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Las no-relaciones: el fin del amor

Hace tiempo que vengo observando y constatando que las relaciones en la actualidad se han vuelto frágiles, volubles e inciertas. Resulta cada vez mas difícil establecer relaciones amorosas estables. Estas, progresivamente, van pasando a un segundo plano siendo sustituidas por relaciones efímeras, superficiales e inestables. El sociólogo Zigmund Bauman (2005) habla del amor líquido, en tanto que nueva forma de amor afectivamente distante que esconde, entre otras muchas dificultades, el miedo al compromiso. Relaciones desechables en cuanto que mercancías; relaciones compulsivamente concatenadas, que acaban igual que empiezan: de manera informal por whatsapp, sms o telefónicamente en el mejor de los casos, y por motivos de lo más informales y rocambolescos. Recuerdo a un hombre ya bien entrado en la cuarentena decir que había dejado de salir con una mujer porque no le gustaban sus tobillos. En su haber, mantiene una relación “oficial” estable pero intermitente porque es a distancia y variadas relaciones concomitantes, aunándose en este caso concreto el complejo de casanova (mujeriego) con el complejo de lolita (atracción por mujeres adolescentes).

En muchas ocasiones, la terapia se ha vuelto una especie de consultorio alrededor de preguntas tales como ¿qué hago? ¿Cómo interpretar ciertos comportamientos? ¿Qué pueden significar comportamientos como que no te contesten, aunque te hayan leído…? Una especie de hermenéutica sobre cómo entender, interpretar y analizar tanto relaciones que están comenzando como aquellas que ya tienen tiempo. Una paciente llega al despacho algo ansiosa y angustiada. Lleva 5 años en una no-relación que en los últimos dos parece haberse transformado en una relación sentimental con intermitencias. Pero ella está cansada y frustrada porque esta no-relación no le satisface, por ser afectivamente carente fundamentalmente de intimidad y compromiso. Como ejemplo me cuenta la última semana: él la escribe a diario e incluso la llama para charlar, pero no manifiesta ningún deseo de verla, ni de estar con ella, ni de querer intimar. El no le propone verla ni para un encuentro sexual. Según el pastor Gary Chapman de los cinco lenguajes del amor -palabras, tiempo de calidad, regalos, actos de servicio y contacto físico- no ha habido prácticamente ninguno. Su pregunta, la cual se la hace desde hace años es: ¿realmente me quiere? ¿Eso es amor? Porque – y ocurre muy frecuentemente en este tipo de no-relación- suele haber fuertes disonancia entre lo que se manifiesta verbalmente y lo que se hace. Una de las guías que doy es que las personas deduzcan fundamentalmente a partir de los hechos, no de las palabras. La otra guía para poder dilucidar consiste en escuchar lo que la intuición dice y cómo nos hace sentir dicha no-relación.

Hay personas, mas mujeres que hombres, que buscan relaciones afectivamente estables y les resulta enormemente difícil. ¿Qué pasa con el compromiso? Si nos fijamos en la película ¿qué les pasa a los hombres? Veremos que en ella se trata fundamentalmente de descodificar los mensajes de los hombres en el terreno amoroso, con la finalidad de entender lo que les pasa que no llegan a mantener relaciones estables en el tiempo. Uno de los mensajes más claros de le película parece estar en la fabricación de una guía que permita distinguir si realmente una chica interesa y si la relación tiene futuro. Porque por supuesto, aún son más el número de mujeres interesadas en una relación afectivo sexual duradera y estable. Los hombres parecen estar más interesados en el sexo.

La realidad es que el rollo de una sola noche, las “follamistades” y todo tipo de variante de sexo casual o polvo sin ataduras están definiendo cada vez más las no-relaciones en la actualidad. Se trata de vínculos deslocalizados; desenmarcados del contexto heteronormativo, de tal manera que debido a la incertidumbre que les imbuye, generan cuadros clínicos de ansiedad, angustia y depresión. Un malestar constante fruto de la frustración de un “ni contigo ni sin ti”. Eva Illouz (2020) en su libro el fin del amor nos dirá que “El sexo casual moderno des-guioniza la relación romántica en la medida en que el sexo ahora se ha desplazado al principio del relato”, eliminando así la finalidad, el sentido de la relación: ¿para qué estamos juntos? O ¿para qué estar juntos?

Relaciones negativas de las que nos habla esta socióloga que definen las nuevas no-relaciones sin perspectivas; fundamentalmente hedonistas “sin ninguna expectativa de reciprocidad emocional o relacional ni proyección de futuro” (Illouz, 2020). En ellas, cada actor es simplemente una mercancía, un objeto de placer que en cada encuentro revaloriza su capital social. En este tipo de no-relación basado en el sexo (casual), no importa la singularidad de cada persona, sino que prácticamente cualquiera vale.

Según la teoría triangular del amor del psicólogo Robert Steinberg las relaciones amorosas se componen de intimidad (sentimiento de cercanía y de conexión), pasión (atracción física y deseo de intimar sexualmente) y compromiso (continuidad en la relación a pesar de los atibajos). Dependiendo de las combinaciones entre estos tres componentes pueden existir hasta 7 posibles combinaciones amorosas. Pues bien, las no-relaciones en la actualidad cobran forma de encaprichamientos y amores fatuos, es decir amores basados fundamentalmente en el sexo.

Estas no-relaciones son profundamente desiguales ya que ambos protagonistas (hombres y mujeres) no buscan lo mismo, ni tiene, la promiscuidad sexual, el mismo significado por género, siendo la mujer la que ha sufrido una mayor sexualización a lo largo de las últimas décadas. De esta manera, este tipo de no-relación prácticamente reducida al sexo, hace que muchas mujeres se sientan usadas y rebajadas en su autoestima, cosa que no ocurre en los hombres, porque la promiscuidad sexual forma todavía parte del constructo de la masculinidad. Como afirma la socióloga Illouz (2020) “el sexo casual es más congruente con una forma masculina de sexualidad”. Al parecer, en las relaciones homosexuales, “las mujeres lesbianas registran una mayor tendencia a la búsqueda de relaciones estables que los hombres gay”. Y es que la sexualidad femenina está estrechamente entroncada en las relaciones sociales mientras que la masculina tiende a disociarse de ellas. En otras palabras, la sexualidad en las mujeres “está configurada por el imperativo relacional” (Illouz, 2020). Para la autora, la no-relación basada en el sexo “se inspira en una pauta masculinista de la sexualidad”.

Un aspecto importante de este tipo de no-relaciones es la alta correlación que muestran con una baja autoestima: “el sexo casual no fomenta la autovaloración” (Illiouz, 2020). Lo que sí parecen fomentar es el desapego, un estilo relacional disociativo además de cosificante y mercantilista.

Se trata de relaciones indefinidas, sin futuro que acumulan momentos placenteros sin sentido, sin más. Las relaciones románticas van poco a poco siendo no solo sustituidas, sino tintadas de estas formas de no-relación, cuyas normas las pone efectivamente la persona, mayoritariamente hombres, que no quieren ningún compromiso, ni intimidad, porque siguen la sexualizada ley de la oferta y la demanda. Relaciones a la deriva, desnortadas, inciertas, ansiógenas que generan un parangón de emociones y sentimientos que deberán ser alienados, enajenados del capital sexual. De ahí su calificativo de negativo, fundamentalmente porque se definen por lo que no son. Vínculos negativos en cuanto que muestran que algo no funciona como debería o en cuanto que apuntan a un sujeto ausente. Relaciones difusas, oscuras, indefinidas y controvertidas, que carecen tanto de guion como de marco interpretativo que les dé un sentido tanto para su conformación como para su ruptura. Relaciones tan esquivas como evitantes, difíciles de significar algo y por lo tanto de gestionar.

Estas no-relaciones a menudo “asimétricamente consensuadas” no tienen ni siquiera nombre. El contrato es que se trata de acordar que es una no-relación. No se proyectan hacia un futuro ni tienen una dimensión social de compromisos; sin pasado ni futuro, se viven en un presente continuo, siendo el único objetivo la satisfacción sexual de una o ambas partes. Se concretan en el momento y se mantienen “hasta próximo aviso” (Illouz, 2020). Son “contratos emocionales que se basan en voluntades conflictivas y confusas, o incluso en voluntades que niegan la existencia de la relación. Son maneras consensuales de entablar no-relaciones, o al menos relaciones que se ubican en la incierta zona gris entre las relaciones positivas y negativas” (Ibid). No-relaciones que fomentan la confusión emocional por falta de claridad y de dificultad toca de lleno las emociones, generando así una enorme dificultad para interpretar lo sentimientos. Avanzan, reculan, derivan hacia la “ruptura” o hacia una relación estructurada de carácter romántico. Es difícil o imposible descifrar las intenciones por falta de anclajes normativos o guiones. Se generan metaemociones, emociones sobre las emociones que requieren de una reflexividad precisamente por su dificultad para descifrar los significados. Las reglas son tan poco claras y arbitrarias como las intenciones de las y los protagonistas. Este tipo de no-relaciones impregnadas por la lógica comercial parece estructurarse en términos de coste y beneficios. El compromiso no tiene sentido y este tipo de “situación relacional” ya no es confiable.

La gran paradoja de este tipo de vínculos es la oscilación entre la dificultad de vivir la propia soledad y la imposibilidad de establecer relaciones afectivas satisfactorias.

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La familia como fuente de patología

Una de las grandes paradojas del sistema capitalista actual reside en el mantenimiento de la familia en tanto que institución no solo de procreación sino de educación, al mismo tiempo que aleja a sus progenitores del hogar el mayor tiempo posible, debido a las exigencias desmesuradas del trabajo, el lucro y el progreso. Al mismo tiempo que el sistema destruye la familia en pos de su interés (beneficio), mantiene la idea de la misma tal y como se desarrolló en el siglo XVIII. Una de las consecuencias de esta “presión” es la gran culpa que sufren madres y padres por no poder abarcar todo lo que concierne a la educación de los hijos. Se culpabiliza y patologiza rápidamente a las familias de los errores ocasionados sin tener en cuenta cómo el capitalismo neoliberal las ha ido destruyendo. Ningún sistema asistencial se ha inclinado aún sobre este tema, mas sin embargo se está excesivamente encima de las familias. No se puede educar a los vástagos si la mayor parte del tiempo los padres tienen que estar fuera de casa produciendo. Una vez más se insiste en la función educativa familiar sin realmente atajarse la raíz del problema: la incompatibilidad entre la economía y política de un país, por un lado, y el desarrollo educativo familiar, por otro. En este sentido, los esfuerzos para mejorar la familia debieran ir destinados a modificar la economía. Sabiendo qué preponderancia ocupa cada uno en la pirámide, se podrían hacer “políticas sociales” más efectivas, pues los principales destinatarios ya no serían las familias sino, por ejemplo, los propios actores sociales: economistas, políticos, jueces. De alguna manera, los intermediarios asistenciales seguimos jugando el juego del poder: culpabilizar a la familia, dejando de lado todo el aparato económico.

Se debería atacar a las inflexibles exigencias del mercado laboral en sí y a aquellas personas, grupos y políticas que las hacen viables. Se debiera reorganizar el trabajo, la educación y todo lo relativo a la familia. En vez de cargar a la familia con programas educativos, se debiera cargar a aquellas personas que hacen las leyes, las representan y las defienden, a aquellas personas que se encargan de la economía. Igualmente habría que transformar la sociedad y sus objetivos de bienestar material a costa del bienestar físico, psíquico, social y cultural. Si es cierto que el Estado somos tod@s en nuestra sociedad moderna, entonces tod@s debemos ser el objeto de políticas asistenciales y educativas. Tod@s debemos transformarnos y revisar a fondo nuestros valores y creencias.

La modernidad ha supuesto un control social sobre las actividades antes individuales o familiares. Así, durante la primera etapa de la revolución industrial el capitalismo sacó la producción de la casa y la colectivizó en la fábrica. Más tarde se apropió de las habilidades y conocimientos técnicos del trabajador. Finalmente extendió su control sobre la vida privada del/de la trabajador/a con la supervisión de la crianza de los vástagos por parte de médicos, psiquiatras, maestros, jueces, trabajadores sociales, psicoeducadores, psicólogos. A la “socialización” de la producción ha seguido la socialización de la reproducción (Lasch, 1996).

Paradójicamente, la salud pública y la moral ha insistido en que la familia por sí misma no puede satisfacer sus propias necesidades sin la ayuda e intervención de profesionales expert@s (Lasch, 1994). La política pública, lejos de erigirse como defensora de la vida doméstica, la invade y la invalida. Esto es, la familia es percibida como un freno al desarrollo y progreso social. Como un reducto de la nueva tradición moderna, frenando así todo el proceso de homogeneización que hoy conocemos. La familia tiende a conservar tanto la tradición en contra de los cambiantes e inestables postulados económicos que hoy en día han invadido todas las esferas humanas. En consecuencia, se intenta apartar a los vástagos de la familia. Se coloca a muchos niños/as bajo la tutela del Estado y la influencia de la escuela, principal actor de aculturación. La sociedad –encarnada por las instituciones del Estado– se erige como la sustituta de la familia privada. Los/as niños/as son ciudadanos/as cuyos derechos sólo son garantizados por el Estado. La escuela rápidamente remplaza al hogar ya que éste no cumple su función, sino que, al contrario, la familia produce inadaptados, delincuentes y criminales. Así pues, escuela y servicios de bienestar social se ponen a trabajar juntos para el Estado y crear así buenos/as ciudadanos/as. La escuela, además de enseñar los rudimentos del conocimiento, debe también encargarse de la formación física, mental y social del infante (Lasch, 1996). La asistencia social se erige como tutor “in loco parentis”, pues los padres no tienen ni la sabiduría ni la educación necesaria para formar a sus hijos. El Estado es la nueva paternidad de la infancia, mientras las familias se convierten en fuente de patología social.

En la era moderna, el poder médico remplaza al legislativo que a su vez sustituye al eclesiástico como centro simbólico de la sociedad (Lasch, 1996). Con la medicalización social, la desviación se transforma pasando de ser delito a enfermedad. Así con el surgimiento de las profesiones asistenciales, la sociedad invade la familia, particularmente la función de la madre. Se cumple la profecía de que la familia es incapaz de satisfacer sus propias necesidades, para lo cual le hace falta la ayuda de expertos en salud, educación y bienestar. Tras monopolizar el conocimiento para socializar a los jóvenes, se trata de educar a los padres, es decir, tras declarar a la familia (los padres) incompetente para educar a sus vástagos, se la reclama de nuevo para verter sobre ella el conocimiento del cual los patólogos sociales se habían apoderado (Lasch, 1996). De este modo predominan las modalidades terapéuticas remplazando la política para lograr mejoras en los trabajadores. Dado el fracaso terapéutico se impone la política del consumo como método para compensar las privaciones sufridas y aparece así el trabajador como consumidor. El consumismo prescribe un papel más amplio para las mujeres, sobre todo en lo tocante a la administración y gestión del hogar.

Al desaparecer la familia como mecanismo de control, las profesiones asistenciales y la publicidad aparecen como agentes “nuevos” de control con sus “nuevas” prescripciones y proscripciones acerca de cómo ser y estar en la sociedad. De esta manera socavan la poca autoridad que quedaba en la familia.