desierto

Violencias invisibles

 

Vivimos en una sociedad en la que se conjugan diferentes formas de violencia. El sociólogo y matemático noruego Johan Galtung analiza los diferentes niveles de violencia, distinguiendo tres niveles: violencia directa, estructural y cultural o simbólica, estas dos últimas invisibles, pero no menos violentas; es más, constituyen las raíces de la violencia directa.

La violencia directa se manifiesta a través de comportamientos sociales destructivos contra otras personas, el medio ambiente o contra una comunidad. Ejemplos de ello son los asesinatos, los robos, la violencia de género, las agresiones verbales, las amenazas, la contaminación, el exterminio… Esta violencia es claramente visible. Los actos de violencia directa son actos directos de violencia física, verbal o psicológica sobre otras personas.

La violencia estructural es aquella que genera daños a necesidades humanas básicas como la supervivencia, la libertad, el bienestar, la identidad… En este tipo de violencia siempre hay un grupo privilegiado y otro vulnerado, en general según la clase, la raza o el género. Todo aquello que forma parte de la consolidación de las diferencias sociales es violencia. Ejemplos de esta forma de violencia la tenemos actualmente en las crisis económicas, las guerras, las hambrunas, las migraciones, los éxodos… a partir de lo cual las personas pobres se empobrecen aún más y las ricas se enriquecen aún más. La violencia estructural comprende ciertas formas sociopolíticas y culturales como la represión, la explotación, la marginación, la pobreza, la exclusión…

La violencia cultural (o simbólica) es definida como cualquier aspecto de una cultura que legitime toda forma de violencia. Cualquier forma de ideología constituye una forma de violencia cultural desde el momento en que argumenta “razonablemente” la necesidad de la violencia. Ejemplos de ello los tenemos en la ideología científica desplegada durante la pandemia que ha impuesto y obligado a vacunarse a mucha población que no lo hubiera hecho de motu propio, la ideología médica vehiculada para forzar, entre otras medidas, la utilización de mascarillas contra toda lógica científica avalada por estudios, la ideología tecnológica que fuerza a las personas a utilizar medios digitales, la ideología “·supuestamente” ecológica para forzar a privatizar servicios o espacios públicos como está ocurriendo actualmente con el Teíde, cualquier forma de colonización que acultura a grupos étnicos diversos, el patriarcado…

Para el sociólogo noruego, la violencia estructural y cultural son formas de violencia invisible. El psicoanalista Jean Charles Boucheaux explica en su libro Las violencias invisibles que éstas tienen, como todas las formas de violencia, exactamente el mismo objetivo: matar la subjetividad, todo aquello que permita la existencia de la diferencia, solo que de manera soterrada y sibilina.

Este psicoanalista francés irá más allá, situando la génesis de toda violencia en la imposibilidad de poder decir no; en la imposibilidad de poder elegir y, en la imposibilidad de consensuar libremente. El no, el límite, el consenso… constituyen formas simbólicas de la ley, esa tercera instancia que permite al ser devenir humano y salir evolutivamente del narcisismo fusional de la estructura diádica madré-bebé. Salir de la fusión para entrar en un mundo de mediación, de negociación, de consenso, de palabra (cultura)… La pediatra psicoanalista austrohúngara Margaret Shcoenberger Mahler considera este proceso de separación-individuación como el nacimiento psicológico del ser humano que no coincide con el nacimiento biológico.

El no, la ley, la frontera, los límites, el marco y la estructura permiten eliminar la violencia porque permiten a los seres humanos interactuar en tanto que sujetos. La política en este sentido, no deja de ser una estructura que de existir en su forma original y no perversa como hoy en día, evitaría la violencia porque permitiría interactuar entre la ciudadanía. Todo lo concerniente a la ley es fundamental porque organiza el psiquismo del sujeto, de tal manera que gracias a esta separación e individuación el ser biológico entrará dentro del orden simbólico del lenguaje, del discurso de la cultura y se humanizará; saldrá del narcisismo primario y de esa violencia que caracteriza las relaciones fusionales. Pasará de ser sujeto biológico a sujeto social y cultural.

Como lo muestra la psicóloga y psicoanalista Susana Medina en su brillante trabajo sobre El sujeto ante la ley, cuando se desvanece el orden de la ley, el resultado es una violencia desubjetivante en la que las instituciones humanas son arrasadas, anulando así la creación, la libertad y el sujeto. Cuando el mismo sistema que debe formular las leyes las corrompe y desmiente estamos frente a una de las formas más devastadoras de la violencia. Pues, roto el límite que posibilita al sujeto la sustitución de lo vedado mediante el lenguaje, este queda frente a dos opciones: perderse en la violencia de lo prohibido o someterse a la violencia sin pactos de amos atroces. Tal es la situación que analizamos en las sociedades neoliberales actuales. Por otro lado, la responsabilidad y la culpa desaparecen con el sometimiento en tanto son siempre referidas al amo o actuadas con el sacrificio o la muerte”.

De lo que se trata hoy en día en el mundo narcisista en el que vivimos, es justamente de la desaparición de todo aquello que encarne el no, los límites, las fronteras, los acuerdos, la política, el consenso…. En definitiva, sin la ley en tanto que estructura, las relaciones humanas se deshumanizan, convirtiéndose en relaciones entre objetos inanimados, inertes y robotizados. Relaciones de poder asimétricas y verticales en donde haya personas amas y esclavas, dominantes y dominadas, verdugos y víctimas. Es el mundo diádico narcisista, omnipotente (o impotente en su defecto) y prepotente, en donde la persona que detenta el poder se erige ella misma en ley, generando así un mundo violento y abusivo, en donde no se admite un no por respuesta. Porque la violencia es todo cuestionamiento de aquello que se define como frontera, como límite, como estructura, como marco de referencia, como contexto,… Se trata de doblegar, forzando al no hasta conseguir un si, contra de la voluntad del sujeto/pueblo. Lo perverso del narcisismo de las violencias de hoy no es solo doblegar, sino generar voluntades colectivas que coincidan con la voluntad del poder. No basta con vacunarse, hay que querer vacunarse y forzar esa voluntad.

Violencia es así toda restricción física, psíquica o moral ejercida sobre una persona o grupo  para incitarla a realizar un acto determinado, en contra de sus propios valores; en contra de su voluntad. Se trata de forzar a alguien a que haga algo sin dar su consentimiento o, lo que es peor, forzando su consentimiento. A través de las diferentes formas en que la violencia invisible se materializa, lo que se pretende real y conscientemente es coaccionar a las personas para forzar y violar su consentimiento, su poder, su asertividad, su subjetividad… Y para conseguirlo, ha proliferado enormemente el campo de la ingeniería social, de tal manera que cada ser humano en la actualidad interioriza, normaliza y ejerce violencia sin conciencia, obedeciendo (órdenes) a través de algunos de métodos como la amenaza, la intimidación, el miedo, la humillación, el chantaje, la infantilización, el castigo, el refuerzo negativo y positivo…. Veamos algunas de las estrategias de violencia más perversas y sibilinas. La primera de ellas quizás por su invisibilidad sea el buenismo o la gentileza mórbida. Alice Miller dedica todo un libro Por tu bien, a denunciar una de las peores violencias ejercidas hacia la infancia. Esta autora denuncia los daños de una educación que de hecho rompe la voluntad del infante para convertirlo en un ser dócil y obediente. Una violencia que será interiorizada y se ejercerá en un futuro hacía uno mismo y hacia los demás, reproduciéndose indefinidamente.

Son numerosos los autores que hablan de sociedad narcisista. El narcisismo de hoy es fundamentalmente perverso. Esto significa una sociedad que se realiza en y a través de la capacidad de dañar y en la incapacidad para ver al otro como sujeto, en tanto que diferente; en su incapacidad para acceder a la Otredad, a la Alteridad. Por ello, no deja de objetivar al otro -sea este otro quien sea: hijos, inmigrantes, amistades, pareja, población… -, de relegarlo a objeto, de apropiarse de sus cualidades y proyectar sus propios defectos -es lo que ha ocurrido con la infancia: más se adultiza la infancia, más se infantiliza la adultez. Estamos en una sociedad en la que se impide cada vez más vivir: resulta difícil trabajar, ahorrar, ganar dinero, viajar, disfrutar, pasear por parques, nadar en playas, generar riqueza, ser libre… la mayor parte de políticas van en este sentido: prohibir en nombre de una prevención que disminuya los riesgos. La represión en pro de una falsa seguridad se va imponiendo a fuerza de decretazos y normas, a todas luces ilegales, declaradas, a posteriori, inconstitucionales. Se trata de una sociedad dominada por un poder que se esfuerza en volvernos personas locas a fuerza de requerimientos (injonctions) paradójicos, es decir, mensajes contradictorios, dando lugar a un estilo de comunicación paradójica esquizofrenizante. Una comunicación que sume a las personas en una confusión mental, paralizándolas y obligándolas a hacer cosas confusas.

¿Mecanismos por los cuales esta violencia indirecta se ejerce? Tenemos una basta panoplia: la incompetencia, la impostura, la perversión lingüística, la manipulación, el acoso, la repetición, la indefensión adquirida, la doctrina del shock (generar catástrofes), la inoculación del miedo, la psicología positiva, la propia gestión emocional, la presión social, la coacción, la corrupción, el paro, la subida de precios, el generar escasez, la inflación, la medicalización de la existencia humana, la pobreza, la guerra, el hambre, la  ilusión de alternativa, la censura, la amenaza…

Las violencias invisibles en definitiva son formas invisibles de abuso de poder en el marco de relaciones asimétricas que se visibilizan en las personas víctimas de estas prácticas. Son formas de mal normalizadas, generalizadas y banalizadas.

 

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