La sociedad psicópata de nuestro tiempo: ¿Sociedad enferma o maldad?

Máscara de metal, imagen de apoyo al artículo de Inmaculada Jauregui sobre la sociedad psicópata de nuestro tiempo

Somos ya unos cuantos autores que afirmamos que la sociedad está enferma. Pero, ¿enferma de qué? ¿qué le pasa? ¿cuál es el diagnóstico? Bastantes autores hablan de sociedad y narcisismo, la cultura del narcisismo, el vacío (Lowen, 2000, Lasch, 1991, Lipovetsky, 1993). Al respecto, «Pocas dudas puede suscitar la idea de que nuestra sociedad cultiva el narcisismo de un modo desaforado» (Garrido, 2000, p. 92). Y dentro de este registro patológico, la psicopatía parece ser el espécimen que mejor se adapta a nuestros tiempos. Así «Alan Harrington escribió en 1972 en su libro Psicópatas que lo que “anteriormente se diagnosticaba como una enfermedad mental se ha convertido en el espíritu de nuestro tiempo”» (Ibid, p. 85). Y es que cada vez más autores especialistas en el tema coinciden en afirmar que «la sociedad se está volviendo más psicopática» (Pinker en Dutton, 2018, p. 152). Clive R. Boddy «afirma que son los psicópatas, sencillamente, los que se encuentran en el origen de todos los problemas. Los psicópatas (…) se aprovechan de “la naturaleza relativamente caótica de las empresas modernas”» (Dutton, 2018, p. 156). Robert Hare (2003) dirá que «nuestra sociedad se está moviendo en la dirección de permitir, reforzar e incluso valorar algunos de los rasgos patológicos enumerados en el Psychopathy Checklist – rasgos como la impulsividad, la irresponsabilidad, la falta de remordimientos, etc.- (…). Una “sociedad camuflada”, donde los verdaderos psicópatas se pueden ocultar muy bien» (pp. 230-231). Es conocido el hecho de que «para mantenerse como tal y reproducirse, cada marco social requiere de un modelo de sujeto que lo posibilite, para lo cual todas sus instituciones buscan tal construcción» (Guinsberg, 1994, p.23).

Cuando leemos sobre las características de la persona psicópata, los criterios diagnósticos, sobre todo aquellas que hablan de falta de interiorización de normas y leyes, ausencia de remordimiento y culpa, resulta harto difícil no reparar en el funcionamiento político y económico de nuestras sociedades. Cuando leemos que las leyes y normas no van con estas personas, no podemos dejar de pensar en el funcionamiento político de las «democracias» actuales. Cuando leemos que en las personas psicópatas, domina una lógica perversa e instrumental, no podemos por menos de pensar en el funcionamiento de grandes empresas y corporaciones. Cuando leemos que las personas no les importamos en absoluto, pues sólo nos ven como meros objetos o instrumentos para conseguir sus fines (Piñuel, 2008), no podemos dejar de pensar en la lógica subyacente del capitalismo. El ser humano no importa al capital. El dinero no tiene ética ni moral. Quien dice dinero, dice negocios, dice empresas, dice corrupción, dice política, dice especulación, pero dice sobre todo de aquellas personas que están detrás de este tipo de mercadeo: los psicópatas. De la misma manera que la ley dice que el no conocerla, no exime de cumplirla, el hecho de no saber que una persona se comporta como psicópata no exime de serlo.

La psicopatía, esta anomalía –situada en el registro narcisista–es una forma de ser y de estar en el mundo (Marietán, 2008). Representa a un porcentaje de la población, dicen que alrededor del 3 ó 4% de la población. Se trata, al parecer, de una patología innata, no adquirida. No obstante, algunos autores también afirman que es posible actuar y transformarse en una persona psicópata (Piñuel, 2008). Si vivimos inmersos en valores psicópatas, si estamos gobernados por psicópatas, si trabajamos con (y para) psicópatas, aumentamos considerablemente la posibilidad de convertirnos en psicópatas, pues el medio de socialización es fundamentalmente psicopático. Resulta imposible estar sano en un medio enfermo. La comprensión a esta cuestión nos la da claramente Iñaqui Piñuel (Ibid): vivimos en una sociedad cuyos valores favorecen el desarrollo de todo un narcisismo social. Las principales instituciones educativas y socializantes resultan altamente tóxicas porque estas van progresivamente socializándonos en estos valores basados en la carencia de una internalización de las normas éticas o morales. Dada la evolución social, cultural, política y económica, la autora Inmaculada Jauregui (2008), se plantea una especie de institucionalización de la psicopatía, que coincide con su desclasificación diagnóstica. En definitiva, estamos siendo enculturados en normas y valores psicópatas: «en una sociedad psicopática, el narcisismo social dominante hace, además, el resto, inoculando desde pequeños a los niños la necesidad de éxito, de apariencia y de notoriedad social. el virus del narcisismo social les conduce a la rivalidad, la competitividad, la envidia y el resentimiento contra los demás. tal es el despropósito educativo que nos invade y explica por qué muchos de estos niños, al hacerse mayores, se convierten en depredadores en organizaciones en las que recalan como trabajadores» (Piñuel, 2008: 77). Este autor va más lejos, comprendiendo las bases y los mecanismos psicológicos por los cuales ciertas organizaciones pueden transformar a buenas personas en psicópatas. Finalmente, el autor aclara cómo una estructura económica sacrificial como la de las sociedades occidentales, produce una anestesia moral; una dimisión ética interior que conduce directamente al desarrollo de la psicopatía. Jauregui (2008) nos dirá que la psicopatía parece ser una patología consustancial a la modernidad, a modo de pandemia, profundamente ligada a los «valores» económicos, que va filtrándose en la cultura, convirtiéndose en el modelo de éxito y de poder a imitar, socavando así las estructuras sociales y políticas y, devaluando la democracia. «Un hombre diferente sería disfuncional para las necesidades de la misma» (Guinsberg, 1994, p. 23).
Más allá del diagnóstico psiquiátrico, extinto desde 1964, la psicopatía emerge como un problema social en expansión, caracterizado por una crueldad hacia lo humano, fruto no sólo de una constante trasgresión de las normas, sino de una perversión de la ley en beneficio propio. Esta pandemia, generadora de una violencia sin precedentes, se ha notablemente generado con el espíritu protestante del capitalismo y su ulterior desarrollo, es decir, la religión ha sido sustituida por la economía, convirtiéndose esta en la nueva y postmoderna laica religión. No obstante, tal y como nos lo ilustra Piñuel (2008), gracias a la religión sacrificial de la economía, cuyo dogma sagrado es la racionalidad instrumental, cualquier persona normal puede perfectamente convertirse en una persona psicópata sin necesidad de que intervenga su genética. Basta con unos cuantos mecanismos de defensa y la socialización en una organización tóxica, que actualmente son muy numerosas.

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