Bailando con y como lobas

Mª Jesus. Publica.jpgHe encontrado en la música, en el baile, una de mis mejores mecanismos de recuperación.
Cuando me siento particularmente triste, cabreada o me invaden unas enormes ganas de mudarme a otro país, sabiendo que en todos sitios se cuecen habas, me pongo la radio a toda pastilla y bailo, bailo hasta que mi cuerpo vuelve a conectarse con una cabeza a la que le cuesta mucho parar. Tras esos movimientos recupero parte de la paz que necesito para seguir en la brecha.

Esta semana he podido estar con dos mujeres que me enseñaron a poner música en mi vida. Una, mi madre, Maruquita, con la que aprendí a bailar el tango en la cocina de nuestra casa en el Palmar y otra, mi madre maestra Mª Jesús Tirado, recien llegada de Colombia, que me ayudó a bailar con la vida, mientras en nuestras fiestas comunitarias, sacábamos los valses de Strauss, para llevar mejor esa etapa de formación en una casa, tan fría en invierno como calurosa en verano, pero que nos formó para hacer frente a casi todo.

Ayer recordábamos lo que me dijo, recién llegada a nuestra casa prefabricada en el barrio de Canillejas, en Madrid, donde la Compañía Misionera tenía la comunidad de formación, cuando llegué con mis dieciocho años dispuesta a salvar al mundo: menos mal que llegaste aquí porque sino serías una guerrillera.

En esto he pensado muchas veces, si. En la suerte o desgracia de llegar a los lugares idóneos en los momentos adecuados y encontrarte con quién te ayuda a orientar tu vida en una dirección u otra. Estoy impactada por la historia de la chica de Elche felizmente encontrada y muy destrozada en la selva peruana, cuando buscaba seguramente también salvar al mundo, algo tan legítimo cuando somos jóvenes y necesitamos encontrar el sentido a la vida.

Es estas caras, surcadas por las arrugas; en estas manos, desfiguradas por el trabajo que han realizado, tan diferente la una de otra; en estos cuerpos, ahora ayudados por las medicinas, para seguir acogiendo corazones tan generosos, me fijo y me recreo hoy.

MI madre sigue recordando cómo caminaba  hasta los dieciséis años sin zapatos por la huerta de Osorio, rompiendo con los tobillos los erizos de las castañas para recoger el fruto, o cómo recogía  los restos de las cosechas, siempre perseguida por el guardia Pérez y su perro guardián, con quién todavía sueña, después de setenta años. Todo ello para poder comer una borzolana llena de gofio de la que no quedaba ni rastro.

Y en el caso de Mª Jesús, ejerciendo de mediquilla en las comunidades indígenas de Colombia, entregada a sanar las enfermedades del cuerpo y muchas del alma, con la que puedo seguir compartiendo la necesidad de seguir trabajando por la gente más vulnerable de aquí, que tan bien conoce, porque cuando estuvo en Canillejas bregó con las familias metidas hasta las cejas en la droga que destruía vidas, familias e ilusiones.

Ayer, cuando tras unas semanas de gestiones, resoluciones y negociaciones tensas me preguntaba si merecía la pena tanta faena, tanta lucha, tanta batalla o haber sido una guerrillera y resolver de otra manera, las he vuelto a mirar, he vuelto a ver sus historias, he vuelto a sentir lo que me quieren y…he vuelto a la música.  Porque muchas veces les he oído decir que la música amansa las fieras. Y yo estos días me he sentido una fiera enjaulada ante la administración pública.

Así que acordándome también de mi amiga Cristina  y su catana, he decidido dar más margen a la negociación, a la lucha y … ponerme a bailar.

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