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Pandemia y dominó

 

 

He sido afortunada este fin de semana de poder disfrutar de una isla que reverdece sin control después del monumental incendio que sufrió hace dos años.

 

Las persistentes lluvias de estos días no solamente han aumentado considerablemente el caudal de las presas, a las que sigue llegando  el líquido elemento, sino que ha generado un manto verde que comparte los colores con el amarillo de los relinchones y los cerrajones mezclados con el lila de los mayos florecidos. Quedan todavía árboles calcinados, pinos que luchan por dejar atrás ese color negro azabache, mientras los brotes crecen y crecen bajo el arrullo del agua que suena cuando corre por los barrancos en medio de las piedras.

 

Cuando contemplaba el hermoso poder de recuperación que tiene la naturaleza, la capacidad de las cabras para abrirse camino entre los riscos, recordaba una de las frases que durante la pandemia nos repetían hasta casi  creerlo: que de esta situación íbamos a salir mejores.

 

Aunque suelo ser de las personas que ven el vaso medio lleno siempre creí que seríamos mejores quienes ya estábamos intentándolo, con mejor o peor resultado, pero que la imbecilidad también se consigue a base de entrenamiento.  Sin duda,  ésta se ha multiplicado como las setas bajo los pinos, dejándonos un panorama para tirarnos al monte. Eso si, solo para recargar pilas y hacer frente a este enorme desafío que tenemos por delante.

 

En esos paseos me vienen además imágenes repetidas a menudo de todas esas personas mayores que durante este año han estado solas, las que han muerto sin la compañía de sus seres queridos, los cadáveres que aún esperan en algunos centros a que alguna persona lo reclamen. Toda esa gente mayor que tanto ha luchado en este país, que ha vivido la guerra, la posterior reconstrucción y que por lógica justicia merecían un mejor trato al finalizar su vida.

 

Por eso estos días también agradezco, tras disfrutar del proceso sanador del campo,  el poder sentarme a jugar al dominó con mi madre los fines de semana. Le cuesta retener, cada domingo por la tarde, que puedo traer una botella en la mochila porque  en el coche no existen las restricciones de los aviones y que estoy a solo veinte kilómetros de ella.

 

Es uno de los resultados de esta pandemia, acercarme a la tierra que me vio nacer y que ha cuidado de los míos, jugar al dominó y colocar las fichas de nuevos proyectos que sirvan para aportar mi grano de arena en este nuevo ciclo de la vida y de la naturaleza. Esta nos pide sacar lo mejor de nosotras mismas para revertir tanta dureza, incertidumbre y pobreza como la que está trayendo esta pandemia.  Y que sea una oportunidad para aprender de la naturaleza que nos ofrece su compañía para hacer  frente a la nueva normalidad anormal.

 

 

 

 

 

 

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El lobo. Tótem y tabú

reducido.jpgBuscaba la calle la Victoria, cerca de la Puerta del Sol. Es una vía pequeña, repleta de restaurantes, bodegas, hoteles. Nadie diría que en uno de esos edificios se encontrara también el Gabinete de Historia Natural.

Pues si, allí en medio de lugares que ofrecen cervezas, pulpos y todo tipo de gastronomía, está ese espacio creado con mucho entusiasmo por Luis Miguel Domínguez, un conocido naturalista, que brega entre otras muchas cosas, para conseguir la protección del lobo ibérico. Una campaña, denominada lobo Marley, ha conseguido 200.000 firmas para llevar a la Comisión Europea la necesidad de declararlo patrimonio nacional, como otras muchas especies en peligro de extinción.

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