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Adiós al mejor bailarín de la Zona Norte

 

 

Para saludarme siempre decías: Hola pequeña, porque te encantaba que acto seguido te respondiera con un:¿Qué pasa, grande? Como corresponde a un Yánez de pura cepa nacido, criado y ahora también fallecido en el Palmar.

Ayer, ese cuerpo en el que los glóbulos blancos habían tomando posiciones, descansó. Acabó la lucha titánica de estos últimos meses en el Hospital  Negrín. No hubo manera de que las células, que con tanta esperanza te daba tu hija Laura, engancharan con las tuyas y ganaras el envite. Desde luego, no quedó por tu parte, ni por quienes con tanto cariño te han acompañado durante este tiempo. No han servido ni los rezos, ni las velitas que hemos puesto por ti porque, definitivamente hay caminos que son inescrutables y el de la muerte, a pesar de ser la única certeza con la que nacemos, sigue resistiéndosenos al corazón.

Pero es ahí, en ese órgano que regula el cruce entre la vida y la muerte, dónde seguirás estando. Eso si, ya sin dolor, sin sufrimiento, sin esa mordedura en el estómago que no te dejaba disfrutar de la vida. Porque lo que es evidente, Carmelo como anoche compartíamos en tu duelo en los Granadillos, es que disfrutaste mucho de la vida. Te daba tiempo de todo: de ser un magnífico trabajador, que no cogía ni una baja en su reparto con el furgón, de «echar un ojo a tus hijas» en todas las etapas, de jugar tus campeonatos de envite, de hacer los turnos cuando te correspondía con tu padre, de participar en las obras de teatro… Y los sábados, los sábados ya podía salir el sol por Antequera, y que yo viniera de Madrid, Bruselas o Alicante, eran sagrados… ibas a bailar. Ya había días entre semana para hacer el resto de cosas. Y ahí estabas, de punta en blanco, dejando un reguero de olor a colonia, con la sonrisa socarrona dispuesto a mantener tu fama de ser el mejor bailarín de la zona norte. Todas disfrutamos de bailar contigo, pero sobre todo tu hermana Marina porque a Juanito Mentado no se le sacaba un paso de baile ni en sueños.

Y puede parecer baladí o frívolo, en estos momentos hablar del baile, pero no, no lo es. Para mí, que alejo tensiones, fantasmas y preocupaciones seguir los pasos de un baile es ser capaz de acompasar el ritmo de la vida, de mirar en la buena dirección, de no pisar a nadie, de cuidar a las demás personas, de trasladar alegría y buen rollo,  de seguir con equilibrio el devenir de la vida. Y eso tu lo hiciste muy bien. Tenías unos valores inquebrantables, no te gustaban «las boberías y machangadas», tus hijas y tu nieto y tu nieta,  eran lo primero.  Supiste encontrar el equilibrio en situaciones familiares complejas porque eres un hombre «de mucho conocimiento».

Recuerdo que una vez nos enfrentamos en dos candidaturas a la presidencia de la Junta Directiva de la Asociación de Vecinos Guayasén y estuvimos meses sin hablarnos. Un día, cuando mi Seat Panda empezaba a respirar después de subir la cuesta de la Cruz, me paraste frente a la casa de Paquito el cartero y me dijiste: ¿Tu crees que nuestra amistad puede perderse por una tontería como ésta? Pues no, Carmelo, nada merece perder una relación de estas características.  Y remedio santo. Seguimos compartiendo nuestras confidencias, peleando por las diferencias políticas, consolándonos por nuestros problemillas, celebrando nuestra cuidada amistad porque a medida que nos hacemos mayores revalidamos lo que es realmente importante.

Hoy me siento profundamente triste y escribo porque es mi manera de gestionar el duelo, de sentir que todavía estás, de renovar los recuerdos ante el temor a perder detalles importantes.  Aunque creo que esto es solamente un tránsito, echaré de menos ese hola pequeña, esas llamadas en la fiesta del Carmen, de las Nieves, esas conversaciones eternas en el coche, una vez que nos habíamos despedido. Se que Yoli, Silvia y Laura van a seguir recordándome que hay gente que nunca se va, que es eterna y que lo único que hacen es jugar la siguiente partida, la partida eterna del envite, en otro lugar. Ahora estarás con Suso, Pinito, Luis, Juanito…y sin duda alguna, echándonos un ojo porque donde estés, no vas a dejar de «controlarnos» un poquito.

Feliz travesía a la eternidad, amigo. Me consuela haber llegado a tiempo y que me dijeras que lo tenías todo controlado. No podía ser de otra manera en tu caso.  Miraré a las estrellas y allá en el firmamento, habrá una que, en un baile perpetuo, se moverá siguiendo los pasos del pasodoble Islas Canarias. Yo también lo bailaré, Carmelo, con la seguridad de que hay gente que siempre está en el corazón. Tu lo estarás en el mío. Feliz viaje a la eternidad, amigo.