Responsabilidad afectiva
En tiempos narcisistas, hablar de responsabilidad emocional suena fuera de lugar, anacrónico incluso. La lógica economicista ha impregnado todas las áreas de la vida humana, dañando seriamente las relaciones humanas. Tiempos de no relaciones como las denomina la socióloga Eva Illouz en su ensayo El fin del amor, en los cuales la vinculación resulta si no imposible, harto difícil. Relaciones bajo formas de no compromiso, de no elección que “se combinan de algún modo con estrategias calculatorias intensivas de evaluación de riesgos”. Nos hemos vuelto consumidores tanto de sexo como de emociones. Relaciones caracterizadas por “procesos avanzados de mercantilización, por la multiplicación de las opciones sexuales y por la penetración de la racionalidad económica en todos los ámbitos sociales”, nos dice el sociólogo Worlfang Streeck.
La responsabilidad afectiva, afirma la psicóloga Marta Martínez en su ensayo Que sea amor del bueno, se refiere a la conciencia de que un vínculo siempre implica a otras personas además de a sí misma; personas por supuesto con sus respectivas necesidades y deseos. Este concepto engloba así todos aquellos conceptos basados en el cuidado, el consenso y la comunicación fluida, clara y directa no solo en las relaciones de pareja sino en las de amistad o familiares. Resulta complicado hacer entender que los actos de las demás personas tienen repercusiones y muchas veces traumáticas, en nuestro mundo emocional, lo mismo que nuestros actos tienen repercusiones en las demás personas. Aún no hemos interiorizado este tipo de conciencia en el actuar. En estos casos, la inconsciencia toma la delantera y ésta suele tomar la forma de egocentrismo, es decir actos por libre encaminados a satisfacer necesidades estrictamente individuales sin tener en cuenta las ajenas, condicionada por vivencias pasadas no integradas ni identificadas. En este contexto, las demás personas son objetos para nuestra satisfacción. Freud a esto lo bautizó como narcisismo secundario, entendido este como el fracaso del amor objetal, o sea, del amor. Se ha banalizado la importancia de la intimidad como elemento generador del vínculo. Intimidades congeladas llama Eva Illouz en su ensayo que lleva este título, a estas relaciones emocionales e íntimas definidas más por modelos económicos y políticos de negociación e intercambio. El también bautizado “Capitalismo emocional” delinea una nueva cultura de afectividad caracterizada por la frialdad, la falta de vínculo o desapego, la inconsciencia y el narcisismo. El coste ya está resultando alto: en consulta vemos a diario personas que sufren de las consecuencias de la irresponsabilidad afectiva y por supuesto aunque en menor medida, también personas afectivamente irresponsables. Y la pregunta que me suele venir frecuentemente es ¿Qué necesidad hay de todo esto? Observamos igualmente encadenamientos relacionales afectivo-sexuales fallidos; víctimas en serie de personas tóxicas igualmente en serie. Como dice Marta Martínez: o “lo aguanto todo o me voy por nada”. Constatamos con frecuencia formas de apego ansioso o evitante. Amor líquido bautizó el sociólogo Zymunt Bauman, a estas relaciones sin compromiso ni implicación ni afecto. Pero ¿y sin conciencia? Estas ya representan un giro de tuerca que va más allá de lo líquido, para entrar en la disfunción de tipo narcisista. “Relaciones pasajeras que nunca solidifican, sino que se emplean para satisfacer una necesidad concreta e individual, muy en la línea de la mercantilización y la sociedad de consumo” (Martínez, 2022).
Como personas, ni hemos sido educadas ni estamos siendo educadas para el amor (la paz, el bienestar, el bien común y la solidaridad) por mucha ley que obligue a educar a la chavalería en la “gestión emocional”. Contrariamente a lo que se predica, incluso por ley, realmente las personas estamos siendo enculturadas o socializadas en el rendimiento, la cosificación, la mercantilización, la sexualización, el hedonismo, el egocentrismo, la autosuficiencia, el individualismo, la invulnerabilidad, la megalomanía… valores narcisistas y psicópatas por excelencia que deshumanizan absolutamente todo aquello que tocan. Evidentemente en este contexto, los vínculos, apegos y las relaciones serán imposibles. El malestar social seguirá profundizándose hasta tocar fondo.
La irresponsabilidad afectiva tiene muchas manifestaciones: tratar como si la pareja fuera un mueble, falta de comunicación (control de la información), asimetría en la relación, juegos de poder, castigos, venganza… En general, la falta de responsabilidad responde fundamentalmente a un modo de funcionamiento rígido, a modo de ritual. Un modus operandi que se mantiene en el tiempo sin cambiar un ápice, basado fundamentalmente en la manipulación: lo que quiero conseguir de la otra persona sin negociar, sin consensuar, sin hablarlo. Se les llama en el argot psicológico “patrones de relación disfuncionales”. Algunos de ellos nos suenan más que otros como el de salvador, el de codependiente, el de estar emocionalmente no disponible, el de ausente, el de víctima, el de perseguidor… A través de estas formas de interactuar, muchas personas pretenden obtener de sus parejas, familiares o amistades lo que necesitan poco importa si causan perjuicio. Lo que se pretende es que las personas manipuladas, en estos contextos, realicen actos para la otra persona (la que manipula) que, en no pocos casos, van en contra de sus voluntades o valores. Son interacciones basadas en el control y en el poder.
A continuación, expongo algunas de las formas rituales en que la irresponsabilidad afectiva opera, desgranadas en rimbombantes etiquetas anglosajonas:
– Love bombing o bombardeo amoroso que como su nombre indica hace referencia a una explosión de amor que terminará relativamente rápido en el momento en que la víctima haya caído en la red.
– Hoovering (aspiradora), es decir que “aspiran de vuelta a su vida” a personas con quienes han mantenido algún tipo de relación en el pasado. Exparejas que al cabo de un tiempo contactan diciendo que echan de menos lo que tenían… hasta volver a contactar emocionalmente.
– Breadcrumbing (literalmente migajas) o “flirteo” en forma de señales mínimas a la pareja para dejarle caer que sigue ahí, presente y así continuar estando enganchada a la relación, pero sin pretender implicarse de lleno o comprometerse de forma más seria.
– Gosthing (fantasma) o la nueva forma de terminar la relación despareciendo sin decir nada.
– Orbiting o sea, un “ni contigo ni sin ti” con un pie dentro de la relación y otro fuera, como dice Anna Lovine quien acuñó el término te mantiene «suficientemente cerca para que ambos se puedan observar; suficientemente alejada para nunca tener que hablar«.
– Gashlighting o luz se gas… hacer dudar a la pareja de su cordura, juicio, percepción o memoria.
– Benching (banco) o intención de dejar a la persona “en el banquillo”; esto es, dar intencionalmente esperanzas de un futuro sólido cuando la intención real es exactamente dejar en espera y así no afrontar la soledad y mientras conocer a otra persona con la que se sienta más agusto. La variante de esta forma es el cushioning o almohada hace referencia a tener varias personas en la agenda, así como, al igual que las almohadas, de cabecera con las que flirtear por si las otras opciones fallan.
– Stalking (acecho) se refiere a un trastorno que tiene una persona que lo lleva a espiar a su víctima. La persona persigue a otra de manera obsesiva con actos de hostigamiento de forma continuada como llamadas de teléfono, emails, sms, seguimiento, espionaje…
– Haunting… Relaciones intermitentes basadas en lo que en psicología llamamos refuerzo intermitente que es cuando se refuerza positivamente conductas solo en algunas ocasiones. Un tipo de refuerzo que genera enganche y adicción, además de mermar la seguridad, la autoestima y la confianza. Genera relaciones asimétricas en las cuales una de las partes sale siempre perdiendo. Vínculos de tira y afloja.
– Catfishing (bagre, un tipo de pescado) consiste en construirse una identidad o personalidad falsa con el objetivo de seducir y así obtener algún tipo de beneficio
No son faltas puntuales. Más que hechos aislados, conforman un patrón de comportamiento interiorizado, desgraciadamente cada vez más normalizado y banalizado en el que una de las partes tiene más información sobre la dirección del vínculo que la otra. Se trata de un conjunto de maneras de actuar y actitudes que se repiten en las relaciones sin que la persona que realiza estas estrategias, haga nada cuando se le señala que su comportamiento afecta a las personas que están a su lado. En terapia esto suele hacerse visible cuando vienen todos los miembros de una familia porque no saben qué hacer ni cómo actuar ante el comportamiento tiránico y/o tóxico (en el argot popular) de uno de sus miembros. Ese «astro rey» que todo lo controla desorganizando el entramado familiar y que normalmente, suele tener la complicidad de la madre o el padre, favoreciendo estas actitudes y comportamientos. Por último, siempre están las formas más clásicas de irresponsabilidad afectiva como la infidelidad, la falta de implicación emocional en la relación, la ausencia justificada por exceso trabajo, el ninguneo…
Así, la clínica está sobrerepresentada de personas con dificultades para cortar vínculos dañinos, personas que cortan a la mínima, personas convencidas que sin pareja la vida no tiene sentido, personas en búsqueda de personas objeto, personas que van encadenando una relación tras otra, relaciones liana, es decir personas que no sueltan una relación si no han encontrado otra antes…
En definitiva y a modo de conclusión, más que de relaciones, podríamos hablar de experiencias relacionales cimentadas en el hedonismo de la eliminación de todo aquello que aburre e incómoda. Evitación fóbica de un hipotético futuro sufrimiento, “se rehúye la posibilidad de permitirse ser vulnerable por miedo a que la vulnerabilidad destruya la propia identidad”. (Maria Martínez, 2022).