Me pregunto si existe en el calendario algún hueco libre o necesitamos centrarnos cada jornada en un tema para tomar conciencia de las necesidades actuales.

 

Pues bien, en el día del liquido elemento, vuelve a llegar una noticia que me revuelve las tripas: la muerte de una nena de dos años, procedente de Mali, que llegó al puerto de Arguineguín hace unos días. No pudo superar esa maldita travesía que hacía con su madre, hermana y seis criaturas más, dos de ellas aún en estado grave.

 

Nada pudieron hacer, ni los primeros auxilios del personal de la Cruz Roja en el muelle, ni el equipo del Hospital Materno Infantil para obrar el milagro. Sin embargo, hoy  ni siquiera sabemos su nombre porque el que se dio a conocer inicialmente, Nabody no corresponde a esta nena sino a otra que también ha llegado estos días a nuestra tierra y sigue hospitalizada en el centro insular esperando mejor suerte.

 

Es una historia menos mediática que la del niño sirio Aylan, que también nos soliviantó hace tiempo cuando su cadáver apareció en la orilla de la playa,  quizás porque nos hemos acostumbrado demasiado  a estas tragedias. Claro, no son nuestros hijos e hijas, no tienen para nosotras nombre propio. Y quizás, lo que es peor: estamos entrando en esa normalidad para aceptar que la desgracia, aunque esté cerca, no nos corresponde porque ya bastantes problemas tenemos aquí.

 

Este es un argumento que algunos usan también como arma arrojadiza. Manda tela que venga la gente enchaquetada a enfrentar a pobres contra pobres en una competición tan desigual como interesada.

 

Estas islas son sin duda alguna, la puerta a Europa.  Nadie mete a sus hijos e hijas en una patera miserable si tuviese la vida resuelta en su país; la gente busca el paraíso prometido que les hemos vendido, realizado en gran parte gracias a sus recursos naturales. Una parte de nuestro bienestar les pertenece y muy probablemente también necesitemos la migración para salvar  nuestro futuro. Este continente que envejece a pasos agigantados solamente podrá sobrevivir gracias a quienes vienen de fuera. Solamente hace falta mirar quienes trabajan en el servicio doméstico, de manera legal o ilegal, cuáles son las cuadrillas que recogen las frutas en los invernaderos y así podemos estar toda la tarde.

Aunque vivamos en una situación de crisis no debemos olvidar qué sociedad hemos construido en estos años y con quienes.

 

Mientras tanto, ojalá se consiga acabar con las mafias de trata de personas, acabe el expolio de las materias primas para que se puedan resolver los problemas en origen. Y los gobiernos sean más activos. A la ciudadanía nos queda mantener viva la sensibilidad para empatizar con quienes viven situaciones mucho más jodidas que las nuestras, reivindicar soluciones justas y mandar a sus casas a quienes vienen a sembrar odio en el rio revuelto de la miseria.

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