Publicado el

Sobre el amor y la comunicación

otoñoLa lógica economicista está favoreciendo de manera alarmante un lucrativo negocio con la importancia que el amor cobra en la configuración del sujeto (pos)moderno. Pero, ¿Nos educan en y para el amor?

El psicólogo existencialista norteamericano Rollo May destaca el estilo evitante cada vez más presente en las relaciones amorosas. Cada vez es mayor el número de personas que evitan entrar en relaciones amorosas comprometidas. Unas veces por el miedo a sufrir, a que nos hieran… Otras, par evitar el traumatismo que con frecuencia acompaña a las rupturas.

Otras razones son de tipo sociológico. En este sentido, Zygmunt Bauman apunta a la fragilidad de los vínculos humanos, característica de los tiempos posmodernos; a la fragilidad de un amor líquido en tiempos líquidos; al miedo a establecer relaciones duraderas más allá de las meras conexiones. Un tipo de amor en consonancia con la economía y regido por los mismos principios que ésta: relación costes-beneficios, conveniencia, competencia, ley de la oferta y la demanda.

Así como a nivel económico, se insta a la población a emprender, en el terreno amoroso, sin embargo, el ser humano no parece querer correr riesgos; si puede, los evita y para ello, debe evitar relaciones con implicación emocional. En este sentido, lo característico de las relaciones íntimas en la actualidad resulta ser el desapego y el distanciamiento. Rollo May tilda a la sociedad de esquizoide porque en ella predomina lo disociativo, a saber, la falta de contacto, la evitación de las emociones y los sentimientos, la evitación del vínculo, el desapego, la independencia, el descuido…, dejando al sujeto en el desamparo.

El amor, al igual que otros vínculos, ha sido sometido a una lógica fragmentaria diluyendo al ser humano y dejándolo solo y angustiado en un marasmo de incertidumbre. La paradoja en la que nos sitúa esta nueva forma de amor, es que, para la condición humana, resulta imperativamente fundamental ser o significar algo para alguien. El amor humaniza y la falta del mismo deshumaniza, emergiendo así la condición de bárbaro.

La socióloga francesa Eva Illouz nos ilumina explicando por qué el amor duele. Al parecer Narciso, nuestro sujeto moderno, no parece estar dispuesto a negociar contratos relacionales ni a reciprocidades que lo saquen de su zona de confort. Parece querer ser amado más que amar. No tanto debido a problemas psicológicos o traumatismos infantiles, sino a las estructuras institucionales, económicas, políticas y sociales que conforman hasta determinar, la manera en cómo se debe amar. Es como si el sujeto quisiera amar de una forma que no es permitida ni social, ni económica ni políticamente. El ser humano por su condición, tiende a amar de una manera hoy valorada como políticamente incorrecta. Quizás esta perspectiva nos haga entender las razones de la falta de cultura amorosa y de una educación en cuestiones emocionales y comunicacionales. El desarrollo económico de nuestras sociedades nos encultura en el odio, la violencia, la competitividad, la rivalidad…, en definitiva, en la imbecilidad emocional y en el desamor; nos deshumaniza, obligando a distanciarnos, a desapegarnos de los seres que amamos y que podríamos amar. Falta y falla una cultura amorosa. Por ello estas sucintas pinceladas sobre los diferentes vínculos amorosos y la comunicación en el amor.

Rollo May no circunscribe el amor a la relación de pareja, sino que señala distintos tipos de relaciones amorosas, distinguiendo cuatro tipos de amor en nuestra tradición occidental, según el tipo de vínculo dominante:

-La sexualidad o libido. Con ella empieza la existencia biológica del ser humano.

-Otro tipo, el eros o impulso amoroso que para los griegos conducía hacia formas superiores de ser y de relación. En parte porque de ese anhelo derivaba el interés, el deseo de expandirse. Es un amor que busca cultivar la unión, no la descarga. Es la fuente de la ternura. El eros impulsa la trascendencia del ego.

-El tercer vínculo, philias o amistad, referido al amor fraternal.

-Y por último, agapé o cáritas, el amor dedicado a las demás personas.

Toda experiencia humana de amor, nos dirá el autor, es una mezcla en diferentes proporciones de los cuatro tipos mencionados.

Otra de las cuestiones fundamentales del amor es su expresión. La comunicación presupone comunidad y conexión. Para el filosófo Martín Buber, la vida humana tiene la cualidad de ser esencialmente dialógica. Sócrates estaba convencido de que gracias a la virtud del diálogo, el ser humano no está abandonado a su suerte, desamparado o aislado.

El teólogo Gary Chapman contempla cinco lenguajes del amor que aparecen en distintas proporciones.

Resumimos a continuación estos lenguajes:

1.- Palabras de afirmación

La verbalización del afecto es un aspecto esencial del mismo. Palabras de afecto, apoyo, ánimo, elogios…, además de generar un efecto muy positivo, ayudan a aumentar la seguridad, la (auto)estima y el bienestar. Afirmaciones directas y simples indicarán claramente el mensaje sin lugar a equívocos y ambivalencias que se prestan a interpretación. Las palabras ayudan a forjar una intimidad.

2.- Tiempo de calidad

Nos cansamos de observar a nuestras parejas, vástagos y amistades mirando el móvil mientras hablamos. Tiempo de calidad es atención.

En una sociedad con prisas, en muchas ocasiones dejamos lo esencial, las relaciones, sustituyendo el vacío generado por mercancías. Dedicar tiempo suficiente es algo que se ha convertido en un lujo, cuando debiera ser un artículo de primera necesidad. El amor no tiene sentido si no se comparten momentos de la vida, poco importa si son largos o breves.

El tiempo de calidad, continúa el autor, hace referencia también a la unión. «Estar con» no es lo mismo que «estar unido a». La unión hace referencia a una atención completa, plena. Un estar presente, atenta a lo que está ocurriendo aquí y ahora. Es un tiempo dedicado a la otra persona. Es un homenaje.

La calidad de la conversación también se incluye en el tiempo otorgado. Muchas personas se quejan de que sus cónyuges no conversan. Aunque sorprenda, hablar y escuchar no es fácil; harían falta unos cuantos cursos para aprender estas dos acciones que a priori parecen fáciles por parecer “naturales”. Se nos entrena para analizar problemas y buscar soluciones. Pero las relaciones humanas trascienden esta dimensión utilitarista. Estaría bien aplicar lo aprendido en los cursos y formaciones sobre “mindfulness” en lugar de consumirlos únicamente. Escuchar por ejemplo implica contacto ocular, significa escuchar los sentimientos además de las palabras; significa ver el lenguaje no verbal, significa paciencia…

Conversar con calidad implica una intimidad, una revelación de sí. No se trata de jugar un rol, sino de ser y estar.

Finalmente, y dentro de este apartado, nos encontraríamos también con las actividades de calidad: actividades compartidas con la finalidad de vivir juntos experiencias, sentimientos y emociones.

3.- Regalos

Hablar de regalos es hablar de dar y recibir, asunto de gran importancia como ha puesto de manifiesto la antropología.

Además de la dimensión lingüística, existe en el ser humano una dimensión simbólica que se concreta muchas veces en obsequios. Estos hacen referencia a la valía emocional que la persona tiene para nosotros. El regalo puede transmitirnos si se nos piensa o no, si se nos tiene en cuenta, si importamos o no y cuanto, si nos conocen…

La dimensión simbólica no es un aspecto secundario del amor y, sin embargo, no suele ser tenido muy en cuenta hasta que algo trágico coloca a los símbolos en un primer plano y se convierten en fuente de litigio. Como diría Gary Chapman “Quite el símbolo y el sentido del amor se desvanece”.

4.- Actos de servicio

Son aquellos actos que hacemos sabiendo que ello agrada a nuestra pareja, familia, hijos… Son actos gratuitos destinados a servir, complacer y agradar. Actos que llenan de satisfacción amorosa a quien los recibe, al mismo tiempo que a quien los hace. Acciones como preparar una comida, ir a buscar a la salida del trabajo, aliviar tareas, lavar platos, pasar la aspiradora, lavar el coche, preparar un viaje… requieren tiempo, esfuerzo, planificación, pensamiento y energía.

Son esos actos a través de los cuales sentimos el apoyo y solidaridad de los seres queridos. Estos comportamientos nos hablan de la presencia de las personas en nuestras vidas y de cuán importante somos en sus vidas. Forman parte del lenguaje del cuidado.

5.- El contacto físico

Hace referencia a la ternura y el cariño. Es una forma de comunicación tremendamente poderosa. Se concreta en formas tales como el beso, el abrazo, la caricia, el masaje, el sexo…  El contacto físico está en nuestra sociedad infravalorado y, sin embargo, se ha revelado fundamental para la supervivencia humana, a través de multitud de estudios. Tiene muchos beneficios para el bienestar físico y psicológico porque reduce el estrés, mejora el estado de ánimo, disminuye la ansiedad, mejora la salud física, reduce la percepción del dolor y mejora la seguridad personal y la autoestima, entre otros. La falta de contacto físico, genera estrés, ansiedad, cuadros depresivos, baja autoestima, estados de alerta o hipervigilancia, rigidez, limitaciones en la expresión, deterioro del sistema inmune, empeoramiento en las enfermedades neurológicas, problemas de presión arterial…

La escisión entre mente y cuerpo ha nublado la visión holística del ser humano. Ambas dimensiones están imbricadas y se retroalimentan tanto en sentido positivo como en negativo. En definitiva, a través del contacto físico comunicamos y ello conforma nuestra condición  humana.

Frecuentemente escuchamos que “cada persona es un mundo” y como tal, tendrá su(s) lenguaje(s) preferido(s) para expresar el sentimiento amoroso. Por ello para una mejor conexión en las relaciones, resulta importante averiguar cómo expresamos los sentimientos y cómo las personas de nuestro entorno lo hacen.

En consulta, con frecuencia nos encontramos con que muchos de los problemas considerados de sexo, poco tienen que ver con el sexo y mucho con el bloqueo de las emociones, quedando el contacto físico reducido a las relaciones sexuales. También es frecuente constatar que, bajo una actividad sexual promiscua, lo que realmente se esconde es la necesidad de afecto, de contacto físico, de sentirse una persona amada, querida, deseada y conectada. De ahí, el vacío que dicen sentir muchas veces tras este tipo de encuentros.

No es que los hombres sean de Marte y las mujeres de Venus, es que la sociedad no nos enseña a amar, a cuidar, a expresarnos. Y cuando lo hace, lo hace diferencialmente. El aprendizaje de la masculinidad requiere justamente la castración en casi todos los lenguajes salvo el del contacto físico. Se le enseña a evitar la intimidad relacional y la expresión de sus sentimientos y emociones. El tiempo de calidad, los regalos y los actos de servicio están imbuidos de principios economicistas como el utilitarismo y la rentabilidad. Por ello, en muchos casos, son entendidos como formas de inversión. En cuanto al aprendizaje de la feminidad nos hace doctas en varios de los lenguajes mencionados, pero normalmente están orientados fundamentalmente al sacrificio y la entrega, no al amor propio.

La frustración debida a la enorme y a veces insalvable brecha en el modelo de aprendizaje masculino y femenino en cuanto a la dimensión amorosa, está en la base de muchas de las demandas de terapia de pareja. Y con frecuencia, las luchas de poder remplazan la comunicación amorosa.

Para finalizar, una reflexión realista: aceptemos que vivimos en una sociedad emocionalmente imbécil[1] y analfabeta, que genera muchas patologías y rasgos neuróticos compensatorios de esa vacuidad amorosa.

 

______________________________

[1] Imbécil en el sentido etimológico de la palabra. Del latín im con y becillis diminutivo de baculum, que significa bácula o bastón. Se refiere a aquellas personas que necesitan un apoyo para poder sostenerse. Dependen de los demás. “Se trata de personas que necesitan depender emocionalmente de otros para sobrevivir” (Anna E. Giorgana).

Publicado el

Desvinculación moral. Acciones perjudiciales

 

 

El ser humano no nace con una moral; sino que la desarrolla dentro de parámetros familiares, sociales y culturales. De esta forma, principios, pautas y normas de comportamiento una vez interiorizados, se consolidan en valores que se van asentando con la experiencia. De ahí la autonomía.

La función de la moral ha sido siempre la preservación de lo colectivo y por ello se enraíza en nuestra evolución como especie, es decir, la moral derivaría de nuestra naturaleza gregaria. En este sentido gregario de preservación, la moral serviría para evitar la maldad propia y ajena. Porque como bien señala Francisco Traver, la moral está relacionada con la confiabilidad y la cooperación. En otras palabras, si lo moral constituye el respeto por la norma, lo inmoral conlleva la transgresión de determinados principios en un ámbito de reciprocidad.

La moral en el sentido terapéutico del término hace referencia fundamentalmente a la conciencia de la intencionalidad. Las acciones humanas son fruto de elecciones y decisiones, y por ello somos responsables. Ahora bien, no podemos olvidarnos de que las acciones implican una dimensión moral, puesto que no pueden desligarse de las consecuencias de éstas sobre mi y los demás.

No obstante y en general, constatamos que no es exclusivo de personas psicópatas, narcisistas o maquiavélicas, no sentir empatía, culpa o remordimiento a la hora de generar con sus conductas daños y perjuicios. Al contrario, observamos cotidianamente que personas con un desarrollado sentido moral son muy capaces de dañar sin sentir remordimiento.

La teoría de la desvinculación moral, propuesta por Albert Bandura, podría ayudarnos a comprender este hecho. Según este autor, la desvinculación moral tiene relación con la dificultad para asumir la responsabilidad de los actos cuando estos no están de acuerdo o con valores con normas. Para lo cual, estas personas moralmente desvinculadas utilizan estrategias como la minimización, la mentira, la culpabilización y la proyección, entre algunos mecanismos.

Todo ello permitiría comprender por qué muchas personas incurren en conductas que contradicen los valores que defienden. Así por ejemplo, constataremos que personas o entidades que predican la paz y la no violencia, actúan de manera violenta, personas devotas y fieles cometen infidelidades, personas o entidades dedicadas al bien común persiguen intereses secretamente individuales y egocéntricos; corrupciones…

La desvinculación moral no es algo excepcional, sino que lo vemos en el día a día, de manera frecuente y en muchos ámbitos. Dicha desvinculación tiene mucho que ver con la flexibilización de los valores y las normas; también con la deficiente interiorización de las mismas y con la presión social.

Cuando personas comunes -sin mayores patologías- se traicionan a sí mismas, generan un malestar interior mezcla de culpa, remordimiento, vergüenza, angustia, ansiedad. En este contexto y llegados a esta situación, las personas actúan o rectificando o negando o justificando o desvinculándose moralmente. De esta forma, reinterpretan su conducta moralmente dañina evitando el malestar; lo que en términos psicológicos se conoce como reestructuración cognitiva. Si la transgresión supone una fuerte ruptura con las creencias y valores, se producirá lo que Bandura denomina desconexión moral selectiva, utilizando mecanismos de defensa para legitimar esos actos. Así se desactivan la autorregulación y la censura moral hasta resultar no solo irrelevantes, sino justificables para sí misma. En situaciones, esta desconexión va siendo progresiva, de tal manera que se van aceptando cada vez más conductas inaceptables, absurdas, crueles e incluso criminales. El autoconcepto queda así protegido sin necesidad de la habitual autoregulación, gracias a mecanismos de defensa.

Bandura ha descrito ocho procesos de reestructuración cognitiva de conductas moralmente reprobables:

  • Justificación moral. Se trata de ver lo inmoral como un medio para alcanzar un fin digno, elevado o superior. Al reinterpretar la realidad de esta manera, el acto inmoral se presenta como loable incluso. Tenemos abundantes ejemplos en el mundo de la política, en el militar y paramilitar.
  • Lenguaje eufemístico: se trata de tergiversar o reducir el carácter dañino, nombrando de forma neutra acciones inmorales. Ejemplos de ello los escuchamos a diario: alguien tiene un problema de alcohol cuando es alcohólico. O llamar a víctimas daños colaterales. El lenguaje eufemista que conocemos como lo “políticamente correcto”, y genera caos, confusión y tabús.
  • Desplazamiento de responsabilidad. Se trata de atribuir toda o una parte de la responsabilidad a otras personas o situaciones. La culpabilización o acto de culpar a los demás se tiliza mucho en el ámbito laboral. Expresiones del tipo “yo solo obedecía órdenes” son frecuentes.
  • Difundir responsabilidades. Muy relacionado con el anterior el punto de parecer una variante. Se trata de distribuir la culpa a miembros de un grupo o colectivo. Por ejemplo, hemos escuchado hasta la saciedad que la culpa de la situación económica es “porque vivimos por encima de nuestras posibilidades”. De esta manera se atenúa, hasta a veces hacerla desaparecer, la verdadera responsabilidad de quienes especulan, venden, compran, trafican, hunden empresas y países para comprarlos a bajo precio…
  • Minimización de consecuencias. Quitar gravedad a acciones real y objetivamente inmorales. Significa distorsionar, considerar falsos o exagerados los efectos de la conducta: “no será para tanto”, “tú exageras”.
  • Comparación ventajosa. Cuando comparamos una conducta inmoral con otra considerada peor, para así quitarle gravedad: “ tampoco le he pegado”, “no he matado a nadie”, “no me voy de copas ni de bares ni de putas”.
  • Deshumanización. Se trata de restar la cualidad humana de personas afectadas por el comportamiento inmoral, quitándoles así la importancia que les corresponde como vidas vidas humanas que son, lo que genera una disminución de la empatía, además de fomentar al otro como enemigo. Ejemplos de ello los vemos en relación con la inmigración, el paro, crímenes de guerra. Prácticamente en cualquier forma de violencia.
  • Atribución de culpabilidad. Al culpabilizar a la víctima, la convertimos en la principal responsable del acto inmoral realizado por otra persona que desde luego no es la víctima. El razonamiento neoliberal que culpa del paro, la pobreza y la miseria a los individuos o a la mano invisible del mercado laboral es un claro ejemplo. Lo vemos también hasta la saciedad en la violencia hacia las mujeres, particularmente en los casos de violación. Por este mecanismo, la conducta inmoral es vista como una conducta normal, “porque la persona merecía ese trato”, constituyendo un acto justiciero.

La sociedad actual genera muchas y variadas formas de psicopatología moral. Patologías del orden de lo anómico. Y lo peor es que la anomía se va normalizando, convirtiéndose en la nueva ética que acompaña a la razón neoliberal, amenazando incluso la continuidad de nuestra especie.