Publicado el

Educación emocional

Educación emocional significa ser capaz de manejar las emociones y los sentimientos, con la finalidad de mejorar la propia calidad de vida, la del entorno y aumentar el poder personal (potencia). Siempre dentro del marco de colaboración y el sentido de comunidad.

La educación emocional no significa simplemente expresar los sentimientos de cualquier manera a modo de catarsis sino más bien comprenderlas, manejarlas y controlarlas.

Las emociones y los sentimientos forman parte de la naturaleza humana y desconectarnos de ellas, supone quedarnos sin brújula, sin norte.

Por otra parte, no se trata simplemente de conocer nuestras emociones y sentimientos, sino también las de los demás. Así como su magnitud y sus causas. En definitiva, se trata de aprender a manejar a partir de su comprensión.

Por último, la educación emocional requiere saber nuestro impacto en los demás. Implica fundamentalmente, aunque no solo, desarrollar empatía y ser responsable de nuestras emociones y sentimientos.

¿Por qué somos personas tan reactivas? En gran medida porque no hemos sido educados emocionalmente, es decir, hemos aprendido a perder el contacto con nuestras emociones y sentimientos y por lo tanto, resulta imposible gestionar aquello sobre lo que desconocemos. Como dice Steiner, somos personas emocionalmente incultas.

Vivimos de manera emocionalmente embotada porque ante les traumas (abruptos o acumulativos) hemos aprendido a insensibilizarnos del dolor. El embotamiento es una respuesta natural al dolor, pero temporal en el caso físico. En lo que concierne a lo emocional, el embotamiento puede (y de hecho) cronificarse. Sobrevivimos a los traumas construyendo mecanismos de defensa, muros psicológicos que además de aislarnos de las emociones y sentimientos dolorosos y permitirnos apartarnos de las personas susceptibles de dañar, también nos separan emocionalmente de personas amables y cariñosas, así como de sentimientos placenteros como la alegría, la esperanza o el amor. Si estamos dañadas para lo malo, también para lo bueno. Pero si estos muros son atravesados, no lo serán sin generar inundaciones emocionales fuertes y destructivas. Permanecer insensibilizad@s como su opuesto, invadid@s emocionalmente, no deja de ser un analfabetismo emocional.

En este sentido recuperarse del daño emocional implica acordarse del mismo, tantas veces como sea necesario y hablarlo en un espacio adecuado para ello, para comprender; crear un espacio de encuentro en donde elaborar y digerir. Si ello no ocurre, seguiremos repitiendo los escenarios emocionales dolorosos y seguiremos en contacto con personas generadoras de dolor. Así perdemos cada vez más contacto con nuestros sentimientos (y necesidades).

Los shocks emocionales comienzan desde la más tierna infancia y se prolongan durante toda la vida. Y se van haciendo “silenciosos”, desconectándonos de las demás personas, además de nosotr@s mism@s.

De tal manera que vagamos por la vida con muchas necesidades frustradas y sin saber qué hacer con tantas emociones y sentimientos en nuestro interior. Ocultamos, mentimos y fingimos no sentirlas. Aprendemos a desapegarnos tanto del dolor como de las heridas, fingiendo mentalmente que no están. Generando así mucho resentimiento y odio. A la vez nos convertimos en seres hambrientos de intimidad, amor, contacto y muchas veces lo buscamos de maneras artificiales, y todo ello ¿para qué? Para saciar nuestra hambre de experiencia emocional y así salir de este estado de embotamiento. Esperamos que tantos excesos, tantas compulsiones nos saquen de este estado de aletargamiento y anestesia emocional. Temporalmente, puede aliviarnos, pero el embotamiento, desgraciadamente, regresa. Vuelve a aparecer el exceso de rabia, resentimiento, odio, frustración debido a esta carencia de amor, en el fondo. Y así se forman las múltiples y variopintas patologías emocionales, muchas veces somatizadas.

La educación emocional nos lleva a la conciencia de estas emociones y sentimientos, así de cómo de las necesidades no satisfechas, dándonos un método para mejor satisfacerlas y así, poder reconectar. Para ello, resulta importante explorar, comprender y aprender a expresar tanto como escuchar.

Publicado el

Aspectos psicológicos de la comunicación humana

Faro, Por La Noche, La Luz, Cielo, Nubes, Resplandor

 

 

Desde nuestra infancia, hemos interiorizado un modelo cultural de comunicación coercitivo para relacionarnos. La coacción la entendemos desde el lugar en donde utilizo estrategias para forzar al otro a hacer lo que yo quiero, ya sea por medios psicológicos o físicos.

En educación por ejemplo, funcionar por medio de recompensas y castigos no deja de ser un método violento: si te portas bien, tendrás recompensa. Pero ¿quién determina el portarse bien? En realidad se trata más de control que de comunicación.

Partimos de la base de que la propia observación de los acontecimientos está sesgada. Porque lo que percibimos emana de nosotr@s mism@s y no de la realidad en sí. Soy responsable de lo que percibo, en cuanto que lo que percibo lo hago desde una cierta perspectiva, y cada persona tiene una diferente. Por lo tanto nunca lo que percibo será ni la realidad ni la verdad; simplemente una perspectiva. Este es uno de los principales axiomas de la comunicación. El resultado es que la comunicación tal y como la conocemos, se establece desde perspectivas de adversario.

Desde un punto de vista terapéutico, resulta importante entender que escuchar desde esta perspectiva requiere de la empatía; de entender, puesto que yo no soy tú, cómo lo vives desde tu posición.

Desde esta perspectiva igualitaria de la comunicación, todas las necesidades son igual de importantes y no resulta factible satisfacer las necesidades de las personas a costa de la de los demás. Aquí entra de lleno, la negociación. ¿Cómo satisfacer las necesidades respetando la de los demás? Sin minimizar o desvalorizar las de los demás. Se trata de respeto: mis necesidades son tan importantes como las de las demás personas.

El modelo cultural del que provenimos en cambio nos dice que nuestras necesidades se satisfacen a expensas de las de otras personas y por lo tanto, hay una jerarquía de necesidades; vaya… un modelo piramidal.

Los problemas, los conflictos, los dilemas humanos se suelen dar a nivel de las estrategias que empleamos para satisfacer nuestras necesidades. No se trata de cambiar a la otra persona o de que una de las personas ceda y sacrifique sus necesidades a costa de otras. Cuando queremos satisfacer nuestras necesidades a costa de las otras, construimos la otredad en forma de enemigo, de oponente, de rival.

A estas alturas resulta fundamental precisar que toda acción humana responde a necesidades y estas son universales según autores.

Las necesidades humanas pueden ser, o estar, satisfechas o insatisfechas. Y gran parte de nuestra percepción deriva de la satisfacción o insatisfacción de nuestras necesidades, no de las acciones de las otras personas que por lo general suelen ser más neutrales de lo que interpretamos. Por ejemplo, si yo tengo prisa y voy circulando por la carretera, probablemente mi percepción sea que la circulación ese día, en ese momento, es lenta. Si yo tengo necesidad de ser escuchada y la otra persona con la que quiero hablar está triste y se centra en ella, hablando exclusivamente de sí, probablemente yo tenga la percepción de que la otra persona es egoísta. Si yo no le hago ver mi necesidad, me quedaré con esa insatisfacción de no haber sido escuchada y probablemente saldrá en forma de enfado, reproche o juicio. Así mismo, el machismo podría definirse desde esta perspectiva de la comunicación humana, como la ignorancia, minimización y desvalorización de las necesidades femeninas. De hecho, los conflictos humanos derivan de la invisibilización, de la negación de la existencia de necesidades universales. Así como de la imposibilidad de satisfacer dichas necesidades. Nuestros sentimientos devienen de lo que estamos tratando de cubrir como necesidad en un momento dado. No somos conscientes en general del hecho de que nuestra necesidad satisfecha o insatisfecha nos hace ver, juzgar o interpretar el comportamiento de otras personas con la pretensión de ser verdad absoluta. Queremos tener razón.

Una de las mayores dificultades reside en reconocer nuestras necesidades, ya que no se nos ha enseñado ni educado para satisfacerlas. Aprendemos pues a negarlas, esconderlas, minimizarlas. Nuestra cultura nos condiciona las percepciones que tenemos. Y si no sabemos cuáles son nuestras necesidades, estaremos en la vida sin rumbo, sin sentido, desconectad@s de nosotr@s mism@s.

En este sentido, una de las principales tareas terapéuticas en la comunicación será reconectarn@s a nuestras necesidades, para posteriormente centrarnos en las estrategias para satisfacerlas. Desde esta perspectiva, los sentimientos y las emociones serán nuestra brújula, nuestras guias. El enfado, la tristeza, la rabia, frustración, etc. serán pues indicadores de qué necesidades están siendo insatisfechas. Y por ende, la depresión, la ansiedad, las fobias y la mayor parte de trastornos mentales también podrán ser interpretados desde esta óptica, como estados resultantes de profundas insatisfacciones consecuencia de una profunda y prolongada desconexión. Por ello, los sentimientos aflictivos (mal catalogados como negativos) resultan fundamentales y no pueden ser eliminados. Sería como eliminar los testigos de averías del cuadro de los mandos de un coche. No tendríamos manera de saber qué le pasa al coche y qué está necesitando: agua, aceite, etc. El dolor, lo doloroso forma parte de la vida. Y querer eliminarlo solo añade sufrimiento, es decir un dolor gratuito añadido y que se puede evitar. Si quitamos los sentimientos aflictivos, quitamos la posibilidad de detectar qué estamos necesitando. Se trata de usarlos como guía para saber lo que realmente es importante en la vida. Este tipo de sentimientos son naturalmente útiles. Se trata de escucharlos, aceptarlos.