El sufrimiento como motor de cambio

Pietà, Escultura, Triste, Oscuro, La Muerte

 

Si bien muchos mensajes sobre el sufrimiento apuntan a su inutilidad (Álava Reyes), debemos entender que este representa uno de los principales motores del cambio, quizás el más genuino criterio que justifica hablar de psicopatología que en su sentido etimológico significa “el sufrimiento del alma”.

Lejos de todas las modalidades de evasión, huida y anestesia que los humanos empleamos para no afrontarlo, más tarde o más temprano, no nos quedará otra que AHONDAR en él.

En este sentido, la actitud ante el sufrimiento implicará un deseo de SUPERACIÓN del mismo y finalmente una ACEPTACIÓN ante la posibilidad (impuesta a veces) de CAMBIO.

Para ello la persona sufriente deberá iniciar un auténtico PROCESO DE DUELO (dolor). En psicología, este se define como un proceso psicológico tras una pérdida, ausencia, muerte o abandono. Pero lo cierto es que el DUELO es un ENFRENTAMIENTO DIÁLECTICO importante. Dialéctica: conjunto de razonamientos y argumentaciones para ORDENAR. Y para ello, la persona sufriente debe partir de su propio DESORDEN.

Este segundo proceso, muchas veces en paralelo al del duelo, es fundamentalmente en UN PROCESO (AUTO)CRÍTICO sobre la propia VERDAD que creemos tener. Se trata de un profundo cuestionamiento de creencias, pensamientos, lógica, valores, metas u objetivos, apegos, motivación, etc. Supone entender las cosas del mundo humano, no tanto del relativismo como desde el enfoque de la perspectiva. Toda percepción, toda (cosmo)visión tiene una perspectiva que nos (des)enfoca en una u otra dirección; nos hace ver las cosas desde un solo ángulo o perspectiva o nos hace a veces ver cosas donde no hay, interpretar, generalizar, inducir, entre otros sesgos cognitivos. En tanto que humanos, nunca tendremos una percepción total del evento, sea cual sea éste. Esta quizás sea la mayor lección que debamos no solo entender sino aceptar: NO TENER (LA) RAZÓN.

Requiere, además de humildad y vulnerabilidad, la consciencia, es decir, que la persona sufriente sea consciente del estado en el que se halla, que entienda y rastree en el origen de su malestar, cómo este se ha mantenido durante tanto tiempo y finalmente y quizás algo muy duro: que acepte la NECESIDAD DE CAMBIAR no solo EN SU MODO DE PENSAR, SINO DE SENTIR Y ACTUAR.

Dicho proceso viene acompañado de lo que en psicología se llaman RESISTENCIAS AL CAMBIO, que en función de la habilidad terapéutica podrán ser más o menos zigzagueadas… o no.

Algunas de estas resistencias son:

– la negación que se concreta en muchas ocasiones actuando como si nada pasara, tratando de normalizar algo que ya se está manifestando en forma de malestar difuso

– la desvalorización que es quitar el verdadero, genuino y auténtico valor muchas veces inventando rumores; es dar un valor inferior. Se considera una forma de violencia psicológica muy potente.

– la minimización, que en muchos casos consiste en decir que se están exagerando los riesgos o peligros para autoconvercerse o convencer de que no se está realmente tan mal.

– las excusas para justificar una conducta, es decir, darle un carácter justo a conductas del todo injustas o inapropiadas o contraproducentes.

– la culpabilización que es una proyección del propio error proyectándolo hacia las demás personas.

– la hostilidad, que se manifiesta directamente en la violencia verbal de insultar, gritar, amenazar. La hostilidad muchas veces se camufla bajo la construcción simbólica del enemigo.

– la desatención que se concreta directamente en la acción de ignorar.

– la evasión o desvío, la cual en muchos casos cobra forma de cambiar la conversación para desviar la atención o crear “cortinas de humo” con el objetivo y la finalidad consciente de manipular la atención hacia otro lado.

Toda resistencia merma la motivación para el cambio reduciéndola a prácticamente nada, lo que derivará la atención total y plena hacia la evasión del sufrimiento, pudiéndose convertir en un estilo de vida compulsivo, adictivo, victimista, abusivo.

La consecuencia es que hay poca o ninguna colaboración por parte de la persona sufriente, por lo que esta actitud se reflejará en la pasividad.

Y esta manera de funcionar no solo se da en la psicología clínica, sino en la psicología social y política.

Solo buceando en las profundidades del abismo, lograremos salir a la superficie. Tocar fondo nos impulsa hacia una dirección: hacia arriba.

 

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