Abordamos aquí las separaciones imposibles, es decir, aquellas difíciles, porque a menudo, hay uno de los dos miembros de la pareja que va detrás del otro o bien, porque en la pareja hay uno que sufre la ruptura y no tiene la sensación de control.
Separaciones difíciles porque en ellas hay muchas idas y venidas. En este tipo de relaciones, a pesar de no estar del todo bien, no se llega a separar; cuesta. Hablamos de relaciones que duran años a fuerza de idas y venidas.
Sabemos que no hay una formula normativa para cada pareja; no se puede generalizar ni dar consejos. Cada relación es diferente y por ello, la manera de separarse también. Para algunas, resulta imperativo mantener un contacto cero, debido al grado de toxicidad alcanzado. En cambio, para otras, puede resultar interesante quedarse en una amistad o incluso, separaciones temporales. Hay que mirar caso por caso. Y en general, si que podemos mas bien hablar de procesos de rupturas.
Dentro de esos procesos tan dolorosos de ruptura que vemos en la clínica, me llaman la atención aquellos que parecen no llegar a término. Parece tratarse de separaciones imposibles, es decir, cuando hay uno de los miembros de la pareja que corre detrás de otro o, cuando una de las dos personas sufre la separación, es decir, que no lo decide y siente que no tiene el control.
En algunos casos, se sabe que conviene separarse, pero parece que no se puede… ¿Cuáles son las buenas y malas razones? ¿Porqué es tan difícil? ¿Porqué cuesta tanto? ¿Porqué algunas no llegan? Bastantes interrogantes que trataré brevemente de dar respuesta.
¿Porque se rompe una pareja?
En general se rompe por inseguridad, lo que está muy relacionado con el conflicto y el reproche. Tras la luna de miel, comienzan las confrontaciones con la realidad del otro de donde vienen las desilusiones. Ello hace olvidar nublando los refuerzos positivos como el cariño, la ternura, la intimidad sexual… Se exige que el otro cambie; no se acepta su realidad, lo que genera muchos conflictos. Se generan expectativas que acaban desilusionando. Mucha negatividad. Aparece el cuestionamiento sobre las razones para seguir en relación. Los reproches continúan, lo que aumenta la inseguridad. Se inicia una lucha. Una pareja no puede durar si está cimentada sobre la falta de seguridad y confianza. Para continuar, hará falta aumentar la seguridad y la confianza.
En esta situación de conflicto relacional, además de la falta de seguridad suele añadirse una lucha de poder: “Yo tengo razón, tú no”. Un “quiero y exijo”. La persona que quiere el cambio lo intenta, pero al no conseguirlo, muchas veces se resigna. Ambas partes de la pareja entran en guerras de poder. Con el tiempo, al no haber cambio, uno de los dos miembros o ambos pierden la esperanza y la ruptura se plantea como una realidad. El miembro de la pareja ya harto, anticipa que no habrá cambio; no cree ya en el cambio. Ha intentado cosas, pero ya sabe que no cambiará. Es entonces cuando la ruptura se plantea como real.
Hay dos maneras de partir de una relación:
- a) forma huida. Ejemplo de ello: la persona pasivo-agresiva. Que no declara todo lo que realmente piensa; que piensa por lo bajo… ha desinvertido la pareja… ya no está. Hace ya tiempo que ya no está en la relación, pero está todavía ahí porque tiene miedo de partir; de perder… eso le mantiene y no acaba de separarse. En muchos de estos casos, este miembro de la pareja suele “provocar” que sea el otro miembro quien inicie la separación y así, evitar sentirse culpable por hacer daño a la pareja.
- b) Forma ataque. Se trata de una manera más agresiva: reproches, ataques, exigencias… para que el otro cambie. Inflama la relación. Los reproches aumentan. La comunicación en estos casos, desde la perspectiva de la comunicación no violenta del psicólogo Marshall Rosenberg, se hace en lenguaje chacal, lo que implica reacción automática; culpa, exigencia, manipulación; apego al rol de víctima; venganza, castigo; control de la otra persona. La persona que se expresa en estos términos no asume su parte de responsabilidad; prioriza tener razón y salirse con la suya. Hay mucha crítica, juicio, culpa, exigencia, reproche, consejos. Se quiere cambiar al otro. Este tipo de lenguaje aleja. La pareja se convierte en perseguidora. No hablan con empatía, lo que genera mucha inseguridad. Resulta imposible hablar como adultos. Hablar sobre los hechos se hace difícil con tanto reproche. En estas circunstancias, al final se rompe porque la persona se siente insegura, piensa que la otra persona no es una buena pareja. Se proyecta sobre el otro que no es lo bastante bueno. Y la posición interna que se adopta en consecuencia es la de desprecio en el sentido de que yo soy la buena persona y el otro es el malo o, la postura interna depresiva, en la cual los dos miembros de la pareja son malas parejas. Desde esta perspectiva derrotista, la persona tiende a autoinculparse (“no lo merezco”)… No tolera la abundancia. Se trata de una persona con perfil altruista. Viven con poco, no siendo conscientes de sus necesidades (“no tengo derecho a tener lo que quiero”). No hacen confianza en la vida. Por ello, prefieren quedarse en la relación por muy tóxica que resulte ésta, antes que partir.
¿Cuál sería una razón sana de ruptura? Pues fundamentalmente, cuando en la relación se pierde más energía de la que se gana. El cambio sucede en la persona, no en la pareja; se realiza en el interior de uno mismo. Requiere un tiempo. Normalmente, mínimo un año. Se plantea el para qué mantenerse en la relación. Lo que cambia es la manera de ver la relación. En general, cuando se acusa al otro y se proyecta sobre el otro que es mala persona, nada cambia. No asume su propia responsabilidad.
El cambio debe hacerse en una; en el interior. Lo que cambia es la propia percepción de la relación. Ello generará un cambio en la relación.
Buenas y males decisiones en las separaciones
La pareja parece estar en quiebra. Son cada vez más efímeras. Paradójicamente, se busca estar en pareja, sin conseguirlo. Hace falta que los dos miembros quieran trabajar, es decir, invertir en tomar conciencia de las heridas y de cómo éstas afectan a la pareja. Y todo ello en corresponsabilidad, es decir, a partes iguales. Hace falta que la pareja importe más que tener razón. Igualmente es importante que el ego sea lo bastante débil como para negociar y aceptar humildemente que es posible que la otra persona tenga su parte de verdad o razón. Se requieren algunas habilidades sociales como la comunicación, la empatía y la resolución de conflictos, particularmente en lo que respecta a la negociación. Dos pilares son claves para la durabilidad de la pareja: ante todo la seguridad y luego la confianza. La seguridad irá llevando a la confianza y se retroalimentarán. Sin ello, la pareja será efímera.
Muchas de las razones por las cuales las parejas rompen son más bien pretextos. Las clásicas que escuchamos son:
1.- No nos entendemos o no nos queremos más. ¿Qué es eso de no entenderse? No puede entenderse todo el tiempo. A veces no se entiende y hay que negociar. Mi necesidad no es la de la otra persona en el mismo momento. Las necesidades no siempre coinciden en el tiempo. Luego habrá que ver las necesidades de uno y otro. Habrá que ver lo que es ajustable, lo que es negociable y lo que no lo es. Negociable es aquello que puedo soltar y que no me cuesta caro. Conviene diferenciarlo de aquello que no es negociable y que se convierte en límite.
2.- No tenemos los mismos puntos en común. Una pareja no tiene porque ser simbiótica. La pareja suele ser complementaria. La pareja no es un doble de nuestra persona. Si es por puntos en común, tenemos también las amistades, la familia. No es necesario coincidir totalmente, si bien es cierto que hace falta un mínimo de puntos en común. La pareja no tiene que tener, las mismas opiniones, los mismos gustos, las mismas aficiones… No hay necesidad de compartir absolutamente todo. Puede y debe haber espacios separados de la relación. Se podrá permanecer en pareja con las diferencias, a condición de responsabilizarnos de nuestras necesidades y deseos.
3.-Discusiones. Ni demasiadas ni demasiado pocas. Hay un dicho que dice que, para tener relaciones sanas, hay que tener conversaciones incómodas. Hace falta tener un mínimo de habilidades, concretamente, la asertividad, para poder expresar lo que queremos y necesitamos. A veces hará falta recurrir a la confrontación. Sobreadaptarse a la otra persona no hará que la pareja funcione bien a la larga.
4.-Aburrimiento. De ello lo que no se entiende es que el aburrimiento está en el interior de uno mismo y no en la pareja. El aburrimiento nos habla de un vacío interior. La otra persona nunca es la causa de nuestras emociones. El aburrimiento es porque la persona no acaba de fascinarse con lo que pasa en su interior; no se sabe tomar las riendas para no aburrirse. La pareja no tiene nada que ver con ello. Cada persona es enteramente responsable de sí misma, de sus sentimientos. No se le puede reprochar a la pareja de aburrirse.
5.- La falta de deseo sexual. Este aspecto suele ser espinoso y daría para muchos artículos. Contrariamente a lo que se piensa y cree, la sexualidad no necesariamente es el cimiento de la pareja. Suele ser una falsa razón de ruptura. A menudo la falta de deseo aparece como consecuencia de un conflicto o de trastornos del vínculo, es decir, que la pareja no es ni papá ni mamá como habíamos pensado. Esa “decepción” en ocasiones, hace decaer el deseo. En las relaciones estables y durables, con compromiso, muchas veces se hacen transferencias de demandas parentales no resueltas a la pareja; necesidades que no serán nunca satisfechas porque entre otras razones resulta imposible y tóxico. La falta de deseo puede sobrevenir por este tipo de razones.
6.- Infidelidad. La experiencia profesional nos indica que muchas parejas no se separan como consecuencia de la infidelidad. Al contrario, quieren arreglarlo y continuar. Muchas heridas narcisistas abundan alrededor de la infidelidad. Depende igualmente del tipo de infidelidad. No es suficiente razón para separase. Pero continuar, requiere algún tipo de trabajo personal y de pareja.
7.- Cambiar al otro. Ser terapeuta o trabajador social o padre/madre de la pareja, no es algo que ayuda. La pareja no es nuestra arcilla a moldear como queramos. Ya se supone que ha sido educada. Hacer de nuestra pareja, nuestro hijo o hija traerá consecuencias nefastas y tóxicas. Amenazar o chantajear entre cambiar o dejar la relación suele ser perjudicial. Esta ansia por cambiar al otro, hace refencia a la necesidad de controlar; no habla de las verdaderas necesidades subyacentes a la demanda de cambio, que siguen sin satisfacerse. Cuando hablamos de satisfacer las necesidades, resulta fundamental precisar que no corresponde a la pareja satisfacerlas, sino a la persona que siente esa o esas necesidades. Lo más que podremos hacer es pedir en acciones, aquello que necesitamos para sentirnos satisfechos en la pareja. Pero pedir no es exigir. La pareja no está para satisfacernos. Las personas tenemos nuestros límites. No se puede proyectar sobre la pareja todas nuestras necesidades; la pareja no está para responder a nuestros deseos. Se está en pareja para compartir con la otra persona. La pareja se establece entre personas autónomas, capaces de darse aquello que desean o necesitan. Tener necesidad de la otra persona para satisfacer nuestras necesidades es añadir una toxicidad gratuita a la relación. Suele ser una confusión muy clásica. Entramos en el terreno de la dependencia afectiva. El otro no es responsable de nuestra felicidad. Se trata del placer de compartir con la otra persona.
Finalmente, me gustaría concluir diciendo que las rupturas se producen porque están escritas en nuestros escenarios, en nuestros guiones de vida, en nuestras programaciones construidas sobre creencias a cerca de lo que (creemos que) merecemos o no merecemos. Las rupturas vienen a ser sesgos confirmatorios más o menos inconscientes de creencias bien enraizadas desde la infancia. Además, tienden a repetirse. Una segunda gran razón: cuando ante una crisis uno de los miembros tiene poca energía en favor del cambio; de la relación. Y ante una crisis, hay pasaje al acto, es decir, una puesta en escena en la que la persona huye o rompe brutalmente. No se ve venir. Suelen ser rupturas bastante violentas. Si los dos miembros de la pareja no apuestan por la relación o el cambio, la pareja no continuará. En la clínica veremos muchas personas que dicen “tirar solas del carro” y eso a la larga mina y es motivo de ruptura.
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