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Formas de infidelidad

En la infidelidad parecen confluir fundamentalmente dos grandes componentes: el primero —y al parecer, principal— sería el sexual; el segundo, el afectivo, entendido como sentirse amado y amar,  sentirse escuchado y escuchar así como sentirse comprendido y acompañado (Jaramillo, 2014). No obstante, parece que las personas infieles buscan cada vez más  romanticismo, chispa y afección tanto o incluso más que sexo. Buscan enamorarse. «—¿Fue la primera vez que entablaste una relación paralela en tu matrimonio? / —No. Ya había tenido una casual […]. En aquella ocasión no se estableció una relación de pareja […], el problema es cuando se involucran los sentimientos» (Jaramillo, 2014, p. 26).

Un patrón parece extraerse de las relaciones infieles, que perfila básicamente dos tipos de infidelidad: aquella que implica involucrarse afectivamente y otra muy distinta, en la que no hay una implicación afectiva.

Actualmente, en la clínica se observa cada vez con mayor frecuencia un tipo de infidelidad que, más que sexual, parece emocional, afectiva, íntima. La sexualidad, si llega, llega más tarde. Este tipo de infidelidad parece estar más ligada a entornos laborales, en los que la amistad entre compañeros/as de trabajo se desliza hacia la confidencia y desde esta hacia la aventura (Reyes, 2016). En este tipo de infidelidad tomar una simple taza de café puede significar mucho más que eso. Como decía una víctima de infidelidad: «No sabía que aquí tomar un café pudiera significar cualquier cosa menos eso». Es lo que Fred Humprey (1983) denominó el síndrome de la taza de café[1]. Con esta expresión el autor hace referencia al hecho de que  muchas infidelidades comienzan inocente y asexualmente con una taza de café. Pronto esta pareja desarrollará el hábito de verse regularmente para compartir cada vez más cosas de sus vidas íntimas, desarrollando una especie de dependencia de estas charlas de café. Después vendrá el sexo. Y así se fraguan muchas infidelidades. Incluimos en este tipo las que se dan en un principio por internet, si bien la taza de café o conocerse en persona viene más tarde, meses incluso después de frecuentarse virtualmente. Tanto Glass (2002) como Pittman  (1994) dejan claro que muchas aventuras empiezan como amistades y se deslizan hacia la infidelidad gradualmente: «Inicialmente habíamos sido amigos, muy amigos durante dos años y medio. Después, debido a las circunstancias, nos enredamos» (Jaramillo, 2014, p 31). Pittman (Ibid) puntualiza que la sexualización de la amistad está en la base de muchas infidelidades, es decir, que muchas infidelidades ocurren porque no se sabe mantener una relación de amistad con el otro sexo. Al respecto, Glass (Ibid) especifica que es importante entender cómo amistades platónicas pueden deslizarse en aventura amorosa. Con respecto a los hombres, esta autora dice que estos se sienten más cómodos intercambiando sentimientos en una relación amorosa. Como resultado, cuando una relación empieza a ser emocionalmente íntima estos tienden a sexualizarla.

En la muestra clínica de Glass (ibíd.), el 83% de las mujeres implicadas y el 61% de los hombres implicados caracterizaron su relación extramatrimonial más emocional que sexual. En una muestra recogida por este mismo autor en un aeropuerto, el porcentaje fue de 71% en las mujeres y 44% en los hombres (ibíd.).

La infidelidad con implicación emocional parece entroncar con el enamoramiento, con esa ilusión propia de los primeros amores. Esta parece en esencia constituir una de las principales insatisfacciones en las personas infieles con respecto a las parejas oficiales: “¿Qué buscas en tu amante? / —Temas interesantes, compartirlos; etapas de enamoramiento, primeros amores, grandes niveles de satisfacción» (Jaramillo, 2014, p. 18). Un enamoramiento paradójico, puesto que debe —e intenta— ser abortado antes de que «la situación se complique», es decir, antes de implicarse emocionalmente: «Las nuevas opciones siempre son buenas, por eso a veces es tan difícil parar. Hay que acelerar y frenar. La búsqueda del enamoramiento que se puede generar a largo plazo es una ilusión. Si permitimos que esa relación se dispare, la situación se vuelve muy complicada. Aquí el tema no es enamorarse o no. Es ser realista. El esfuerzo por ser realista impide el enamoramiento» (ibíd.). Se huye de la responsabilidad y del compromiso: «No me interesa comprometerme ni ser altamente infiel» (ibíd., p. 17).

 

[1] cop-of-coffée síndrome.

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Empatía cero: la banalidad del mal

En el libro Maldad líquida, Bauman y Donskis ya señalan que “las nuevas formas del mal tienden a presentarse disfrazadas de bondad y amor”. El mal ya no es ni obvio ni evidente. Asistimos a una violencia tildada de baja intensidad, que se refleja en la opresión política, en la violación de los derechos humanos y en los conflictos militares, borrando así la línea divisoria entre guerra y paz: “la guerra es paz y la paz es guerra”. Esta es la nueva naturaleza del mal.

El mundo orweliano plagado de distopías, parece ser un mundo enculturado en valores psicópatas como señalé en su día en mi artículo Psicopatía, pandemia de la modernidad, cuyo principal objetivo es el poder por el poder. Un mundo estructural y culturalmente violento, como consecuencia fundamentalmente de la economización neoliberal de todas las esferas de la vida humana -Wendy Brown-, naturalizando así las diferentes formas de violencia, tanto individual como colectiva. La violencia no es ya solamente monopolio de los Estados, sino también de la colectividad individualizada, la cual parece haber asumido la posición del amo, en un proceso de identificación proyectiva para defenderse del estado postraumático de shock, en el que parece estar sumida, e incluso aletargada.

Baron-Cohen en su libro sobre la empatía cero, al preguntarse cómo el ser humano puede ignorar a las otras personas y su sufrimiento, sustituye el término “mal” por el de “empatía cero”. Y dirá que en la actualidad predomina una erosión de la empatía, un estado de desconexión con la otredad que desemboca en el “yo exclusivamente”. Solo en este estado, las personas pueden erosionar la conexión con lo humano y convertirlo en objeto cosificándolo, principal característica psicopática.

Wendy Brown en su libro El pueblo sin atributos explica este fenómeno a partir de la infiltración de los principios neoliberales en todo lo que concierne a lo humano, atacando así los principios, las prácticas, las culturas, los sujetos y las instituciones de la democracia. Se trata de una razón instrumental, una forma de racionalidad normativa autoritaria que genera formas de gobierno totalitarias, pero por consentimiento. Francisco de Goya dejó grabado en sus Caprichos algunos de los resultados de este sueño loco de la razón. En ellos hace una crítica de la sociedad desenmascarando los monstruos. En este punto, recurrimos al concepto de malestar cultural, brillante ensayo de Freud en donde expone cómo los malestares sociales son el resultado directo de las restricciones culturales, impuestas.

La sociedad de hoy ha dado un giro de tuerca haciendo que las restricciones culturales ya no tengan necesidad de ser impuestas, sino que sea el ser humano voluntariamente el que elija su propia esclavitud, como subraya Byun Chul Han en su brillante ensayo La sociedad del cansancio. Y así nos vamos acercando a una sociedad autófaga según el filósofo alemán Anselm Jappen; una sociedad narcisista que no tolera ninguna frustración, que niega una realidad incuestionable: la necesidad de límites, normas y moral y cuya ausencia debido a la lógica extractiva neoliberal, desemboca en la pulsión de muerte. Sí. La sociedad se fagocita a sí misma. Una sociedad mortífera en su autodestructividad que ha naturalizado la violencia, legitimándola bajo principios economicistas como “si se puede, se debe hacer”, “siempre más”, “nada es suficiente”, “todo es explotable”, “el fetichismo de la mercancía”…

Los deshechos de esta economía han sido convertidos en enemigos y como tales, banalizados, es decir, cosificados, convertidos en chivos expiatorios dispuestos a ser sacrificados. Todo aquello que no vale, será estigmatizado y susceptible de ser eliminado por inútil. Todo lo que no sea digno de rendimiento y de explotación, será arrojado a los infiernos o empujado a que se arroje voluntariamente.

Las nuevas guerras virales – gripe A, Sars-Cov2…- son un claro ejemplo de estas nuevas formas de violencia estructural. El objeto de exterminio ahora serán virus y bacterias, sustituyendo a la guerra de las drogas iniciada en Estados Unidos en los años 70 y a la guerra contra el terrorismo de principios de este siglo. Más que guerras, parecen cortinas de humo, con las que se pretende ocultar las verdaderas intenciones o desviar la atención, tal y como aparece en la excelente película dirigida por Barry Levinson, La cortina de humo. Intenciones ya esbozadas en el foro de Davos y por instituciones como el FMI. Un nuevo orden mundial que como desarrolla el economista canadiense Michel Choussudovsky en su obra Globalización de la pobreza y nuevo orden mundial, se ha instalado derogando soberanías nacionales, derechos y democracias. Bajo nuevas reglas establecidas por la Organización Mundial del Comercio, se han concedido una serie de derechos permanentes a los grandes bancos y los conglomerados multinacionales, aderezado con una economía delictiva floreciente. En este orden de cosas, “la deuda pública de las naciones se ha ido acrecentando, las instituciones estatales se han desplomado y la acumulación de la riqueza privada ha avanzado implacablemente”.

La pandemia es el escenario perfecto para el último golpe de la economía financiera del siglo XXI. Lo intentaron con la gripe A (H1N1) y ahora nos llega con el SARS-COV2. Gracias a ella, la megalomanía del poder -hoy global- realizará el sueño con el que muchos dictadores habían fantaseado: el dominio total y absoluto del mundo; jugar a ser dioses.

Y como todos los regímenes totalitarios, este nuevo orden no es posible sin la complicidad de la población, también global, quien participa voluntariamente con su violencia colectiva, gracias a la industria del miedo, en su implementación. Con una élite psicópata y una población psicopatizada, es posible dibujar el principio del fin. El mecanismo que hace posible esta conversión pseudoreligiosa es lo que Bauman denomina el “fenómeno del lavado de cerebro”, un fenómeno propagandístico bien publicitado y comercializado, con la participación estelar del sector sanitario.

La cualidad de la ocultación y el encubrimiento de tal procedimiento representa así el “nuevo salto verdaderamente trascendental en la historia de la tecnología del lavado de cerebro”. Sí, efectivamente, el lavado de cerebro de hoy cobra forma de algoritmo. Y esta maldición nos será presentada como una bendición. Porque la programación neurolingüística que se está realizando a modo de “neolengua” se encarga de pervertir y subvertir el lenguaje, haciéndonos creer que lo anormal es normal. Y así, las creencias suplantan las evidencias y se van fraguando fanatismos religioso-científicos con tintes emocionales que parecen estar derivando en fanatismos variopintos. La realidad supera la ficción hasta tal punto que esta nueva virtualidad parece haberse convertido en el único mundo en donde vivimos. Un mundo unidimensional de pensamiento y comportamiento que tan bien nos describió Marcuse. Sujetos con “encefalograma plano” en los cuales la capacidad para el pensamiento crítico y el comportamiento de oposición desaparecen. Ya empiezan a ser realidad algunos de los escenarios que Orwell apuntaba en su distopía 1984; hoy ya se empieza a hablar de un ministerio de la verdad, lo que equivaldría a la policía del pensamiento en 1984.

La población destinataria de este experimento social ha dado libremente el consentimiento, ha firmado un cheque en blanco para el imparable crecimiento y perfeccionamiento de la vigilancia tecnologizada disfrazada de seguridad. El título de la obra de Alice Miller Por tu propio bien es perfectamente apropiado para describir estos tiempos que estamos analizando. Efectivamente, por nuestro bien, se están llevando a cabo las peores tropelías como la experimentación humana, estados de excepción, toques de queda, confinamiento… Están dinamitando lo que queda de los Estados de derecho. Los PIB de muchos países como España, han bajado, acercándose a niveles que se alcanzaron en la Segunda Guerra Mundial o en la Guerra Civil Española. Ya hay voces que afirman que estamos en una guerra invisible disfrazada, camuflada, distorsionada… La devastación no es bélica sino económica. Ya no hace falta destruir físicamente un país.  Fenómenos como la diáspora o la shoah se repiten. Mismo perro, distinto collar. ¿Habrá también una solución final?

 

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Sobre el amor y la comunicación

otoñoLa lógica economicista está favoreciendo de manera alarmante un lucrativo negocio con la importancia que el amor cobra en la configuración del sujeto (pos)moderno. Pero, ¿Nos educan en y para el amor?

El psicólogo existencialista norteamericano Rollo May destaca el estilo evitante cada vez más presente en las relaciones amorosas. Cada vez es mayor el número de personas que evitan entrar en relaciones amorosas comprometidas. Unas veces por el miedo a sufrir, a que nos hieran… Otras, par evitar el traumatismo que con frecuencia acompaña a las rupturas.

Otras razones son de tipo sociológico. En este sentido, Zygmunt Bauman apunta a la fragilidad de los vínculos humanos, característica de los tiempos posmodernos; a la fragilidad de un amor líquido en tiempos líquidos; al miedo a establecer relaciones duraderas más allá de las meras conexiones. Un tipo de amor en consonancia con la economía y regido por los mismos principios que ésta: relación costes-beneficios, conveniencia, competencia, ley de la oferta y la demanda.

Así como a nivel económico, se insta a la población a emprender, en el terreno amoroso, sin embargo, el ser humano no parece querer correr riesgos; si puede, los evita y para ello, debe evitar relaciones con implicación emocional. En este sentido, lo característico de las relaciones íntimas en la actualidad resulta ser el desapego y el distanciamiento. Rollo May tilda a la sociedad de esquizoide porque en ella predomina lo disociativo, a saber, la falta de contacto, la evitación de las emociones y los sentimientos, la evitación del vínculo, el desapego, la independencia, el descuido…, dejando al sujeto en el desamparo.

El amor, al igual que otros vínculos, ha sido sometido a una lógica fragmentaria diluyendo al ser humano y dejándolo solo y angustiado en un marasmo de incertidumbre. La paradoja en la que nos sitúa esta nueva forma de amor, es que, para la condición humana, resulta imperativamente fundamental ser o significar algo para alguien. El amor humaniza y la falta del mismo deshumaniza, emergiendo así la condición de bárbaro.

La socióloga francesa Eva Illouz nos ilumina explicando por qué el amor duele. Al parecer Narciso, nuestro sujeto moderno, no parece estar dispuesto a negociar contratos relacionales ni a reciprocidades que lo saquen de su zona de confort. Parece querer ser amado más que amar. No tanto debido a problemas psicológicos o traumatismos infantiles, sino a las estructuras institucionales, económicas, políticas y sociales que conforman hasta determinar, la manera en cómo se debe amar. Es como si el sujeto quisiera amar de una forma que no es permitida ni social, ni económica ni políticamente. El ser humano por su condición, tiende a amar de una manera hoy valorada como políticamente incorrecta. Quizás esta perspectiva nos haga entender las razones de la falta de cultura amorosa y de una educación en cuestiones emocionales y comunicacionales. El desarrollo económico de nuestras sociedades nos encultura en el odio, la violencia, la competitividad, la rivalidad…, en definitiva, en la imbecilidad emocional y en el desamor; nos deshumaniza, obligando a distanciarnos, a desapegarnos de los seres que amamos y que podríamos amar. Falta y falla una cultura amorosa. Por ello estas sucintas pinceladas sobre los diferentes vínculos amorosos y la comunicación en el amor.

Rollo May no circunscribe el amor a la relación de pareja, sino que señala distintos tipos de relaciones amorosas, distinguiendo cuatro tipos de amor en nuestra tradición occidental, según el tipo de vínculo dominante:

-La sexualidad o libido. Con ella empieza la existencia biológica del ser humano.

-Otro tipo, el eros o impulso amoroso que para los griegos conducía hacia formas superiores de ser y de relación. En parte porque de ese anhelo derivaba el interés, el deseo de expandirse. Es un amor que busca cultivar la unión, no la descarga. Es la fuente de la ternura. El eros impulsa la trascendencia del ego.

-El tercer vínculo, philias o amistad, referido al amor fraternal.

-Y por último, agapé o cáritas, el amor dedicado a las demás personas.

Toda experiencia humana de amor, nos dirá el autor, es una mezcla en diferentes proporciones de los cuatro tipos mencionados.

Otra de las cuestiones fundamentales del amor es su expresión. La comunicación presupone comunidad y conexión. Para el filosófo Martín Buber, la vida humana tiene la cualidad de ser esencialmente dialógica. Sócrates estaba convencido de que gracias a la virtud del diálogo, el ser humano no está abandonado a su suerte, desamparado o aislado.

El teólogo Gary Chapman contempla cinco lenguajes del amor que aparecen en distintas proporciones.

Resumimos a continuación estos lenguajes:

1.- Palabras de afirmación

La verbalización del afecto es un aspecto esencial del mismo. Palabras de afecto, apoyo, ánimo, elogios…, además de generar un efecto muy positivo, ayudan a aumentar la seguridad, la (auto)estima y el bienestar. Afirmaciones directas y simples indicarán claramente el mensaje sin lugar a equívocos y ambivalencias que se prestan a interpretación. Las palabras ayudan a forjar una intimidad.

2.- Tiempo de calidad

Nos cansamos de observar a nuestras parejas, vástagos y amistades mirando el móvil mientras hablamos. Tiempo de calidad es atención.

En una sociedad con prisas, en muchas ocasiones dejamos lo esencial, las relaciones, sustituyendo el vacío generado por mercancías. Dedicar tiempo suficiente es algo que se ha convertido en un lujo, cuando debiera ser un artículo de primera necesidad. El amor no tiene sentido si no se comparten momentos de la vida, poco importa si son largos o breves.

El tiempo de calidad, continúa el autor, hace referencia también a la unión. «Estar con» no es lo mismo que «estar unido a». La unión hace referencia a una atención completa, plena. Un estar presente, atenta a lo que está ocurriendo aquí y ahora. Es un tiempo dedicado a la otra persona. Es un homenaje.

La calidad de la conversación también se incluye en el tiempo otorgado. Muchas personas se quejan de que sus cónyuges no conversan. Aunque sorprenda, hablar y escuchar no es fácil; harían falta unos cuantos cursos para aprender estas dos acciones que a priori parecen fáciles por parecer “naturales”. Se nos entrena para analizar problemas y buscar soluciones. Pero las relaciones humanas trascienden esta dimensión utilitarista. Estaría bien aplicar lo aprendido en los cursos y formaciones sobre “mindfulness” en lugar de consumirlos únicamente. Escuchar por ejemplo implica contacto ocular, significa escuchar los sentimientos además de las palabras; significa ver el lenguaje no verbal, significa paciencia…

Conversar con calidad implica una intimidad, una revelación de sí. No se trata de jugar un rol, sino de ser y estar.

Finalmente, y dentro de este apartado, nos encontraríamos también con las actividades de calidad: actividades compartidas con la finalidad de vivir juntos experiencias, sentimientos y emociones.

3.- Regalos

Hablar de regalos es hablar de dar y recibir, asunto de gran importancia como ha puesto de manifiesto la antropología.

Además de la dimensión lingüística, existe en el ser humano una dimensión simbólica que se concreta muchas veces en obsequios. Estos hacen referencia a la valía emocional que la persona tiene para nosotros. El regalo puede transmitirnos si se nos piensa o no, si se nos tiene en cuenta, si importamos o no y cuanto, si nos conocen…

La dimensión simbólica no es un aspecto secundario del amor y, sin embargo, no suele ser tenido muy en cuenta hasta que algo trágico coloca a los símbolos en un primer plano y se convierten en fuente de litigio. Como diría Gary Chapman “Quite el símbolo y el sentido del amor se desvanece”.

4.- Actos de servicio

Son aquellos actos que hacemos sabiendo que ello agrada a nuestra pareja, familia, hijos… Son actos gratuitos destinados a servir, complacer y agradar. Actos que llenan de satisfacción amorosa a quien los recibe, al mismo tiempo que a quien los hace. Acciones como preparar una comida, ir a buscar a la salida del trabajo, aliviar tareas, lavar platos, pasar la aspiradora, lavar el coche, preparar un viaje… requieren tiempo, esfuerzo, planificación, pensamiento y energía.

Son esos actos a través de los cuales sentimos el apoyo y solidaridad de los seres queridos. Estos comportamientos nos hablan de la presencia de las personas en nuestras vidas y de cuán importante somos en sus vidas. Forman parte del lenguaje del cuidado.

5.- El contacto físico

Hace referencia a la ternura y el cariño. Es una forma de comunicación tremendamente poderosa. Se concreta en formas tales como el beso, el abrazo, la caricia, el masaje, el sexo…  El contacto físico está en nuestra sociedad infravalorado y, sin embargo, se ha revelado fundamental para la supervivencia humana, a través de multitud de estudios. Tiene muchos beneficios para el bienestar físico y psicológico porque reduce el estrés, mejora el estado de ánimo, disminuye la ansiedad, mejora la salud física, reduce la percepción del dolor y mejora la seguridad personal y la autoestima, entre otros. La falta de contacto físico, genera estrés, ansiedad, cuadros depresivos, baja autoestima, estados de alerta o hipervigilancia, rigidez, limitaciones en la expresión, deterioro del sistema inmune, empeoramiento en las enfermedades neurológicas, problemas de presión arterial…

La escisión entre mente y cuerpo ha nublado la visión holística del ser humano. Ambas dimensiones están imbricadas y se retroalimentan tanto en sentido positivo como en negativo. En definitiva, a través del contacto físico comunicamos y ello conforma nuestra condición  humana.

Frecuentemente escuchamos que “cada persona es un mundo” y como tal, tendrá su(s) lenguaje(s) preferido(s) para expresar el sentimiento amoroso. Por ello para una mejor conexión en las relaciones, resulta importante averiguar cómo expresamos los sentimientos y cómo las personas de nuestro entorno lo hacen.

En consulta, con frecuencia nos encontramos con que muchos de los problemas considerados de sexo, poco tienen que ver con el sexo y mucho con el bloqueo de las emociones, quedando el contacto físico reducido a las relaciones sexuales. También es frecuente constatar que, bajo una actividad sexual promiscua, lo que realmente se esconde es la necesidad de afecto, de contacto físico, de sentirse una persona amada, querida, deseada y conectada. De ahí, el vacío que dicen sentir muchas veces tras este tipo de encuentros.

No es que los hombres sean de Marte y las mujeres de Venus, es que la sociedad no nos enseña a amar, a cuidar, a expresarnos. Y cuando lo hace, lo hace diferencialmente. El aprendizaje de la masculinidad requiere justamente la castración en casi todos los lenguajes salvo el del contacto físico. Se le enseña a evitar la intimidad relacional y la expresión de sus sentimientos y emociones. El tiempo de calidad, los regalos y los actos de servicio están imbuidos de principios economicistas como el utilitarismo y la rentabilidad. Por ello, en muchos casos, son entendidos como formas de inversión. En cuanto al aprendizaje de la feminidad nos hace doctas en varios de los lenguajes mencionados, pero normalmente están orientados fundamentalmente al sacrificio y la entrega, no al amor propio.

La frustración debida a la enorme y a veces insalvable brecha en el modelo de aprendizaje masculino y femenino en cuanto a la dimensión amorosa, está en la base de muchas de las demandas de terapia de pareja. Y con frecuencia, las luchas de poder remplazan la comunicación amorosa.

Para finalizar, una reflexión realista: aceptemos que vivimos en una sociedad emocionalmente imbécil[1] y analfabeta, que genera muchas patologías y rasgos neuróticos compensatorios de esa vacuidad amorosa.

 

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[1] Imbécil en el sentido etimológico de la palabra. Del latín im con y becillis diminutivo de baculum, que significa bácula o bastón. Se refiere a aquellas personas que necesitan un apoyo para poder sostenerse. Dependen de los demás. “Se trata de personas que necesitan depender emocionalmente de otros para sobrevivir” (Anna E. Giorgana).