La escisión entre razón y emoción parece estar a la base de la psicopatía. El pensamiento de la persona psicópata es racional y pragmático, se centra en los propios intereses, resulta ser indiferente a las consecuencias de sus actos y los daños que pueda causar en los demás, y no repara en los medios a utilizar para alcanzar sus objetivos (Rius, 2004). Esta visión del psicópata coincide de pleno con el espíritu del capitalismo y el funcionamiento economicista moderno y postmoderno. Este es el espíritu que impregna la modernidad; el espíritu en el que nos socializamos.
Cuando leemos sobre las características sociales de la persona psicópata (o sociópata), sobre todo aquellas que hablan de normas, leyes, ausencia de remordimiento y culpa, no podemos impedir pensar en el funcionamiento político, económico y científico de nuestras sociedades. Cuando leemos que, en estas personas, las psicópatas, domina una lógica perversa e instrumental, no podemos por menos de pensar en el funcionamiento de grandes empresas y corporaciones. Cuando leemos que las leyes y normas no van con ellos, no podemos dejar de pensar en el funcionamiento político de la democracia actual. Cuando leemos que las personas no les importamos en absoluto, pues sólo nos ven como meros objetos o instrumentos para conseguir sus fines (Piñuel, 2008), no podemos dejar de pensar en la lógica subyacente del capitalismo. El ser humano no importa al capital. El dinero no tiene ética ni moral. Quien dice dinero, dice negocios, dice empresas, dice corrupción, dice política, dice especulación, pero dice sobre todo de aquellas personas que están detrás de este tipo de mercadeo: las psicópatas. La ley dice que no conocerla, no exime de cumplirla. Del mismo modo, podemos decir que el hecho de no saber que una persona se comporta como psicópata no exime de serlo. En la psicopatía no es posible comportarse como si lo fuera, sino que se es. Si estamos gobernados por psicópatas, si los valores que quedan son psicópatas, aumentamos considerablemente la posibilidad de convertirnos en psicópatas, puesto que el medio de socialización es fundamentalmente psicopático. Resulta imposible estar sano en un medio enfermo. Ante el horror del holocausto, muchas personas estudiosas del tema se preguntaron en su día cómo personas normales, banales, eran capaces de cometer grandes atrocidades y volver a su vida normal con su familia y sus hijos. Algunos de esos estudios concluyeron que la sumisión ante un totalitarismo psicópata era parte de la respuesta a tanta inhumanidad: “Cumpliendo órdenes”.
En el caso del psicópata, esta persona no posee una interiorización del bien; si se comporta bien es por un proceso mimético de corte camaleónico que consiste en funcionar como si fuera normal, pero sin sentirlo, sin serlo. La comprensión a esta cuestión nos la da claramente Piñuel (2008): vivimos en una sociedad cuyos valores favorecen el desarrollo de todo un narcisismo social. Las principales instituciones educativas y socializantes, como la escuela y la familia, resultan altamente tóxicas porque están basadas en la carencia de una internalización de las normas éticas o morales. En definitiva, estamos siendo enculturados en normas y valores psicópatas: «En una sociedad psicopática, el narcisismo social dominante hace, además, el resto, inoculando desde pequeños a los niños la necesidad de éxito, de apariencia y de notoriedad social. El virus del narcisismo social les conduce a la rivalidad, la competitividad, la envidia y el resentimiento contra los demás. Tal es el despropósito educativo que nos invade y explica por qué muchos de estos niños, al hacerse mayores, se convierten en depredadores en organizaciones en las que recalan como trabajadores» (Piñuel, 2008: 77). Este autor va más lejos, comprendiendo las bases y los mecanismos psicológicos por los cuales ciertas organizaciones pueden transformar a buenas personas en psicópatas. Finalmente, el autor aclara cómo una estructura económica sacrificial como la de las sociedades occidentales produce una anestesia moral o una dimisión ética interior que conduce directamente al desarrollo de la sociopatía.
Ya algunos autores han hablado y tildado a nuestra sociedad moderna de “una sociedad sociopática” (Garrido, 2000). Nuestra sociedad se caracteriza, desde la óptica patológica, por el desarrollo y extensión de problemas globales como el crimen, la contaminación ambiental, los genocidios, las guerras, las hambrunas, el paro, la esclavitud. Si bien no podemos afirmar que estos problemas son la obra de psicópatas -¿o sí?-, sí podemos, al menos, empezar a pensar que son obra de personas que han adoptado formas psicopáticas de funcionar. Tal y como nos lo ilustra Piñuel (2008), gracias a la religión sacrificial de la economía, cuyo dogma sagrado es la racionalidad instrumental, cualquier persona normal puede perfectamente convertirse en un psicópata sin necesidad de que intervenga su genética. Basta con unos cuantos mecanismos de defensa y la socialización en una organización tóxica, que actualmente son muy numerosas.
El factor de socialización parece pues jugar un papel fundamental en la patología psicopática a gran escala. Y, en este sentido, ya no sólo la psicopatía nos muestra su cara social del problema en su afectación y por sus consecuencias, puesto que dicha patología atenta al núcleo central de lo social, sino que además el propio proceso de socialización patológico aparece así como el principal agente responsable de la normalización de dicha patología.
Estamos siendo socializados en una constante indefensión; una especie de resignación ante lo que no se puede evitar, que paraliza, bloqueando cualquier acción. Esto es, al afirmar que no hay alternativa al funcionamiento económico actual, estamos, de alguna manera, induciendo a la irresponsabilidad moral y social. No es culpa de nadie, sino que son las circunstancias. Así, ante el espectáculo del sufrimiento que genera el mundo laboral y del mercado a través de la destrucción de vidas humanas e instituciones, ante la destrucción de familias y personas, la mayoría suspendemos todos los juicios de valor «aludiendo a las leyes del mercado o a su carácter naturalmente regulador como algo casi sagrado» (Piñuel, 2008: 191). Cooperamos así con lo “inevitable”. Las víctimas son sacrificadas con el beneplácito de toda la sociedad, porque se trata, fundamentalmente, de daños colaterales. En un segundo momento, nos distanciamos de ellas porque el individualismo social exacerbado dice que no es asunto mío/nuestro, no es de mi/nuestra competencia. Muchas cosas de las que suceden en el planeta, no parecen estar en nuestras manos y pensando así se genera indiferencia. Progresivamente vamos dejando de sentir, y vamos desarrollando una profunda falta de remordimientos y de sentimientos de culpa, así como una falta de empatía; características todas ellas de la psicopatía. A continuación, se genera una forma farisaica de crear chivos expiatorios porque ya que no es nuestra culpa, alguien tiene que ser el culpable. En este sentido, tenemos a grandes psicópatas en nuestra reciente historia que pueden explicar también los grandes horrores cometidos: Adolf Hitler, Adolf Eichmann, Sadam Hussein, entre otros. De esta manera, nadie es responsable salvo estas personas. En paralelo, vamos desarrollando otros grados de anestesia moral como la de solidarizarse con víctimas de otras latitudes mientras que sentimos indiferencia ante personas más cercanas. Así, ayudar a otras personas distintas y distantes compensa la disonancia cognitiva creada por la anestesia moral. Hay quien, en estos casos, expande la responsabilidad al conjunto de la población, pero quien dice todos, dice también nadie. Por último, tenemos el mecanismo que los psicólogos sociales han bautizado con el nombre de error básico de atribución que básicamente consiste en victimizar de nuevo a la víctima, acusándola de haber hecho algo para merecer tal castigo. En otras palabras, la víctima no es ni tan ni tal víctima. Esta es la condición perversa de la víctima: ella se lo ha buscado. Por último, destacar la muerte o desaparición o expulsión de la víctima fuera de la esfera social y vital. Así, muerto el perro, se acabó la rabia. Y el círculo recomienza, el contador se pone a cero.
Nuestra sociedad actual ha minado el concepto de autoridad y toda adherencia de dicha autoridad a las instituciones básicas y pilares como la religión, la ciencia, la política, la educación y la familia. En estos tiempos de crisis crónica, no hay valores morales ni éticos que se sustenten. Dominan el desapego afectivo, la anomia, el egocentrismo. Es una sociedad en la que todo vale y en la que se promueven “valores” como la manipulación, el engaño, las emociones superficiales y las sensaciones. Debemos aprender a vivir recluidos en nuestro yo, despreocupándonos de los demás. Nuestra sociedad cultiva el narcisismo a ultranza (Sennett, 1980). Todos estos “valores” son psicopáticos, es decir, son la clave para entender la psicopatía.
El pensamiento único economicista tiende a eliminar, expulsar, todo aquello que obstaculice el (mal) llamado progreso y el desarrollo, hay que eliminarlo. Así se cometen actualmente homicidios y genocidios. Estas matanzas están justificadas desde un punto de vista económico. La violencia (psicópata) que genera la economía capitalista –y las personas que están detrás- es brutal y despiada. Pero el germen de esta violencia se extiende a todas las esferas, incluidas la escuela y la familia. No nos podemos olvidar de la “violencia social”, cada vez mas extensa y que afecta a una gran parte de la población. La generación de violencia es una característica nuclear en la personalidad psicopática.
La ética protestante del espíritu capitalista sostiene que enriquecerse no sólo no es malo, sino que además es un deber y, como tal, se presenta como una máxima absoluta (Weber, 2001). En esta religión de origen protestante calvinista, el lucro -justificando los medios- se convierte en un deber moral. La racionalización o racionalidad que propone la nueva religión reduce al mundo y todo lo que habita en él a un objeto de cálculo, explotación y dominación. La ética protestante es, sin lugar a dudas, una ética psicópata caracterizada fundamentalmente por una falta de empatía que genera un estilo de vida antisocial pero bien camuflado, como buen camaleón, por una máxima fundamental que es la razón instrumental. Una racionalización que genera toda una evolución a partir del maximizar beneficios, minimizar costes. No hay manera de poner límites al mercado. La ética capitalista es una contradicción en sí misma ya que la ética, acumulación de capital gracias al esfuerzo del trabajo profesional –dogma angular del espíritu capitalista- desaparece, quedando todo a merced del capital, del mercado. En este sentido, la ética capitalista se caracteriza por una ruptura de los códigos morales, concebidos como tradicionales, y que impiden enriquecerse a costa de los demás. Esta ruptura de lo moral es lo que caracteriza al psicópata. El germen de la psicopatía está servido gracias al capitalismo que se ha beneficiado –y aún lo hace- de la ética para engañar. Este paradigma nos permite comprender cómo personas normales puedan convertirse en psicópatas sin necesidad de intervención de la genética en el proceso. Basta con el proceso de socialización para la conversión de la gente a la nueva religión.
Estamos siendo socializados en una cultura individualista, amoral y hedonista en donde el yo se desarrolla a través de transacciones mercantiles de autorrealización. En definitiva, un narcisismo caracterizado por una incapacidad para sentir, convirtiendo al mundo en un espejo del yo (Sennett, 1980). Si en algo se caracteriza la persona psicópata es por su narcisismo, es decir, la psicopatía se entiende como la expresión máxima del narcisismo en su estado más puro. Y ello viene dado por la eliminación del aspecto social. Todo es impersonal, cosificado y por lo tanto, digno de ser depredado. Los otros están para mi satisfacción; la cualidad de otredad queda borrada, convirtiéndose así en un recurso más dispuesto a entrar en el intercambio mercantil. Dentro de esta cultura, lo privado suplanta a lo público. Esta conversión hace que una persona esté dentro o fuera del sistema. El criterio de exclusión estará alrededor de la máxima de enriquecerse a costa de lo que sea o de quien sea. Estas personas triunfarán y tendrán poder. Las que no quieran enriquecerse, estarán fuera del sistema; serán proscritos y como tal, excluidos. Serán los sacrificados. De esta manera, el mundo queda polarizado: por un lado, los depredadores, triunfadores con poder que abusan de todo y marcan las leyes, así como sus seguidores que, por miedo a ser depredados, adquirirán la manera psicópata de funcionar hasta convertirse en uno de ellos; y, por otro lado, los depredados o excluidos o sacrificados; las víctimas de esta nueva religión económica.
La ideología de la liberación ha liberado todo incluido el mercado, dejándolo -dicen- a merced de sí mismo: la mano invisible. Esta aparente liberación del mercado en realidad no es tal. Al contrario, el mercado en realidad está copado y pactado entre aquellos mas fuertes, aquellas organizaciones psicópatas que se han hecho con el poder y el control del mercado –y del mundo- y que no lo sueltan bajo ningún pretexto. Aquellas organizaciones suficientemente fuertes como para saltarse las leyes, los derechos fundamentales y toda moralidad que pueda suponer barreras a su expansión. En este sentido, debiéramos hablar más bien de división: división de tareas, división social, división familiar. Divide y vencerás, dice la máxima. Pero la máxima capitalista psicópata dice más bien: divide y privatiza para explotar y depredar. De la misma manera que se nos ha vendido una ética del trabajo, también se nos ha vendido un ideal de la familia; ideal que, si lo analizamos a fondo, es incompatible con los “valores” capitalistas. No es posible compatibilizar “trabajo” con familia, la conciliación no es posible. El trabajo esclaviza lo suficiente como para impedir tener tiempo para dedicarlo a la familia, a la educación, a la cultura y mucho menos cuando todos estos campos han pasado a ser objetos de consumo.
Un elemento de gran valor en la modernidad, profundamente anclado en nuestras mentes y nuestros cuerpos es el individualismo, una condición social moderna única en la producción histórica (Sennett, 1980). Este nuevo y único individualismo, socialmente compartido, favorece el debilitamiento de los vínculos sociales. Gracias a esta fragmentación social, cada individuo es una posible víctima de la depredación o un posible depredador.
La socialización se hace dentro de la ideología neoliberal, ideología que aspira a convertirse en el pensamiento único (Bourdieu, 1999). Dicha ideología no es más que el dominio de los fuertes, de los ricos; caldo de cultivo para la psicopatía. En realidad, la ideología neoliberal es un individualismo radical que miente y manipula al hacernos creer que el mercado es el sistema de elección más racional y democrático que ha existido nunca, cuyo objetivo es el bien común. Gracias a este chantaje amoral, la globalización del mercado avanza sin dificultades. Gracias a ello, los Estados están dejando de proveer servicios, porque no hay alternativa. La retirada de los Estados ante el mercado ha dejado al ser humano a merced de la tiranía y el totalitarismo de los más ricos, poderosos y fuertes; en definitiva, a merced de la psicopatía en estado puro. Ellos son la ley.
Si la sociedad genera personalidades psicopáticas es gracias al principio educativo de tolerancia máxima o, lo que es lo mismo, prohibido prohibir. No sólo no se sancionan muchas conductas y actitudes psicopáticas, sino que se las refuerza. Esta filosofía sin restricciones por miedo a castrar, a traumatizar, genera una incapacidad para inhibir ciertas conductas y socializar. Es una buena forma de educar personas tiranas.
Me alegra leer artículos tan interesantes y profundos como este y me congratula que aún haya autores tan rigurosos.
Gracias
Pues muchísimas gracias por tu comentario. Me alegro de que aprecie el artículo.
Bravo. Magnífico artículo. Y muy bien traídos algunos clásicos de la sociología. Lo único es que yo tengo cierto repelús a la autoridad, soy de la opinión que actualmente hay que explicar el concepto con más detalle, para evitar malentendidos. Y decir autoridad y religión (independientemente de cómo consideremos la religión) en la misma frase me da más repelús, pero lo mismo es cosa mía.
Pero sobre todo, excelente entrada, da gusto estar leyendo el periódico y encontrarse cosas así. Todo un placer.
Buenas. Muchísimas gracias por tu comentario. Me alegra. Cierto que es importante explicar el concepto de autoridad con más detalle. Al respecto me gusta mucho el libro de Alexandre Jojeve sobre la «noción de autoridad». Lo tengo en cuenta para futuros escritos. Reitero mi agradecimiento. Un cordial saludo.