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El desconocimiento de sí y su impacto en las relaciones

 

El filosofo Roland Gori en su ensayo la santé totalitaire nos recuerda que hasta Descartes, la máxima de conocerse a sí mism@ iba de la mano del autocuidado y de la (pre)ocupación por sí, lo que suponía que además de ocuparse de la salud en su vertiente física y anímica, tal propósito se hacía a través de la cultura y del eje intelectual. Así, el autoconocimiento formaba parte del “arte de vivir”. Se trataría de un saber sobre sí mism@ de naturaleza subjetiva, que haría referencia al saber sobre cada individuo en su vertiente psicológica, espiritual, experiencial, existencial y moral, haciendo referencia a un conocimiento profundo sobre las cualidades y los defectos propios; sobre las fuerzas y debilidades de la persona. Se trataría de un tipo de reflexión que lleva a comprenderse a través de la propia observación y así poder conocer  los valores, las metas, los deseos y las expectativas propias; las raíces de las dificultades que se vivencian;  el funcionamiento tanto a nivel personal como social… en definitiva la consciencia; ser conscientes.

Tras el advenimiento del racionalismo del siglo de la ilustración, esta máxima del autoconocimiento se ha ido progresivamente convirtiendo en el negativo de la ciencia. En otras palabras, la subjetividad de la consciencia ha sido expulsada como forma preliminar de todo conocimiento, quedándose prácticamente circunscrita al ámbito psicoterapéutico. Esto implica que aquellas personas que sufren anímicamente, podrían acceder a dicho conocimiento de sí mism@. Fuera del marco psicoterapéutico, este tipo de conocimiento suele hacerse dentro del ámbito de crecimiento personal a través de talleres y formaciones, por supuesto, y siempre fuera del ámbito universitario.

¿Qué implica todo esto? Pues que este autodesconcimiento, que el psicoanálisis bautizó como inconsciente, impregna todas las relaciones, haciéndolas en consecuencia, más difíciles en cuanto a su potencial de conflictividad, por estar llenas de agendas ocultas o contratos implícitos; patrones de comportamiento, actitudes, creencias y pensamientos en general irracionales, en tanto en cuanto están fuera del raciocinio lógico formal. A ello se añade el desconocimiento no solo a nivel emocional en cuanto a las emociones y sentimientos, sino en cuanto a las necesidades y estrategias. Las grandes carencias en la comunicación hacen estragos en las relaciones.

Así pues, nos encontramos en terapia con todo un compendio de conflictos relacionales, derivados de contratos implícitos o inconscientes, a su vez derivados de necesidades ignoradas e inconscientes que generan emociones y sentimientos inconscientes en su mayoría, cuando no, negados, somatizados, sublimados… Desconocimiento que les lleva a situaciones difíciles de gestionar. En consecuencia, la terapéutica de las relaciones se centrará en la tarea de, al igual que en la terapia individual, hacer consciente lo inconsciente; poner las cartas boca arriba para que los y las protagonistas puedan tomar mejores decisiones, resolver conflictos e incluso, poder responder a las necesidades de manera asertiva. Por ello, a nivel terapéutico nos centramos en los llamados contratos amorosos inconscientes, basados fundamentalmente en carencias y necesidades no resueltas e implícitamente exigidas a la pareja.  Exigencias no clarificadas como el  “si me amas, tienes que sentir algo de celos”, “si me amas, debes hacer el amor diariamente”, “si me amaras realmente irías a tal sitio conmigo”, “si me amaras, lucharías más por la pareja”… Las relaciones amorosas están en consecuencia llenas de implícitos: si me quiere, debe: respetar, comunicar, sacrificarse, ceder, comprender, aceptar, desear, apoyar, estar presente, no abandonar, no traicionar… Y cuando estas exigencias no son satisfechas, vienen los reproches, las discusiones y las crisis… Y es que, frecuentemente, no es solamente que la pareja no sepa nada sobre las expectativas de la otra persona, es que ella misma no es consciente de qué espera y exige que ciertas de sus necesidades inconscientes sean cubiertas. Estas exigencias irracionales pesan mucho y generan mucha presión sobre las parejas porque “deben”, “tienen que”… Por eso resulta importante hacer explícito lo implícito y explorar las necesidades que se encuentran subyacentes en las exigencias.

Para la psicologa Véronique Konh, las reglas de todo contrato relacional, representan estrategias cuya finalidad es satisfacer necesidades. Si tengo la necesidad de saber que cuento para ti, te “exigiré” que celes o que me regales algo o que me escuches o que me apoyes o que me tengas en cuenta a la hora de tomar decisiones … Solo que no expresaremos claramente la(s) estrategia(s) o acciones que queremos que el otro realice y a través de la(s) cual(es) nuestra necesidad pretende ser satisfecha. En lugar de comunicarlo, esperaremos a que ello se produzca mágicamente, con el probable resultado de la frustración. “Quien espera desespera” dice, el refrán. Cierto es que para pedir claramente acciones concretas que respondan a nuestras necesidades, tendríamos que ser conscientes de éstas y, además, saber diferenciar entre acciones -estrategias- y necesidades. También tendríamos que haber asumido que, como adultos, nuestras necesidades ya no serán satisfechas por otras personas y, por lo tanto, no podemos exigir ninguna acción.

Culturalmente no estamos educad@s con suficiente autoconocimiento como para ser conscientes de nuestras necesidades ni de cómo satisfacerlas. Aprendemos a tientas y a ciegas con la experiencia, y muchas veces procedemos por ensayo y error. ¿Qué acciones concretas en la práctica traducen reglas contractuales como la exclusividad, el respeto, la dedicación, el cuidado…?

Tristemente todo este conocimiento ha sido expulsado del conocimiento científico, del saber en general, de las ciencias, de las humanidades, de los planes de formación y de los programas univesitarios. Encontramos formaciones aquí y allá, sin mucha relevancia, y en marcos marginales del conocimiento: talleres, conferencias, formaciones…

De cara a la mejoría del funcionamiento amoroso y precisamente porque no hay garantía de seguridad, propongo tres vías de autoconocimiento:  las emociones y los sentimientos, las necesidades diferenciadas de las estrategias y la comunicación en sus procesos de habla y escucha.

 

Lecturas recomendadas:

Corrígeme si me equivoco de Giorgio Nardone y

Comunicación no violenta. Un lenguaje de vida de Marshall B. Rosenberg

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