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El abandono emocional como forma de negligencia, maltrato y trauma

 

La OMS en su primer informe sobre la violencia y salud (2003) concibe el maltrato infantil como un vasto constructo que comprende tanto los abusos como la desatención, en el que se incluyen los malos tratos físicos y emocionales, los abusos sexuales y la explotación comercial o de otra índole que signifique un daño para la salud del infante, su supervivencia, desarrollo o dignidad dentro de una relación de confianza o poder. Dentro de este constructo se habla igualmente de descuido y negligencia.

Pero ¿Qué significa negligencia emocional? La negligencia emocional es un tipo de abandono que por su carácter de omisión no es visible y, en consecuencia, se pasa por alto. Se trata de una forma de maltrato consistente en no actuar, en omitir, en desatender, en no prestar atención, en no dar una respuesta a las necesidades de la prole. Se habla de negligencia física, psíquica o emocional y económica.

Cuando escuchamos hablar de abusos, malos tratos y negligencia, se hace referencia en general al maltrato físico y/o psicológico, pero poco sobre la negligencia. Se trata de un tema bastante invisibilizado dentro incluso en “la psicología oficial”. De hecho, nos cuesta encontrar bibliografía científica al respecto. Lo más cercano a este tipo de negligencia lo encontramos en el libro del médico suizo Dufour “la herida del abandono” y algunos artículos salteados. A nivel diagnóstico, existe la “neurosis de abandono” desde que la psicoanalista francesa Germain Geux bautizara esta problemática que no encajaba con las patologías de la época. Designa un cuadro clínico en el que predomina la angustia de abandono y la necesidad de seguridad. Se trata de “una sensación y estado psicoafectivo de inseguridad permanente, ligados al miedo irracional de ser abandonado (…) sin relación con una situación real de abandono” (Dufour).

Huelga decir que la vivencia de abandono, puede ser consecuencia no tanto de un abandono como tal, sino más bien, como secuelas de un estilo parental desapegado; no vinculado debido a problemáticas narcisistas, adictivas, trastornos de personalidad… en el sistema parental. Estos casos se conocen como perfil abandónico o personalidad abandónica. La psicoterapeuta estadounidense Karyl McBride en “madres que no saben amar” trata de las secuelas de la maternidad narcisista en las hijas con multitud de casos clínicos que reflejan el vasto abanico de secuelas caracterizadas fundamentalmente por los diferentes tipos de dependencia emocional.

El abandono emocional es un tipo de trauma que prácticamente lo vemos en forma de secuelas tanto físicas como psíquicas en personas adultas, pudiendo ir desde una simple sensación de tener el corazón encogido hasta la ansiedad, o desde una depresión hasta la agresividad. “Pero lo que predomina, sobre todo, es la renuncia a uno mismo y el repliegue en uno mismo” (Dufour). La persona abandonada se siente marginada e indigna, con un profundo sentimiento de culpabilidad y una gran sensación de desvalorización. De esta vivencia de abandono se desprende la tendencia en estas personas a fusionarse en las relaciones, ya sean de pareja o cualquier otro tipo, en un intento de reparar las situaciones de desafecto en las que tratan de buscar alguna de las figuras parentales significativas que las abandonaron. Lo que suele acabar ocurriendo es una repetición retraumatizante del abandono original. Esta reviviscencia repetitiva es una de las secuelas postrumáticas. Algunas otras serían la hipervigilancia, trastornos del sueño crónicos, somatizaciones diversas, dependencia afectiva, falta de confianza en sí, miedo y culpabilidad relacionados con la separación, ira, vergüenza, actitud catastrofista… Prácticamente toda la vida se cimenta en la evitación y posterior reproducción del abandono original.

La clínica psicológica está llena de personas emocionalmente abandonadas o abandónicas con secuelas de dependencia emocional, de codependencia, de miedo al compromiso, de miedo a la intimidad relacional, de adicciones, de víctimas de relaciones tóxicas por su estilo de apego ansioso y evitativo. Muestran una avidez afectiva insaciable, la cual puede producir una mezcla de angustia, agresividad relacional (exigencias, puesta a prueba del otro para asegurarse su interés o actitudes masoquistas) y desvalorización de sí, ya que piensan que no son amables en el sentido de capaces de inspirar amor. Por ello, muchas de estas personas tienden a complacer y a perderse en las relaciones. De este tipo de perfiles se nutren los depredadores emocionales. Algunas de las características psicológicas son: el temor a apoyarse en los demás, rechazando ayuda, apoyo o cuidado; dificultad para identificar cualidades, fortalezas, lo que quieren, metas…; una (auto)exigencia para consigo mismas que no la aplican a las demás personas; nula autocompasión; culpa y vergüenza por sus necesidades y sentimientos; sentimientos de vacío y de desconexión con respecto a sus emociones y el cuerpo; dificultad para expresar sus emociones y sentimientos; baja autoestima; sentimientos de abrumación; tienden a rendirse fácilmente; hipersensibles al rechazo o abandono; sentimiento profundo de inadecuación, entre otras.

La parentificación es quizás el ejemplo por excelencia de abandono emocional y se refiere a cuando los niños ejercen de cuidadores de sus padres. Se produce una inversión de roles en la cual los hijos hacen de padres y los padres de hijos. Es una clásica dinámica familiar disfuncional. Estos niños se ven repentinamente obligados a estar atentos a responder a las necesidades físicas y afectivas de los padres. Tienen que comportarse como adultos, perdiendo gran parte de su infancia. Se convierten en adultos hiperresponsables, autoexigentes…

La parentificación suele ser grave en caso de que los padres sufran algún trastorno mental como la depresión, el trastorno bipolar, el trastorno narcisista, el dependiente o el trastorno límite de la personalidad. Este tipo de trastornos imposibilita al progenitor ejercer sus funciones como padre o madre, en general por tener una mentalidad infantiloide, en búsqueda de atención y aprobación o, por todo un cuadro sintomático como el de la depresión que le impide hacer las tareas más básicas. La parentificación puede ser emocional o instrumental.

A nivel terapéutico el trabajo iría encaminado hacia una validación del abandono, acercamiento corporal (sensoriomotriz) al trauma (de abandono), modificación de las creencias nucleares que están sosteniendo el comportamiento autodestructivo así como los mecanismos de defensa subyacentes a tal perfil.

 

 

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