Estos perfiles tienen que ver con heridas infantiles que determinan unas zonas de fragilidad, vulnerabilidad y susceptibilidad. En otras palabras, todo ser humano posee modos adaptativos de supervivencia ligados a situaciones ocurridas durante la infancia. Para muchos autores, fundamentalmente psicoanalíticos, las heridas infantiles se traducen en esquemas de funcionamiento que se reproducen en las relaciones amorosas, condicionando nuestra tolerancia a ciertas situaciones e incluso, influyendo en la atracción hacia un tipo de pareja muy concreto. En otras palabras, las relaciones amorosas nos confrontan a menudo con experiencias pasadas traumatizantes, reproduciendo y reviviendo el trauma en cuestión. Freud llamó a esto “compulsión a la repetición”. Al parecer, psicológicamente, la relación amorosa abre un espacio privilegiado en el cual emergen fácilmente ciertas heridas pasadas. Y sin quererlo, un gesto, un juicio, una palabra o la falta de ello, convierte fácilmente a nuestro aliado, la pareja, en enemigo. Lo más complicado de esta coyuntura es que estas situaciones conflictivas e incluso críticas, se juegan en un plano inconsciente. Nuestra forma de ser amorosa no es debido al azar ni a la fatalidad del destino, sino que es modelada desde los comienzos de la vida. Usando la metáfora del ordenador, ciertos “programas” o estrategias se instalan en la mente, a veces como formas de supervivencia. Así se graban en el disco duro del aparato psíquico muchas pautas de comportamiento. Pautas que irán incluso en contra de la satisfacción de nuestras necesidades y deseos. En este sentido, la programación neurolingüística (PNL), ha puesto de manifiesto una relación entre patrones de comportamiento aprendidos a través de la experiencia -programación- con los procesos neurológicos y lingüísticos. De acuerdo con el modelo constructivista, el ser humano se relaciona con el mundo a través de representaciones, modelos y mapas, a partir de los cuales se rige y moldea su comportamiento.
Las estrategias de supervivencia puestas en marcha para protegerse de heridas originales contribuyen a perpetuar el sufrimiento en la persona adulta. Son comportamientos defensivos que se detonan “automáticamente”, provocando situaciones deseables de ser evitadas. Un ejemplo clásico es aquella persona celosa cuya celotipia va a precipitar el final de la relación, haciéndole revivir heridas relativas al abandono y al rechazo; experiencias que quería evitadarlas.
Estos «programas» forman parte de la identidad, de la personalidad. Están en la base de las creencias acerca de los demás y del mundo. Existen muchos tipos de perfiles de personalidad o psicológicos. En general todos ellos hacen referencia a una serie de rasgos psicológicos que caracterizan a las personas, al mismo tiempo que las diferencian. A continuación, voy a exponer los perfiles psicológicos amorosos descritos por la psicóloga Veronique Kuhn (2018), escogidos entre otros muchos quizás, porque se observan claramente en terapia. Prácticamente, cualquier persona puede englobarse en alguno o varios de ellos y suele ayudar a orientar mejor, particularmente en la terapia de pareja. Cada perfil se construye a partir de heridas específicas que intervienen en los diferentes estadios del desarrollo del infante. Como he dicho anteriormente, para curar las heridas, el infante desarrolla estrategias de defensa las cuales dibujan un perfil de personalidad particular con comportamientos, necesidades y actitudes que le son propias.
Estos perfiles tienen su fundamento en las estructuras caracteriales descritas por el médico psiquiatra austriaco Wilheim Reich que han constituido el fundamento de la terapia bioenergética desarrollada posteriormente por su discípulo, el médico estadounidense Alexander Lowen. Wilheim Reich perfiló cinco tipos de estructura caracerial según el bloqueo energético corporal. Estas cinco estructuras esquizoide, oral, psicopático, masoquista y rígido desde el punto de vista amoroso se comportan de una manera tan característica que se perfilan cinco perfiles psicológicos claramente diferenciados, a saber, el frío, el altruista, el alfa, el escondido y finalmente, el disociado. Estos perfiles siguen un orden cronológico en cuanto al momento en que la herida se produce en el desarrollo evolutivo. Evidentemente, cuanto más temprana sea la herida, mayor profundidad.
1.- El “frio”
Se llama también perfil existencial porque designa problemas existenciales: personas que sienten que no pertenecen. En apariencia desapegadas, tienden a estar en su burbuja. A nivel relacional, muestran dificultad para el vínculo, para sentirse conectadas al mundo y las demás personas, e incluso al cuerpo. Por miedo a sufrir y a no poder gestionar el dolor, este perfil de persona tiende a evitar vincularse o comprometerse. Y, sin embargo, lo desean profundamente. Lo desean tanto como lo temen. Este es su conflicto interior. Son personas que experimentan una angustia a sentirse invadidas; se sienten desbordadas por las estimulaciones. Rápidamente las relaciones amorosas son “demasiado” y echan el freno. El contacto con las emociones es débil y por supuesto, con el cuerpo. Son personas que en las relaciones no pueden ir ni muy deprisa ni muy intensamente. Cuando esto ocurre, se retiran en su mundo. Demasiado cerca, quema, demasiado lejos, se siente abandonado. La sociabilidad no es su prioridad. Su emoción fundamental es la cólera fría, desapegada, explicativa. Debajo de esa aparente frialdad anida la rabia. También dominan la impotencia y la resignación. Una posición muy cercana a la depresión. Las personas que responden a este perfil, tienen importantes dificultades con los límites: no saben decir no y les cuesta construir una frontera entre ellas y las demás. Hipersensibles, mostrarán dificultad en el terreno amoroso y en la esfera sexual, serán poco activas. Prefieren dimensiones más transcendentales y menos carnales. Temen sentirse invadidas y su estilo de apego será evitante y, en apariencia, independiente. La relación amorosa será fría y analítica. A menudo desconfiadas, darán la impresión de estar poco afectadas por lo que viven. Tendrán tendencia a aislarse, a distanciarse sin explicaciones. Su mecanismo de defensa privilegiado: el aislamiento físico para protegerse del exceso de estímulos. No pueden tolerar ni demasiados estímulos, ni demasiadas emociones, ni demasiadas sensaciones, ni conflictos intensos. En la relación amorosa su mecanismo es muy complejo porque funciona de manera disociada y tenderán a desvalorizarse y adoptar un posicionamiento de víctima. Se culparán a sí mismas de las fallas de sus progenitores, de sus parejas y en general de todo. Su traumatismo refiere a una ausencia, un abandono, una negligencia. Y desconectarse ha sido su estrategia de supervivencia.
2.- El “altruista”
En esta categoría se incluyen las personas que “aman demasiado” a costa de sus propias necesidades. Renuncian a sus necesidades porque en el fondo creen que no hay lugar para ellas. Son personas sociables, llenas de sensibilidad y empatía. Siempre prestas a ayudar. Buscan la aprobación, gustar, complacer. Tienen la costumbre de focalizarse en las necesidades de los demás. Son como radares detectando y descodificando las necesidades y deseos de otras personas. De ello ha dependido su supervivencia. Son grandes salvadores que en muchas ocasiones terminan siendo víctimas. Extremadamente productivas, estas personas son perfectas para apoyarse en ellas. Confidentes ideales para escuchar las dificultades de los demás. Detestan la soledad. Pensemos en profesiones como bomberos, enfermería, medicina, psicología, profesorado… La persona altruista da, inconscientemente esperando recibir. En el fondo, les gustaría que los demás adivinaran sus necesidades como lo hacen ellas para con los demás. Se hacen ilusiones. Evitan pedir clara y directamente lo que desean o necesitan. Su creencia de base es: “·no merezco tener necesidades. Corro el riesgo de ser rechazado”. Se trata de ayudar a los demás para olvidarse de sí. Afectivamente dependiente, tiene pánico al abandono y al rechazo. La necesidad básica de estas personas parece ser la de recibir la nutrición afectiva que tanto les faltó, solo que no pueden expresarlo abiertamente por miedo. Algunas de estas personas prefieren quedar con alguien a quien no aman tanto porque se sienten deseadas; es más una elección por descarte o se dejan escoger. También permanecen largo tiempo en relaciones insatisfactorias afectiva o sexualmente. Pueden llegar a pensar que sus parejas cambiarán. En estos casos la esperanza resulta ser contraproductiva. Mendigan cariño, amor…
3.- El “alfa”
Es uno de los perfiles más conocidos. Dominante hasta rozar la prepotencia, tiene dificultad para aceptar puntos de vista diferentes al suyo. Atraídas por el peligro, se muestran impulsivas, excesivas y viscerales. Presentan un lado heroico, protector de los más débiles. Tiene dificultad para aceptar la dependencia puesto que la asocia a vulnerabilidad y temen ser traicionadas. Esta es su gran fragilidad, por lo que desconfía de todo; no se deja ir. En su vertiente más patológica, aquí encontramos a los perversos narcisistas, los narcisistas puros y los psicópatas. Debido a su desconfianza, terminarán por estar solas. Preocupadas por su imagen, nadie podrá adivinar lo que ocurre en su interior. Juegan roles sin ser conscientes de ello. Les encanta el rol de salvador, de persona indispensable. Su complejo de inferioridad lo subvierten en superioridad. Expertas de la falsa imagen. Imposible de admitir su debilidad, no pedirán ayuda. Independientes por fuera, dependientes por dentro: se pierden en la búsqueda de reconocimiento. Utilizan la sexualidad para seducir y mostrar su rendimiento. Saben detectar las fallas de la otra persona y utilizarse en un juego de poder relacional. Sus grandes miedos tienen que ver con no ser amado, no ser perfecto, quedar mal (ridículo), perder su poder de influencia y ser traicionado. Por su necesidad de control, les será difícil vivir una relación amorosa, puesto que se prohíben una verdadera intimidad. Su lado paranoico de desconfianza les impide relajarse y ser natural. Mucha lucha de poder en las relaciones, luchan por dominar en la relación. Escogerán parejas florero que reforzarán su sentimiento de potencia. El mecanismo de defensa principal: la identificación proyectiva, lo que vivan en su interior de inadecuado, lo proyectará en su pareja. Más la autoestima de su pareja disminuye, más aumentan la suya. Este personaje niega las emociones, evita sentir y así nada de ansiedad ni angustia, ni miedo. Cuando la negación resulta imposible, descompensa a través de adicciones: drogas, sexo, comida, alcohol, fiestas… Puede llegar a agredir.
4.- El “escondido”
Hipervigilante a las expectativas de la pareja, estas personas adoptan el comportamiento necesario para ser aceptado, lo que les impedirá conectarse a sí mismas; a sus deseos y necesidades más profundas. Este perfil debe adaptarse y someterse para ser amado. Se trata de un perfil dual: sumiso pero rebelde. Pasivo-agresivo, la resistencia será su modo adaptativo de supervivencia. Diciendo si por delante y no por detrás. No obstante, no es consciente de su sumisión. La presencia de la pareja se convierte rápidamente en una obligación; se mete mucha presión; oculta su verdadera personalidad y se da un rol. Un falso yo enteramente dedicado al otro. En estas personas, domina un profundo sentimiento de culpabilidad por no estar a la altura, por lo cual se orienta a lo que debe; a la obligación, no al placer o al deseo o a la necesidad. En la paradoja de adaptarse, pero no ser él mismo o no adaptarse y ser rechazado. Confunde sus deseos con los de la pareja. Su verdadero deseo se lo tiene prohibido. Temen ser rechazadas o juzgadas. Harán enormes esfuerzos para gustar y complacer. Dependen de los demás de una manera un tanto enfermiza. No se atreven a contrariar. A fuerza de hacer concesiones, termina por saturarse y entonces puede explotar, irritarse y pasar al acto con infidelidades. Algunas de estas personas se muestran particularmente sumisas llevando la vida de sus parejas, tipo impostor, y otras se mostrarán paradójicamente rebeldes, pero sometiéndose, presentando no obstante, críticas o comportamientos saboteadores. Son personas que suelen somatizar su rabia, desencadenando problemas digestivos, fatigas físicas, tensiones musculares, migrañas, trastornos del sistema nervioso. Ambivalentes, fluctúan entre dos polos. Está como paralizadas y no saben qué hacer. En general es una dinámica masoquista. Víctimas del sacrificio, controlan a su pareja haciéndole creer que es la pareja ideal, pero en realidad consideran la relación como una trampa que les priva de su independencia y libertad y, sexualmente, raramente está satisfecho. Es por definición seductor. Campeonas de la mentira por omisión, guardan un jardín secreto lleno de insatisfacciones. No ponen límites y se prohíben expresar su cólera. Acaban invadidas por su resentimiento, su frustración, sus agravios, pero lo acallan. Evitan cualquier conflicto para evitar perder el vínculo. Su actitud nunca es clara y la pareja no sabe sobre qué pie bailar. Ocultan su negatividad y resentimiento. Guardan su cólera en el interior lo que le hace resistir a la autoridad que representa su pareja. La confunde. Hacen fácil la relación, son gentiles, encantadoras, ideales, con buena voluntad, pero ponen distancia. Culpabilizan a su pareja. No les gusta el conflicto abierto y para escapar del impasse, proyectan una nueva historia de amor; otro hombre o mujer ideal para recomenzar la pareja ideal gemelizada. Ahora bien, cuando el conflicto es demasiado intenso, toman la decisión brutal de dejarlo. En general, intentarán que se les deje. No dirán lo que realmente piensan. Sintiéndose cada vez más acorraladas, pero no gustándoles poner fin a la relación, tenderán a quedarse al punto de provocar que la pareja le deje.
5.- El “disociado”
La disociación es un mecanismo de defensa que clasifica a las cosas en buenas o malas, sin permitir matices ni una visión global de ambos aspectos. Esta disociación tiende a proyectarse en el exterior, de tal manera que podemos estar con buenas o malas personas. En esta tipología veremos a personas que van a ofrecer en las relaciones o bien la ternura o el sexo. Pero nunca los dos componentes. O uno o el otro. No podrá ofrecer la integridad del cuerpo y el corazón a la vez. Así pues, tenemos el perfil romántico y el sexual. Las personas de este perfil romántico, tenderán a idealizar a la pareja. Románticas, reservadas y desconfiadas, prefieren dar la imagen de sensibles, oponiéndose así al burdo depredador sexual. En los comienzos estas personas sí muestran apetito sexual junto con la ternura, pero una vez que la relación se profundiza y dura en el tiempo, el deseo se apaga. La ternura y el vínculo permanecen. La libido desaparece. La pareja con el tiempo oculta su decepción o termina por resignarse. Las personas sexualmente disociadas, cierran su corazón y solo se ofrecen de cintura para abajo. Sexualmente funcionan bien pero no afectivamente. Hablarán poco o nada de sí mismas. En los comienzos de la relación la sexualidad será intensa, pero a medida que se adentren en la relación, a estas personas les harán falta relaciones sexuales nuevas o nuevas conquistas. Podrán permanecer en la relación estable y tener relaciones paralelas, fundamentalmente sexuales. Estas personas necesitarán explorar su sexualidad sin sentimientos. Dentro de este perfil, encontraremos la infidelidad en serie. En términos psicoanalíticos, este perfil entronca con el complejo virgen-puta, enraizado en una incapacidad de mantener la excitación sexual dentro del marco de una relación amorosa. Freud lo trató como impotencia psíquica. Así las personas determinadas por esta disociación mantienen una relación amorosa estable con las parejas, mientras que explorar con otras la sexualidad salvaje. Este tipo de personas parecen tener inconscientemente un miedo de no poder amar y ser amadas; con el corazón roto, controlan buscando tomar el poder en la relación, entregando o el sexo sin sentimientos o los sentimientos sin sexo.
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