monte sain muchel

Recesión sexual

 

Los factores ambientales pueden modificar, y de hecho lo hacen, toda la estructura genética humana, además de nuestros comportamientos, actitudes, creencias y pensamientos. El contexto social, cultural, económico y político tiene una influencia más que demostrada en la expresión de nuestros genes como lo explica el médico canadiense Daniel Maté en su libro recién publicado «El mito de la normalidad«. Así pues, el entorno modifica nuestros genes y el estudio de cómo funciona esto se llama epigenética. Según este modelo, se habla de epigenoma, proteínas que actúan sobre el genoma, y epigénesis para referirse a las interacciones ambientales que contribuyen al desarrollo de animales y plantas. Porque, como afirma el doctor en Biología David Bueno i Torrens, “los genes influyen en nuestro comportamiento, pero no lo determinan. El resto de las influencias provienen del ambiente”.

Pues bien, con respecto a la influencia del entorno en la sexualidad humana, son cada vez más numerosas las investigaciones que afirman una caída en la actividad sexual en los países occidentales, al parecer altamente correlacionada dicha “deflación” sexual, con el tipo de vida que llevamos y con ciertos fenómenos como  la (adicción a la) pornografía y las redes sociales, entre otras. Transversalmente a todos estos factores que inciden directa o indirectamente en las disfunciones sexuales, se encuentra el consumismo como razón o lógica, que extingue las relaciones entre seres humanos para convertirlas en relaciones con objetos aparentemente humanos. La conversión del ser humano en objeto sexual sin alteridad y sin rostro dificulta los encuentros. Es lo que el filósofo coreano Byung-Chul Han ha desarrollado en su obra “La agonía del Eros”. Para este autor, al igual que para Alain Badieu, otro filosofo, dramaturgo y novelista francés, el narcisismo contemporáneo, así como la pornografía, han erosionado el amor y las relaciones afectivas. La socióloga franco-israelita Eva Illouz en su libro “El fin del amor” habla de las condiciones sociales y culturales subyacentes al retraimiento amoroso. Pero la situación va más allá: actualmente hay una clara disminución de la actividad sexual constatada en Occidente y en países con estilo de vida occidental. Algunos estudios sitúan esta disminución particularmente en la población juvenil. Al parecer, nuestra sociedad del cansancio con su imperativo productivista que obliga a un rendimiento ilimitado, está generando una saturación que se refleja llamativamente en la sexualidad. Hay un claro descenso de interacciones sexuales. Veamos algunos factores.

Se sabe ya, que la pornografía proyecta una sexualidad irreal generando síntomas como la anorexia sexual (bajo interés sexual, disminución de deseo) y disfunciones sexuales como la eyaculación precoz o la “disfunción sexual inducida” que impide mantener relaciones íntimas con “normalidad”: “Incluso el sexo real adquiere hoy una modalidad porno” (Byung-Chul Hang, 2019). El porno va reemplazando el sexo real:  “aniquila la sexualidad misma” “La sexualidad (…) se desvanece (…) en (…) el porno” (Ibid). Así pues, concluye este autor diciendo que la sexualidad está amenazada por la pornografía.

La adicción al porno, como cualquier otra adicción, demanda cantidades cada vez mayores de sensaciones para generar el efecto inicial, con lo que las relaciones sexuales habituales se vuelven aburridas y anodinas. Una de las peores secuelas del consumo diario de porno es la habituación a escenas sexuales violentas, lo que a su vez correlaciona con el aumento de comportamientos sexuales agresivos y la normalización de esta violencia. En general las investigaciones en este terreno de las adicciones comportamentales coinciden en señalar que el cambio no solo es comportamental sino cerebral; la adicción al porno provoca cambios similares al cerebro de cualquier persona adicta a sustancias; cambios en los circuitos neurológicos (Todd Love, Christian Laier, Matthias Brand, Linda Hatch y Raju Hajela) que afectan a su funcionamiento saludable.

La pornografía como fenómeno social significa una normalización de la pornografía o una “pornificación de la cultura” como lo bautiza la socióloga española Rosa Cobo. Una industria que parece ser el “marketing de la prostitución”. La pornografía en general enseña fundamentalmente un sexo agresivo, violento, hiperesexualizado, dominante, cosificador, mercantilista… en definitiva, un sexo narcisista.

Otro factor a tener en cuenta en la recesión sexual actual es la proliferación del narcisismo. Aclararemos conceptos e ideas. Si bien, puede entenderse vulgarmente el narcisismo como una serie de rasgos relativos al amor propio, su exacerbación da lugar a formas patológicas conocidas bajo la rúbrica, trastorno o desorden narcisista de la personalidad. En el psicoanálisis que es donde se enraíza el concepto, tiene un doble significado, por un lado, significa una forma de estructuración de la personalidad y, por otra, una etapa del desarrollo humano (narcisismo primario y secundario). La extensión del narcisismo, desde un punto de vista evolutivo, se entiende en como una fijación en etapas tempranas del desarrollo humano, en donde el infante dirige todas sus energías a la satisfacción de sus necesidades y no distingue ni diferencia entre sí mismo y las demás personas. Es un período en donde se toma a sí mismo como objeto de amor.

La narcisización de la sociedad sería, en términos de estructuración de la personalidad, la expansión de rasgos narcisistas hasta niveles patológicos a las esferas sociales, culturales, políticas y económicas, convirtiéndose el narcisismo, en lo que el historiador y sociólogo estadounidenses Christopher Lasch dijo: “metáfora de la condición humana”. En este mismo sentido el médico y psicoterapeuta estadounidense Alexander Lowen en su libro «El narcisismo. La enfermedad de nuestro tiempo» la designó como una enfermedad tanto psicológica como cultural. Rasgo, trastorno, metáfora, enfermedad… el calificativo de narcisismo o narcisista connota y denota un desarrollo involutivo, describiendo, de manera aglutinante, un individualismo asocial, hedonista, vacuo, mercantilista, utilitarista, cosificado, consumista y adicto. Y en este sentido, la sexualidad narcisista sería fundamentalmente onanista con un sentido grandioso del yo y de su valía sexual. Una sexualidad enfocada al placer propio que consiste en servirse de la otra persona para la propia satisfacción y placer. La única persona importante en la relación es sí misma. La condición de alteridad de la otra persona desaparece en este tipo de relaciones que hoy pueden concebirse más como transacciones. En una cultura narcisista, a nivel sexual, el que cada persona reclame su “dosis” de placer, al parecer, puede hacer disminuir el deseo porque en ese caso, ya se introduce una cierta “reciprocidad”: una especie de “quid pro quo”, que por lo visto ya no estimula tanto… demasiado esfuerzo para el hedonismo narcisista de ahora. En otras palabras, la sexualidad ya no parece tanto ser monopolio de una persona o de un género, sino de todas las personas. Y esta nueva realidad puede ser motivo más que suficiente para perder el interés y el deseo. Y es que efectivamente en el modelo relacional narcisista, las otras personas están para la propia satisfacción y en el propio beneficio; las demás, no pueden tener ni reivindicar una satisfacción propia y autónoma.

Otro factor a tener en cuenta es la mercantilización de las relaciones, en particular las sexuales. El capitalismo es un sistema nefasto en cuanto a las relaciones se refiere. El estilo de vida que tenemos lejos de proporcionarnos bienestar, nos proporciona una panoplia de trastornos mentales cuyos mayores representantes son la ansiedad y la depresión. Amén del aumento de las enfermedades autoinmunes. Todo ello tiene una influencia negativa en la expresión de la sexualidad humana. La filósofa española Ana de Miguel habla de “neoliberalismo sexual” para describir cómo la ideología neoliberal ha convertido la vida humana en mercancía, en particular los cuerpos, enteros o trozeados. En este contexto neoliberal, la libertad sexual “se ha practicado en el modo de la autonomía, el desapego y la acumulación” (Illouz, 2020).

Los imperativos modernos han convertido a la sexualidad en una actividad recreativa y por lo tanto, orientada al entretenimiento, ocupando un lugar protagonista en la cultura visual y comercial.  Tal actividad, se ha convertido en “un atributo visible de la yoidad” (Illouz, 2020). La sexualidad se liberó del yugo religioso y ha pasado al yugo de la cultura de consumo. Todo se ha mercantilizado: el yo, la vida, los sentimientos, las relaciones… y el sexo. “La liberación pasó a ser un nicho de consumo y un estilo de consumo” (Illouz, 2020). El vacío que la sociedad iba generando en los años 80 y 90 por la pérdida de referentes de autoridad y las comunidades tradicionales (familia, vecindario, asociaciones…) ha ido llenándose con formas de consumo simulacro… y en todo ello, la sexualidad se ha convertido en un objeto de consumo muy especial. Al irse separando de su contexto relacional y de apego, la sexualidad, consecuentemente, se libera y emancipa de las (otras) personas; se vacía de significado que conectaba la condición humana de trascendencia y se queda reducida a su aspecto material orientada a un placer hedonista y autoreferencial (masturbatorio). Las otras personas nos sirven de juguetes para expresar nuestra identidad sexual. El cuerpo sexual pasa a buscar su sentido en la autoafirmación dentro del mercado de consumo. Y como el capitalismo manda: el sexo también se vuelve una cuestión de cantidad. Se trata de acumular encuentros, lo que da estatus y otorga competencias en materia sexual. La sexualidad queda oficialmente separada de las emociones, de las relaciones y de todo aquello que tenga que ver con la reciprocidad y cualquier forma de atadura. Se trata de un sexo sin compromiso, sin apegos, sin ataduras y, en consecuencia, sin esfuerzo. En este contexto se habla de competencia sexual, de sexualidad guionada o fantaseada, de clichés pornográficos, de cuerpos sexualizados, de relaciones sexualizadas. Algo que siempre ha sido característico de la masculinidad hegemónica, la cual “se define por la capacidad de acumular encuentros sexuales casuales, así como de desechar a las mujeres” (Illouz, 20209). Esta forma de sexualidad “entraña desapego y confiere poder, y como tal, constituye un tropo de la masculinidad” (Ibid). El resultado final es la falta de deseo y una clara disminución de la práctica de la sexualidad, con una profunda sensación de vacuidad. En su paroxismo, se trata de un sexo sin sexo.

Por último, mencionar el estrés como factor importante en la disminución del deseo. Prácticamente la investigación es bastante unánime al respecto. Nadie pone en duda que el estilo de vida actual genera muchísimo estrés. Pero ¿Qué es el estrés exactamente? Se trata de un mecanismo que se activa ante situaciones que desbordan. Genera muchos síntomas físicos, psicológicos y emocionales. Produce grandes cambios en el sistema hormonal que a su vez modifican los genes, generando todo tipo de cambios a nivel comportamental, cognitivo, biológico… Que tenga que ver directamente con la sexualidad, el sistema hormonal bajo estrés genera niveles altos de cortisol y prolactina que disminuyen el nivel de testosterona que es justamente la hormona del deseo. El estrés mata la libido de manera lenta y progresiva.

Gran parte del estrés está generado por el grado de incertidumbre y de temor en el que nos mantienen. El estrés económico y financiero generado por la crisis económica, escenario ya continuo y enquistado, así como la situación de precariedad laboral y la incertidumbre correlacionan con la proliferación de disfunciones sexuales.

Como resultado de todo este conglomerado, resulta cada vez más frecuente, particularmente en la población joven, el establecimiento de relaciones sin sexo. Algunas de ellas han acudido a consulta terapéutica para preguntar si eso es normal o no. Dada la dificultad de concretar y objetivar estos conceptos, suelo responder que, si las dos personas están totalmente de acuerdo y no les genera ningún problema, es perfectamente viable esta nueva modalidad. De hecho, es un formato que está en auge.

 

 

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