La significación de la psicoterapia

 

Psicoterapia, término compuesto de psique y terapeia, hace referencia al cuidado del alma, no a su tratamiento (Hillman, 1999).

Cuidar en su sentido etimológico moderno deriva del latin cogitare, es decir, pensar, de donde se pasó al significado de poner solicitud, estar atento a (Corominas, 1986). En este sentido, cuidar, es decir, hacer terapia o terapeia, sería pensar, reflexionar; actividades que poco o nada tienen que ver con el concepto médico de enfermedad ni con su derivado terapéutico de tratamiento. La reflexión y el pensamiento van en paralelo con la palabra, el logos. Pensamiento y palabra están estrechamente imbricados. Pero ¿qué significa pensar, reflexionar? Crear un espacio-tiempo en donde, en este caso, las experiencias psíquicas tengan una morada, un “lugar” para poder abordarlas de manera reflexionada. La palabra pensada, reflexionada, no cabe sino dentro del espacio dialógico, fundamentalmente intersubjetivo. La construcción de dicho espacio tiene que ver con el cuidado.

El cuidado del alma hace referencia a aspectos como la literatura, la religión, el arte… Aspectos simbólicos y metafóricos relacionados con la imaginación. Hablamos de sueños, recuerdos, imágenes… narrativas que constituyen maneras de reflexionar sobre la vida; son maneras de contar y dar vueltas a la experiencia de la vida; son formas de metaphorein, es decir, de transferir, de trasladar, de cambiar de perspectiva, a partir de lo cual el problema, como tal, desaparece.

El cuidado de la psique hace referencia a un proceso continuo que no tiene tanto que ver con la enfermedad sino con la vida. En este sentido, el primer paso de la psicoterapia será ante todo de entender, de comprender la psique a través de la comunicación, las relaciones sociales, la dimensión espiritual, la cultura.

La psicoterapia, entendida aquí como el cuidado y no la cura del alma, no pretende resolver problemas, erradicarlos, sino más bien devolverlos a la persona, intentando buscar un sentido. La “enfermedad”, psicopatología, dentro de esta óptica, no sería más que una manera de manifestarse de la psique para la cual habría que descubrir el mensaje, el sentido. La psicoterapia busca conocer no tanto la “enfermedad” como al enfermo y en este conocimiento amoroso, caring, el ingrediente principal es el amor en el sentido de “caritas” (May, 1994). En el griego antiguo el verbo conocer era el mismo término que designaba el encuentro sexual. Así, la relación etimológica entre conocer y amar es estrechamente próxima. Esto significa que no podemos conocer al ser humano sin amarlo, es decir, el conocimiento humano implica una unión, una participación dialéctica con el otro (Ibid). Ya antes, Miguel de Unamuno (1958) decía que amar es una forma de conocer especialmente aquello que está invisible y oculto. Tenemos que recordar que en el mito griego la psique, representada por una mujer joven y bella, estaba estrechamente unida a eros (Hillman, 1999).

Para entender o comprender lo primero es observar, esto es escuchar; considerar atentamente lo que el sufrimiento, el pathos, está revelando a través de los síntomas, los cuales ofrecen una oportunidad para reflexionar. Intentar erradicar los síntomas sin entender su sentido puede perfectamente conducir a lo que los psicoanalistas han llamado resistencia. La psiquiatría y la psicología modernas han hecho de los síntomas un enemigo y lo han tratado como si de un virus se tratara.

El cuidado del alma tiene que ver con una vida profunda, plena, auténtica y no es un método de resolución de problemas. Cuidar la psique tiene que ver con el saber vivir, con el sentido de las cosas y, por lo tanto, con el cultivo de la vida.

La propia reflexión de lo que está pasando, de lo que ocurre, supone en sí mismo ya un cambio, pero no se trata de un cambio de acuerdo a un plan o a una intervención. Al contrario, si procedemos a la escucha con atención e imaginación, los cambios se producen sin casi percibirlos. La búsqueda obstinada de un cambio puede en sí provocar paradójicamente la persistencia del problema (Watzlawick, 1994). No podemos olvidar que el cambio es algo “espontáneo”, “natural” (Watzlawick el al, 1975), y por lo tanto fluye con el propio evolucionar del ser humano. Por otro lado, sabemos que la comunicación, la palabra del diálogo, tiene efectos poderosos sobre el ser humano puesto que influyen en los estados anímicos, las opiniones y los comportamientos. Baste aquí recordar el inestimable valor que tenían los presocráticos por la retórica y el método mayéutico[1] atribuido a Sócrates. Nuestra tradición occidental judeo-cristiana ha recogido este principio, plasmado en el libro sagrado, la Biblia: “y al principio fue el verbo”. La palabra, elemento simbólico por excelencia, representa la coordenada de donde lo humano no puede salirse. Lo humano está configurado en la palabra, en la comunicación y a su vez, ésta configura lo humano. En nuestro lenguaje, sólo podemos crear imágenes de la realidad y es a través de estas imágenes habladas que la realidad humana se expresa. Pero al igual que el alma, la realidad, la existencia, sólo pueden revelarse, manifestarse. En este sentido, la psicoterapia, entendida como el cuidado del alma, es decir, como el cultivo de aquello que condiciona al ser en tanto que humano, tiene relación con la semiótica, la retórica, la comunicación, el arte, la ética, la moral, la religión, la narrativa, la metáfora, lo simbólico, lo onírico… en definitiva, con las relaciones.

 

[1] Consiste en, a través de preguntas, llevar al interlocutor a que por sí mismo se de cuenta o tome conciencia de tal manera que encuentre sus propias respuestas y llegue a un conocimiento relacionado con la verdad de su inconsciente: “Conócete a ti mismo”

 

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