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Protesta o propuesta en la desescalada.

Hay palabras que hace dos meses no aparecían en nuestro vocabulario cotidiano. Sin embargo, ahora parece que no podemos vivir sin ellas. La estrella en estos momentos tiene un nombre: desescalada.

Este sustantivo, junto a la curva, el covid-19, la pandemia… aparecen en esos momentos en los buscadores como los champiñones en los bosques tras salir el sol después de las lluvias.

Mucha expectativa es la que ponemos detrás del plan que existe tras esa palabra, porque de ella depende nuestro futuro a corto, medio y largo plazo. Sería milagroso, en este país, que nos pusiésemos de acuerdo en unos mínimos. Y la verdad, aunque soy muy creyente, no creo en los milagros de una clase política marcada por la falta de aceptación del actual gobierno surgido de las urnas. Nada, aunque planteen la mismísima bajada de Jesucristo de los cielos, les va a servir, salvo que le cedan el gobierno. Así es que nos preparamos para una desescalada muy desigual en las Comunidades Autónomas. Algo, por otra parte lógica, en lo que la ciudadanía nos vamos a tener que situar entre la protesta o la propuesta.

Yo, hace muchos años, me he situado en esto último, aunque también haya tenido colocada en la frente el cartel de “protestona”.

En esta desescalada seguramente nos situaremos desde la responsabilidad personal que siempre hemos tenido. Aunque la situación no tenga comparación posible con lo vivido hasta ahora, las personas somos las que somos. Sé que hay gente que salió con sus criaturas el pasado domingo cumpliendo las normas como es debido, y quienes se han reído de ellas porque son más chulos que un ocho, aunque después protesten. Ya lo dice muy bien Morgan en su viñeta de hoy.

Por eso creo que durante la desescalada, sé que hay mucha gente que vamos a acompañar el duelo, necesario que no hemos podido realizar estos días, de las personas queridas que se han ido, porque sabemos la importancia de tomar esa “aguita guisada” de sándara para despuntar la noche que nos tomábamos, mientras recordábamos a la persona querida en cuerpo presente, y hacíamos real ese dicho que dice: no hay duelo sin risa, ni boda sin llanto.

Y tendremos que acompañar el miedo que nos ha producido esta pandemia, dejándonos en una enorme vulnerabilidad, atacando los más sagrado: la salud. Pero lo acompañaremos desde la empatía, el empoderamiento personal, la capacidad para afrontar las dificultades, la fortaleza, la esperanza, recordando las miles de canciones que nos alegraron el alma y nos hicieron más llevadero el confinamiento.

Y tendremos también que elegir qué modelo de sociedad queremos. Por un lado, si el sueño americano de un sistema neoliberal que nos ha engañado miserablemente, produciendo enormes fortunas para unos pocos, que además invita a los pobres a curarse bebiendo lejía mientras los otros tienen baños con sus nombres esculpidos en oro o, por otro lado, apostamos por modelos más cercanos, más sostenibles.

Es el momento de pensar si queremos: tener nuestras tierras bien cultivadas, limpias, produciendo y comiendo lo que se produce en la temporada, o las seguimos dejando en barbecho mientras aumenta nuestra dependencia del exterior; si recibimos a la gente que venga a conocernos, a querernos como somos, a degustar lo que producimos, pagando un precio justo y tendremos que ver hacia dónde dirigimos el talento de nuestros chicos y chicas si a la innovación tecnológica o a los servicios que siendo esenciales se pueden complementar.

Y todo ello tendremos que hacerlo al “golpito”, como decía mi abuelo, sin prisas pero sin pausas. Habrá que hacer un enorme equilibrio para no dejar a nadie en la estacada. No solamente quienes tenían un contrato de trabajo están en un ERTE, o incluso en un ERE, sino también quienes han sostenido nuestro sistema de cuidados y el trabajo productivo en la economía sumergida y que ahora también está paralizado, pero también reflexionando y poniendo en marcha otros proyectos de futuro.

Esto lo tendremos que hacer además defendiendo la alegría como una trinchera, que decía Benedetti, porque solamente con serenidad, alegría y compromiso seremos capaces de hacer frente a la cantidad de buitres negros que van a aparecer para desarrollar el miedo, la hecatombe, el desconcierto. Estos son los principios de los que se nutren los sistemas totalitarios, y desgraciadamente los tenemos muy cerca.

Mi propuesta sigue siendo la misma de la crisis de los años ochenta, de la estafa del 2008, lo primero, las personas. Las Empresas de Inserción, como expresiones de la Economía Social y Solidaria surgieron de esos años ochenta, pero en la crisis de la estafa del 2008, no solamente fue capaz de mantenerse sino de crecer. Y no, no existen los milagros en economía, existe algo que se llama compromiso: compromiso por generar empleo en los territorios, compromiso por mantenerlo a las duras y a las maduras, compromiso por tener condiciones salariales dignas para todo el mundo o rebajas consensuadas para mantener los empleos, compromiso por no hacer reparto de beneficios, compromiso por la igualdad de oportunidades, compromiso por diversificarnos, compromiso por operar con bancas comprometidas y éticas. Esa creo que es la palabra que define nuestra apuesta, y creo también que será fundamental en esta desescalada.

Y este compromiso no se puede hacer si no cambiamos también el lenguaje: necesitamos el distanciamiento físico, pero no el social. Porque si alguna palabra tiene sentido en este momento es esa: SOCIAL. Somos seres sociales, necesitamos a la sociedad en su conjunto, y solamente saldremos si lo hacemos de la mano.