Esta semana ha sido emocionalmente muy intensa. El final del mes de octubre, antesala del día de las personas difuntas, nos ha sacudido particularmente a las mujeres feministas.
Nos conmovía la noticia de la muerte de Carmen Alborch, la ministra colorista, feminista y vitalista que formó parte del gabinete de Felipe González. No seré yo quien intente añadir nada más a la cantidad de calificativos que esta semana se han dedicado a esta brillante mujer.
Ayer, estábamos preparando la marcha de otra mujer sonriente, luchadora, cámara en ristre para sacar lo mejor de nosotras. Dori Fernández pasó a otra fase. Se fue esta vasca, afincada en tierras andaluzas, feminista y creyente. Sí, si lo decía Charo Marmol ayer en su recuerdo, era creyente.
Debo reconocer que no somos muchas, más bien somos raritas las que hemos llegado al feminismo desde la militancia cristiana; desde la convicción de que el Evangelio hace una propuesta de igualdad integral para hombres y mujeres; una apuesta porque la justicia llegue a todos los confines de la tierra; una opción preferencial por la gente más vulnerable, entre las que sin duda, nos llevamos la palma las mujeres de Europa, de Africa, de América Latina, de Asía.
Pues si, somos raritas las que estamos en esta a veces tierra de nadie, porque no encontramos un lugar en la Iglesia Institucional, peleada con las mujeres, ni en las estructuras políticas que miran con reojo a la progresía creyente, aunque tenga poco que cuestionarle en su compromiso social. Dori estaba en ese grupo, era creyente, feminista y peleona.
Y seguro que como a mi, sabedoras que sacamos ratos para nuestros oraciones particulares, le llegaban peticiones de rezos varios. ¡Ay, reza por mi para esto, reza por mi para lo otro! Si,si, mis amistades no creyentes. Al ponerles en evidencia de tamaña contradicción me dicen: yo no creo, pero tu si. Así es que debe valer. De esa manera me paso muchos ratos pidiendo para que las intenciones de mis amistades no creyentes se cumplan. Eso lo comenté una vez con Dori y se moría de risa porque también le pasaba.
En lo que no creo, y en eso me considero también rarita, es en la deriva de esta fiesta, en la que los cementerios se convierten, una vez al año es espacios de concentración de flores como si no hubiese más días para el recuerdo. Debo reconocer que no me gustan los cementerios ni las flores después de haber pasado el tránsito. Mi madre y yo hemos convenido que las flores nos las vamos a regalar en vida, que vamos a disfrutarlas de la misma forma que debemos cuidarnos mientras estamos en este planeta. Después, todo lo demás, vanidad de vanidades.
Esta semana también, mientras nuestras amigas morían tras luchar contra esa peste del siglo XXI que se llama cáncer, en el Parlamento se debatía la ley de eutanasia. Según el Sr. Casado es una realidad que no existe en España. Me pregunto en qué burbuja vive. Si no ha tenido en su familia ninguna persona sufriente, sujeta a una cama mientras se deterioraba día a día, sin ninguna esperanza.
Como todas las leyes de estas características, no se pide que se despachen en los supermercados. Queremos poder elegir, cuándo el sufrimiento en lo que se ha convertido la vida, pueda terminar sin que las personas que nos acompañen, terminen con sus huesos en la cárcel.
Pero lo conseguiremos porque hay cosas en las que aunque el teatrillo político pida otra cosa, es tan evidente que solo es una cuestión de tiempo.
Como tiempo es lo que creo que debemos dedicar a decirnos lo que tengamos que decirnos antes de morir. Pensar que en cualquier momento, la parca puede venir a visitarnos, ojalá sin tener que pasar por trances tan sufrientes.
Cada vez creo menos en los homenajes póstumos, en las flores en los tanatorios y cementerios, en las loas después de muerta. Y más en lo que hagamos y vivamos en el presente. Decididamente, cada vez me voy viendo más rarita.
Bueno hermana, rarita eres, nada que añadir. Y excepcional, por no querer ser cosa alguna que no eres. Reza por mi, yo prometo hacerlo por ti.