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Perfiles psicológicos amorosos

 

Estos perfiles tienen que ver con heridas infantiles que determinan unas zonas de fragilidad, vulnerabilidad y susceptibilidad. En otras palabras, todo ser humano posee modos adaptativos de supervivencia ligados a situaciones ocurridas durante la infancia. Para muchos autores, fundamentalmente psicoanalíticos, las heridas infantiles se traducen en esquemas de funcionamiento que se reproducen en las relaciones amorosas, condicionando nuestra tolerancia a ciertas situaciones e incluso, influyendo en la atracción hacia un tipo de pareja muy concreto. En otras palabras, las relaciones amorosas nos confrontan a menudo con experiencias pasadas traumatizantes, reproduciendo y reviviendo el trauma en cuestión. Freud llamó a esto “compulsión a la repetición”. Al parecer, psicológicamente, la relación amorosa abre un espacio privilegiado en el cual emergen fácilmente ciertas heridas pasadas. Y sin quererlo, un gesto, un juicio, una palabra o la falta de ello, convierte fácilmente a nuestro aliado, la pareja, en enemigo. Lo más complicado de esta coyuntura es que estas situaciones conflictivas e incluso críticas, se juegan en un plano inconsciente. Nuestra forma de ser amorosa no es debido al azar ni a la fatalidad del destino, sino que es modelada desde los comienzos de la vida. Usando la metáfora del ordenador, ciertos “programas” o estrategias se instalan en la mente, a veces como formas de supervivencia. Así se graban en el disco duro del aparato psíquico muchas pautas de comportamiento. Pautas que irán incluso en contra de la satisfacción de nuestras necesidades y deseos. En este sentido, la programación neurolingüística (PNL), ha puesto de manifiesto una relación entre patrones de comportamiento aprendidos a través de la experiencia -programación- con los procesos neurológicos y lingüísticos. De acuerdo con el modelo constructivista, el ser humano se relaciona con el mundo a través de representaciones, modelos y mapas, a partir de los cuales se rige y moldea su comportamiento.

Las estrategias de supervivencia puestas en marcha para protegerse de heridas originales contribuyen a perpetuar el sufrimiento en la persona adulta. Son comportamientos defensivos que se detonan “automáticamente”, provocando situaciones deseables de ser evitadas. Un ejemplo clásico es aquella persona celosa cuya celotipia va a precipitar el final de la relación, haciéndole revivir heridas relativas al abandono y al rechazo; experiencias que quería evitadarlas.

Estos «programas» forman parte de la identidad, de la personalidad. Están en la base de las creencias acerca de los demás y del mundo. Existen muchos tipos de perfiles de personalidad o psicológicos. En general todos ellos hacen referencia a una serie de rasgos psicológicos que caracterizan a las personas, al mismo tiempo que las diferencian. A continuación, voy a exponer los perfiles psicológicos amorosos descritos por la psicóloga Veronique Kuhn (2018), escogidos entre otros muchos quizás, porque se observan claramente en terapia. Prácticamente, cualquier persona puede englobarse en alguno o varios de ellos y suele ayudar a orientar mejor, particularmente en la terapia de pareja. Cada perfil se construye a partir de heridas específicas que intervienen en los diferentes estadios del desarrollo del infante. Como he dicho anteriormente, para curar las heridas, el infante desarrolla estrategias de defensa las cuales dibujan un perfil de personalidad particular con comportamientos, necesidades y actitudes que le son propias.

Estos perfiles tienen su fundamento en las estructuras caracteriales descritas por el médico psiquiatra austriaco Wilheim Reich que han constituido el fundamento de la terapia bioenergética desarrollada posteriormente por su discípulo, el médico estadounidense Alexander Lowen. Wilheim Reich perfiló cinco tipos de estructura caracerial según el bloqueo energético corporal. Estas cinco estructuras esquizoide, oral, psicopático, masoquista y rígido desde el punto de vista amoroso se comportan de una manera tan característica que se perfilan cinco perfiles psicológicos claramente diferenciados, a saber, el frío, el altruista, el alfa, el escondido y finalmente, el disociado. Estos perfiles siguen un orden cronológico en cuanto al momento en que la herida se produce en el desarrollo evolutivo. Evidentemente, cuanto más temprana sea la herida, mayor profundidad.

1.- El “frio”

Se llama también perfil existencial porque designa problemas existenciales: personas que sienten que no pertenecen. En apariencia desapegadas, tienden a estar en su burbuja. A nivel relacional, muestran dificultad para el vínculo, para sentirse conectadas al mundo y las demás personas, e incluso al cuerpo. Por miedo a sufrir y a no poder gestionar el dolor, este perfil de persona tiende a evitar vincularse o comprometerse. Y, sin embargo, lo desean profundamente. Lo desean tanto como lo temen. Este es su conflicto interior. Son personas que experimentan una angustia a sentirse invadidas; se sienten desbordadas por las estimulaciones. Rápidamente las relaciones amorosas son “demasiado” y echan el freno. El contacto con las emociones es débil y por supuesto, con el cuerpo. Son personas que en las relaciones no pueden ir ni muy deprisa ni muy intensamente. Cuando esto ocurre, se retiran en su mundo. Demasiado cerca, quema, demasiado lejos, se siente abandonado. La sociabilidad no es su prioridad. Su emoción fundamental es la cólera fría, desapegada, explicativa. Debajo de  esa aparente frialdad anida la rabia. También dominan la impotencia y la resignación. Una posición muy cercana a la depresión. Las personas que responden a este perfil, tienen importantes dificultades con los límites: no saben decir no y les cuesta construir una frontera entre ellas y las demás. Hipersensibles, mostrarán dificultad en el terreno amoroso y en la esfera sexual, serán poco activas. Prefieren dimensiones más transcendentales y menos carnales. Temen sentirse invadidas y su estilo de apego será evitante y, en apariencia, independiente. La relación amorosa será fría y analítica. A menudo desconfiadas, darán la impresión de estar poco afectadas por lo que viven. Tendrán tendencia a aislarse, a distanciarse sin explicaciones. Su mecanismo de defensa privilegiado: el aislamiento físico para protegerse del exceso de estímulos. No pueden tolerar ni demasiados estímulos, ni demasiadas emociones, ni demasiadas sensaciones, ni conflictos intensos. En la relación amorosa su mecanismo es muy complejo porque funciona de manera disociada y tenderán a desvalorizarse y adoptar un posicionamiento de víctima. Se culparán a sí mismas de las fallas de sus progenitores, de sus parejas y en general de todo. Su traumatismo refiere a una ausencia, un abandono, una negligencia. Y desconectarse ha sido su estrategia de supervivencia.

2.- El “altruista”

En esta categoría se incluyen las personas que “aman demasiado” a costa de sus propias necesidades. Renuncian a sus necesidades porque en el fondo creen que no hay lugar para ellas. Son personas sociables, llenas de sensibilidad y empatía. Siempre prestas a ayudar. Buscan la aprobación, gustar, complacer. Tienen la costumbre de focalizarse en las necesidades de los demás. Son como radares detectando y descodificando las necesidades y deseos de otras personas. De ello ha dependido su supervivencia. Son grandes salvadores que en muchas ocasiones terminan siendo víctimas. Extremadamente productivas, estas personas son perfectas para apoyarse en ellas. Confidentes ideales para escuchar las dificultades de los demás. Detestan la soledad. Pensemos en profesiones como bomberos, enfermería, medicina, psicología, profesorado… La persona altruista da, inconscientemente esperando recibir. En el fondo, les gustaría que los demás adivinaran sus necesidades como lo hacen ellas para con los demás. Se hacen ilusiones. Evitan pedir clara y directamente lo que desean o necesitan. Su creencia de base es: “·no merezco tener necesidades. Corro el riesgo de ser rechazado”. Se trata de ayudar a los demás para olvidarse de sí. Afectivamente dependiente, tiene pánico al abandono y al rechazo. La necesidad básica de estas personas parece ser la de recibir la nutrición afectiva que tanto les faltó, solo que no pueden expresarlo abiertamente por miedo. Algunas de estas personas prefieren quedar con alguien a quien no aman tanto porque se sienten deseadas; es más una elección por descarte o se dejan escoger. También permanecen largo tiempo en relaciones insatisfactorias afectiva o sexualmente. Pueden llegar a pensar que sus parejas cambiarán. En estos casos la esperanza resulta ser contraproductiva. Mendigan cariño, amor…

3.- El “alfa”

Es uno de los perfiles más conocidos. Dominante hasta rozar la prepotencia, tiene dificultad para aceptar puntos de vista diferentes al suyo. Atraídas por el peligro, se muestran impulsivas, excesivas y viscerales. Presentan un lado heroico, protector de los más débiles. Tiene dificultad para aceptar la dependencia puesto que la asocia a vulnerabilidad y temen ser traicionadas. Esta es su gran fragilidad, por lo que desconfía de todo; no se deja ir. En su vertiente más patológica, aquí encontramos a los perversos narcisistas, los narcisistas puros y los psicópatas. Debido a su desconfianza, terminarán por estar solas. Preocupadas por su imagen, nadie podrá adivinar lo que ocurre en su interior. Juegan roles sin ser conscientes de ello. Les encanta el rol de salvador, de persona indispensable. Su complejo de inferioridad lo subvierten en superioridad. Expertas de la falsa imagen. Imposible de admitir su debilidad, no pedirán ayuda. Independientes por fuera, dependientes por dentro: se pierden en la búsqueda de reconocimiento. Utilizan la sexualidad para seducir y mostrar su rendimiento. Saben detectar las fallas de la otra persona y utilizarse en un juego de poder relacional. Sus grandes miedos tienen que ver con no ser amado, no ser perfecto, quedar mal (ridículo), perder su poder de influencia y ser traicionado. Por su necesidad de control, les será difícil vivir una relación amorosa, puesto que se prohíben una verdadera intimidad. Su lado paranoico de desconfianza les impide relajarse y ser natural. Mucha lucha de poder en las relaciones, luchan por dominar en la relación. Escogerán parejas florero que reforzarán su sentimiento de potencia. El mecanismo de defensa principal: la identificación proyectiva, lo que vivan en su interior de inadecuado, lo proyectará en su pareja. Más la autoestima de su pareja disminuye, más aumentan la suya. Este personaje niega las emociones, evita sentir y así nada de ansiedad ni angustia, ni miedo. Cuando la negación resulta imposible, descompensa a través de adicciones: drogas, sexo, comida, alcohol, fiestas… Puede llegar a agredir.

4.- El “escondido”

Hipervigilante a las expectativas de la pareja, estas personas adoptan el comportamiento necesario para ser aceptado, lo que les impedirá conectarse a sí mismas; a sus deseos y necesidades más profundas. Este perfil debe adaptarse y someterse para ser amado. Se trata de un perfil dual: sumiso pero rebelde. Pasivo-agresivo, la resistencia será su modo adaptativo de supervivencia. Diciendo si por delante y no por detrás. No obstante, no es consciente de su sumisión. La presencia de la pareja se convierte rápidamente en una obligación; se mete mucha presión; oculta su verdadera personalidad y se da un rol. Un falso yo enteramente dedicado al otro. En estas personas, domina un profundo sentimiento de culpabilidad por no estar a la altura, por lo cual se orienta a lo que debe; a la obligación, no al placer o al deseo o a la necesidad. En la paradoja de adaptarse, pero no ser él mismo o no adaptarse y ser rechazado. Confunde sus deseos con los de la pareja. Su verdadero deseo se lo tiene prohibido. Temen ser rechazadas o juzgadas. Harán enormes esfuerzos para gustar y complacer. Dependen de los demás de una manera un tanto enfermiza. No se atreven a contrariar. A fuerza de hacer concesiones, termina por saturarse y entonces puede explotar, irritarse y pasar al acto con infidelidades. Algunas de estas personas se muestran particularmente sumisas llevando la vida de sus parejas, tipo impostor, y otras se mostrarán paradójicamente rebeldes, pero sometiéndose, presentando no obstante, críticas o comportamientos saboteadores. Son personas que suelen somatizar su rabia, desencadenando problemas digestivos, fatigas físicas, tensiones musculares, migrañas, trastornos del sistema nervioso. Ambivalentes, fluctúan entre dos polos. Está como paralizadas y no saben qué hacer. En general es una dinámica masoquista. Víctimas del sacrificio, controlan a su pareja haciéndole creer que es la pareja ideal, pero en realidad consideran la relación como una trampa que les priva de su independencia y libertad y, sexualmente, raramente está satisfecho. Es por definición seductor. Campeonas de la mentira por omisión, guardan un jardín secreto lleno de insatisfacciones. No ponen límites y se prohíben expresar su cólera. Acaban invadidas por su resentimiento, su frustración, sus agravios, pero lo acallan. Evitan cualquier conflicto para evitar perder el vínculo. Su actitud nunca es clara y la pareja no sabe sobre qué pie bailar. Ocultan su negatividad y resentimiento. Guardan su cólera en el interior lo que le hace resistir a la autoridad que representa su pareja. La confunde. Hacen fácil la relación, son gentiles, encantadoras, ideales, con buena voluntad, pero ponen distancia. Culpabilizan a su pareja. No les gusta el conflicto abierto y para escapar del impasse, proyectan una nueva historia de amor; otro hombre o mujer ideal para recomenzar la pareja ideal gemelizada. Ahora bien, cuando el conflicto es demasiado intenso, toman la decisión brutal de dejarlo. En general, intentarán que se les deje. No dirán lo que realmente piensan. Sintiéndose cada vez más acorraladas, pero no gustándoles poner fin a la relación, tenderán a quedarse al punto de provocar que la pareja le deje.

5.- El “disociado”

La disociación es un mecanismo de defensa que clasifica a las cosas en buenas o malas, sin permitir matices ni una visión global de ambos aspectos. Esta disociación tiende a proyectarse en el exterior, de tal manera que podemos estar con buenas o malas personas. En esta tipología veremos a personas que van a ofrecer en las relaciones o bien la ternura o el sexo. Pero nunca los dos componentes. O uno o el otro. No podrá ofrecer la integridad del cuerpo y el corazón a la vez. Así pues, tenemos el perfil romántico y el sexual. Las personas de este perfil romántico, tenderán a idealizar a la pareja. Románticas, reservadas y desconfiadas, prefieren dar la imagen de sensibles, oponiéndose así al burdo depredador sexual. En los comienzos estas personas sí muestran apetito sexual junto con la ternura, pero una vez que la relación se profundiza y dura en el tiempo, el deseo se apaga. La ternura y el vínculo permanecen. La libido desaparece. La pareja con el tiempo oculta su decepción o termina por resignarse. Las personas sexualmente disociadas, cierran su corazón y solo se ofrecen de cintura para abajo. Sexualmente funcionan bien pero no afectivamente. Hablarán poco o nada de sí mismas. En los comienzos de la relación la sexualidad será intensa, pero a medida que se adentren en la relación, a estas personas les harán falta relaciones sexuales nuevas o nuevas conquistas. Podrán permanecer en la relación estable y tener relaciones paralelas, fundamentalmente sexuales. Estas personas necesitarán explorar su sexualidad sin sentimientos. Dentro de este perfil, encontraremos la infidelidad en serie. En términos psicoanalíticos, este perfil entronca con el complejo virgen-puta, enraizado en una incapacidad de mantener la excitación sexual dentro del marco de una relación amorosa. Freud lo trató como impotencia psíquica. Así las personas determinadas por esta disociación mantienen una relación amorosa estable con las parejas, mientras que explorar con otras la sexualidad salvaje. Este tipo de personas parecen tener inconscientemente un miedo de no poder amar y ser amadas; con el corazón roto, controlan buscando tomar el poder en la relación, entregando o el sexo sin sentimientos o los sentimientos sin sexo.

 

 

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Trauma de traición

 

En realidad, ya hemos pasado el límite de recoger información sobre lo que está ocurriendo en el mundo en lo referente a la salud y a la enfermedad; sobre el giro totalitario que están tomando las ya obsoletas democracias o Estados de derecho en vías de extinción. Para quien quiera realmente saber, la información está ahí. Pero para ello, sería importante recurrir a la metódica duda cartesiana.

Hay demasiadas personas profesionales en muy variados campos de la ciencia como medicina, enfermería, psicología, biología, virología, epidemiología… y en otras ramas profesionales como policía, bomberos…; grandes personas investigadoras, algunas de ellas premios nobeles, cuya vida la han dedicado a investigar, divulgar y enseñar, que discrepan profundamente con respecto a la versión oficialista de la pandemia; que saben que se está faltando al código deontológico de las diferentes profesiones; que saben que no se está investigando, que no se está utilizando el método científico, que no se están haciendo cultivos ni autopsias, entre otras pruebas diagnósticas; que conocen tratamientos alternativos que han funcionado porque en sus investigaciones han utilizado el método científico experimental; que reconocen que las PCR no son pruebas diagnósticas; que saben que las medidas, además de aleatorias son absurdas, porque no responden a fines sanitarios, pero sobre todo, que las personas que más fuerte discrepan no tienen conflicto de intereses económicos. Profesionales que no tienen ni siguen una ideología política o económica, sino unos valores que les marcan la dirección a seguir, fieles a sus códigos éticos y deontológicos.

Mucha gente intuye que pasa algo que no es normal; intuye que algo no está bien en todo lo que está ocurriendo. Sobre todo, aquellas personas que han sido obligadas, a fuerza de chantaje, coacción y manipulación, a «vacunarse» contra su voluntad.

La violencia, el hostigamiento y el acoso al cual la población está siendo sometida desde hace dos años nos indica claramente la disfuncionalidad sistémica en la cual la población mundial está inmersa. En algunos países como Australia[1], la barbarie se ha impuesto. Violando las leyes, las constituciones y los acuerdos internacionales, los gobiernos se van apropiando y expropiando, por la fuerza, de los bienes de la población; de su población. A nada que observemos nos daremos cuenta de que todas las medidas adoptadas son formas de tortura psicológica: aislamiento, confinamiento, bozal, toques de queda, pasaporte sanitario, abuso de poder, amenazas, castigos y violencia; agotamiento y debilitamiento inducidos; monopolio de percepción, humillaciones y degradación… Todas, medidas que deshumanizan. La población está mentalmente más afectada  por este tipo de medidas y el terror inoculado. De hecho, los fallecimientos por suicidio son mayores que por y/o con Covid.

Históricamente, las guerras siempre habían sido contra un enemigo externo, muchas veces fabricado artificialmente a modo de chivo expiatorio o cortina de humo para conseguir beneficios económicos. En este sentido la periodista canadiense Naomi Klein en su libro La doctrina del shock lo expone perfectamente bien: el sistema económico imperante, la moderna religión, emplea la violencia y el terrorismo contra el individuo y la sociedad; la violencia es su modus operandi: “la guerra económica sustituye a la dictadura”. Este hacer psicópata consiste en generar crisis a partir de las cuales imponer una estructura técnico-financiera a modo de salvación. Actualmente la crisis sanitaria es la cortina de humo perfecta para imponer una nueva dictadura mundial. Recordemos que las grandes organizaciones como el FMI, el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio… han tratado a las crisis como oportunidades para hacer negocios. Y es de lo que se trata desde hace décadas.

La diferencia de las guerras del pasado con respecto a la actual es que la población ha sido declarada como enemigo; lo que vivimos hoy es una guerra contra la población. Unos depredadores intraespecie utilizan toda la violencia de la que son capaces para dominar y controlar a la población mundial. Y todo eso ¿por qué? Por Poder.  La esencia de la psicopatía es siempre el poder. Tienen que tener en sus manos el control de la economía mundial. Como afirma el psiquiatra contemporáneo Hugo Marietan “el psicópata (…) tiene necesidades especiales, como el afán desmedido de poder”.

Los regímenes totalitarios, en términos clínicos psicópatas, siguiendo su delirio megalómano, siempre han ambicionado un control total del mundo y en el intento de consumar este delirio, han sometido, por todo tipo de violencia, a la sumisión y obediencia a la población, eliminando cualquier tipo de disidencia.

La población mundial en general parece estar aún en shock, bloqueada por el miedo y la angustia inoculadas; prisionera de la disonancia cognitiva entre la creencia de que Papá Estado les va a proteger y la realidad bélica de desprotección e indefensión que se está viviendo, con millones de víctimas.

Cuando las personas en quien confiamos nos traicionan, sufrimos lo que se ha denominado trauma de traición, con sus consecuentes secuelas de estrés postraumático. El trauma de traición es justamente cuando la persona en quien confías te traiciona, es decir, hace lo contrario de lo que se espera de él. La traición es exactamente cuando se actúa de forma anómica, es decir, por el beneficio propio, en contra del beneficio heteronómico o socionómico, es decir, comunitario. Pero gran parte del trauma reside fundamentalmente en confundir el bien propio con el bien común, obteniendo así el consentimiento para ser “libremente abusadas”. En esto consiste la ingeniería social: en lavar el cerebro y así parecer lo que no es y ser lo que no parece. Este es el accionar del psicópata: provocar para que el otro actúe exactamente como él quiere, sin que sea consciente de haber sido manipulado. Una de las secuelas del trauma de traición consiste en la imposibilidad de ver a los “cuidadores”, en este caso el Estado, el sistema sanitario y la ciencia, como responsables de la traición, culpándose las víctimas a sí mismas.

El ser humano por muy evolucionado que parezca, se guía fundamentalmente por su inconsciente, el cual está repleto de repertorios comportamentales primitivos y primarios, entre los cuales figura la transferencia. En general la relación que tenemos con nuestros padres es transferida a cualquier figura de autoridad. De esta forma el gobierno, el sistema sanitario, la ciencia… son instituciones vistas como un gran Padre ante el cual la gente tiende a obedecer porque tiende a confiar. Aunque políticamente las cosas no funcionen del todo bien, hasta ahora, gran parte de la población occidental pensaba que podía hacer algo para cambiar: votar. La población es incapaz de aceptar que su gobierno o el sistema sanitario no quiere su bien. Le resulta chocante e inconcebible la psicopatía del poder. No entiende que la maldad forma parte de la humanidad; que está ahí y que gobierna. Para la gente común y corriente, que sus gobiernos les traicionen, les vendan, les mal traten, les maten, les mientan, les manipulen, les violenten resulta impensable; le resulta totalmente inaceptable e inadmisible. Es la negación total. Necesitan un culpable, porque no puede ser que el gobierno no vele por su bienestar. Es lo que está estipulado, pactado, votado. No puede ser.

Siguiendo esta línea argumental, efectivamente podemos decir que la población está viviendo un trauma de traición. No puede ser, dicen y piensan muchas personas, que todos los medios y todos los gobiernos al unísono sean cómplices; que todo el sistema sanitario sea cómplice de esta barbarie; que todas las fuerzas del orden sean cómplices; que todos los medios de comunicación mientan y falseen la realidad. A pesar de que los hechos hablan -y hablarán- por sí solos. Así valga de ejemplo de esta neurosis experimental el hecho de que, para entrar en el parlamento – y su cafetería-, los políticos hayan decidido que el pasaporte covid no sea obligatorio, mientras lo han intentado imponer por la fuerza en todos los demás recintos. Estos nuevos sacerdotes de la religión económica, al igual que la Iglesia hizo en la Edad Media, prohibieron a los científicos realizar autopsias, la única manera de saber a ciencia cierta la verdadera causa de las muertes.

Las personas que constituyen el grueso del pelotón, se ven expuestas a la amenaza existencial ante esas organizaciones y organismos en quienes creen y confían que nos mantendrán a salvo, aunque en la realidad hacen exactamente todo lo contrario a lo pactado, lo prometido, lo debido, lo moralmente correcto. Para el cerebro, esto es demasiado y colapsa. Para poder sobrevivir, no queda otra que someterse y unirse al poder con vistas, inconscientemente, a que la situación disfuncional se detenga y volver a la normalidad. Por ello, deciden cargar la culpa y la responsabilidad a terceras personas -las no inoculadas en el experimento génico- y así eximir a las verdaderas culpables. Efectivamente, unirse contra un enemigo común, mismo si genera conflictos entre amistades, familias, colegas de trabajo y parejas, se ha revelado la mejor estrategia defensiva. Una forma de guerra civil alimentada principalmente por los medios de (des)información oficiales y los políticos. Es todo un clásico en la literatura psiquiátrica la paranoia del poder: esa necesidad de ver y crear enemigos por todas partes. Enemigos ante quienes presentar batalla. Se trata de inocular este virus para ayudar a romper lo que queda de tejido social. Inoculan el virus del enemigo y la población mayoritaria hace el resto solita: condenar, coaccionar, perseguir, controlar, vigilar, castigar. Esto se repite a lo largo de la historia.

Hanna Arendt ya en su día bautizó esta actitud obediente de una gran mayoría como la banalidad del mal. Porque no es posible un régimen totalitario y dictatorial sin la complicidad de la mayoría obediente, que cuál mujer maltratada defenderá a su agresor, negando y proyectando la violencia sobre sí misma y sobre todo, sobre aquellas personas que intenten abrirle los ojos. Y como lo sabe cualquier psicoterapeuta, puede tardar muchos años en tomar conciencia.

 

 

 

 

[1] Groso modo, los países más violentos han sido los anglosajones: Australia, Nueva Zelanda, Canadá, Estados Unidos, Irlanda e Inglaterra. A excepción de Israel. Los menos, los países nórdicos europeos. Los más rebeldes los pertenecientes a Centro Europa y los Balcanes.

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La auto-inculpación en los vínculos traumáticos y la perversión moral en el amor

 

Mucho se escucha hablar sobre la falta de valores morales en la sociedad actual. La socióloga Eva Illouz nos dirá que “Se aprecia una modificación sustancial en la estructura moral de la culpa”, la cual tiende a deslizarse hacia las personas afectadas.

En las relaciones amorosas esto se pone en evidencia ante la imposibilidad de elaborar una condena manifiesta cuando se producen falencias morales por parte de las parejas. Al contrario, se evita toda crítica y condena moral porque vivimos en la sociedad del “todo vale·”. No se sabe sopesar las consecuencias morales de las situaciones, particularmente cuando no se falta a ninguna normal legal. La consecuencia más inmediata de esta falta de responsabilidad moral es la tendencia a auto-inculparse, evitando condenar moralmente el comportamiento inmoral de la pareja. Es como si se hubiera perdido la posibilidad de discernir entre las personas que hacen bien y las que perjudican. Parece haberse perdido los criterios y el sentido común que permite diferenciar unas personas de otras, la verdad de la mentira, la honradez de la estafa, la fidelidad de la traición…

Esto es en gran parte debido a la impostura en tanto que lógica dominante en la posmoderna forma de ser. En efecto, la apariencia de virtud y moral es suficiente para producir beneficios, en los casos de las relaciones amorosas, obtener beneficios sexuales, económicos o de estatus. ¡Cuántas personas buscando relaciones sexuales y prebendas económicas, escenifican escenas amorosas como si buscaran compromiso!; se hacen pasar por personas honestas y actúan como si quisieran una relación íntima a largo plazo; “deseo” que se esfuma tras la culminación del encuentro sexual o ante la imposibilidad de obtener beneficios económicos o vivir a costa de la pareja. Relaciones amorosas fingidas por personas que solamente buscan el beneficio económico-sexual; fingimiento que deja de serlo en cuanto constatan que sus víctimas no están a su merced. Ahí empiezan a desplegar todo un arsenal de guerra psicológica de descarte que puede durar años.

Es muy frecuente que las parejas víctimas de relaciones tóxicas (psicópatas integrados, narcisistas -perversos- y maquiavélicos) se auto-incriminan por haber sido víctimas de una estafa emocional. Es como si nos culpásemos por haber sido víctimas de un robo o de una estafa. Y esta auto-inculpación ocurre particularmente en este tipo de relaciones en donde el valor propio y la autoestima, salen gravemente lastimadas. Porque no podemos olvidar que el estilo de las personas tóxicas suele ser parasitario no solo a nivel afectivo, sino económico. Hay personas que pierden casas, ahorros, coches… tras haberse relacionado un tiempo con este tipo de personas patológicas. “En lugar de proferir una condena moral lo que hacen estas mujeres es trazar una línea recta que une la partida del hombre con el yo de ellas y su sentido del valor individual” (Eva Illouz, 2012). Efectivamente, bien que una gran mayoría de personas estafadas son mujeres, también hay hombres víctimas de este tipo de relaciones vampirescas en donde pierden prácticamente toda dignidad, corriendo, además, el riesgo de ser denunciados por violencia de género.

Es como si la estafa emocional, la triangulación, el abandono, el rechazo y la infidelidad ocurren porque el yo de la persona afectada padece alguna deficiencia particular, cuando en realidad en este contexto relacional tóxico, lo que hay es une evidente dificultad -patología- únicamente en la persona que realiza el fraude.

En las historias que relatan pacientes que viven este tipo de relaciones en las cuales sus parejas roban, mienten, engañan, mal tratan, mal quieren, insultan, vejan, humillan, viven a sus costas… Estas conductas no solo son reprobables, sino que las personas que sufren las consecuencias, no adoptan ningún proceder, ni manifiestan condena alguna. Al contrario, la conducta inmoral en algunos casos como mucho se medicaliza o psicologiza, es decir se acude a terapia, bien para ver cuál es el fallo en la persona afectada auto-inculpada, bien para cambiar a la persona tóxica. También en ciertos casos, para, tras una separación temporal, volver con la persona tóxica cuál toxicómano en plena recaída. Y es que efectivamente, este tipo de relaciones son altamente adictivas. El lavado de cerebro que sufren algunas personas enamoradas por parte de sus parejas, impide la manifestación de una condena moral y en terapia, de alguna manera, la demanda es que la figura del terapeuta sea quien marque la línea moral de conducta, porque la persona afectada no sabe sopesar las consecuencias de la inmoralidad de la pareja. En otras palabras, gran parte de la terapia con personas víctimas de estas estafas relacionales requieren una terapia de validación. Son vínculos traumáticos propios de relaciones de abuso. Este tipo de vínculo se define como un estado mental en donde la persona afectada por mecanismos psicológicos como la disonancia cognitiva, siente amor y lealtad por su abusador. Lo que se ha denominado síndrome de Estocolmo. La persona víctima de este tipo de vínculo actúa como poseída, hipnotizada, en trance, para complacer a su verdugo, haciendo cosas que normalmente no haría. Muchas de estas acciones tienen carácter de perversiones sexuales, llegando incluso a la aberración.

A pesar de todo el coste económico, sanitario y jurídico, no se puede legalmente hacer nada porque no hay ninguna ley o norma que prohíba y condene este tipo de estafa afectiva. Es más, esta forma de ser y estar en el mundo impostada es favorecida culturalmente (Gori, 2013). Y es que la cultura está desterrando la naturaleza social, (inter)dependiente, solidaria y colaborativa del ser humano en pos de una autonomía tan competitiva y eficiente como enfermiza por individualista. Así, parece hoy que amar, (inter)depender, colaborar y solidarizarse resultan ser pecados o patologías a erradicar. Parece que estas condiciones humanas deben alienarse, desterrarse del horizonte relacional, para bien adaptarse a esta sociedad. En su lugar, se impone una visión racional y disociada entre amor y sexo, procurando evitar cualquier implicación afectiva. Así el “amor” en tanto que mercancía sujeta a la ley del mercado de la oferta y la demanda, se verá privado de aquello que lo define: el vínculo afectivo. En su lugar, dicho estado será sustituido por un sexo desapegado desprovisto de cualquier atisbo de intimidad y compromiso. En consecuencia, los estilos de amor que predominan en nuestra sociedad son fundamentalmente el encaprichamiento, el amor fatuo, el amor vacío y el amor romántico. Amores según la teoría del psicólogo Robert Sternberg incompletos y evolutivamente inmaduros. El dominio de la masculinidad tóxica cobra forma a partir de un disociado ideal de autonomía en detrimento de la afectividad. Así, mostrar afecto y querer compromiso se convierten en factores de vulnerabilidad y debilidad, además de ser susceptible de rechazo por dependencia. La relación de poder, hoy todavía presente en las relaciones amorosas, hace que la persona que ama más, esté en una posición más débil en la relación. El principio de autonomía “exigido” en las relaciones amorosas, fundamentalmente heterosexuales, reprime la necesidad, fundamentalmente femenina, de reconocimiento y afecto. Esta represión es la base de la violencia simbólica. No obstante, encontramos también este tipo de dificultades en parejas homosexuales, en donde uno de los dos quiere una mayor implicación y compromiso, y el otro busca compulsivamente, sexo.

Observamos que la moral afecta de forma muy distinta en las esferas pública y privada. Mientras que en la pública domina lo políticamente correcto y eufemístico, en lo privado se va fraguando lo bárbaro. La cuestión moral, los criterios para condenar moralmente ciertos comportamientos, parecen estar claros cuando se trata de actos vandálicos como el robo o el allanamiento de morada, entre otros. Pero en cuanto se toca la esfera íntima, esta línea se difumina. No parece posible definir la estafa, el vandalismo, la violencia, el abuso o el mal trato en esta dimensión. En estos casos, el abuso y la perversión sexuales, así como la estafa económica en sus diferentes vertientes (vaciamiento de cuenta, vida parasitaria…) no solo están permitidas, sino que además forman parte de estas nuevas formas de vinculación o no-relaciones que diría Eva Illouz.

Ahora bien, lo que a simple vista parecen problemas individuales o de pareja, en realidad son sociales. A nivel cultural, parte de la causa de esa falta de discurso moral está, como lo explica Eva Illouz, en que “las relaciones íntimas en la actualidad tienen como fundamento la libertad contractual, que excluye la posibilidad de responsabilizar a quien se echa atrás”. La autora entiende que este factor no es suficiente y recurre al concepto de “falsa conciencia” para explicar que se tiende a asumir el punto de vista del otro, el que abusa, en perjuicio del propio (el de la víctima). Finalmente, esta socióloga concluirá afirmando que esta transformación radical en la estructura de la culpabilidad moral reside en “las propiedades mismas del amor moderno” siempre en tensión entre la autonomía y el reconocimiento, estrechamente ligado a la reafirmación del propio valor o autoestima, ganando esta batalla el valor de la autonomía. La cultura terapéutica, cómplice de la distopía posmoderna, responsabiliza al yo de sus “fracasos”, ya sea, por ejemplo, culpando a la persona por elegir una pareja no disponible o por amar demasiado o por mostrarse socialmente dependiente al querer comprometerse…  Culturalmente estas personas, mayoritariamente mujeres, asumen su culpa, eufemismo de responsabilidad. Esta estructura moral y cultural del amor propio, la autonomía y la independencia aparece como responsable de tanta ansiedad e incertidumbre en los vínculos románticos modernos. Estos modelos fomentan la auto-inculpación y auto-incriminación. Resulta imposible además de paradójico amar y ser autónoma. No se puede ser dependiente e independiente al mismo tiempo.