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La interpretación: un error muy común en la comunicación humana

Silueta, Pareja, La Gente Hombre, Mujer

 

 

Las relaciones humanas están plagadas de errores cognitivos que nos llevan, muy frecuentemente, a interpretar los decires, generando así malos entendidos y discusiones. En consecuencia nos vemos obligados a reestructurar no solo la escucha sino la expresión.

Así pues resulta importante escuchar atenta y activamente, con la finalidad de identificar los significados reales y verdaderos de la persona hablante, susceptibles de afectarnos. Para ello resulta fundamental entre varias cosas hablar con claridad, ser concis@s, con mensajes cortos e inteligibles, elegir las palabras. En cuanto a la escucha, resulta fundamental parafrasear, repetir lo que el otro dice para asegurarnos de que hemos escuchado bien, preguntar y verificar.

Los errores cognitivos se producen como consecuencia de la aplicación de esquemas mentales deficientes basados frecuentemente en carencias y experiencias negativas o traumáticas. Dichos esquemas cognitivos nos hacen ordenar la información que recibimos del entorno desde una perspectiva que nos lleva muchas veces a equivocarnos.

La interpretación de los hechos a través de opiniones, valoraciones, juicios, pensamientos y creencias nos lleva deducir que ello es la realidad cuando de lo que realmente se trata de proyecciones de la misma fruto de una disociación.

Para evitar esta clase de errores cognitivos basados en interpretaciones, conviene centrarnos en los hechos acaecidos, los sentimientos, las percepciones y los deseos, es decir, lo que realmente queremos o necesitamos.

La interpretación en la comunicación sucede cuando un mismo mensaje es entendido de diferente manera por personas diferentes. ¿Cómo es posible? Porque una cosa es lo que decimos y otra muy diferente es lo que entendemos.

Muy a menudo ocurre que escuchamos y entendemos desde nuestros prejuicios y esquemas cognitivos formados a lo largo de toda nuestra historia personal. Por supuesto, también escuchamos desde nuestro nivel formativo y nuestra mayor o menor precaria gramática y lingüística. A ello hay que añadir numerosas variables como el contexto, los significados, en muchos casos emocionales, añadidos que muy a menudo no tienen que ver con los significados gramaticales de las palabras que utilizamos. Muchas veces escuchamos en terapia frases como “es que para mi TAL PALABRA significa TAL COSA y realmente no significa eso. O también “ Es que yo creí o pensé que…”. O “es que cuando X dijo TAL FRASE, en realidad lo que quiso decir es Y”. Y así se van conformando un sinfín de malentendidos, sobreentendidos, supuestos, entre otros errores, que dificultan enormemente las relaciones.

Resulta paradójica la realidad de una avidez de relaciones y de intimidad relacional cuando nuestro proceso comunicativo del habla y de la escucha resultan ser tan deficitarios. De hecho, existen muchos cursos de todo tipo pero pocos sobre comunicación. Muy pocas personas han sido formadas en hablar y escuchar y a menudo resultan ser profesionales de la psicología. Pero el grueso de los mortales no han sido educados en este arte de la comunicación.

La interpretación no deja de ser una escucha subjetiva la vivencia de otra persona, una mal o deficitario entendimiento, por lo cual en realidad, cuando interpretamos dejamos de escuchar realmente o de manera activa. Algo de lo que dice la otra persona resuena en nuestro interior y emerge para interrumpir la escucha de lo que la otra persona nos está tratando de decir y transmitir. De esta manera, fácilmente llega la culpabilización “Es que tú dijiste X” a lo cual la otra persona responde “No, yo no dije eso” o “Eso es lo que tú entendiste”. Y así. Es muy corriente este tipo de mensajes en las relaciones diarias. Rara es la persona que pregunta “Cuando tú dijiste X, ¿qué querías decir realmente?” o, “¿Qué significa X para ti?“ o, ¿Qué entiendes tú por X?”.

Rara es la persona que se cuestiona a sí misma preguntándose cosas como : “Cuándo escuché tal frase o palabra, ¿qué es lo que realmente escuché?, ¿Escuché o interpreté?, ¿Entendí lo que me dijo?, ¿Escuché lo que me dijo o lo que quería escuchar?, ¿Pregunté o verifiqué si lo que escuché era realmente lo que dijo?, ¿Pregunté qué quería decir con lo que dijo?

La última discusión de la que fui testigo partía de la siguiente frase: “te llamo más tarde”, frase que fue interpretada subjetivamente, de tal manera que generó una terrible discusión. La persona que escuchó tal frase quería haber escuchado algo diferente y dedujo que esa frase era la que decía la médico a sus pacientes. Al sentirse tratada como tal paciente, sin saber cómo esa médico trataba realmente a sus pacientes, no se sintió especialmente tratada, sino como uno más. Finalmente la situación se aclaró porque en realidad dicha intepretación partía de la inseguridad que le generó – a la persona que la escuchó- tal frase emitida en un contexto concreto: la persona emisora de la frase en cuestión, no podía hablar porque había demasiada gente delante y le resultaba engorroso.

 

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La ilusión en la pareja… proyectando

 

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¿Qué es la ilusión? Es una imagen o concepto surgida en la imaginación que engaña nuestros sentidos porque no está fundamentada en la verdadera realidad. La ilusión es en realidad una distorsión de la percepción, un espejismo que tiene que ver más con la esperanza que con la realidad.

Parece ser que las relaciones pasan por una serie de etapas y que al parecer, pocas parejas llegan al final: el amor maduro.

¿Qué ocurre en la formación de una pareja? ¿Porqué muchas parejas no “superan” la etapa romántica?

Muchas personas profesionales hablan del componente hormonal en la etapa del enamoramiento y de cómo éste cambia la percepción del mundo. Se hablará de feniletilamina, de feromonas, de oxitocina, de dopamina y de serotonina. Toda una alquimia amorosa muy parecida a la adicción. No obstante, a nivel psicológico se producen fenómenos cognitivos que nos hacen ver a la otra persona no como realmente es, sino como queremos que sea, que retroalimenta la alquimia. Y aquí empieza el peligro. Veamos.

La mayor parte de personas en un principio proyectamos nuestras necesidades inconscientes, basadas muchas veces en nuestras primigenias relaciones (padre y madre), sobre la pareja. Vemos en la otra persona la parte que nos falta, o la parte que faltó a nuestro progenitor o progenitores. También ocurre que pretendemos que la pareja alimente nuestras necesidades no satisfechas en la más tierna infancia o que complete partes de nuestra personalidad. Así si somos personas tímidas, nuestra pareja aportará la extroversión que nos falta. O si somos personas temerosas, nuestra pareja nos aportará la fortaleza y el coraje faltante. Si nos falta la autoestima, la pareja nos la aportará, muchas veces en exceso.

En esta etapa del enamoramiento hay una sobrevaloración de la pareja en detrimento de un empobrecimiento personal, ya que la vida parece centrarse en la otra persona, vaciando de contenido otras áreas de la vida personal. De alguna manera, nos volvemos exigentes y desaparece todo sentido crítico. Quitamos aquellas partes de la otra persona que no nos gusta, dejando solo aquellas que nos gustan y es de esa figura incompleta de la que nos enamoramos. Esa es la verdadera ilusión: por un lado, quitar lo que no conviene y exagerar cualidades, según convenga a nuestro inconsciente, y por otro lado, llenarla de expectativas de nuestras necesidades no satisfechas, también inconscientes. Difícil de pasar ese examen.

En esta etapa se tiende a idealizar a la otra persona con la finalidad muchas veces de corregir y reparar imaginariamente los fallos parentales, de satisfacer las necesidades afectivas no satisfechas, o incluso nuestros de resolver propios conflictos. Por ello, muchísimas personas se sienten decepcionadas, particularmente cuando descubren que la otra persona, la pareja, no va a realizar todas esas tareas esperadas, fantaseadas, idealizadas, exageradas. Aquellas piezas que habíamos quitado para que la imagen perfecta cuadrase, empiezan a emerger con fuerza, a reclamar su lugar y su espacio. La pareja empieza a emerger en toda su realidad y vemos que no está para reparar nuestros conflictos personales no resueltos. No está para protegernos de un padre o de una madre ausente, ni para darnos la seguridad que nos faltó, ni para reparar nuestros fallos de personalidad como ocurre cuando “elegimos” a la pareja porque tiene “todo aquello que nos falta”.

Por ello, muchas parejas no superar esta primera etapa de fuego, estas primeras grandes crisis, acaecidas relativamente al poco de terminar la etapa romántica. Crisis llenas de reproches, de intentos de moldear a la otra persona para que encaje en nuestras perspectivas. Otras esconderán esta crisis en «proyectos» comunes como una familia, un huerto, la construcción o reforma de una casa, etc. De tal manera que cuando los proyectos lleguen a su fin, la pareja también llegará a su fin.

¿Qué hacer? ¿Salir huyendo y corriendo? ¿Buscarnos una persona amante que complete las proyectadas deficiencias de la pareja oficial? ¿Encarar nuestras propias y desmesuradas demandas?

Entender el tener una pareja como meta muchas veces impide evolucionar y desarrollar nuestro potencial. Muchas personas se acomodan, se apoltronan, se sienten seguras. A fin de cuentas, tener una relación íntima es como estar en terapia: cuestionarse y avanzar resulta inevitable. Aunque muchas veces este proceso se ve interrumpido por la ansiosa y obsesiva búsqueda de nuevas parejas o relaciones liana, evitando así la obligada reflexión que la soledad conlleva.

Para avanzar hacia el amor maduro, se impone el reflexionar, cuestionarse: ¿esperábamos más? ¿Exigíamos? ¿Hemos pasado factura a la pareja sobre conflictos pasados no resueltos? ¿Pensábamos que íbamos a desarrollar partes de nuestra personalidad solo por estar al lado de alguien complementario? ¿Era lo que queríamos o deseábamos o bien, lo que necesitábamos? ¿Cuánto de inconsciente tenía nuestra elección? ¿Quién es realmente nuestra pareja? ¿Cuáles son sus cualidades, sus defectos, su virtudes, sus limitaciones? Se trata de aprender a valorarla en su subjetividad, completamente diferente a la nuestra. No para poseerla, cambiarla o tapar nuestras frustraciones.

Muchas veces tratamos mejor a las amistades y a los animales que a las parejas. De los animales no esperamos grandes cambios. Son lo que son y hacen lo que hacen sin exigirles que sean quienes no son. Parecido ocurre con las amistades. Muchas veces mostramos más respeto por ellas que por las parejas. No exigimos ni esperamos.

La fase de la desilusión supondrá el final o el principio de una relación madura. ¿Avanzaremos o recularemos? ¿Desistiremos o resistiremos? ¿Maduraremos o nos infantilizaremos en una posición acomodaticia y acomodada?