El silencio de los minerales

Tengo en mi casa fotos y muchos recuerdos de mis viajes a la República Democrática del Congo, concretamente a la zona de los Grandes Lagos, el Sud-Kivu. Tres se encuentran en el salón, dónde pasamos la mayor parte del tiempo, para tenerlos siempre presente. Recuerdo que me decían: habla del pueblo congoleño, di que no somos gente salvaje, que esa es una manera de ocultar lo que realmente pasa aquí.

Y efectivamente, esa es la sensación que tengo. El Congo sigue sumido en un conflicto de grandes magnitudes, del que prácticamente no se habla en nuestro país. Hay que busca algún informativo francés o belga para saber algo de lo que pasa en uno de las zonas más ricas del mundo.

Según un informe publicado el pasado mes de marzo por las Naciones Unidas, más de 13 millones de congoleños y congoleñas, necesitan ayuda humanitaria, el doble que hace un año; Y más de cuatro millones y medio se encuentran desplazados en el segundo país más grande de Africa, después de Argelia.

La negativa del actual presidente Josep Kabila a convocar elecciones, como estaba previsto en el año 2016, se ha sumado a los diferentes conflictos existentes entre los grupos guerrilleros que controlan las numerosas riquezas naturales en el país.  Las zonas más alejadas de la capital Kinshasa, el Norte y el Sur Kivu son las más afectadas.

Ese es paradojicamente su problema más grave, las numerosas riquezas producidas en una de las zonas más bellas que conozco: agua, bosques, oro, diamantes y sobre todo, el coltán conocido como el oro gris, o el mineral de sangre por las numerosas muertes que su extracción produce. El coltán se utiliza para la fabricación de ordenadores, teléfonos móviles, consolas y todo lo relacionado con las nuevas tecnologías y la carrera aeroespacial.

Y mientras el ejercito, los grupos guerrilleros y paramilitares siembran el pánico, controlan las minas, negocian condiciones con las multinacionales, el pueblo vive la más profunda de las miserias, sufre el hambre, los desplazamientos en busca de mejores condiciones, las violaciones.

Y sí, parece que no hay conflicto bélico o guerrillero del que se escape la violencia sexual contra las mujeres y las niñas. Si ya las mujeres fueron utilizadas en masa, como arma de guerra en anteriores contiendas, en esta no iba a ser menos. Según Médicos sin Fronteras, una de las pocas ONGs que intenta acercarse a estos territorios, los combatientes de un grupo armado violaron a 60 mujeres al apoderarse del mercado en una aldea. Y esto se sucede en carreteras, pueblos, allí donde el conflicto se produce.

Todo ello se está desarrollando en el más absoluto de los silencios por parte de los medios de comunicación, algunos de los cuales  han sufrido la expulsión de sus corresponsales.

También  Kabila se ha visto confrontado con el Presidente de la Conferencia Episcopal Congoleña. La iglesia está denunciando el conflicto y el sufrimiento del pueblo enfrentándose al gobierno y los grupos guerrilleros.

Solamente nos queda nuestras amistades, me decía Matilde, mi amiga de Bukavu. Habla de nosotras, di que el pueblo está sufriendo, que las Naciones Unidas tienen que mediar para que se acabe este conflicto. Que Kabila convoque elecciones y podamos tener un gobierno legítimo que ponga orden en nuestras riquezas, que éstas sirvan para que nuestro pueblo viva en paz, tenga sus derechos, nuestros niños y niñas vayan a la escuela, las mujeres estén seguras y vivamos en paz.

Pues eso, me hago portavoz de la buena gente del Congo para romper este silencio cómplice que eso si, nos permite estar a la útlima con las tecnlogías, gracias a la sangre derramada por los niños y niñas que rastrean la tierra en busca del coltán, quedando muchas veces sepultados para siempre.

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Esta es una de las fotos que miro cada día en el salón, la tomé en una de las zonas rurales de Bukavu.

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