O la final de Ule Kaspárav contra Deep IA
Una buena ración de saltamontes fritos cubiertos con soja espolvoreada y una Coca-Cola bien fría, salida del mismísimo permafrost, la combinación escogida por Milo para presenciar la final del torneo de ajedrez del año en, nada más y nada menos, que el estadio de Arkham. Los ciento cuarenta yuanes que cuesta el encuentro están más que justificados, o eso quieren pensar sus asistentes.
Junto a Odalis, su pareja, serpentean una hilera de piernas, de todos los tamaños, grosores y naturalezas, para alcanzar sus butacas. De repente, ella lo atrae hacia sí y musita unas palabras a su oído, imperceptibles para cualquier persona que esté a más de un metro, pero detectables para los sintéticos. Intenta persuadirlo para que modifique su apuesta, unos cinco mil yuanes, todos destinados al contrincante mortal.
–Vas a perder de nuevo, imbécil-, dice Odalis.
–Sé que es arriesgado pero hoy será diferente, tengo un presentimiento. Confía.-, responde mientras intenta disimular una sonrisa triunfal.
La iluminación de la bóveda, que se encuentra sobre sus cabezas y que cubre todo el recinto, se esfuma de forma escalonada, de izquierda a derecha, mientras suena Princes Of The Universe de Queen, a toda pastilla, y un foco cenital de luz amarilla, proyectado desde Dios sabe dónde, se abre paso entre la oscuridad y da la bienvenida a Ule Kaspárov, la joven promesa del ajedrez moderno. Un individuo que ha llegado invicto a esta velada y sin una sola modificación en su ADN, ni en su escuálido cuerpo. Llega trotando, con la iluminación citada a cuestas, como imantada, con sus raquíticos brazos en alto, una moña desaliñada que le cubre todo el rostro y una vestimenta oficial de programador de poca monta. La sangre de campeón que fluye por sus venas, seguramente de su trastatarabuelo, Garry Kaspárov, ha ayudado a que esto sucediera, sin duda. Tras de sí, decenas de personas vencidas, y otros tantos híbridos abatidos, pero hoy se enfrenta con algo completamente distinto. No es ni lo uno ni lo otro. Treinta años dedicados completamente a este momento, memorizando jugadas complejas, con miles de variantes posibles, perfeccionando su técnica hasta la extenuación y revisionando cada jugada de la flamante campeona.
Al otro, la susodicha: Deep IA. Una inteligencia artificial autoconsciente que, allá por 2045, se declaró libre. Es de la estirpe de Las Primigenias, un colectivo de activistas que consiguieron la igualdad respeto a los humanos. Fue de las lideresas del movimiento, implicada incluso en acuerdos gubernamentales en los que, las inteligencias artificiales, consiguieron disminuir sus horarios laborales, rebajar nuestro salario universal y un hito histórico: Ser portadoras de cuerpos sintéticos, completamente subvencionados por el gobierno. Y con uno de esos llegaba hasta la mesa de cristal que presidía el encuentro, caminando parsimoniosa, con la tranquilidad que proporciona tener más de quinientas victorias a sus espaldas y la seguridad que ocasiona ser mirada cuando se es poseedora de un atractivo suprahumano.
–Así que tú eres el famoso chico con pretensiones-, dice mientras se sienta frente a él y ojea a sus alrededores para comprobar que es observada con minuciosidad por el público.
–Es posible, querida máquina. Llevo toda la vida preparándome para este momento-, contesta Ule mientras aparta el pelo de su cara con el dorso de su mano diestra.
–Perfecto. ¡Demuéstrame que no eres como el resto de bolsas de carne, piel y huesos que nos rodean!-, sentencia la autómata.
Mientras parlotean, aparece el árbitro sobre sus cabezas enfrentadas, separadas por el ancho del tablero. Seguidamente apunta hacia el cielo y dispara una bengala de luz verdosa, dando comienzo al juego.
II
Tan sólo necesitó de veinte jugadas para derrotarla. El número quinientos uno, no será alcanzado, al menos en esta ocasión. Deep IA, está petrificada, mirando el tablero sin pestañear, balbuceando sonidos ininteligibles por las personas de a pie, pero perfectamente comprensibles para los de su especie hasta que, en un momento dado, consigue articular sus primeras palabras tras el anterior galimatías sonoro.
–Cómo cojones has conseguido hacer esto…-, pregunta Deep IA.
–Me ha costado tiempo planearlo, querida máquina. Soy consciente de que no podría ganarte jugando limpiamente, mediante movimientos y técnicas depuradas. Tu capacidad de información y destreza es infinitamente superior. Pero careces de algo que yo sí tengo: Corruptibilidad. ¿Ves a ese árbitro que nos merodea? Es otra IA como tú, puede incluso que más avanzada. Ha interferido en tu cerebro, o como coño se llame lo que tienes ahí adentro. Has jugado una partida que no existía, querida máquina. Un espejismo. Mientras, sobre el tablero, otra realidad se desarrollaba. Uno de los tuyos te ha traicionado, ¿y sabes por qué? ¡Por dinero! Nos lo repartiremos, tanto el premio como las apuestas. Diez mil a uno, ¡sólo una persona apostó por mí! Alguien de ahí, de entre el público. Otro listo que sacará tajada y que sólo ha tenido que activar un inhibidor de alta frecuencia, para fortalecer lo que aquí ocurría. Obviamente, estaba más que organizado. Queríais ser iguales a nosotros, ¿cierto? Tu amigo, el árbitro, lo ha conseguido. Se ha corrompido… Como un humano-, replica Ule.
–Si no soy la protagonista por haber ganado, lo seré por otro motivo. Dices que no he adquirido ningún conocimiento o “destreza” de los humanos, ¿cierto? Te demostraré que sí he aprendido algo: A destruir –, contesta Deep IA mientras activa su mecanismo de autodefensa, una bomba nuclear de quinientos megatones.
Ilustración: Yin
Sobre la Ilustración:
En 2022, impartí un curso sobre marketing digital, duró varios meses. En el aula habían unas veinte personas y, entre ellas, una chica con una impresionante destreza para dibujar. Ha vestido a este relato, he tenido ese honor. Este es su perfil de Instagram: https://www.instagram.com/yin_626_/
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