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La patología de la paranoia: de la lógica pandémica

 

Que la evolución de nuestra sociedad se inserta en el narcisismo ya es más que una evidencia. Grandes autores como Alexander Lowen -médico-, Richard Sennet -sociólogo- o Crhistopher Lasch -historiador y sociólogo-han hablado al respecto; “Los elementos arcaicos dominan cada vez más en la estructura de la personalidad y el yo se encoge (…) en un estado pasivo, primitivo” (Lasch, 1991, p. 31).

Arcaicos en cuanto que el ser humano posmoderno no parece llegar, en lo referente a su evolución psíquica, a la resolución del conflicto edípico -con su consecuente castración- de tal manera que la autoridad paterna no está interiorizada, ni las tensiones libidinosas sublimadas. De ello, a nivel social se deriva la anomia y su consecuente deriva moral hacia la perversión. La ley, como desarrolla el filosofo y psicoanalista francés Roland Gori en su brillante ensayo “La fabrique des imposteurs”, ha sido sustituida por la norma, los protocolos y las evaluaciones. Esta realidad se evidencia en todo el hacer tecnoinstrumental y objetivante del sistema. Una vez roto el tejido social y usurpada la ley por lo normativo y protocolario, la deriva totalitaria está en marcha con todo lo que de delirante y megalómano tiene este nuevo golpe de estados, en plural, puesto que es un fenómeno mundial.

A nivel psíquico, se deriva la gran dificultad para simbolizar y gestionar así los problemas psicológicos que acechan: ansiedad, depresión, estrés…

Problemáticas del espectro narcisista -preedipiano- copan hoy escenas tanto privadas como públicas. Estas patologías ayudan a concretar un mundo totalitario dominado por la paranoia que amenaza de muerte las democracias.

El discurso sanitario vehiculado en forma de acoso por los medios durante la pandemia, recoge los criterios diagnósticos del delirio paranoico, acatado sumisamente por una vasta mayoría global que no ha dudado – al estilo de Adolf Heichmann, obedeciendo órdenes- en presionar para conseguir una obediencia y sumisión sin parangón en la historia.

Es más que evidente que la problemática disfrazada bajo términos sanitarios, concierne lo económico más que lo político, puesto que esta última dimensión ya está dinamitada por el complejo biotecnoindustrial de este capitalismo financiero con tintes feudales. La impostura delirante ha colado bien porque bajo consignas “es por tu bien” o “por un planeta verde” o “el calentamiento global” se han disfrazado medidas, reformas y ajustes fiscales que han sido “libremente consentidas” por la población mundial, al igual que en cualquier violación que bajo coacción, amenaza, seducción, chantaje, manipulación… la víctima accede a dar su “libre consentimiento”, por lo que resulta imposible demostrar tal acto de violencia, tal barbarie.

La pulsión de muerte –destrucción- ha remplazado a la pulsión de vida – Eros- y así, lo que no muere a nivel sanitario, lo hará a nivel económico, laboral, social, psicológico…

Tal delirio lo podemos ver a través de criterios diagnósticos como la perversión y la malversación del razonamiento lógico. Esta construcción delirante se ha erigido sobre la demonización de la biología reducida a virus y sobre todo aquello que ha venido a contradecir la tesis oficial paranoica, muy semejante por otro lado, al delirio de una secta religiosa, incluso en su estructura piramidal. Un lenguaje emocional, dramático e histriónico ha sido utilizado para inducir emociones como el miedo, para posteriormente y bajo una fuerte presión social disfrazada de empatía y solidaridad, conseguir la obediencia ciega y total ante creencias que han sustituido el hacer científico. Se ha fabricado un discurso paranoide en el sentido de anular la otredad: o conmigo o contra mí. De tal manera que, en esta guerra, como en todas, se ha fabricado un enemigo, dividiendo a la sociedad en oficialistas y negacionistas. Una dicotomía disociativa muy propia del delirio paranoide.

El escenario creado por el discurso delirante paranoico de la gobernanza nos aboca a una realidad que está resultando ser un remake de la novela de Orwell 1984. Un mundo en el que se crea una neorealidad con su neolengua sin necesidad de autoridad, sin necesidad de ley, sin necesidad de política. Tenemos la norma y los protocolos que prescriben y proscriben los comportamientos del nuevo ser humano robotizado. Sí, porque gracias a la tecnología basada en sus algoritmos, el pensamiento humano se va reduciendo a bits[1]; el lenguaje simbólico y narrativo ha quedado sepultado bajo la tiranía de la información.

Otra estrategia de manipulación ha consistido en la ocultación sistemática de elementos perturbadores, particularmente el punto de partida. Imposible de rastrear el origen de la posmoderna peste negra de tipo viral. Y tanto complot, ¿para qué? Para perpetuar y extraer mayores beneficios económicos. El pecado de la avaricia. Siga el rastro del dinero.

Es característico de la paranoia el falso argumento de autoridad. Es decir, que los argumentos de autoridad consisten en invocar a expert@s – que ya sabemos que no l@s hubo-. Este nuevo espécimen sustituye hoy a la intelectualidad, al pensamiento, a la reflexión. Ya no debemos pensar, debemos creer y obedecer.

El delirio paranoico se asienta sobre una racionalidad sofista cimentada en silogismos, metonimias, sinécdoques, lítotes y repeticiones (Ariane Bilheran, 2016). Un discurso demagógico que como tal apunta a los más bajos instintos: miedo, odio, cólera. Así despiertan en la población un psiquismo infantil construido sobre cimientos como la baja tolerancia a la frustración, la comodidad, la ley del mínimo esfuerzo, la irreflexividad, la impulsividad y la intolerancia. Gracias al miedo, han conseguido que la población acepte voluntariamente la reducción de libertades, derechos, leyes… manipulando emociones y proponiendo soluciones simplistas, eliminando así el pensamiento crítico y cualquier forma de contrapoder. Pan y circo.

Estrategias bien descritas por la doctora en psicopatología Ariane Bilheran como inflar las emociones y exaltar las pasiones en detrimento de los argumentos, generar choques traumáticos en los discursos describiendo escenas macabras, presentar informaciones truncadas o falsas a partir de las cuales piden compromiso y lealtad, utilizar los trucos de la retórica aprovechándose de la ignorancia, descalificación sistemática de personas intelectuales, expertas y sabias que representan un peligro para la postura paranoica. Así, la palabra de la ignorancia vale tanto o más que la del intelectual o la científica. Una palabra que se apoya en un pseudo-sentido común de la opinión de una mayoría que descalifica la palabra racional y reflexionada en pos de una adhesión emocional. Ariane Bilheran nos recuerda que la esencia del totalitarismo -paranoica en su estructura- siempre ha residido en la masa fascinada. Procedimientos todos ellos cuya función es el lavado de cerebro gracias a la ingeniería social. El método científico ha sido reemplazado por el método informático algorítmico. El método experimental carece de “ethos” (predisposición a hacer el bien). El único valor que predomina es la rentabilidad económica, pero solo para una élite minoritaria.

Rememoro el poema de José Agustín Goytisolo “Erase una vez” sobre un mundo al revés. Solo que esta vez no se trata de un sueño, sino de una pesadilla. Con la paranoia, el mundo se vuelca del revés: las víctimas son presentadas como verdugos, los verdugos, como víctimas; lo bueno como malo, lo malo, como bueno; lo anormal como normal, lo normal como desviado; la verdad como mentira, la mentira como verdad… Discursos que confunden, porque las personas delirantes que los difunden se creen en posesión de un saber absoluto autoengendrado. Un saber cuasi- psicótico puesto que se vive como cierto. Y sabemos por el psiquiatra Carlos Castilla del Pino, que lo característico del delirio es su cualidad de certeza.

El mundo paranoico es un mundo interpretativo en donde las afirmaciones se presentan como evidentes sin análisis ni referencias. Un mundo omnipotente y omnisciente cuya convicción delirante presupone que los medios justifican los fines.

La paranoia vive en y del complot que está en el corazón del poder. Luchas de poder, conflictos, complots… pero presentadas bajo fachadas de amabilidad, de bienestar social, de empatía, de entusiasmo, de justicia, de libertad, de igualdad, de resiliencia incluso. En general, lo contrario de lo que genera.

La lógica pandémica -de carácter totalitario- se enraíza de lleno en la paranoia. Una lógica inserta en una “precariedad tanotopolítica” descrita por el psicólogo uruguayo Alejandro Klein Caballero en su artículo “Tanatopolítica, totalitarismo y coronavirus, un recorrido por los excesos” como: “aquella configuración de poder que impone un cambio radical en el escenario de los pactos y negociaciones sociales, y frente al cual no se puede procesar pensamiento ni capacidad de anticipación ni reacción. Termina por imponerse entonces desde lo confusamente precario, junto a la acumulación de situaciones de pérdida, falta de referencias seguras y profunda desciudadanización que se unen a otras de endeudamiento crónico, omnipotencia virtual y sumisión a las normas, más allá de lo que parece razonable o sensato”.

 

 

 

 

[1] Unidad mínima de información con sólo dos valores: 0 y 1.

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Convergencia de los valores psicopáticos con los valores de la sociedad moderna

 

La escisión entre razón y emoción parece estar a la base de la psicopatía. El pensamiento de la persona psicópata es racional y pragmático, se centra en los propios intereses, resulta ser indiferente a las consecuencias de sus actos y los daños que pueda causar en los demás, y no repara en los medios a utilizar para alcanzar sus objetivos (Rius, 2004). Esta visión del psicópata coincide de pleno con el espíritu del capitalismo y el funcionamiento economicista moderno y postmoderno. Este es el espíritu que impregna la modernidad; el espíritu en el que nos socializamos.

Cuando leemos sobre las características sociales de la persona psicópata (o sociópata), sobre todo aquellas que hablan de normas, leyes, ausencia de remordimiento y culpa, no podemos impedir pensar en el funcionamiento político, económico y científico de nuestras sociedades. Cuando leemos que, en estas personas, las psicópatas, domina una lógica perversa e instrumental, no podemos por menos de pensar en el funcionamiento de grandes empresas y corporaciones. Cuando leemos que las leyes y normas no van con ellos, no podemos dejar de pensar en el funcionamiento político de la democracia actual. Cuando leemos que las personas no les importamos en absoluto, pues sólo nos ven como meros objetos o instrumentos para conseguir sus fines (Piñuel, 2008), no podemos dejar de pensar en la lógica subyacente del capitalismo. El ser humano no importa al capital. El dinero no tiene ética ni moral. Quien dice dinero, dice negocios, dice empresas, dice corrupción, dice política, dice especulación, pero dice sobre todo de aquellas personas que están detrás de este tipo de mercadeo: las psicópatas. La ley dice que no conocerla, no exime de cumplirla. Del mismo modo, podemos decir que el hecho de no saber que una persona se comporta como psicópata no exime de serlo. En la psicopatía no es posible comportarse como si lo fuera, sino que se es. Si estamos gobernados por psicópatas, si los valores que quedan son psicópatas, aumentamos considerablemente la posibilidad de convertirnos en psicópatas, puesto que el medio de socialización es fundamentalmente psicopático. Resulta imposible estar sano en un medio enfermo. Ante el horror del holocausto, muchas personas estudiosas del tema se preguntaron en su día cómo personas normales, banales, eran capaces de cometer grandes atrocidades y volver a su vida normal con su familia y sus hijos. Algunos de esos estudios concluyeron que la sumisión ante un totalitarismo psicópata era parte de la respuesta a tanta inhumanidad: “Cumpliendo órdenes”.

En el caso del psicópata, esta persona no posee una interiorización del bien; si se comporta bien es por un proceso mimético de corte camaleónico que consiste en funcionar como si fuera normal, pero sin sentirlo, sin serlo. La comprensión a esta cuestión nos la da claramente Piñuel (2008): vivimos en una sociedad cuyos valores favorecen el desarrollo de todo un narcisismo social. Las principales instituciones educativas y socializantes, como la escuela y la familia, resultan altamente tóxicas porque están basadas en la carencia de una internalización de las normas éticas o morales. En definitiva, estamos siendo enculturados en normas y valores psicópatas: «En una sociedad psicopática, el narcisismo social dominante hace, además, el resto, inoculando desde pequeños a los niños la necesidad de éxito, de apariencia y de notoriedad social. El virus del narcisismo social les conduce a la rivalidad, la competitividad, la envidia y el resentimiento contra los demás. Tal es el despropósito educativo que nos invade y explica por qué muchos de estos niños, al hacerse mayores, se convierten en depredadores en organizaciones en las que recalan como trabajadores» (Piñuel, 2008: 77). Este autor va más lejos, comprendiendo las bases y los mecanismos psicológicos por los cuales ciertas organizaciones pueden transformar a buenas personas en psicópatas. Finalmente, el autor aclara cómo una estructura económica sacrificial como la de las sociedades occidentales produce una anestesia moral o una dimisión ética interior que conduce directamente al desarrollo de la sociopatía.

Ya algunos autores han hablado y tildado a nuestra sociedad moderna de “una sociedad sociopática” (Garrido, 2000). Nuestra sociedad se caracteriza, desde la óptica patológica, por el desarrollo y extensión de problemas globales como el crimen, la contaminación ambiental, los genocidios, las guerras, las hambrunas, el paro, la esclavitud. Si bien no podemos afirmar que estos problemas son la obra de psicópatas -¿o sí?-, sí podemos, al menos, empezar a pensar que son obra de personas que han adoptado formas psicopáticas de funcionar. Tal y como nos lo ilustra Piñuel (2008), gracias a la religión sacrificial de la economía, cuyo dogma sagrado es la racionalidad instrumental, cualquier persona normal puede perfectamente convertirse en un psicópata sin necesidad de que intervenga su genética. Basta con unos cuantos mecanismos de defensa y la socialización en una organización tóxica, que actualmente son muy numerosas.

El factor de socialización parece pues jugar un papel fundamental en la patología psicopática a gran escala. Y, en este sentido, ya no sólo la psicopatía nos muestra su cara social del problema en su afectación y por sus consecuencias, puesto que dicha patología atenta al núcleo central de lo social, sino que además el propio proceso de socialización patológico aparece así como el principal agente responsable de la normalización de dicha patología.

Estamos siendo socializados en una constante indefensión; una especie de resignación ante lo que no se puede evitar, que paraliza, bloqueando cualquier acción. Esto es, al afirmar que no hay alternativa al funcionamiento económico actual, estamos, de alguna manera, induciendo a la irresponsabilidad moral y social. No es culpa de nadie, sino que son las circunstancias. Así, ante el espectáculo del sufrimiento que genera el mundo laboral y del mercado a través de la destrucción de vidas humanas e instituciones, ante la destrucción de familias y personas, la mayoría suspendemos todos los juicios de valor «aludiendo a las leyes del mercado o a su carácter naturalmente regulador como algo casi sagrado» (Piñuel, 2008: 191). Cooperamos así con lo “inevitable”. Las víctimas son sacrificadas con el beneplácito de toda la sociedad, porque se trata, fundamentalmente, de daños colaterales. En un segundo momento, nos distanciamos de ellas porque el individualismo social exacerbado dice que no es asunto mío/nuestro, no es de mi/nuestra competencia. Muchas cosas de las que suceden en el planeta, no parecen estar en nuestras manos y pensando así se genera indiferencia. Progresivamente vamos dejando de sentir, y vamos desarrollando una profunda falta de remordimientos y de sentimientos de culpa, así como una falta de empatía; características todas ellas de la psicopatía. A continuación, se genera una forma farisaica de crear chivos expiatorios porque ya que no es nuestra culpa, alguien tiene que ser el culpable. En este sentido, tenemos a grandes psicópatas en nuestra reciente historia que pueden explicar también los grandes horrores cometidos: Adolf Hitler, Adolf Eichmann, Sadam Hussein, entre otros. De esta manera, nadie es responsable salvo estas personas. En paralelo, vamos desarrollando otros grados de anestesia moral como la de solidarizarse con víctimas de otras latitudes mientras que sentimos indiferencia ante personas más cercanas. Así, ayudar a otras personas distintas y distantes compensa la disonancia cognitiva creada por la anestesia moral. Hay quien, en estos casos, expande la responsabilidad al conjunto de la población, pero quien dice todos, dice también nadie. Por último, tenemos el mecanismo que los psicólogos sociales han bautizado con el nombre de error básico de atribución que básicamente consiste en victimizar de nuevo a la víctima, acusándola de haber hecho algo para merecer tal castigo. En otras palabras, la víctima no es ni tan ni tal víctima. Esta es la condición perversa de la víctima: ella se lo ha buscado. Por último, destacar la muerte o desaparición o expulsión de la víctima fuera de la esfera social y vital. Así, muerto el perro, se acabó la rabia. Y el círculo recomienza, el contador se pone a cero.

Nuestra sociedad actual ha minado el concepto de autoridad y toda adherencia de dicha autoridad a las instituciones básicas y pilares como la religión, la ciencia, la política, la educación y la familia. En estos tiempos de crisis crónica, no hay valores morales ni éticos que se sustenten. Dominan el desapego afectivo, la anomia, el egocentrismo. Es una sociedad en la que todo vale y en la que se promueven “valores” como la manipulación, el engaño, las emociones superficiales y las sensaciones. Debemos aprender a vivir recluidos en nuestro yo, despreocupándonos de los demás. Nuestra sociedad cultiva el narcisismo a ultranza (Sennett, 1980). Todos estos “valores” son psicopáticos, es decir, son la clave para entender la psicopatía.

El pensamiento único economicista tiende a eliminar, expulsar, todo aquello que obstaculice el (mal) llamado progreso y el desarrollo, hay que eliminarlo. Así se cometen actualmente homicidios y genocidios. Estas matanzas están justificadas desde un punto de vista económico. La violencia (psicópata) que genera la economía capitalista –y las personas que están detrás- es brutal y despiada. Pero el germen de esta violencia se extiende a todas las esferas, incluidas la escuela y la familia. No nos podemos olvidar de la “violencia social”, cada vez mas extensa y que afecta a una gran parte de la población. La generación de violencia es una característica nuclear en la personalidad psicopática.

La ética protestante del espíritu capitalista sostiene que enriquecerse no sólo no es malo, sino que además es un deber y, como tal, se presenta como una máxima absoluta (Weber, 2001). En esta religión de origen protestante calvinista, el lucro -justificando los medios- se convierte en  un deber moral. La racionalización o racionalidad que propone la nueva religión reduce al mundo y todo lo que habita en él a un objeto de cálculo, explotación y dominación. La ética protestante es, sin lugar a dudas, una ética psicópata caracterizada fundamentalmente por una falta de empatía que genera un estilo de vida antisocial pero bien camuflado, como buen camaleón, por una máxima fundamental que es la razón instrumental. Una racionalización que genera toda una evolución a partir del maximizar beneficios, minimizar costes. No hay manera de poner límites al mercado. La ética capitalista es una contradicción en sí misma ya que la ética, acumulación de capital gracias al esfuerzo del trabajo profesional –dogma angular del espíritu capitalista- desaparece, quedando todo a merced del capital, del mercado. En este sentido, la ética capitalista se caracteriza por una ruptura de los códigos morales, concebidos como tradicionales, y que impiden enriquecerse a costa de los demás. Esta ruptura de lo moral es lo que caracteriza al psicópata. El germen de la psicopatía está servido gracias al capitalismo que se ha beneficiado –y aún lo hace- de la ética para engañar. Este paradigma nos permite comprender cómo personas normales puedan convertirse en psicópatas sin necesidad de intervención de la genética en el proceso. Basta con el proceso de socialización para la conversión de la gente a la nueva religión.

Estamos siendo socializados en una cultura individualista, amoral y hedonista en donde el yo se desarrolla a través de transacciones mercantiles de autorrealización. En definitiva, un narcisismo caracterizado por una incapacidad para sentir, convirtiendo al mundo en un espejo del yo (Sennett, 1980). Si en algo se caracteriza la persona psicópata es por su narcisismo, es decir, la psicopatía se entiende como la expresión máxima del narcisismo en su estado más puro. Y ello viene dado por la eliminación del aspecto social. Todo es impersonal, cosificado y por lo tanto, digno de ser depredado. Los otros están para mi satisfacción; la cualidad de otredad queda borrada, convirtiéndose así en un recurso más dispuesto a entrar en el intercambio mercantil. Dentro de esta cultura, lo privado suplanta a lo público. Esta conversión hace que una persona esté dentro o fuera del sistema. El criterio de exclusión estará alrededor de la máxima de enriquecerse a costa de lo que sea o de quien sea. Estas personas triunfarán y tendrán poder. Las que no quieran enriquecerse, estarán fuera del sistema; serán proscritos y como tal, excluidos. Serán los sacrificados. De esta manera, el mundo queda polarizado: por un lado, los depredadores, triunfadores con poder que abusan de todo y marcan las leyes, así como sus seguidores que, por miedo a ser depredados, adquirirán la manera psicópata de funcionar hasta convertirse en uno de ellos; y, por otro lado, los depredados o excluidos o sacrificados; las víctimas de esta nueva religión económica.

La ideología de la liberación ha liberado todo incluido el mercado, dejándolo -dicen- a merced de sí mismo: la mano invisible. Esta aparente liberación del mercado en realidad no es tal. Al contrario, el mercado en realidad está copado y pactado entre aquellos mas fuertes, aquellas organizaciones psicópatas que se han hecho con el poder y el control del mercado –y del mundo- y que no lo sueltan bajo ningún pretexto. Aquellas organizaciones suficientemente fuertes como para saltarse las leyes, los derechos fundamentales y toda moralidad que pueda suponer barreras a su expansión. En este sentido, debiéramos hablar más bien de división: división de tareas, división social, división familiar. Divide y vencerás, dice la máxima. Pero la máxima capitalista psicópata dice más bien: divide y privatiza para explotar y depredar. De la misma manera que se nos ha vendido una ética del trabajo, también se nos ha vendido un ideal de la familia; ideal que, si lo analizamos a fondo, es incompatible con los “valores” capitalistas. No es posible compatibilizar “trabajo” con familia, la conciliación no es posible. El trabajo esclaviza lo suficiente como para impedir tener tiempo para dedicarlo a la familia, a la educación, a la cultura y mucho menos cuando todos estos campos han pasado a ser objetos de consumo.

Un elemento de gran valor en la modernidad, profundamente anclado en nuestras mentes y nuestros cuerpos es el individualismo, una condición social moderna única en la producción histórica (Sennett, 1980). Este nuevo y único individualismo, socialmente compartido, favorece el debilitamiento de los vínculos sociales. Gracias a esta fragmentación social, cada individuo es una posible víctima de la depredación o un posible depredador.

La socialización se hace dentro de la ideología neoliberal, ideología que aspira a convertirse en el pensamiento único (Bourdieu, 1999). Dicha ideología no es más que el dominio de los fuertes, de los ricos; caldo de cultivo para la psicopatía. En realidad, la ideología neoliberal es un individualismo radical que miente y manipula al hacernos creer que el mercado es el sistema de elección más racional y democrático que ha existido nunca, cuyo objetivo es el bien común. Gracias a este chantaje amoral, la globalización del mercado avanza sin dificultades. Gracias a ello, los Estados están dejando de proveer servicios, porque no hay alternativa. La retirada de los Estados ante el mercado ha dejado al ser humano a merced de la tiranía y el totalitarismo de los más ricos, poderosos y fuertes; en definitiva, a merced de la psicopatía en estado puro. Ellos son la ley.

Si la sociedad genera personalidades psicopáticas es gracias al principio educativo de tolerancia máxima o, lo que es lo mismo, prohibido prohibir. No sólo no se sancionan muchas conductas y actitudes psicopáticas, sino que se las refuerza. Esta filosofía sin restricciones por miedo a castrar, a traumatizar, genera una incapacidad para inhibir ciertas conductas y socializar. Es una buena forma de educar personas tiranas.

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Las no-relaciones: el fin del amor

Hace tiempo que vengo observando y constatando que las relaciones en la actualidad se han vuelto frágiles, volubles e inciertas. Resulta cada vez mas difícil establecer relaciones amorosas estables. Estas, progresivamente, van pasando a un segundo plano siendo sustituidas por relaciones efímeras, superficiales e inestables. El sociólogo Zigmund Bauman (2005) habla del amor líquido, en tanto que nueva forma de amor afectivamente distante que esconde, entre otras muchas dificultades, el miedo al compromiso. Relaciones desechables en cuanto que mercancías; relaciones compulsivamente concatenadas, que acaban igual que empiezan: de manera informal por whatsapp, sms o telefónicamente en el mejor de los casos, y por motivos de lo más informales y rocambolescos. Recuerdo a un hombre ya bien entrado en la cuarentena decir que había dejado de salir con una mujer porque no le gustaban sus tobillos. En su haber, mantiene una relación “oficial” estable pero intermitente porque es a distancia y variadas relaciones concomitantes, aunándose en este caso concreto el complejo de casanova (mujeriego) con el complejo de lolita (atracción por mujeres adolescentes).

En muchas ocasiones, la terapia se ha vuelto una especie de consultorio alrededor de preguntas tales como ¿qué hago? ¿Cómo interpretar ciertos comportamientos? ¿Qué pueden significar comportamientos como que no te contesten, aunque te hayan leído…? Una especie de hermenéutica sobre cómo entender, interpretar y analizar tanto relaciones que están comenzando como aquellas que ya tienen tiempo. Una paciente llega al despacho algo ansiosa y angustiada. Lleva 5 años en una no-relación que en los últimos dos parece haberse transformado en una relación sentimental con intermitencias. Pero ella está cansada y frustrada porque esta no-relación no le satisface, por ser afectivamente carente fundamentalmente de intimidad y compromiso. Como ejemplo me cuenta la última semana: él la escribe a diario e incluso la llama para charlar, pero no manifiesta ningún deseo de verla, ni de estar con ella, ni de querer intimar. El no le propone verla ni para un encuentro sexual. Según el pastor Gary Chapman de los cinco lenguajes del amor -palabras, tiempo de calidad, regalos, actos de servicio y contacto físico- no ha habido prácticamente ninguno. Su pregunta, la cual se la hace desde hace años es: ¿realmente me quiere? ¿Eso es amor? Porque – y ocurre muy frecuentemente en este tipo de no-relación- suele haber fuertes disonancia entre lo que se manifiesta verbalmente y lo que se hace. Una de las guías que doy es que las personas deduzcan fundamentalmente a partir de los hechos, no de las palabras. La otra guía para poder dilucidar consiste en escuchar lo que la intuición dice y cómo nos hace sentir dicha no-relación.

Hay personas, mas mujeres que hombres, que buscan relaciones afectivamente estables y les resulta enormemente difícil. ¿Qué pasa con el compromiso? Si nos fijamos en la película ¿qué les pasa a los hombres? Veremos que en ella se trata fundamentalmente de descodificar los mensajes de los hombres en el terreno amoroso, con la finalidad de entender lo que les pasa que no llegan a mantener relaciones estables en el tiempo. Uno de los mensajes más claros de le película parece estar en la fabricación de una guía que permita distinguir si realmente una chica interesa y si la relación tiene futuro. Porque por supuesto, aún son más el número de mujeres interesadas en una relación afectivo sexual duradera y estable. Los hombres parecen estar más interesados en el sexo.

La realidad es que el rollo de una sola noche, las “follamistades” y todo tipo de variante de sexo casual o polvo sin ataduras están definiendo cada vez más las no-relaciones en la actualidad. Se trata de vínculos deslocalizados; desenmarcados del contexto heteronormativo, de tal manera que debido a la incertidumbre que les imbuye, generan cuadros clínicos de ansiedad, angustia y depresión. Un malestar constante fruto de la frustración de un “ni contigo ni sin ti”. Eva Illouz (2020) en su libro el fin del amor nos dirá que “El sexo casual moderno des-guioniza la relación romántica en la medida en que el sexo ahora se ha desplazado al principio del relato”, eliminando así la finalidad, el sentido de la relación: ¿para qué estamos juntos? O ¿para qué estar juntos?

Relaciones negativas de las que nos habla esta socióloga que definen las nuevas no-relaciones sin perspectivas; fundamentalmente hedonistas “sin ninguna expectativa de reciprocidad emocional o relacional ni proyección de futuro” (Illouz, 2020). En ellas, cada actor es simplemente una mercancía, un objeto de placer que en cada encuentro revaloriza su capital social. En este tipo de no-relación basado en el sexo (casual), no importa la singularidad de cada persona, sino que prácticamente cualquiera vale.

Según la teoría triangular del amor del psicólogo Robert Steinberg las relaciones amorosas se componen de intimidad (sentimiento de cercanía y de conexión), pasión (atracción física y deseo de intimar sexualmente) y compromiso (continuidad en la relación a pesar de los atibajos). Dependiendo de las combinaciones entre estos tres componentes pueden existir hasta 7 posibles combinaciones amorosas. Pues bien, las no-relaciones en la actualidad cobran forma de encaprichamientos y amores fatuos, es decir amores basados fundamentalmente en el sexo.

Estas no-relaciones son profundamente desiguales ya que ambos protagonistas (hombres y mujeres) no buscan lo mismo, ni tiene, la promiscuidad sexual, el mismo significado por género, siendo la mujer la que ha sufrido una mayor sexualización a lo largo de las últimas décadas. De esta manera, este tipo de no-relación prácticamente reducida al sexo, hace que muchas mujeres se sientan usadas y rebajadas en su autoestima, cosa que no ocurre en los hombres, porque la promiscuidad sexual forma todavía parte del constructo de la masculinidad. Como afirma la socióloga Illouz (2020) “el sexo casual es más congruente con una forma masculina de sexualidad”. Al parecer, en las relaciones homosexuales, “las mujeres lesbianas registran una mayor tendencia a la búsqueda de relaciones estables que los hombres gay”. Y es que la sexualidad femenina está estrechamente entroncada en las relaciones sociales mientras que la masculina tiende a disociarse de ellas. En otras palabras, la sexualidad en las mujeres “está configurada por el imperativo relacional” (Illouz, 2020). Para la autora, la no-relación basada en el sexo “se inspira en una pauta masculinista de la sexualidad”.

Un aspecto importante de este tipo de no-relaciones es la alta correlación que muestran con una baja autoestima: “el sexo casual no fomenta la autovaloración” (Illiouz, 2020). Lo que sí parecen fomentar es el desapego, un estilo relacional disociativo además de cosificante y mercantilista.

Se trata de relaciones indefinidas, sin futuro que acumulan momentos placenteros sin sentido, sin más. Las relaciones románticas van poco a poco siendo no solo sustituidas, sino tintadas de estas formas de no-relación, cuyas normas las pone efectivamente la persona, mayoritariamente hombres, que no quieren ningún compromiso, ni intimidad, porque siguen la sexualizada ley de la oferta y la demanda. Relaciones a la deriva, desnortadas, inciertas, ansiógenas que generan un parangón de emociones y sentimientos que deberán ser alienados, enajenados del capital sexual. De ahí su calificativo de negativo, fundamentalmente porque se definen por lo que no son. Vínculos negativos en cuanto que muestran que algo no funciona como debería o en cuanto que apuntan a un sujeto ausente. Relaciones difusas, oscuras, indefinidas y controvertidas, que carecen tanto de guion como de marco interpretativo que les dé un sentido tanto para su conformación como para su ruptura. Relaciones tan esquivas como evitantes, difíciles de significar algo y por lo tanto de gestionar.

Estas no-relaciones a menudo “asimétricamente consensuadas” no tienen ni siquiera nombre. El contrato es que se trata de acordar que es una no-relación. No se proyectan hacia un futuro ni tienen una dimensión social de compromisos; sin pasado ni futuro, se viven en un presente continuo, siendo el único objetivo la satisfacción sexual de una o ambas partes. Se concretan en el momento y se mantienen “hasta próximo aviso” (Illouz, 2020). Son “contratos emocionales que se basan en voluntades conflictivas y confusas, o incluso en voluntades que niegan la existencia de la relación. Son maneras consensuales de entablar no-relaciones, o al menos relaciones que se ubican en la incierta zona gris entre las relaciones positivas y negativas” (Ibid). No-relaciones que fomentan la confusión emocional por falta de claridad y de dificultad toca de lleno las emociones, generando así una enorme dificultad para interpretar lo sentimientos. Avanzan, reculan, derivan hacia la “ruptura” o hacia una relación estructurada de carácter romántico. Es difícil o imposible descifrar las intenciones por falta de anclajes normativos o guiones. Se generan metaemociones, emociones sobre las emociones que requieren de una reflexividad precisamente por su dificultad para descifrar los significados. Las reglas son tan poco claras y arbitrarias como las intenciones de las y los protagonistas. Este tipo de no-relaciones impregnadas por la lógica comercial parece estructurarse en términos de coste y beneficios. El compromiso no tiene sentido y este tipo de “situación relacional” ya no es confiable.

La gran paradoja de este tipo de vínculos es la oscilación entre la dificultad de vivir la propia soledad y la imposibilidad de establecer relaciones afectivas satisfactorias.