No estamos locas, sabemos lo que queremos

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Esta semana mi hija Esther publicó en Facebook esta bella imagen de su estancia en Malta. Junto a ella, un texto que decía: Ma, puedes estar orgullosa de ti. Soy feliz, gracias.

Lógicamente, me alegró mucho este mensaje, porque además me consta que es brutalmente sincera.

Pero lo que me lleva a dedicar esta entrada del blog, aparte del reconocido amor que profeso a mis criaturitas, es celebrar que mis opciones personales han generado personas razonablemente felices.

Me explico: siendo de un pueblo pequeño, mujer y no precisamente de las que se han quedado en su casa haciendo punto bobo, siempre he estado sometida a la crítica. Cuando me trasladé a otro más grande, con tres criaturas pequeñas a montar un proyecto social, fueron aún mayores. España es uno de los países donde el análisis de quienes intervenimos en la vida social y /o política se convierte en asignatura obligatoria de tiendas y bares.  Y ahora de las redes sociales.

Pues bien, a pesar de tener la piel bastante curtida en dimes y diretes desde pequeña, hubo una crítica que me ha estado rondando a lo largo de mis últimos veinte años, mientras montaba con entusiasmo, sudor y críticas el
proyecto del Cerezo, en Villena.

El comentario se refería a mi profunda inconsciencia e irresponsabilidad por estar criando a mis hijos e hija en medio de …y no voy a decir la palabra con la que definían a los chicos y chicas que desde hace muchos años acuden, primero a los talleres y pretalleres laborales y después al Centro de Día.

Esta semana que de nuevo, me toca volver a recordar a la administración pública el enorme fracaso escolar que sigue presente en nuestro país, y en nuestra Comunidad, la imagen de mi hija Esther y esta otra que ha publicado mi hijo David, me llenan de tranquilidad.

David reducido.jpgDavid ha soñado siempre con volar, pero en un alarde de pragmatismo, cuando visitamos la Escuela de pilotos de Gran Canaria, le dijeron que mejor una carrera, saber idiomas y después que se hiciera piloto. Y así ha sido, es ingeniero aeronaútico, ha elegido irse a Toulouse y ayer disfrutó de un magnífico día volando hasta San Sebastián.

En los momentos más duros de la familia, que los hubo y gordos, le insistí en que luchara por sus sueños porque es la única manera de no mirar lo que hacen los demás, sino que llenara su vida de proyectos ilusionantes. Y así  stá siendo.

Y si hay alguno de mis hijos que mira lejos, con ambición, que busca dónde invertir, que planea es Gabriel. Es el que siempre ha sido capaz de entender los Excel, para mí todavía mágicos, el que comprende la bolsa, el que echa horas y horas en su trabajo. Ayer le decía que había heredado mis vicios de trabajar también los fines de semana. Es lo que hay, cuando tenemos faena, me dijo.

El  tiene preparado su verano, y una parte de el lo compartirá con la ONG Agua de Coco, en uno de los proyectos que tiene en Madagascar. Sabe de este tipo de trabajo, no en vano mientras estudiaba la carrera de Administración y Dirección de Empresas, me acompañó en la gestión del Cerezo y tragó charlas y charlas de empresas de inserción y de economía social y solidaria.

Gabriel reducido.jpg

Por eso, cuando los veo, luchando por sus sueños, responsables en sus trabajos, siendo buena gente y situándose en el mundo con cabeza, respiro. Y siento además que ese espacio compartido con otros chicos y chicas con historias totalmente diferentes, les ha fortalecido, los ha alejado de esa burbuja en la que a veces queremos criar a nuestros hijos e hijas para situarlos en el mundo real. Un mundo de grandes diferencias, de muchas críticas a las que hay que hacerles frente con propuestas y proyectos.

Por eso, en una semana que no será precisamente fácil y que de nuevo, volvemos a pedir lo que es justo, miro sus historias y digo: no estoy loca, se lo que quiero.

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