La ilusión en la pareja… proyectando

 

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¿Qué es la ilusión? Es una imagen o concepto surgida en la imaginación que engaña nuestros sentidos porque no está fundamentada en la verdadera realidad. La ilusión es en realidad una distorsión de la percepción, un espejismo que tiene que ver más con la esperanza que con la realidad.

Parece ser que las relaciones pasan por una serie de etapas y que al parecer, pocas parejas llegan al final: el amor maduro.

¿Qué ocurre en la formación de una pareja? ¿Porqué muchas parejas no “superan” la etapa romántica?

Muchas personas profesionales hablan del componente hormonal en la etapa del enamoramiento y de cómo éste cambia la percepción del mundo. Se hablará de feniletilamina, de feromonas, de oxitocina, de dopamina y de serotonina. Toda una alquimia amorosa muy parecida a la adicción. No obstante, a nivel psicológico se producen fenómenos cognitivos que nos hacen ver a la otra persona no como realmente es, sino como queremos que sea, que retroalimenta la alquimia. Y aquí empieza el peligro. Veamos.

La mayor parte de personas en un principio proyectamos nuestras necesidades inconscientes, basadas muchas veces en nuestras primigenias relaciones (padre y madre), sobre la pareja. Vemos en la otra persona la parte que nos falta, o la parte que faltó a nuestro progenitor o progenitores. También ocurre que pretendemos que la pareja alimente nuestras necesidades no satisfechas en la más tierna infancia o que complete partes de nuestra personalidad. Así si somos personas tímidas, nuestra pareja aportará la extroversión que nos falta. O si somos personas temerosas, nuestra pareja nos aportará la fortaleza y el coraje faltante. Si nos falta la autoestima, la pareja nos la aportará, muchas veces en exceso.

En esta etapa del enamoramiento hay una sobrevaloración de la pareja en detrimento de un empobrecimiento personal, ya que la vida parece centrarse en la otra persona, vaciando de contenido otras áreas de la vida personal. De alguna manera, nos volvemos exigentes y desaparece todo sentido crítico. Quitamos aquellas partes de la otra persona que no nos gusta, dejando solo aquellas que nos gustan y es de esa figura incompleta de la que nos enamoramos. Esa es la verdadera ilusión: por un lado, quitar lo que no conviene y exagerar cualidades, según convenga a nuestro inconsciente, y por otro lado, llenarla de expectativas de nuestras necesidades no satisfechas, también inconscientes. Difícil de pasar ese examen.

En esta etapa se tiende a idealizar a la otra persona con la finalidad muchas veces de corregir y reparar imaginariamente los fallos parentales, de satisfacer las necesidades afectivas no satisfechas, o incluso nuestros de resolver propios conflictos. Por ello, muchísimas personas se sienten decepcionadas, particularmente cuando descubren que la otra persona, la pareja, no va a realizar todas esas tareas esperadas, fantaseadas, idealizadas, exageradas. Aquellas piezas que habíamos quitado para que la imagen perfecta cuadrase, empiezan a emerger con fuerza, a reclamar su lugar y su espacio. La pareja empieza a emerger en toda su realidad y vemos que no está para reparar nuestros conflictos personales no resueltos. No está para protegernos de un padre o de una madre ausente, ni para darnos la seguridad que nos faltó, ni para reparar nuestros fallos de personalidad como ocurre cuando “elegimos” a la pareja porque tiene “todo aquello que nos falta”.

Por ello, muchas parejas no superar esta primera etapa de fuego, estas primeras grandes crisis, acaecidas relativamente al poco de terminar la etapa romántica. Crisis llenas de reproches, de intentos de moldear a la otra persona para que encaje en nuestras perspectivas. Otras esconderán esta crisis en «proyectos» comunes como una familia, un huerto, la construcción o reforma de una casa, etc. De tal manera que cuando los proyectos lleguen a su fin, la pareja también llegará a su fin.

¿Qué hacer? ¿Salir huyendo y corriendo? ¿Buscarnos una persona amante que complete las proyectadas deficiencias de la pareja oficial? ¿Encarar nuestras propias y desmesuradas demandas?

Entender el tener una pareja como meta muchas veces impide evolucionar y desarrollar nuestro potencial. Muchas personas se acomodan, se apoltronan, se sienten seguras. A fin de cuentas, tener una relación íntima es como estar en terapia: cuestionarse y avanzar resulta inevitable. Aunque muchas veces este proceso se ve interrumpido por la ansiosa y obsesiva búsqueda de nuevas parejas o relaciones liana, evitando así la obligada reflexión que la soledad conlleva.

Para avanzar hacia el amor maduro, se impone el reflexionar, cuestionarse: ¿esperábamos más? ¿Exigíamos? ¿Hemos pasado factura a la pareja sobre conflictos pasados no resueltos? ¿Pensábamos que íbamos a desarrollar partes de nuestra personalidad solo por estar al lado de alguien complementario? ¿Era lo que queríamos o deseábamos o bien, lo que necesitábamos? ¿Cuánto de inconsciente tenía nuestra elección? ¿Quién es realmente nuestra pareja? ¿Cuáles son sus cualidades, sus defectos, su virtudes, sus limitaciones? Se trata de aprender a valorarla en su subjetividad, completamente diferente a la nuestra. No para poseerla, cambiarla o tapar nuestras frustraciones.

Muchas veces tratamos mejor a las amistades y a los animales que a las parejas. De los animales no esperamos grandes cambios. Son lo que son y hacen lo que hacen sin exigirles que sean quienes no son. Parecido ocurre con las amistades. Muchas veces mostramos más respeto por ellas que por las parejas. No exigimos ni esperamos.

La fase de la desilusión supondrá el final o el principio de una relación madura. ¿Avanzaremos o recularemos? ¿Desistiremos o resistiremos? ¿Maduraremos o nos infantilizaremos en una posición acomodaticia y acomodada?

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