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Mobbing: Acoso moral en el trabajo. Una forma de violencia estructural.

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Muchas personas acuden a terapia por trastorno de estrés postraumático (TEPT) como consecuencia de un mal trato laboral, conocido como acoso laboral, en inglés mobbing.

El TEPT se trata de una enfermedad real, mal diagnosticada y poco enraizada en la salud mental. Surge como consecuencia de vivenciar eventos traumáticos como abusos, guerras, catástrofes naturales. Un estrés prolongado en el tiempo, que en muchos casos puede cronificarse. Hablamos de problemas de estrés crónico, ansiedad, angustia, alteraciones emocionales y de personalidad, repercutiendo en todas las esferas de la vida de la persona víctima de acoso laboral. La recuperación en estos casos lleva muchos años, entre 2 y 5. Es más difícil la recuperación si no hay tratamiento psicológico.

Por acoso se entiende hostigamiento prolongado más allá de 6 meses. Las formas de hostigamiento pueden ser activa, es decir, gritos, insultos, humillaciones, falsas acusaciones, intromisiones y obstaculización a la realización del trabajo, o pasiva  –hostigamiento psicológico- en forma de restricciones en el uso de material o equipamiento, prohibición u obstaculización en el acceso a la información o a datos necesarios para el trabajo, disminución o eliminación en la formación o adiestramiento necesario para la realización del trabajo o incluso el aislamiento de la persona trabajadora. Hay personas que han sido como condenadas a trabajar en un departamento a parte del personal en completa y absoluta soledad durante años, mismo perjudicando seriamente a beneficiarios de servicios públicos.

Uno de los principales psicólogos expertos en España, Iñaqui Piñuel, lo define como “asesinato psicológico” para “encubrir la mediocridad”. Esto es, la mayor parte de personas acosadoras se destacan por su mediocridad. Y aquellas personas que sobresalen por sus capacidades laborales y por su eficacia, suelen ser las más susceptibles de ser víctimas de acoso. Si bien no parece haber un perfil de víctima definido, es muy común en estas, encontrarnos con personas altas capacidades o altamente sensibles o incluso síndromes como el asperger, las cuales se destacan por una inteligencia diferente, en muchos sentidos mayor que la media. En general se trata de personas trabajadoras válidas, capaces, bien valorados y creativas. “Suelen ser los mejores de la organización (…). Los trabajadores más brillantes o dotados (…)” nos dirá el psicólogo Iñaqui Piñuel. También es fácil encontrar entre las víctimas a personas que se niegan a participar en acciones fraudulentas o de dudosa moralidad o ética que pueden perjudicar a la organización, a clientes o a las propias personas trabajadoras. Otro perfil de personas afectadas por este desconocido, destructivo y desgarrador fenómeno patológico suelen constituirlo las personas ingenuas o de buena fe y que “no hacen frente desde el principio a quienes les intentan perjudicar. Personas pacíficas, no confrontativas” y que muchas veces se niegan a ver la maldad allí donde está, lo que comúnmente se llama buenismo. También suelen ser víctimas aquellas personas vulnerables.

El acoso puede ejercerse de tres maneras diferentes:

  • Entre las propias personas compañeras, lo que se llama forma horizontal
  • De jefe o jefa a emplead@s, forma vertical
  • De la propia plantilla a superiores. Esta última forma suele ser menos usual pero ocurre fundamentalmente más entre puestos intermedios. Superiores recién llegados, generando el síndrome de “cuerpo extraño”.

Una de las peores secuelas que hace aumentar la indefensión en las víctimas de esta patología tan agresiva y destructiva es la propia justicia que no parece entender no sólo lo que es esta violencia, sino, lo que es peor aún, la dificultad para la víctima de pasar por todo el trámite jurídico, lo que supone volver a vivenciar el acoso. Como dicen las personas expertas en el tema (tanto profesionales como víctimas) es que para enfrentar esta patología ante el sistema judicial hace falta una fortaleza psicológica que las victimas no suelen tener.

Estamos enculturados en la violencia y quizás por ello resulte difícil identificar tales conductas y lenguajes. A ello no ayuda el propio sistema económico neoliberal y político, ya de por sí, etiquetado por muchos autores de patológico y patologizante, bajo formas depredadoras, jerárquicas, agresivas, competitivas. Formas de abuso de poder culturalmente narcisista, propias de psicópatas organizacionales que al igual que el cáncer, generan a largo plazo una metástasis sistémica.

En realidad, el problema es fundamentalmente social, no solo por la extensión y normalización de estas prácticas secretas y ocultadas, sino por la cantidad de personas afectadas tanto directa como indirectamente, condenadas en casos a abandonar puestos de trabajo, a cambiar de departamentos e incluso a aguantar en esta situación hasta enfermar. Por ello, debiera ser considerado un problema de salud pública tan grave como la diabetes o el cáncer.

La solución a largo plazo pasa por poner en práctica formas organizacionales no violentas, formas de comunicación igualmente no violentas, lo que requiere toda una reeducación social y cultural.

A corto y a medio plazo, la solución pasa por darle un reconocimiento público, así como una forma legal a este tipo de patología, de manera a que haya una restauración del daño infringido a las personas víctimas.

 

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Principios de la comunicación no violenta

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La comunicación no violenta o también conocida como compasiva o colaborativa resulta ser un proceso de comunicación desarrollada por Marshal Rosenberg en los años 60, basado fundamentalmente en cuatro principios:

1.- Observación de sí basada en hechos

Fundamental distinguir y diferenciar los hechos de las interpretaciones, valoraciones, juicios, prejuicios, opiniones… todas ellas proyecciones de nuestras propias necesidades insatisfechas.

Los hechos refieren a lo ocurrido: “Jorge me llamó y me invitó a comer y yo le dije que no”. Este hecho no es lo mismo que decir, “Jorge me llamó y yo le rechacé”. “Jorge me llamó y le dije que sí porque me estaba presionando” no es lo mismo que decir “Jorge me llamó por quinta vez para invitarme a comer”.

2.- Expresión de sentimientos

Sentidos en el cuerpo, es decir, libres de pensamientos y que nos permiten, a modo de indicador en un salpicadero, qué necesidades han sido satisfechas y cuáles no. Por ejemplo “Siento que no es justo” trasmite una valoración de una situación pero no un sentimiento como por ejemplo: desmoralizada, descorazonada, abatida. Decir que nos sentimos inadecuad@s, insignificantes, ignorad@s, abandonad@s, etc., habla más de cómo pensamos que somos o que los demás nos evalúan o lo que creemos que los demás nos hacen.

Los sentimientos son un reflejo corporal de satisfacción o insatisfacción de nuestras necesidades.

3.- Expresión de necesidades

Aquello que necesitamos como humanos para nuestro pleno desarrollo. Aquello que nos sienta bien, que nos colma, que nos satisface. Muchas veces lo que queremos no necesariamente es lo que necesitamos.

Dentro de las necesidades, se perfilarán estrategias para conseguir satisfacer esas necesidades.

Necesitamos atención, pertenencia, tranquilidad, desarrollar nuestro potencial, autonomía, independencia, interdependencia, reconocimiento, etc.

4.- Formulación de peticiones.

Esta suele ser una parte importante. Se trata de pedir acciones específicas.

¿Qué acciones por parte de la otra persona nos permitirían conectar y satisfacer nuestras necesidades?, respetando las suyas, claro está.

Frases como “tu lo que tienes que hacer es cambiar” o “dejar de beber”, “deberías de haber cogido otro camino”, etc., no ayudan a conectar. Por el contrario, frases como “¿Estarías dispuesta a recoger la ropa?”, “¿Podrías llamarme cuando llegues?”, “¿Te importaría responderme en breve para que no me sienta inquieta o para sentirme tranquila?”

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Dicha teoría sostiene que la mayor parte de conflictos entre personas y grupos es consecuencia de una mala comunicación de las necesidades, debido fundamentalmente a la utilización de una comunicación coercitiva o manipuladora para inducir miedo, culpa, vergüenza, etc. La finalidad será coaccionar a la otra persona.

Hemos internalizado este modelo cultural de comunicación que tantos conflictos y tanta violencia genera. Violencia porque se trata de una comunicación cuyas estrategias son utilizadas para forzar a la otra persona a hacer lo que yo quiero. Estas formas de comunicación en general además de desconectarnos unas personas de otras, desvían la atención de la comunicación de necesidades, sentimientos, percepciones y peticiones a la perpetuación de los conflictos. Formas de desconectarnos y de bloquear la comunicación: los juicios moralistas que implican lo que es normal o no normal, la culpa, los insultos, las humillaciones, las etiquetas, el criticismo, las comparaciones; las exigencias que implícita o explícitamente amenazan; la negación de la responsabilidad, particularmente con excusas imprecisas o justificaciones vagas; las comparaciones;

Uno de los puntos básicos de esta comunicación no violenta es la toma de conciencia de que los demás no son responsables ni de nuestros sentimientos ni de nuestras emociones ni de nuestro comportamiento. Los demás, sus acciones y palabras son solamente el detonante, nunca la causa de lo que nos ocurre.

Otro gran pilar es la autenticidad, es decir, que hablamos lo que sentimos, hacemos lo que sentimos. Concordancia entre nuestro hacer y nuestro decir. Y ello nos lleva directamente a la responsabilidad, la capacidad de responder. Aceptar nuestra responsabilidad en lo que hablamos, sentimos, percibimos, hacemos, queremos y la responsabilidad de que ello conlleva un impacto en los demás.

Otro gran pilar de esta forma de comunicar es la claridad. Tomar conciencia de lo que realmente queremos, de donde viene nuestra necesidad y nuestros sentimientos antes de expresarlos. Y expresarlos de acuerdo a nuestro cuerpo, no nuestra mente.

Muchos dilemas de la comunicación humana provienen de confundir lo que sentimos con lo que pensamos y así muchas veces escucharemos decir “Me siento como una estúpida”, “ Me siento como si fuera un mueble”, “Siento que no me haces caso”, “ Siento que no te importo”… y así podríamos seguir hasta el infinito. La mayor parte de estas frases no son sentimientos sino pensamientos basados la mayor parte de las veces en interpretaciones nacidas de necesidades del pasado no resueltas que se cuelan en nuestro presente.

Pero el principal ingrediente de esta comunicación, conocida entre las personas iniciadas en ella “lenguaje jirafa”, es la empatía. Empatía tanto hacia sí, lo que implica un autoconocimiento, como empatía hacia las otras persona.

Dicha teoría asume que las necesidades son en general las mismas en los seres humanos, que los sentimientos apuntan a necesidades satisfechas o insatisfechas. Prioriza la conexión, la relación a la razón, la responsabilidad, la elección, la asociación en el poder al abuso del mismo.