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¿Hemos trivializado la información?

 

Debo reconocer, como estudiante de periodismo, que me cuesta mucho seguir con los deberes estos días de confinamiento.  Y no es por falta de tiempo o medios, no. Se trata de ganas, de motivación, de creer que esta profesión merece la pena en estos momentos.

Los medios de comunicación han formado parte de los servicios reconocidos como esenciales. Sin embargo me pregunto si el trabajo ejercido durante esta pandemia mundial, gracias al coronavirus-19, ha sido esencial para la ciudadanía en este tiempo de encierro y también en estos momentos que se desarrollan las distintas fases de la desescalada.

Estos días, mientras me debatía para hacer o no mis trabajos, me preguntaba si aparte de dar los datos que ofrece el Ministerio de Sanidad cada vez  más afinados, se ha acertado en la calidad, en el tratamiento de la información.

Y lo hacía, cuando escuchaba las declaraciones de una médica llamando escoria humana a la gente que se manifestaba alegremente envuelta en banderas española, sin respetar las medidas de seguridad. Comentaba que llevaba dos meses sin poder ver a su familia, sin poder ir a su casa, porque estaba batallando para salvar a sus pacientes de este maldito bicho.

Lo comentaba también con mi amigo Pedro el otro día, cuando manifestábamos nuestra necesidad de cuidarnos «alejándonos de los servicios informativos» porque siempre repetían las mismas imágenes. Con la prensa escrita igual, una lectura entre líneas para no tener un confinamiento en perpetuo cabreo.

Y a medida que pasan los días me pregunto si esas imágenes tan lindas del personal sanitario, despidiendo entre aplausos y globos a quienes han vencido la enfermedad, no han trivializado la información. Si esa buena voluntad de trasladar la positividad, la noticia de que podemos salir de ésta, no ha relajado, relativizado, la dureza que se ha vivido en los hospitales españoles estos meses. Además, si esa realidad de un porcentaje tan alto de personas contagiadas en este sector esencial, no ha pasado sin impacto, como una cifra más. Y todo ello sin contar las cifras espeluznantes de gente del mundo sanitario que no ha podido salir entre globos de los hospitales sino en un cortejo fúnebre en soledad.

A esta sensación se suman esos comentarios interesados de apagar los aplausos, que tanto nos han reconfortado y unido como país en estos días, como para dar por terminada la fase de los esenciales e iniciar la de las protestas.

Es normal que el cansancio se instale, que la salida a la normalidad que ya nunca será la anterior, también vaya dejando atrás lo extraordinario. Pero una cosa bien distinta es que esa situación nos devuelva a una realidad en la que los importantes sean aquellos que siempre se lo han creído, es decir los poderosos, los de los barrios bien, los patriotas enjoyados, los que viven en pisos de cuatrocientos metros cuadrados…Si nos centramos en ellos podemos dejar solos ante el peligro a los que en esta pandemia han sido y siguen siendo esenciales.

Me merece sin ninguna duda mucho más respeto el chaval que el sábado pasado me trajo la compra del supermercado, enfundado en su mascarilla y que me contaba que llevaba 62 días sin ver a su hijo, de un año y medio porque no quería ponerlo en peligro que toda esa gente bien de los barrios ricos de Madrid; me produce mucho más respeto la gente que respeta la distancia de seguridad delante de los locales de la Asociación de Vecinos de Aluche o de Vallekas, para conseguir llenar su carro con la solidaridad del vecindario, que toda esa gente tan digna que parece que no puede vivir sin entrar cada día en las tiendas de lujo.

Y todo esto lo digo porque a pesar de los diferentes niveles de desescalada, no dejo de escuchar que nos preparemos para nuevos brotes;  que las comunidades autónomas están comprando más material sanitario; que hasta los presidentes de los Gobiernos Vasco y Gallego, se dan prisa en convocar las elecciones para el 12 de julio porque todavía estaremos limpios, porque después del verano, nadie sabe.

Por eso, por como se presentan, por la manera en la que virólogos y epidemiólogos dicen que esto no está ni mucho menos controlado, es por lo que me pregunto si estamos siendo muy lights, si no somos conscientes de lo que supone la cifra de muertos que ha habido en este país. Si a pesar de la insistencia de Fernando Simón, no nos estamos tomando en serio esta situación.

También es cierto que la gente que hace ruido no siempre es la mayoría, que muchas personas son responsables y se cuidan. Pero el miedo también hace extraños compañeros de camino. Así es que por si acaso, yo sigo apostando por mantener las medidas de aislamiento físico, que no social; por llevar mascarilla;  por lavar las manos con conciencia. Y también por seguir defendiendo a esos esenciales que son los que realmente nos han ido sacando de este atolladero a riesgo de su propia vida. Y los seguiré aplaudiendo con las manos y con mi corazón agradecido.

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