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Acerca del significado de resiliencia: la importancia de la capacidad vincular afectiva en los orígenes del concepto

“Soy como el junco que se dobla pero siempre sigue en pie” (Dúo dinámico)Agua, Río, Los Troncos De Los Árboles, Paisaje

El término resiliencia se utiliza en psicología desde mediados del siglo XX con un significado preciso y en un contexto muy concreto. Hablaríamos de una facultad encontrada en ciertos infantes que favorecería la superación de diferentes traumatismos como duelo precoz, abandono, maltrato, violencia sexual, guerras… en el contexto europeo de postguerra.

A partir del siglo XXI se va perdiendo su significado original, y el término empieza a utilizarse como sinónimo de adaptación, superación, integración, positivismo… Todo ello ha llevado a un cúmulo de confusiones debido a esta falta de rigor en el uso del término -llamar a las cosas por su nombre en el ámbito de la ciencia tiene entre otras funciones la de diferenciar los fenómenos estudiados así como distinguirlos-.

En realidad empezó a estudiarse este fenómeno por su carácter excepcional al observar que no todas las personas que habían sufrido traumatismos, lograban ser resilientes, o sea, superarlos saliendo fortalecid@s. De la observación en la evolución de las personas traumatizadas, se concluyó que la resiliencia se desarrollaba en etapas tempranas, y que en la materialización de esa capacidad, intervenían tanto factores personales como contextuales.

Comenzaré por señalar algunos hitos importantes en este devenir del concepto en su contexto, terminando por dar algunas pinceladas sobre lo que deberíamos aprender para desarrollar dicha capacidad.

El término resiliencia proviene de la física y designa la aptitud de un cuerpo para resistir un choque. Por lo tanto, es un término que en su origen hace referencia a la resistencia de los materiales que se doblan sin romperse, recuperando su forma original.

En el siglo XX el término resiliencia tal y como se utiliza en psicología fue utilizado por el novelista André Maurois en la novela “Lélia ou la vie de George Sand” (1952) para resaltar la reacción de la protagonista ante la muerte de su nieto: una actitud de soprendente elasticidad que le permite afrontar el duelo de manera extraña para sus amistades. Una actitud que no solo se refleja durante el duelo, sino a lo largo de toda su vida; una actitud nada común basada en el optimismo, el humor, la alegría, la espiritualidad, la fe, la sublimación, una red social de apoyo y sobre todo, una actitud particular ante el sufrimiento y el dolor.

Fue el psicoanalista inglés John Bowlby, pionero en la teoría del apego y centrándose fundamentalmente en el desarrollo infantil, el que introduce este término en su citada teoría. En ella señalaba que la capacidad para hacer frente a situaciones estresantes, es influida por un patrón de apego o vínculo que las personas desarrollan durante el primer año de vida con la figura cuidadora. Y es esta capacidad vincular afectiva donde parece encontrarse uno de los orígenes de la resiliencia.

Durante los años cincuenta, las investigaciones sobre resiliencia progresan, utilizando protocolos de investigación longitudinales y epidemiológicos, poniendo en evidencia a infantes que a pesar de vivir situaciones de adversidad crónica -trauma-, consiguen presentar un desarrollo normal.

El concepto será desarrollado en la psicología francesa psicoanalítica de los años 90 por el neurólogo y psiquiatra Boris Cyrulnik, tras la publicación del libro Un merveilleux malheur. El éxito de esta noción posiblemente se deba a su mensaje de esperanza: según este autor, la desgracia o desdicha no es un destino; no es algo irremediablemente escrito en la vida y por lo tanto, podemos salir de ello. A partir de su obra, la resiliencia será entendida más como un proceso en donde intervienen factores culturales tanto como individuales, pudiendo por tanto ser desarrollado por todas las personas en momentos dados, que como una capacidad individual.

La ampliación de este concepto abre la veda y las investigaciones se ramifican no solo en psicología sino también en disciplinas de las ciencias sociales, dando como resultado la incorporación al concepto de resiliencia de nuevos significados como la capacidad de vivir y desarrollarse a pesar del estrés sufrido o de la adversidad, evitando desembocar en un desarrollo socialmente truncado. El significado se aplica ya a comunidades, poblaciones, países…

Y actualmente, proliferan grupos de trabajo multidisciplinares que incorporan el concepto de resiliencia a nuevas realidades como el alzeheimer, la demografía, el urbanismo… En estos nuevos contextos, la resiliencia se concibe en términos de proceso para volver a un equilibrio anterior, o como la capacidad de sortear perturbaciones y persistir en el tiempo o bien, como la capacidad de una territorio para hacer frente a una amenaza externa. El significado atribuido a resiliencia que más aparece, llegando casi a considerarse un sinónimo es el de adaptación.

Sin llegar a un consenso, vemos que todas estas nuevas, variadas, dinámicas y flexibles acepciones se van alejando del significado original del término, lo que probablemente necesitaría de explicaciones más rigurosas, así como acuñar nuevos términos que expliquen mejor la emergente realidad, evitando la perversión del concepto. Este tipo de deslices constituye uno de los motivos por el cual la significación de dicho término ha sido cuestionada, al haber perdido el sentido que tiene desde su origen, situado en un contexto de la segunda postguerra. En efecto, desde los años 50, se están haciendo estudios sobre una capacidad sobresaliente y nada común en infantes que consiguen superar la situación traumática vivida sin que su desarrollo se quede fijado a un estrés postraumático.

En su momento, antes de acuñarse el término resiliencia, se utilizó el de  invulnerabilidad. Más tarde a esta capacidad de superación se denominó resiliencia.

Una de las preguntas que más concierne a las investigaciones es cómo es posible llegar a ser resiliente. ¿Cómo es posible que haya personas resilientes ante ciertos eventos traumáticos? ¿Cuál es la esencia de la noción resiliencia?

El primer paso es rechazar ser víctima pasiva de los sucesos. Las personas resilientes son seres heridos en el alma –psique- que transforman su dolor en rabia de vivir. Porque la rabia, emoción positiva además de sana, tiene un potencial transformador y creador importante. Como Dice Arancha Merino en Aprendiendo a vivir, “la rabia nos moviliza y nos permite reaccionar. Sin rabia no habría vitalidad ni movimientos”. La auténtica rabia nos permite accionar y no quedarnos impasibles, así como conectarnos a lo que necesitamos.

Componentes característicos de la resiliencia son: una actitud en donde se mezclan un vínculo especial a la vida y a las personas caracterizado por una empatía, una alegría de vivir –joie de vivre- concretada en el sentido del humor, una actitud de aceptación existencial ante la vida, pudiendo asemejarse al desapego y, tal vez, una profunda aceptación de la compleja condición humana. Todo ello parece liberar la mente de ciertos pensamientos encombrantes, despejándola y orientándola hacia procesos creativos que permiten trascender las traumáticas situaciones de la vida que tanto parecen bloquear al común de los mortales.

Del estudio de personas y poblaciones resilientes, gran variedad de autores persisten en la idea de que es posible adquirir y aprender esta cualidad, requiriendo para ello ambientes optimistas, que estimulen la curiosidad y la creatividad, siendo la base las relaciones socio-afectivas. En este sentido, la resiliencia hace referencia al éxito más allá de la vulnerabilidad de los contextos vitales. Resilientes son los seres humanos que logran salir adelante a pesar de la adversidad pero no de cualquier manera; son aquellas personas que consiguen sacar adelante su proyecto de vida enraizado en una red social de apoyo que lo convertirán en un ciudadano conectado tanto consigo mismo como con su comunidad; es un ciudadano responsable, en el sentido de responder a las necesidades de realización con una mirada global y no atomizada de lo humano, capaz de proyectarse más allá de lo desestabilizante.

En ese caso, lo que parecía en el siglo pasado una capacidad reservada a unas cuantas personas, en este siglo, se está convirtiendo en una parte del desarrollo humano, en tanto que realidad compleja, dinámica y dialéctica, que permitiría darle una continuidad a través de los cambios, ya se trate de rupturas o transiciones, además de dotar de un sentido a la adversidad. En definitiva, la resiliencia permitiría hoy transformar viejos dualismos en una unidad con todas las dimensiones humanas integradas, superando así tanto el reduccionismo como el determinismo condicionante.

De los variados estudios sobre la resiliencia, algunos autores han señalado cualidades y atributos esenciales, entre los cuales se destacan:

  1. Autoconocimiento y autoestima

Saber quiénes somos, nuestras fuerzas, cualidades y virtudes, así como nuestras debilidades y limitaciones nos proporciona una idea realista, además de fortalecer nuestra autoestima y autoconfianza.

  1. Empatía

Esa capacidad para entender y comprender a los demás a través del ejercicio de ponernos en su lugar resulta ser un hábito resiliente en cuanto a que nos permite reflexionar antes de actuar.

  1. Autonomia

La facultad que tienen las personas de obrar según su criterio, independientemente de la opinión de otras, ayuda a desarrollar poder y nos fortalece para movernos hacia la acción.

  1. Afrontamiento positivo ante la adversidad

No instalarse en la queja, nos permite superar la situación dolorosa extrayendo un aprendizaje que nos haga crecer y madurar.

  1. Conciencia del presente y optimismo

Vivir en el tiempo presente sin la culpa del pasado o sin la incertidumbre del futuro permite disfrutar de las situaciones que se desarrollan en la vida.

  1. Flexibilidad y perseverancia

La rigidez indica estar atrapado en patrones inamovibles ya sean de pensamiento o de acción. La flexibilidad ayuda al cambio, transformando patrones según las circunstancias.

Mantenerse firmes y constantes para realizarnos, a pesar de lo que ocurra, es difícil sin la fuerza que da la voluntad.

  1. Sociabilidad

Cultivar las relaciones sociales significa fundamentalmente cuidar, tratar con mimo, con cariño y no como si el ser humano fuera algo cosificable, intercambiable, mercancía.

  1. Tolerancia a la frustración y a la incertidumbre

Reaccionar adaptándose cuando las cosas no salen como se quiere o planifican, aceptar la incertidumbre y el hecho de que no controlamos prácticamente nada, resulta ser una premisa importante de cara a superar situaciones de estrés. Para ello, conviene acostumbrarse a soltar, a desapegarse de aquello que resulta ser un lastre en nuestra evolución

A modo de conclusión, resiliencia no significa ni es sinónimo de adaptación al medio. Tampoco se trata de un término con múltiples significados y tampoco de un término comodín y multiusos. Al contrario, en su origen tuvo un significado muy concreto y fue la capacidad que demostraron algunas personas para superar traumas sufridos en la niñez. Una capacidad, más innata que adquirida, más parecida a un don que a la adaptación. Una capacidad que sorprendió justamente por su originalidad y creatividad, permitiendo una calidad de vida posterior al trauma, en lugar de lograr la mera supervivencia. Confío haber aportado algo de luz a la cuestión de qué hablamos cuando hablamos de resiliencia. En caso de que aceptemos que es algo que podemos desarrollar, en un contexto cambiante y lleno de adversidades como lo que estamos viviendo actualmente sin ir más allá, la educación emocional podría favorecer la creación de ambientes propicios para cultivar dicha cualidad.

 

 

 

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Dificultades de concentración y de atención, dos componentes del trastorno adaptativo

Salud Mental, Cerebro, Pensamiento

 

Debido a la anormal situación actual, la mayoría estamos viviendo fuera de nuestra zona de confort, afrontando situaciones emocionales nunca antes vividas.

A nivel laboral, una parte importante de la población sigue con sus actividades cotidianas, adaptándose tecnológicamente, con todo el caos que en ocasiones eso conlleva a nivel organizacional, generando una sobrecarga en la actividad. Y en este escenario, la población trabajadora y l@s estudiantes están experimentando dificultades de concentración, de atención y de motivación, viéndose con frecuencia desbordad@s ante las tareas habituales y tendiendo a posponerlas. Se ve y se siente dispersa, con dificultades para centrar la atención en las tareas… Un exceso de distracciones y de preocupaciones invaden las mentes. Una ansiedad flotante les acompaña a lo largo del día, experimentando incluso un estado de alerta casi permanente, debido a la amenaza real del entorno y que el organismo así percibe, generando las sustancias que lo preparan para actuar y defenderse. Y al no poder hacerlo, la ansiedad va instalándose progresivamente, llegando incluso a producir un trastorno de estrés postraumático si la situación de amenaza se prolonga en el tiempo.

Estamos haciendo frente, sin ser a veces conscientes de ello, a lo que comúnmente se conoce como trastorno adaptativo, afección íntimamente relacionada con el estrés y que es una respuesta a un malestar profundo ante una situación insostenible al  no poder encontrar una salida. De ahí que la ansiedad, la angustia, la frustración y la desesperanza no tardan en aparecer.

En circunstancias normales, este trastorno es motivo de baja laboral, pero en el momento actual, la situación se está afrontando sin bajas y sin apenas herramientas. Se trabaja sin recursos adecuados a la nueva situación: las viviendas no están equipadas para el teletrabajo, la prole comparte espacio con las personas trabajadoras interrumpiendo y reclamando atención, el trabajo online recurre a aprendizajes rápidos de programas nuevos o plataformas  desconocidas… Todo ello impregnado a su vez de una proliferación de pensamientos negativos; de un miedo pululando y campando a sus anchas; de una incertidumbre y una visión de futuro más bien negra y de la angustia siempre tan presente ante situaciones existenciales fuertes como la muerte, la enfermedad y el paro, que además de desmotivar, dificultan e impiden centrarnos y concentrarnos.

En este contexto, no es extraño que surjan una serie de respuestas desadaptativas. Señalaremos algunas de ellas:

  1. Ànimo depresivo: Las personas se dejan ir porque se sienten tristes, desesperanzadas, y progresivamente dejan de hacer rutinas…
  2. Ansiedad y angustia: aparecen las preocupaciones, el nerviosismo, la inquietud y el miedo ante el futuro…
  3. Trastornos del comportamiento: maneras de sacar al exterior la tensión interna acumulada, violando incluso normas y reglas.
  4. Alteraciones emocionales: cambios bruscos de humor, problemas de atención y concentración…
  5. Somatizaciones diversas: cefaleas, diarreas, dolores de espalda…
  6. Alteraciones cognitivas: déficit de atención, dificultad para la concentración, baja motivación…
  7. Trastornos diversos: insomnio, pérdida de apetito, aumento de conductas compulsivas y adictivas…

La consecuencia de este tipo de vivencias normales y sanas aunque desadaptativas, es un profundo malestar que gestionamos unas veces ocultándolo, otras sientiéndonos culpables, otras pensando que es algo que solo nos pasa a nosotr@s, cuando en realidad esta distopía afecta a la calidad de vida, en el sentido de que hay un deterioro significativo en terrenos importantes como los ámbitos laboral o estudiantil, los conflictos interpersonales y/o la salud física.

¿Qué podemos hacer con todo esto?

Acoger las emociones y los sentimientos como normales dada la situación, dándoles un espacio y un tiempo para digerirlos. Trasladar  al papel el cúmulo de emociones y sentimientos que nos habitan en diferentes momentos, consiguiendo de este modo nombrar y proyectar en el exterior todo aquello que nos  remueve dentro hasta hacerse casi insoportable, es de gran ayuda. Otra herramienta muy eficaz es practicar la autoempatía y autocompasión. Se trata de tratarse a un@ mism@ con cuidado y mimo, con el mismo cuidado, interés y ternura con el que tantas veces tratamos a las personas que amamos.

Todo ello nos permitirá conseguir una cierta calma, bajando así la intensidad de los sentimientos aflictivos, lo que nos permitirá acceder a los beneficios de actividades contemplativas como la meditación, la focalización (focusing), la visualización creativa, el yoga, la relajación… No está de más tener presente que toda ampliación del conocimiento a través de lectura de textos, libros, audios… que podamos adquirir sobre este trastorno, facilita su manejo.

Bajar el ritmo de trabajo, introduciendo pausas que permitan habilitar espacios para incorporar la instrospección, ayuda en estos casos. Se trata de superar el mecanismo de defensa de la negación para llegar a la aceptación de la situación, evitando falsas expectativas, siendo realistas y pacientes, puesto que volver a la normalidad llevará tiempo.

Podríamos añadir más elementos que ayudarían a facilitar el paso por esta etapa tan difícil como el establecimiento de rutinas sin llegar a la obsesión, la practica de ejercicio físico diario siempre en un espíritu placentero, evitar la sobreinformación, mantener contacto social -watsaps, conversaciones telefónicas, facetime, skype,zoom-, lecturas. Sin olvidar por supuesto la ayuda de l@s profesionales de la salud.

Y sobre todo no olvidar que la respuesta desadaptativa es una reacción sana ante una situación anormal.

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El sufrimiento como motor de cambio

Pietà, Escultura, Triste, Oscuro, La Muerte

 

Si bien muchos mensajes sobre el sufrimiento apuntan a su inutilidad (Álava Reyes), debemos entender que este representa uno de los principales motores del cambio, quizás el más genuino criterio que justifica hablar de psicopatología que en su sentido etimológico significa “el sufrimiento del alma”.

Lejos de todas las modalidades de evasión, huida y anestesia que los humanos empleamos para no afrontarlo, más tarde o más temprano, no nos quedará otra que AHONDAR en él.

En este sentido, la actitud ante el sufrimiento implicará un deseo de SUPERACIÓN del mismo y finalmente una ACEPTACIÓN ante la posibilidad (impuesta a veces) de CAMBIO.

Para ello la persona sufriente deberá iniciar un auténtico PROCESO DE DUELO (dolor). En psicología, este se define como un proceso psicológico tras una pérdida, ausencia, muerte o abandono. Pero lo cierto es que el DUELO es un ENFRENTAMIENTO DIÁLECTICO importante. Dialéctica: conjunto de razonamientos y argumentaciones para ORDENAR. Y para ello, la persona sufriente debe partir de su propio DESORDEN.

Este segundo proceso, muchas veces en paralelo al del duelo, es fundamentalmente en UN PROCESO (AUTO)CRÍTICO sobre la propia VERDAD que creemos tener. Se trata de un profundo cuestionamiento de creencias, pensamientos, lógica, valores, metas u objetivos, apegos, motivación, etc. Supone entender las cosas del mundo humano, no tanto del relativismo como desde el enfoque de la perspectiva. Toda percepción, toda (cosmo)visión tiene una perspectiva que nos (des)enfoca en una u otra dirección; nos hace ver las cosas desde un solo ángulo o perspectiva o nos hace a veces ver cosas donde no hay, interpretar, generalizar, inducir, entre otros sesgos cognitivos. En tanto que humanos, nunca tendremos una percepción total del evento, sea cual sea éste. Esta quizás sea la mayor lección que debamos no solo entender sino aceptar: NO TENER (LA) RAZÓN.

Requiere, además de humildad y vulnerabilidad, la consciencia, es decir, que la persona sufriente sea consciente del estado en el que se halla, que entienda y rastree en el origen de su malestar, cómo este se ha mantenido durante tanto tiempo y finalmente y quizás algo muy duro: que acepte la NECESIDAD DE CAMBIAR no solo EN SU MODO DE PENSAR, SINO DE SENTIR Y ACTUAR.

Dicho proceso viene acompañado de lo que en psicología se llaman RESISTENCIAS AL CAMBIO, que en función de la habilidad terapéutica podrán ser más o menos zigzagueadas… o no.

Algunas de estas resistencias son:

– la negación que se concreta en muchas ocasiones actuando como si nada pasara, tratando de normalizar algo que ya se está manifestando en forma de malestar difuso

– la desvalorización que es quitar el verdadero, genuino y auténtico valor muchas veces inventando rumores; es dar un valor inferior. Se considera una forma de violencia psicológica muy potente.

– la minimización, que en muchos casos consiste en decir que se están exagerando los riesgos o peligros para autoconvercerse o convencer de que no se está realmente tan mal.

– las excusas para justificar una conducta, es decir, darle un carácter justo a conductas del todo injustas o inapropiadas o contraproducentes.

– la culpabilización que es una proyección del propio error proyectándolo hacia las demás personas.

– la hostilidad, que se manifiesta directamente en la violencia verbal de insultar, gritar, amenazar. La hostilidad muchas veces se camufla bajo la construcción simbólica del enemigo.

– la desatención que se concreta directamente en la acción de ignorar.

– la evasión o desvío, la cual en muchos casos cobra forma de cambiar la conversación para desviar la atención o crear “cortinas de humo” con el objetivo y la finalidad consciente de manipular la atención hacia otro lado.

Toda resistencia merma la motivación para el cambio reduciéndola a prácticamente nada, lo que derivará la atención total y plena hacia la evasión del sufrimiento, pudiéndose convertir en un estilo de vida compulsivo, adictivo, victimista, abusivo.

La consecuencia es que hay poca o ninguna colaboración por parte de la persona sufriente, por lo que esta actitud se reflejará en la pasividad.

Y esta manera de funcionar no solo se da en la psicología clínica, sino en la psicología social y política.

Solo buceando en las profundidades del abismo, lograremos salir a la superficie. Tocar fondo nos impulsa hacia una dirección: hacia arriba.