Historias y ficciones sobre Internet
Recostada sobre mi flanco izquierdo, abrí uno de mis párpados, pero no del todo, sólo un poco, lo justo para comprobar que ella seguía sumergida en sus sueños más recónditos, inmersa en esa tercera capa de profundidad que tanta coba se le dio en Inception.
Un día, te das cuenta de que todas las personas que reaccionan a tus publicaciones en redes sociales, son desconocidas. Empiezas a percibir que quizá pasas demasiado tiempo interactuando con gente que te da igual, mientras ignoras a los que sí te importan, simplemente por el hecho de que no te hablan a través de una pantalla. Likes y corazones que te hacen sonreír, procedentes de Dios sabe dónde, producidos por Dios sabe quién. Y, entre todas esas reacciones disfrazadas de emojis, con la serotonina como tamborilera, destaca una, quizá porque sí es sincera y real. Posiblemente, es la única manera que ha encontrado tu pareja de llamar tu atención. Lo ha hecho desde la otra parte de la casa, recostada sobre el sofá, esperando tu regreso para retomar esa serie que lleva meses en el hiato más absoluto. Una serie mala, sí, como casi todas las de Netflix, pero una excusa más que válida para compartir un momento juntos, aunque sea breve. Fue exactamente eso lo que prometiste: pasar más tiempo juntos.
Me fui del Burrero hace un mes, semana arriba, semana abajo. Se trata de una playita salvaje y con cierto encanto, ubicada en Ingenio (sureste de Gran Canaria). Mucha gente la conoce por llevar a sus citas allí, a contemplar aviones… Un gesto adorable si no fuera porque dejan sus muestras de amor en el suelo, entre pañuelos de papel.
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